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3: Breve ensimismamiento


De nuevo se pregunta por qué permite que siga sucediendo. No piensa en ella cuando se acuestan, prefiere mantenerla fuera de su cabeza. Ni siquiera es especialmente guapa, lo único que la distingue del resto de alumnas es su posición privilegiada dentro del instituto y su...

<<¿Cómo hemos llegado a esta situación?>>

Ella se encaprichó, él aceptó y un día todo el instituto pensaba que eran pareja. No le puso freno entonces porque no le importaba, no estaba interesado en nadie y se graduaría ese año; además, ella no tenía reparos y sabía hacerle disfrutar. Cuando se graduasen, cada cual se iría por su lado y asunto resuelto, ¿no?

Hasta que ella mostró su verdadera personalidad y comenzó el acoso.

El metro se detiene en el andén y sus puertas se abren. Mientras espera a que parte de los pasajeros se apee, se fija en una chica que sube en el vagón contiguo. Es la nueva, la que tiene a todo el instituto revolucionado por ser mestiza y por haberse juntado con Erika y con Nagisa, dos jóvenes consideradas excéntricas por gran parte del instituto. Ha escuchado que su nombre es Serizawa Elisabeth, pero que, durante la presentación, mostró una actitud condescendiente al sugerir que la llamasen Risa. Los comentarios en su contra no tardaron en hacerse oír: que si es una maleducada, que si se cree mejor que el resto porque no tiene problemas con el fonema de la <<ele>>, que si es una desconsiderada, que si haría bien en marcharse al extranjero, que si debería ponerse lentillas y teñirse el pelo...

Las puertas se cierran y el metro reanuda su traqueteo sobre las vías. Desde su posición, junto a la puerta, alcanza a ver a Risa, agarrada a la barandilla y semiaplastada por una mujer que, a su vez, también está encajonada entre el gentío. La joven intenta amenizar el viaje escuchando música, pero su expresión ausente y triste la delata. Seguro que aquello que la perturba no está relacionado con el instituto, puesto que si le importase lo que la gente pensara de ella, habría intentado hacerse amiga de alguien popular para ganar en respeto y estar protegida. Alguien como su odiada presidenta. Es la costumbre.

Una juguetona sonrisa baila en sus labios mientras se pregunta cuánto tardará en coquetear con él. No es un narcisista, solo está acostumbrado a que todas lo hagan. Al principio le molestaba y le generaba cierta ansiedad, pero, con el tiempo, aprendió que la indiferencia las excita aún más y pudo empezar a respirar tranquilo mientras ellas continuaban perdiéndose en sus ensoñaciones. La mente femenina es un verdadero misterio para él.

El metro se detiene en Shintomi y el muchacho se apea después de que lo haga Risa y camina tras ella a una prudente distancia; por algún motivo que no acierta a comprender, no quiere que la joven detecte su presencia y malinterprete la situación. Algo le dice que es distinta del resto, y no le gustaría causarle problemas en su segundo día de instituto...

<<¡¿Pero qué estás diciendo?! ¡Tú eres el dueño de tus actos, de tu vida! Ya va siendo hora de que deseches tu tóxica relación con Naomi>>, se grita mentalmente, y la repentina expresión agresiva que domina su rostro asusta a una chica que camina a su lado. La pobre abre mucho los ojos y acelera el paso mientras él se contiene para no reír y llamar más la atención.

Encuentra la sala del Consejo de Estudiantes vacía. Frustrado e impaciente, se sienta en el sofá y repasa mentalmente su discurso mientras espera, pero Naomi no le deja mucho tiempo para cambios y matices.

—No pensaba venir hasta que hubiesen terminado las clases —anuncia con voz cantarina y una sonrisa que tiene más de lasciva que de pícara—, pero un pajarito me ha dicho que te ha visto entrar y ...

Naomi se sienta a horcajadas sobre el joven y comienza a desabrocharse la blusa. Él aprieta los labios y ladea la cabeza, disgustado por ser tan débil. <<¡Eh, que has venido a dejar las cosas claras!>>, se reprende, pero... pero... pero cuando Naomi se inclina y le besa, su instinto más primario se antepone a la lógica, a su parte racional, adueñándose de su cuerpo y permitiendo que ella se salga con la suya.

