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28: Los motivos


La muchacha se retuerce bajo su cuerpo y deja escapar un quejido de dolor, pero él la ignora y la obliga a ponerse de espaldas. Tiene unas curvas muy sensuales y una deliciosa manera de moverse; por eso no estar disfrutando le enfurece hasta el punto de apartarse de la chica de mala gana y sentarse en una esquina de la cama, con los hombros hundidos. Ella se arrodilla a su lado e intenta leer su expresión, pero el chico ha dejado caer la cabeza hacia adelante y su espesa mata de cabello azabache le oculta los rasgos. Ser una de sus favoritas le ha enseñado que es mejor guardar silencio y esperar a que él reaccione, pero no se puede contener; verle así le provoca unas ganas casi irrefrenables de abrazarle y consolarle.

—Tanabe, ¿qué te pasa?

Tal y como imaginaba, el joven demuestra su irritación con una inspiración brusca y le aparta la mano con la que ella pretendía retirarle el pelo de la cara.

—Vete —murmura con voz queda.

Es la gota que colma el vaso.

—¿Después de cómo me acabas de tratar me echas? —grita la joven, sintiendo un molesto picor en los ojos—. ¡He sido una imbécil por pensar que no eras como las demás te pintan! ¿Sabes lo que dicen de ti? —Se levanta y empieza a vestirse—. Que tratas a las chicas como juguetes que puedes desechar cuando te cansas de ellos. ¿Eso es lo que soy para ti? ¡Pues tengo sentimientos, ¿sabes?! —Se limpia las lágrimas con furia, esparciéndose la máscara de pestañas por las mejillas—. Y he sido lo bastante estúpida como para enamorarme de ti.

La joven se queda quieta unos instantes, esperando que sus últimas palabras le hagan reaccionar, pero él continúa con la cabeza gacha y en silencio, así que deja escapar un sollozo y atraviesa el dormitorio de dos zancadas. Se detiene al llegar al umbral y mira por encima del hombro.

—Si no cambias de actitud, nadie te va a querer, Tanabe... Y lo peor de todo es que te lo merecerás.

Cuando se queda a solas en su habitación, Atsushi deja escapar un profundo suspiro que finaliza en llanto.


♫♪♫


Mientras Masaru lleva a Yuuichi de vuelta al apartamento que la discográfica paga al grupo en Nishiazabu, Risa recoge las latas de refresco y los cuencos vacíos de su habitación, se da una rápida ducha fría y empieza a preparar la cena.

—¿Vais a volver? —cotillea Suzume desde el sofá, su lugar favorito de toda la casa, a juzgar por el hecho de que se tira horas ahí.

<<Es que pasarse el día posando delante de una cámara tiene que ser agotador...>>, piensa Risa, molesta, mientras dispone a lo largo de la encimera los ingredientes que va a necesitar para cocinar sukiyaki al estilo de Kansai.

—No.

—¿Estás segura? Es guapo y un buen partido, ¿qué más necesitas?

La joven resopla y se vuelve hacia su madrastra, que acaba de pintarse las uñas de la mano izquierda de un rosa fucsia y está evaluando su trabajo con aire satisfecho. ¿Cómo puede ser tan frívola y estar orgullosa de sí misma?

—¿Eso es lo único que importa? ¿La belleza y dinero? —protesta—. Cuando alguien te gusta por su riqueza se llama interés, y es algo de lo que avergonzarse.

Suzume lanza un suspiro teatral y mira a la joven sin molestarse por disimular la condescendencia. A Risa le dan ganas de lanzarle el cuchillo con el que estaba fileteando la carne.

—Yo también era una ilusa a tu edad, ¿sabes? Pero la vida te hace sabia.

La muchacha esboza una sonrisa fría.

—¿De verdad? Pues a ti debió de pasarte por alto.

Para sorpresa de Risa, que esperaba que la mujer pusiera el grito en el cielo, Suzume se encoge de hombros y empieza a pintarse las uñas de la otra mano. La joven tiene que reconocer que su pulso es envidiable.

—Algún día despertarás y te darás cuenta de que el amor y la confianza que ahora buscas son solo una ilusión.

