4: Pura y bella
A falta de algo mejor, Risa se quita la bandolera y la lanza contra Yuuichi con todas sus fuerzas al tiempo que le grita que se vaya. Por supuesto, el joven la esquiva con facilidad y le lanza una mirada a camino entre el desconcierto y la ofensa. Ella maldice en silencio, pues la brusquedad del movimiento le ha hecho daño en el cuello y está viendo que no ha servido para nada. Hubiera sido más práctico tirarle su contenido cuaderno a cuaderno; seguro que alguno acertaba.
—¡Eh!, ¿pero qué forma es esta de tratar a tus invitados?
Yuuichi se levanta y da un par de pasos en dirección a Risa, pero ella retrocede la misma distancia que él avanza. No se puede creer que su padre le haya permitido entrar; aunque, tratándose de Masaru, ¿por qué demonios se sorprende?
—Creí haberte dejado bien claro que no quiero saber nada más de ti —le recuerda, luchando porque su voz no tiemble y enfadada porque la presencia del joven le siga afectando después de tanto tiempo.
—¿No vas a ofrecerme nada de beber? —protesta Yuuichi. Risa repara en que su indiferencia es artificial, lo que le provoca una ligera descarga de placer.
—¿Por qué debería hacerlo si lo que pretendo es que te largues y me dejes en paz? —replica. Para reafirmar su autoridad, se cruza de brazos y alza la barbilla, tal y como Naomi ha hecho con ella unas horas antes.
El joven hace una mueca de disgusto.
—¡Agg, los españoles y sus modales! —exclama, fingiendo ofenderse—. Estoy seguro de que eso no lo aprendiste de tu madre, ¿verdad?
Risa frunce la boca hasta convertirla en una fina línea y contiene las ganas de pegarle un bofetón, gritar y echar al muchacho a patadas. ¿Cómo se atreve a golpear justo ahí?
—Estoy ocupada. Si solo has venido para verme, ya lo has hecho. Ahora, márchate de una puta vez.
Aunque hiela sus palabras hasta el punto de que amenazan con congelarle la lengua, Yuuichi se limita a lanzarle una mirada indiferente y a entrar en la cocina, donde abre la nevera y saca un par de cervezas. <<¡Esto no puede estar pasando!>>
—¿Dónde está la cosa esa para abrir botellas?
Risa se apoya en la mesa del comedor y suspira, derrotada; su ex novio está demasiado acostumbrado a conseguir lo que quiere.
—En el cajón, junto a la vitrocerámica —murmura con desánimo. Acto seguido, se maldice al percatarse de que está aprovechando que el chico no la mira para contemplarle. Tiene un cuerpo fibroso y bien proporcionado, de los que, al apoyar las manos contra una superficie y hacer fuerza, se marcan los músculos que hay justo entre los omóplatos. Detalle que la vuelve loca.
—¿Satisfecha? —inquiere el joven con una mezcla de orgullo e ironía, al tiempo que se aproxima a ella y le tiende uno de los botellines. En sus labios se dibuja una sonrisa creída que la enferma.
Conteniendo un bufido, Risa acepta la bebida y se deja caer en el sofá; durante un instante, se siente tentada de ocupar todo el espacio posible para que el muchacho se vea forzado a ocupar uno de los sillones, pero le parece demasiado infantil; además, sería como servirle la victoria en bandeja.
—¿No vamos a tu habitación? —se desilusiona Yuuichi, poniendo cara de cachorrito desamparado.
—Deja de tentar a la suerte, ¿quieres? —sisea su anfitriona, irritada—. Agradece que no te haya echado a patadas.
El joven se sienta en el otro extremo del sofá, con las piernas ligeramente abiertas. Risa contiene un bufido; leyó en alguna parte que si un hombre hace eso, significa que está relajado.
—No mentía cuando te he dicho que te echo de menos, Risa; siempre has sido la inspiración para todas mis canciones —confiesa con tono tranquilo, sin rastro alguno de burla ni en su voz ni en la mirada.