Otra vez.

Divertida, la joven le mordisquea la oreja y el cuello, y cuando nota materializarse su deseo, empieza a abrocharse la blusa y le dedica una falsa sonrisa dulce.

—Ahora no es el momento —ronronea, pasando la yema de su dedo índice por la boca entreabierta del muchacho—. En fin, ¿querías algo? Porque yo sí —añade, sin darle tiempo a responder.

Él se contiene para no quitársela de encima de un empujón. Después de lo que acaba de hacer, ganas no le faltan.

—Ah, ¿sí? —finge interesarse.

Naomi esboza una sonrisa coqueta y asiente con aire inocente.

—Quiero que me traigas a esa Serizawa cuando finalicen las clases.

—¿Por qué? Acaba de llegar.

La presidenta frunce el ceño y se levanta para colocarse a la espalda del chico. Sus manos le empujan la cabeza hacia atrás, quedando su rostro a pocos centímetros del suyo. Los ojos de la joven relampaguean con la furia de los celos.

—¿Por qué la proteges?

—¿Eso hago? —replica él, arqueando las cejas con calculada burla.

—¡Eiji, no juegues conmigo!

<<¡Mira quién fue a hablar!>>

—Serizawa acaba de llegar, aún no ha tenido tiempo de hacer nada para irritarte, ¿por qué quieres verla?

—Es un nuevo cordero en mi rebaño, tengo que comprobar de qué pie cojea —explica Naomi como si fuese obvio—. ¿Me la traerás?

Eiji se pone en pie para hacerse el nudo de la corbata. Después salva la corta distancia que le separa de la puerta.

—Búscala tú misma—responde, cerrando con un portazo.

—¡¡Eiji!!

La ignora, una de las cosas que más odia es que le manipulen; soporta la personalidad caprichosa, infantil y narcisista de Naomi por la clase de sexo que, hasta ahora, solo ella le ha ofrecido, pero no es su perrito faldero. La diferencia es sutil, no obstante, está ahí.

Al igual que todos los días, cientos de ojos le vigilan mientras recorre los pasillos, camino de su aula; sin embargo, de todas las chicas con las que se cruza, tan solo hay una que despierta su interés por el mero hecho de tener toda la atención centrada en su móvil mientras finge no darse cuenta de lo que sucede a su alrededor. O, tal vez, a juzgar por su expresión consternada, Serizawa Risa solo esté pendiente del aparato que tiembla entre sus delicadas manos.

De repente, el teléfono móvil empieza a sonar y la muchacha se apresura a cortar la llamada. Es en ese instante cuando alza la mirada y sus ojos color miel apresan los del joven. Eiji tiene que admitir que son preciosos, razón de que se quede mirándola más tiempo del que se considera socialmente educado. Ella se ruboriza y deja caer la vista al suelo con timidez, sin convertir el gesto en un coqueteo, lo que alienta a las comisuras del muchacho a curvarse hacia arriba.

La atmósfera no tarda en volverse hostil, cargándose de envidia y odio. El joven maldice en silencio y reanuda la marcha.

<<Lo siento, Serizawa, todo hombre tiene debilidad por las cosas que considera bellas, y me temo que mi breve ensimismamiento con el color de tus iris acaba de meterte en problemas>>.


♫♪♫


Su corazón aún no ha retornado a la frecuencia cardíaca habitual. La atmósfera se ha vuelto tan densa que podría rivalizar con el aire cargado de humedad de una sauna. De pronto, Risa tiene la sensación de estar encerrada en una estrecha caja de plástico; además, durante un segundo, cuando el chico que vio en el metro se la ha quedado mirado le ha parecido... <<No, sabes que es imposible>>.

Lo es, y aun así...

Su móvil vibra brevemente, consiguiendo que la joven dé un respingo. Es un mensaje de texto. Por segunda vez.


Deja de comportarte como una cría estúpida y llámame.

Yuu.


Las miradas de desagrado de las chicas le laceran la piel como si de cuchillas se tratasen. Tiene que escapar, huir a un lugar vacío de gente que la haga sentir incómoda. Sabe que las clases comenzarán en cinco minutos, pero necesita calmarse, quitarse esa mala impresión de la cabeza...

