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33: Mirando al cielo

La casa de Atsushi es un tesoro entre los feos edificios de hormigón, una de esas bonitas viviendas de dos plantas típicas de los barrios residenciales, y está situada cerca del parque Harumifutō. Se accede a través de una puerta de madera que da a un elegante y cuidado jardín japonés, en cuya esquina izquierda hay un cerezo, junto a un pequeño estanque con carpas y un par de bancos. La verdad es que todo el lugar casa bastante bien con la personalidad de Atsushi.

Aprovechando que los padres del muchacho pasan mucho tiempo fuera por cuestiones de trabajo, sus amigos decidieron organizarle una fiesta en casa del joven. Risa aceptó encantada, creyendo que se limitarían a cenar y ver unas películas y que dormiría en su cama, pero resultó que el plan incluía pasar la noche todos juntos. Teniendo en cuenta que, no hace mucho, Atsushi la besó y que Erika sigue enamorada de él, no le parece la mejor de las ideas, razón por la que el nudo de su estómago se aprieta cuando Eiji llama a la puerta.

—¡Felicidades otra vez, Risa! —saluda Atsushi unos instantes después y se hace a un lado para que sus amigos puedan pasar.

El salón, donde el resto del grupo les esperaba, es una estancia amplia, elegante y refinada, decorada con cuadros abstractos y esculturas de madera. En la mitad más próxima a la puerta está la zona de recreo, con dos grandes y mullidos sofás de cuero color crema, un enorme televisor de pantalla plana, un equipo de música y estanterías varias repletas de libros, películas y CDs; por el contrario, la segunda mitad de la estancia está ocupada por una amplia mesa de estilo occidental, rodeada de sillas de madera y cercana a la ventana, la cual debe proporcionar una bonita vista del jardín cuando aún hay luz.

—¡Ya era hora, que tenemos hambre! —exclama Erika, torciendo el gesto en un gracioso e infantil mohín; a Risa no le queda claro si es una broma, un reproche o una mezcla de ambos, pero esa es una de las particularidades de su amiga, así que lo deja pasar—. ¿Qué tienes ahí?

La joven baja la vista hacia la bolsa que Eiji se ha empeñado en llevarle y sonríe.

—El postre... o el desayuno, según se vea.

—¿Es de nevera? —inquiere Atsushi mientras coge la bolsa. Risa asiente—. Vale, voy a llevarlo. Poneos cómodos, que la mesa está servida.

Resulta que al joven la cocina no se le da nada mal, lo cual sorprende a Risa, que había dado por hecho que acostumbraría a pedir la comida por encargo con tal de ahorrarse el cocinar y el limpiar los cacharros después; la verdad es que, aun sabiendo que la cena la ha preparado él, sigue sin poder imaginarse a su amigo enfundado en un delantal y troceando verduras mientras vigila que el contenido de la cazuela puesta al fuego no se le queme. Es una imagen demasiado hogareña, algo que no casa con Atsushi..., pero sí con Eiji, por ejemplo.

—No nos has dado mucho margen para organizarte el cumpleaños —comenta Erika como si tal cosa—, así que hemos decidido esperar a la semana que viene para darte los regalos. No es por castigarte ni nada de eso, es para que a Nagisa y a Atsushi les dé tiempo a tener los suyos.

—¡Ah!, no os preocupéis, no teníais que haberos molestado, en serio.

—¿Te da miedo lo que unos niños ricos puedan regalarte? —inquiere Atsushi, alzando una ceja en un gesto burlón.

La joven se esfuerza por ocultar su incomodidad; nunca ha sido muy dada a compartir sus pensamientos más íntimos (salvo con Naoki) porque no sabe cómo lidiar con la sensación de vulnerabilidad, con sentirse desnuda frente a un tribunal de horrendos buitres que la observan, ávidos de su sangre, desde altísimas tarimas. Atsushi no es uno de esos feos pajarracos, pero siempre ve más de lo que le está permitido.

—Tranquila —Shinobu acude al rescate con una amable sonrisa dibujada en sus dulces facciones—, somos conscientes de que no puedes meter un caballo en casa.