Ella resopla porque encuentra la situación completamente surrealista. Obata Yuuichi, el vocalista de Ame y su ex novio, se presenta en su piso por las buenas y le viene con el rollo sensiblero y súper trillado de que la echa de menos. ¿En serio? ¿Y por qué no lo pensó mejor antes de hacer lo que hizo un año atrás?
—¿No tienes que ensayar o componer letras?
—Tengo más vida aparte de la música —replica el chico en un tono que insinúa que está empezando a perder la paciencia.
—Sí, lo sé... Lo sé.
Yuuichi inspira entre dientes y da un largo trago a su cerveza.
—Risa, lo estoy intentando, ¿vale? Pero necesito un poco más de colaboración por tu parte —se queja, mirándola con reproche.
Ella responde con una risita burlona.
—¿Por qué das por hecho que ambos deseamos lo mismo?
Él abre los ojos como platos y alza las manos en un claro gesto de exasperación.
—¡¿Me tomas el pelo?! —estalla, ya enfadado—. ¿Es que no es obvio? ¿Me vas a negar que me has dado un buen repaso en la cocina? ¡Venga ya, Risa! ¿Te crees que soy estúpido?
La joven ladea la cabeza.
—Lo que es obvio es que si fueras tan listo como crees, no me hubieras perdido, ¿no te parece?
Sabe que ha sido un golpe muy bajo, un ataque lanzado sin piedad cuyo único objetivo era causar el mayor daño posible. Lo consigue: las facciones del chico se transforman por completo, pasando del enfado a la más absoluta tristeza... ¿y al arrepentimiento? No, no puede ser, seguro que es una pose ensayada. Pero lo sea o no, no tarda en arrepentirse de sus palabras. Ella no es así.
Como no es capaz de sostenerle la mirada, Risa se levanta y se acomoda frente al piano. Empieza a tocar con la cabeza en otra parte. Entonces, cuando escucha a Yuuichi soltar todo el aire de los pulmones con excesiva violencia, vuelve a la realidad y se da cuenta de la melodía que estaba interpretando: Nuvole bianche, de Ludovico Einaudi, el compositor favorito de su madre. Consternada, sacude la cabeza, ¿por qué, de entre todas las canciones en las que podría haber pensado, su subconsciente ha escogido precisamente esa?
Muy despacio, casi con miedo, se vuelve hacia el joven, pero él tiene la vista clavada en las rodillas y parece abstraído. Su cabello, negro y salpicado de finas mechas blancas en el flequillo y en las puntas, le llega hasta la nuca y, como siempre, parece que su dueño tenga fobia al peine. La cara es ovalada y los pómulos, suaves. Las cejas, gruesas pero cuidadas, están fruncidas y, junto con las largas pestañas, hacen sombra a unos ojos castaños, grandes y dulces. Sin embargo, lo que la volvía loca de él eran sus labios, esa boca llena y suave que tanto amaba besar y que tan tentadora le resulta en esos instantes.
Poco a poco, como si acabase de despertar de un profundo letargo, Yuuichi reacciona: primero alza lentamente la cabeza y después la gira hacia la joven. Durante unos segundos, Risa se queda sin respiración: su mirada está empañada y refleja una añoranza tal que rasga el alma. ¿Puede fingirse una emoción con semejante nivel de intensidad?
Entonces Yuuichi rompe a reír, pero es una risa sin humor, fúnebre, cínica. Acto seguido, da otro trago a la cerveza y respira hondo.
—En realidad, venía a pedirte algo —admite en un tono desapasionado.
—¿El qué? —Risa no se levanta del taburete, teme lo que pueda pasar si regresa al sofá.
—Hemos compuesto una preciosa balada que soy incapaz de cantar.
La joven alza las cejas, sorprendida.
—¿Por qué? No es vuestra primera balada.
Yuuichi hace una mueca que pretende asemejarse a una sonrisa y balancea suavemente su botellín, como ensimismado.
—Es cierto —confirma, sin mirarla—, pero, nada más oírla, los cuatro pensamos en ti. Es una balada hecha para una voz femenina, y la tuya es la mejor que conozco.
Risa le observa en silencio mientras medita una respuesta. No quiere tenerle cerca, pero es una petición de parte del grupo, todos han confiado en ella para que interprete la canción; la halaga y le hace feliz, pero...