<<Seguro que solo ha sido tu imaginación>>, intenta convencerse, camino del baño.

—¿Estás bien? —pregunta Nagisa una vez se encuentran las tres a solas.

—Creo que le has gustado, Risa.

—No te precipites, Eri —la reprende Nagisa, lanzándole una mirada severa—. Lo único que ha hecho ha sido mirarla.

Erika responde con un suave resoplido y mira a su amiga como si no fuera capaz de darse cuenta de lo evidente. Dado que Nagisa no reacciona, Risa deduce que debe de estar más que acostumbrada.

—Lo importante es el cómo y que ha sonreído...

—Que estoy aquí. —Irritada, Risa deja el móvil sobre el lavabo y abre el grifo para refrescarse la cara—. Ese era Sonohara, ¿verdad? ¿No se supone que me tengo que mantener alejada?

—Si no quieres tener problemas con la presidenta, sí —asiente Erika—, pero si yo le gustase, me arriesgaría.

—Yo más bien lo calificaría como curiosidad —replica Risa, cerrando el grifo y secándose las manos con una toalla de papel que, posteriormente, tira a la papelera—. Me pasa a menudo, ¿sabéis? Vosotras mismas sois un ejemplo.

—Estoy con Risa.

La joven alza una ceja cuando Erika sacude la cabeza, enfurruñada. <<Se contradice ella solita>>.

El móvil suena por segunda vez. Sabe de quién se trata sin necesidad de mirar la pantalla; Yuuichi puede llegar a ser realmente cargante cuando se lo propone.

—¿Quién es Yuuichi? —inquiere Erika, al tiempo que coge el teléfono y se aleja unos pasos, sonriendo como una niña pequeña a punto de cometer una travesura delante de sus padres.

—¡No descuelgues! —le advierte Risa... demasiado tarde.

—Tiene una voz muy sexy —comenta la joven, tendiéndole el móvil—. Quiere hablar contigo. ¿Por qué no nos has contado que tienes novio?

Haciendo un sobrehumano esfuerzo por no soltarle un bofetón a Erika, Risa coge el aparato y se lo acerca a la oreja.

—¿Qué quieres? —le espeta a su interlocutor.

Al otro lado de la línea le responde una risita socarrona.

—¿Que qué quiero?—pregunta Yuu con condescendencia—. ¡Llevas semanas en Tokio y aún no has venido a visitarme! Quiero verte, Risa, te echo de menos.

—Yo a ti no —responde, cortante, y cuelga.

No se percata de que está llorando hasta que una lágrima le moja la mano.

—¡Lo siento! —se apresura a disculparse Erika—. A veces soy demasiado impulsiva, pero no lo hago con mala intención. Es solo que...

—No puedes ir contestando las llamadas de otros así porque sí, ¿qué clase de educación te han dado? ¡Que seas una niña rica no significa que puedas hacer lo que te dé la gana!

Erika baja la vista al suelo.

—Tú también lo eres —murmura, herida, cuando Risa está apunto de abrir la puerta.

—Mi padre sí, yo no. —La joven suspira—. Mira, voy a olvidar lo que acaba de suceder, ¿vale?

Risa apenas puede prestar atención a las explicaciones de los profesores porque su mente regresa una y otra vez a la reciente conversación con Yuu, si es que se la puede calificar como tal. Se estaría mintiendo a sí misma si negase que no sabía que terminaría por suceder tarde o temprano; Yuuichi es la segunda razón de que no quisiera mudarse a Tokio.

Durante la hora del almuerzo, mientras comen en la cafetería, Erika se disculpa de nuevo. Parece realmente arrepentida.

—Ya te he dicho que está olvidado.

—¿Seguro?

—Seguro.

Erika cambia la expresión de arrepentimiento por una radiante sonrisa. Risa pestañea, perpleja. ¡Qué chica tan extraña!

—¡Qué raro que aún no se haya presentado! —comenta Nagisa, que no deja de mirar hacia la puerta.

—¿Quién? —inquiere Risa, siguiendo la dirección de su mirada.