Todos se echan a reír. Aliviada, Risa se une a sus carcajadas, sintiéndose un poco imbécil por seguir teniendo prejuicios cuando sus amigos ya le han demostrado de sobra que no son de esa clase de niños bien.

Más tarde, después de ver una película y cantar un rato en el karaoke de la Wii, Erika anuncia que se muere de sueño. Puesto que son casi las once y al día siguiente tienen clase, deciden que es buena hora para irse a dormir.

—Vosotras podéis usar la habitación de mis padres, la cama es bastante grande. Es la tercera puerta de la izquierda. El aseo está al lado. —Atsushi las despide con una sonrisa—. Buenas noches.

—Buenas noches.

Dado que Risa es la primera en terminar en el baño, también lo es en entrar en el cuarto de los padres de su amigo y en llevarse el mayor susto de su vida: hay unos ojos amarillos y brillantes observándola desde lo que parece ser la cama. La joven nunca ha creído en demonios, fantasmas ni cosas por el estilo, pero hay una frase muy famosa que dice que el hecho de que no se puedan ver, no significa que no estén ahí.

—¿Risa?

Ella da un respingo y se gira, pero solo es Atsushi, que la observa desde el umbral de su habitación, tres puertas más hacia la derecha.

—Estoy bien —responde de forma automática y vuelve a encarar los ojos amarillos y brillantes... que ya no están. ¿Se los habrá imaginado? ¿Ha sido alguna clase de efecto óptico?

Nerviosa, se asoma con la intención de comprobar las esquinas de la habitación, pero su cuerpo se queda rígido al notar el aliento de la risa de Atsushi acariciando sus oídos y sentir la mano del joven deslizándose suavemente a lo largo de su brazo instantes antes de escuchar un clic y de que la estancia se ilumine.

La cara de Risa es todo un poema: hay un precioso gato negro tumbado junto a la almohada.

—Es Yuri —explica el joven y se aproxima al animal para acariciarle. El gato emite un corto maullido, como una especie de saludo, y, acto seguido, comienza a ronronear—. Tranquila, no eres la primera que se asusta. Suele estar en mi habitación, pero cuando traigo a alguien siempre se esconde aquí. ¿Quieres que me lo lleve?

Ella sacude la cabeza de lado a lado, le encantan los felinos. Atsushi coge a Yuri en brazos y se lo acerca. Vacilante, ya que desconoce cómo va a reaccionar, Risa estira la mano y le acaricia la cabeza, justo entre las orejas. La joven sonríe al ver que no la rechaza, sino que frota su mejilla contra el dorso de su mano para impregnarlo con su olor y marcarla como suya.

—Le gustas —observa su amigo en un tono que mezcla asombro y satisfacción.

—Y él a mí... —Risa vacila—. ¿Es macho?

—Sí.

Un macho adulto, a juzgar por el tamaño y por el hecho de que no trate de mordisquearle los dedos. Cuando era pequeña, Risa se pasaba horas en casa de Takeru jugando con Nana, su gatita, pero hace unos años se escapó de casa, unos monstruos con apariencia de niños la encontraron y... Bueno, el veterinario no pudo hacer nada.

—¿Estás bien?

Risa no entiende a qué viene la pregunta hasta que Atsushi no apoya su dedo índice en su mejilla y toma con delicadeza una de sus lágrimas. La joven siente cómo le arden los centímetros de piel que el joven acaba de acariciar.

—Sí... Sí, no es nada —responde, abrumada y repentinamente cohibida—. Es que... Takeru tuvo una gata que...

—Lo siento —dice el joven al tiempo que retrocede un par de pasos y deja a Yuri en el suelo—. Voy a acostarme ya. Que descanses.

—Tú también.

Sus amigas aparecen unos minutos más tarde y Erika tuerce el gesto al ver a Risa jugando con Yuri, tumbados los dos en la cama.

—¡Qué raro que no se haya ido a la habitación de Atsushi! —comenta con calculada indiferencia antes de empezar a desvestirse. Risa hace como que no la ha escuchado y se levanta para ponerse el pijama ella también.