—No puedo hacerlo.
Yuuichi asiente despacio, como si ya se esperase la negativa.
—Permanecerás en el anonimato, si es eso lo que te preocupa; es más, la incluiremos en el nuevo disco como una colaboración y no la tocaremos en los conciertos —asegura y clava en sus ojos una mirada intensa—. Vamos, Risa, no seas egoísta, no soy el único que te quiere como vocalista. Si prometo no estar presente durante la grabación, ¿lo harás?
Ella entorna los ojos y alza la barbilla.
—¿Es una promesa que vas a cumplir?
El joven la fulmina con la mirada.
—Sí, esta vez sí —asegura en tono mordaz.
Risa suspira, preferiría una garantía más seria, pero, siendo Yuuichi, sabe que es lo máximo que va a obtener.
—Muy bien, lo haré.
El chico apura la cerveza y se pone en pie.
—La semana que viene grabarás —añade, encaminándose hacia la salida—; tu padre te dará los detalles. La melodía y la letra están en tu habitación, familiarízate con ellas.
Segundos después, la puerta de entrada se abre y se cierra con demasiada brusquedad. La joven inspira profundamente y exhala el aire con lentitud. ¿Por qué no le alivia que se haya ido? ¿Por qué está a punto de llorar? ¿Por qué se siente como si fuera una persona horrible?
Con la cerveza apenas empezada, Risa pone rumbo a su habitación y se sienta en el diván que hay bajo la ventana. Fuera, el atardecer ha terminado de dar paso a la noche y las farolas iluminan las calles con su luz amarillenta.
—Beber sola y a estas horas no es una buena señal, ¿verdad, mamá?
Se vuelve hacia el altar budista que tiene junto a la cama. Está constituido por una fotografía de su madre y un par de barritas de incienso, ahora apagadas. Debería estar en la entrada del piso, donde ella no fuera la única que la recuerda y le profesa el respeto que se merece, pero Suzume no quería verlo todos los días porque aseguraba que le provocaba ansiedad y pesadillas, y como jamás pisa su habitación...
La guapa mujer, de cabello castaño y ojos color miel, le está sonriendo al escritorio. Su hija frunce el ceño mientras le echa una rápida ojeada; suele tenerlo tan atestado de cosas que no había reparado en la nueva hoja de papel aplastada por un pequeño pen-drive naranja.
Curiosa, la joven enciende la tablet y, tras esperar a que su sistema operativo se cargue, introduce el pen-drive en el puerto USB y reproduce la melodía con el programa de turno. No sabría explicar lo que el conjunto de sus notas la hace experimentar... Es triste pero a la vez tierna, y está impregnada por un sutil velo de dolor que no empalaga. Es tan pura y bella que la hace llorar, evoca un otoño que empieza a ser rozado por los gélidos dedos del invierno.
<<Ame son unos verdaderos artistas>>, piensa, conmovida y maravillada a partes iguales.
♫♪♫
Yuuichi chasquea la lengua mientras sale del portal; daba por hecho que Risa se mostraría hostil, pero, desde luego, no esperaba ese trato. ¿Cuándo va a dejar el pasado atrás? Las cosas ya no pueden cambiarse. Ha pasado un año y eran unos críos, ¡maldita sea! Pero lo que ha terminado de sacarle de sus casillas ha sido que negase lo evidente. <<¿Cómo se atreve a tacharme de mentiroso cuando ella me estaba mintiendo a la cara?>> Por lo menos, ha aceptado interpretar la canción, que era el motivo de la visita.
Con un suspiro, mezcla de irritación y resignación, el joven saca el móvil del bolsillo y busca en la lista de favoritos. Al otro lado de la línea le responde una voz masculina con un evidente acento de sorpresa.
—¡Qué rapidez!
—Me ha echado, ya podéis volver.
Un suspiro... ¿O ha sido un resoplido? Yuuichi aprieta la mandíbula, sintiéndose juzgado por su interlocutor.
—¿Y tu objetivo principal?
—Cantará.
—Bien, nos vemos mañana.
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