—A lo mejor no se ha enterado —sugiere Erika, aunque, por su tono, no parece muy convencida de sus propias palabras.

—Lo dudo —replica Nagisa y se vuelve hacia Risa—. Saito Naomi, la presidenta del Consejo de Estudiantes. Sabes que estás en problemas, ¿verdad?

—¿Eh? —La joven da un respingo—. ¿Por qué? ¡Si ni siquiera sé de quién me estáis hablando!

—Pero su adorado Eiji te ha mirado más de la cuenta delante de un montón de chicas y, al menos, una de ellas habrá corrido a contárselo —explica Eri en un curioso tono que parece mezclar resignación y condescendencia—. Si a Naomi le agradas o te considera útil, gozarás de ciertos privilegios, pero si la enfadas, olvídate de disfrutar de una estancia agradable entre estas cuatro paredes.

—¿Y a los profesores les da igual?

—Aquí los profesores no suelen meterse donde no les llaman, y mucho menos tratándose de la hija de un ministro —confiesa Nagisa, encogiéndose de hombros.

Risa suspira, forzándose a aceptar que ese nuevo dato lo explica todo: la presidenta es una pija caprichosa acostumbrada a tener todo lo que desee y a que aquellos que la rodean bailen a su son. ¡Maravilloso!

El repentino silencio anuncia la entrada en escena de la princesita. Risa obliga a su cuerpo a no girarse, a mantenerse aparentemente relajado mientras escucha el eco de los pasos de la presidenta aproximándose. Cuando, por el rabillo del ojo, ve que se detiene a su lado, alza la mirada y la observa con fingida curiosidad, como si no se tratase más que de una chica cualquiera que se ha acercado a preguntar algo. Su actitud displicente irrita a Naomi, ya que las aletas de su nariz se dilatan y sus labios se fruncen.

Risa se traga el desasosiego que la invade al comprobar que se trata de una belleza. Seguro que sabe aprovechar su condición de mujer mejor incluso que Suzume. Casi siente pena por Eiji, pero recalquemos el <<casi>>.

—He oído que andas detrás de Eiji —suelta Naomi, sin rodeos. Su postura, con todo el peso sobre una pierna y los brazos cruzados ante el pecho, pretende intimidarla, pero Risa es una chica con carácter, lo cual debe agradecer a su madre, que jamás se callaba si había algo que no le gustaba. Semejante actitud originó muchas discusiones con su padre, pero esa no es la historia que nos incumbe ahora.

—Pues has oído mal —replica con pretendida calma y una casi insinuada pizca de indiferencia. A su alrededor se escucha un coro murmullos ahogados, pero la joven hace oídos sordos.

—Risa, no la desafíes —susurra Erika lo bastante alto como para que Naomi la oiga y alce ligeramente una de las comisuras.

—Oh, ¿de verdad? Me alegro, porque Eiji es mi novio y no lo comparto con nadie, ¿te ha quedado claro? —La presidenta se encoge de hombros, haciendo gala de una mezcla de indulgencia y desdén que amenaza con provocar en Risa una sacudida de ira—. Por esta vez lo voy a dejar pasar porque eres medio extranjera —risitas de fondo—, pero ándate con ojo a partir de ahora.

Tras lanzarle una última mirada de desprecio, la chica abandona la cafetería.

Risa aprieta los puños y suelta el aire despacio; la sangre le hierve en las venas y la rabia le embota los sentidos. <<¡Maldito seas, Sonohara! ¿Por qué tengo que comerme el marrón que has ocasionado?>>

—Has firmado tu sentencia de muerte —comenta Erika, mirándola de reojo.

—¿Cómo de estúpido es ese tío si puede enamorarse de semejante despojo humano?

Las palabras escapan de sus labios con rabia y voluntad propia.

No le pasa desapercibida la mirada cómplice que Nagisa y Erika intercambian.


♫♪♫


Como si su día no hubiera sido lo bastante horrible, al regresar a casa Risa se encuentra con una desagradable sorpresa: Yuu está sentado en el sofá de su salón y la contempla con una sonrisa burlona.

—No puede ser... —murmura la joven con el rostro desencajado—. ¿Qué haces aquí?

—¿No te he dicho esta mañana que te echaba de menos?

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