32: Número desconocido
La pálida y rosada luz del amanecer se filtra a través de las cortinas y trepa hasta su cama para acariciarle la piel. Risa se agita, medio dormida, mientras se maldice por haber dejado el estor sin bajar; odia despertarse pocos minutos antes de que suene la alarma de su móvil porque ya no hay manera de volverse a dormir. Siempre que le sucede se hace un ovillo bajo las sábanas y espera, tratando de no pensar en nada; entonces la alarma suena y su cuerpo se vuelve pesado y torpe, como si le faltasen horas de sueño. Luego se levanta mareada y está de un humor impreciso durante todo el día.
Unos dedos, suaves y fríos, se enredan en su pelo y, antes de que la joven tenga tiempo de reaccionar, el colchón se hunde ligeramente a su espalda.
—¿Papá? —pregunta, aun sabiendo que no es él. Suzume mucho menos, así que, ¿quién? Lo más seguro es que se encuentre en ese extraño momento de transición cercano al despertar en el que sueño y vigilia se confunden.
—Ya tienes diecisiete años, eres toda una mujer —dice una voz femenina en español, y el cuerpo de la muchacha se tensa de golpe.
<<No puede ser, es un sueño...>>
Con el corazón galopando indomable, despacio, muy despacio, como si la mujer fuera un pajarillo que se va a asustar ante el más mínimo movimiento, Risa se da la vuelta y los ojos se le llenan de lágrimas. Ahí está, la castaña melena suelta y los preciosos iris color miel mirándola con ternura. Lleva un vaporoso vestido azul claro, el que ella le regaló por su último cumpleaños, el que llevaba cuando...
—Mamá...
Su voz es apenas un susurro sobrecogido. Lucía ladea la cabeza en un gracioso gesto y sonríe.
—Feliz cumpleaños, Elisabeth.
Risa deja escapar un sollozo al oír su verdadero nombre, solo su madre la llamaba así. Un día le preguntó por qué lo hacía si todo el mundo la llama Risa, y Lucía respondió que es el nombre que le puso al nacer, su nombre.
—¿De verdad estás aquí?
—Claro que sí, vida mía, pero no tengo mucho tiempo y hay un par de cosas que quiero decirte. —Lucía toma aire—. La primera es que vivas con el mismo entusiasmo con el que lo hacías antes de que me fuera; ya me has guardado suficiente luto, hija. La segunda... —Su madre aparta la mirada durante un instante y Risa sigue sus ojos con los suyos, no quiere que se aparten de ella nunca más—. Perdona a tu padre, Elisabeth, hay cosas que no sabes.
—¿Qué cosas?
La mujer esboza una sonrisa triste y resignada mientras posa sus iris dorados en el teléfono móvil que descansa en el borde de la mesilla.
—Tengo que irme ya, cariño, la alarma está a punto de sonar.
Risa abre los ojos, sobresaltada, cuando la estridente melodía de cada mañana le perfora los tímpanos. <<¿Qué demonios...? ¿Era un sueño? Pero...>>
La joven silencia el aparato y se incorpora. El corazón le da un vuelco al ver el estor subido; no recuerda si anoche lo bajó..., y tampoco es capaz de encontrarle sentido al sueño: que hay cosas de sus padres que desconoce se lo insinuó Megumi cuando buscó su consejo en Kioto, pero, ¿cómo podía saber que la alarma estaba a punto de sonar? Porque está claro que todo ha sido una proyección de su subconsciente, ¿verdad?
Risa se ducha y se viste como una autómata; de hecho, tiene la cabeza tan embotada, que no se da cuenta de que el desayuno le espera en la mesa del salón hasta que su padre, que está tomando café apoyado en la encimera, se lo señala con la barbilla.
El aturdimiento se disipa de golpe.
—¿Eso es...?
Masaru asiente con una sonrisa.
—Feliz cumpleaños, Risa.
A la joven se le llenan los ojos de lágrimas, es la leche frita que su madre siempre preparaba cada vez que ella, su hermano o Masaru cumplían años. Cuando llegaba el 7 de mayo, ellos le cocinaban el postre a ella y, aunque no sabía igual, Lucía siempre decía que estaba más rica que la suya, receta aprendida de su madre.
Es todo un detalle porque preparar la leche frita lleva su tiempo, lo que significa que Masaru tuvo que esperar a que ella se durmiera y quedarse despierto hasta tarde para que no le pillase cocinando y la sorpresa se arruinara.
<<Perdona a tu padre, Elisabeth, hay cosas que no sabes.>>
Las palabras de Lucía resuenan en su cabeza y, antes de darse cuenta de lo que hace, Risa está abrazando con fuerza a su padre. Masaru se tensa, tan sorprendido por la inesperada muestra de cariño de su hija, que es incapaz de reaccionar y devolverle el abrazo, pero a la joven no le importa, acaba de demostrarle que la quiere y que nunca ha dejado de hacerlo. Efectivamente, hay cosas que no sabe, pero las irá descubriendo cuando se sienta preparada para hablar largo y tendido con su padre.
—Gracias —susurra en su oído, y siente cómo el peso de su corazón se aligera.
♫♪♫
Risa está empezando a pensar que Erika es un koala que la ha confundido con un eucalipto, cuando la joven por fin la suelta y se la queda mirando con una sonrisa radiante. A su alrededor, varios alumnos curiosos se han detenido a contemplar la escena que está teniendo lugar en mitad del jardín del Instituto Q.