Erika y Nagisa caen rápido en los brazos de Morfeo, pero Risa no lo tiene tan fácil, así que se dedica a acariciar el largo y sedoso pelaje de Yuri hasta que el animal salta de la cama en dirección a la puerta, que está cerrada. Al ver que no puede abrirla, maúlla y la araña con las patas delanteras. Dando por hecho que querrá comer o utilizar su arenero, Risa se levanta a abrir y suelta una risita estupefacta al ver cómo el gato se escurre por una rendija minúscula. <<Es que son de gelatina>>, piensa mientras, curiosa y sin nada mejor que hacer contra el insomnio, le sigue.

Resulta que lo que Yuri quería era ir al cuarto de Atsushi, cuya puerta está abierta.

Lo más probable es que el joven esté dormido, de modo que Risa decide regresar a la cama, pero entonces le oye saludar al gato y, presa de un súbito e irracional impulso, se asoma al dormitorio de su amigo.

Atsushi está sentado en el alféizar de la ventana, con Yuri en el regazo. Risa recuerda que para dormir usa una camiseta larga cuando el chico la recorre de arriba abajo, deteniéndose más de lo normal en el escote y la entrepierna. Es una sensación curiosa la que la joven experimenta: la incomoda, sí, pero también la hace sentir deseada, y eso último le gusta.

—¿Tú tampoco puedes dormir o ibas al baño? —pregunta su amigo al tiempo que, con un gesto de la mano, la invita a acercarse.

—Lo primero. —Intentando que sus nervios no sean muy evidentes, Risa toma asiento a su lado—. Me pasa siempre que duermo en una casa que no es la mía.

Atsushi no dice nada y la chica no fuerza la conversación; no le molesta el silencio, ya que no es tenso, sino reflexivo. Yuri se hace un ovillo en el regazo del muchacho y él alza la vista al cielo, donde apenas se dibujan estrellas.

Risa le observa: posee un rostro hermoso, pero imponente... No sabe explicarlo, es como si reflejase más edad pero sin signos de vejez; cuando Atsushi te mira parece como si pudiera leerte el alma, conocer hasta el más sórdido de tus secretos, y eso la hace sentir a una vulnerable y muy pequeña. Sin embargo, cuando sonríe de verdad, toda esa severidad queda contrarrestada y aparenta lo que es: un muchacho de dieciocho años al que le queda toda la vida por delante.

—¿Satisfecha?

La joven da un respingo y el bajo de la camisa se alza momentáneamente, hecho que sabe que no le ha pasado desapercibido a su amigo, por mucho que se esfuerce por aparentar lo contrario.

—¿Eh?

—Me estabas estudiando con mucha atención —afirma el joven con tranquilidad.

<<¿Cómo lo sabes? ¿No estabas mirando al cielo?>>

—Es que eres... —Risa vacila, avergonzada por haber sido descubierta en un escrutinio tan descarado— muy interesante.

Atsushi esboza una media sonrisa y clava su penetrante mirada en los ojos de la chica.

—¿Lo soy? —inquiere en un ronco susurro que dispara el pulso de la joven.

<<Mierda... Cuidado, Risa, recuerda lo que Nagisa te advirtió.>>

—S-sí —acierta a decir, tan bajito que duda de que él la haya oído.

¿Qué sería lo normal en esta situación? Desconoce en qué momento sucedió, pero está casi convencida de sentir algo por Eiji; no obstante, es posible que también le guste Atsushi. <<¿Me atrae de verdad o es por el halo de sensualidad que le rodea?>>, se pregunta en el instante previo a que el joven incline la cabeza hacia ella y la deje sin aire. Sin embargo, no la besa, solo apoya la barbilla en su pelo y suspira.

—No puedo —murmura al cabo de unos segundos.

Risa pestañea y frunce el ceño. ¿Qué ha querido decir? ¿Se refiere a besarla? Pero ya lo hizo, ¿qué ha cambiado desde entonces? ¿Es porque cree que le rechazó y teme que vuelva a ocurrir? ¿Se lo impediría si lo intentara de nuevo?

Atsushi se yergue cuando Yuri se revuelve, molesto por el inesperado cambio de postura, y salta al interior de la habitación.

—Deberías dormir.

—Sí... Hasta mañana.

—Buenas noches.

Decepcionada y enfadada consigo misma por sentir desilusión, Risa regresa a la cama.

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