—¡Bienvenida a los diecisiete años, Risa!
La joven frunce el ceño y, desconcertada, mira a Nagisa, pero su amiga se limita a poner los ojos en blanco con cara de circunstancias. Sabe que no debería preguntar, pero...
—¿Qué tienen de especial?
Tal y como temía, Erika compone una expresión compungida nada elaborada, lo que solo puede significar que va a soltar una de sus tonterías:
—Nada, pero estás un año más cerca de los veinte, y ya sabes lo que dicen: de los veinte a los treinta se pasa en un suspiro, de repente tienes cuarenta, y un día te despiertas vieja y arrugada en un asilo. ¿No te asusta?
Estupefacta, Risa pestañea y desvía la vista hacia el resto del grupo, que ha optado por imitar la cara de circunstancias de Nagisa. ¿Erika está hablando en serio?
—Lo que me asusta es cómo vas a arreglártelas para afrontar la famosa crisis de los cuarenta si a los diecisiete ya estás obsesionada con la edad.
Erika resopla y pone los brazos en jarras.
—¡No con la edad, boba, sino con no haber disfrutado plenamente de mi juventud! He decidido hacer una lista, ¿sabes? Y lo primero es...
El sonido del teléfono móvil de Risa interrumpe la conversación. La joven frunce el ceño, su hermano y Ame saben que a esas horas está a punto de comenzar las clases, y su amiga Mayu también estará en el instituto, así que... Sus abuelos, ¿tal vez?
Risa vacila cuando saca el aparato del bolsillo y lee <<número desconocido>> en la pantalla. ¿Y si se trata de Naomi, que se las ha arreglado para conseguir su número personal? Desde el día del concierto, hace como un par de semanas, no ha vuelto a meterse con ella y tampoco se la ha cruzado por los pasillos del instituto, pero eso no significa que se haya dado por vencida; puede que estuviese ideando una nueva estrategia de ataque.
—¿Respondo yo? —Risa da un respingo al oír la voz de Erika junto a su oído—. Ya sabes que se me da bien.
En otras circunstancias, el comentario le hubiera robado una sonrisa, pero en ese instante la joven se limita a sacudir la cabeza y a descolgar.
—¿S-sí?
Al otro lado de la línea se encuentra con un instante de silencio. El pulso se le acelera, es Naomi con nuevas amenazas...
—Pareces asustada. —Escuchar su voz era lo último que esperaba—. Siento haber ocultado mi identidad, pero si veías mi número, no me hubieses cogido... No cuelgues, ¿vale?
—¿Qué quieres?
—¡Felicidades! —exclama Mika, jovial, y, al ver que Risa no responde, continúa hablando—: Oye, como supongo que hoy ya lo tendrás ocupado, he reservado la tarde de mañana para que tú y yo la pasemos juntas y podamos hablar... ¿Risa?
—Ah, ¿sí?
—Sí... Ya sé que no te entusiasma la idea, pero creo que deberíamos. Luego te paso la ubicación, ¿vale? A las seis.
Risa cuelga y respira hondo.
—¿Quién era? —inquiere Erika, preocupada.
—¡La que faltaba!
♫♪♫
—¿Vas a acudir?
Risa alza la vista al cielo nocturno y suspira, pensativa; lleva preguntándose lo mismo todo el día, incluso ha intentado hacer una lista mental de pros y contras, pero la primera columna está vacía y en la segunda solo hay una frase escrita con letras mayúsculas.
—No lo sé, ¿debería?
—Bueno, ya sé que desde mi perspectiva es muy fácil opinar, pero creo que sí. —Risa bufa y Eiji sonríe—. ¿Ya empiezas otra vez? Míralo de este modo: es tu oportunidad de decirle a la cara cómo te sientes. Que os veáis mañana no significa que vaya a suceder más veces, Risa.
—¡Si tú supieras todo lo que le he dicho sin que ella lo sepa!
—Me hago una idea... —Eiji vacila, Risa no es su pareja, pero, después de llevarla a conocer el centro de Tokio y el parque Hibiya, siente que podría terminar siéndolo y no quiere echarlo todo a perder hablándole de su ex novia, aunque ya es tarde para volver atrás—. Bueno, salí con una chica en Osaka. Supongo que lo típico, ¿no? Yo creía que era maravillosa cuando, en realidad, era calculadora, mentirosa y adicta a coleccionar trofeos.
Al principio Risa no responde y Eiji teme haber hablado de más, pero entonces la joven vuelve a alzar la vista al cielo, con un nuevo suspiro, y pregunta:
—¿Crees que ser infiel es inherente a la naturaleza humana?
Eiji se detiene de forma brusca, los ojos abiertos de par en par; ese giro en la conversación es lo último que habría esperado. <<¿Hasta dónde llega su cinismo? ¿Y por qué es así?>>
—¡Jamás se me pasó por la cabeza serle infiel a Mizuki, Risa —protesta en tono airado—, y estoy seguro de que tampoco entraba en tus planes cuando salías con Yuuichi!
Ella hace una mueca al escuchar el nombre de su ex novio.
—No, tienes razón. —La joven le dedica una sonrisa de disculpa—. Lo siento, solo pensaba en voz alta.
Eiji suspira y sacude la cabeza, incapaz de comprender cómo funciona la mente de Risa.
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