Lo ha dicho con tanta seriedad que, por un momento, Risa piensa que, muy en el fondo de su ser, titila una pequeña chispa de inteligencia, pero es como uno de esos efectos ópticos, un espejismo.

—A lo mejor es que el amor solo se ofrece a aquellos que lo merecen.

Suzume se queda rígida y una gota de esmalte le cae en el dedo. Satisfecha, Risa devuelve su atención a la cena a medio preparar.


♫♪♫


El apartamento está silencioso, pero Yuuichi no puede dormir. Procedente de la calle, le llega un silencio que suele agradecer; sin embargo, esa noche se le antoja inquietante. Las sábanas parecen querer asfixiarlo, así que se destapa, pero no sirve de nada. Entonces recuerda que cuando era pequeño y el sueño no llegaba, su madre le obligaba a tomarse un vaso de leche caliente con miel; tal vez aún funcione.

Mientras lo prepara, rememora su día, concretamente, lo ocurrido en el apartamento de Risa; iba con la idea de renunciar a recuperarla, a aceptar el consejo de Masaru... hasta que ella le ha besado y él ha leído la verdad en sus labios. Luego Risa ha confesado que le quiere pero que no puede darle una segunda oportunidad, y Yuuichi ha estallado, consciente de los verdaderos motivos de la joven y herido por ellos.

Sobresaltado, el joven se da la vuelta cuando escucha pasos atravesando el salón. Es Mamoru.

—Lo siento, ¿te he despertado?

El chico niega con la cabeza y toma asiento a la mesa de la cocina. Yuu permanece de pie, apoyado contra la encimera. Manteniendo cierta distancia, es más fácil contarle a su amigo lo que no ha querido hablar con Masaru durante el viaje de regreso en coche. Su amigo le escucha sin interrumpirle y, cuando finaliza su relato, Yuuichi siente como si se hubiera quitado un enorme peso de encima.

Durante unos segundos solo se oye el nervioso tintineo de la cucharilla y el molesto chisporroteo del fluorescente. Entonces Mamoru inspira hondo y Yuuichi traga saliva, a la espera de su veredicto; es su amigo desde la guardería y el único al que de verdad escucha, aunque muchas veces finja lo contrario.

—Las personas más fuertes también son las más vulnerables, y siempre sufren en silencio.

El muchacho resopla, sin poder creerse que Mamoru se posicione en su contra. ¿Es que acaso no le ha quedado clara la parte en la que Risa ha confesado sus sentimientos?

—Yo también sufro, ¿sabes?, pero Risa ha conseguido que su dolor sea el único que importa. ¡Si hasta Hideki le dijo que ya era hora de dejar el rencor atrás! Pero ella es egoísta, retorcida, mentirosa y cobarde. No, no pongas esa cara, Mamoru, sabes que tenía razón cuando le he echado en cara lo de su padre. —Al darse cuenta de que está apretando el vaso con demasiada fuerza, Yuuichi lo deja en la encimera—. Que también tiene gran parte de la culpa, porque, ¿a quién se le ocurre irse a vivir con su amante sin haber guardado luto por su esposa fallecida? ¡Y encima se lleva a Risa!

El joven se tapa la cara con las manos y se deja caer en la silla más cercana. Mamoru no dice nada, sabe que Yuuichi no va a atender a razones hasta que se calme. A las personas temperamentales hay que pincharlas hasta que lo sacan todo, pero él no posee la entereza necesaria para mantenerse firme frente a la avalancha. No le gustan los conflictos, sus padres ya se gritaron bastante por su culpa, y él siempre huía a su habitación o daba largos paseos sin rumbo; otras veces, si veía que la situación le superaba, se refugiaba en Yuuichi o en Risa, pero cuando se convirtieron oficialmente en pareja comprendió que debía dejarles su espacio y se centró en tocar el bajo.

—Sé que aún siente algo —musita Yuu, dejando caer las manos. Luego mira fijamente a Mamoru, como esperando que le dé la razón, pero el muchacho responde con un paciente suspiro.

—Lo que Mamoru intentaba decirte es que, aunque aparente normalidad, Risa está emocionalmente inestable y siente una enorme falta de cariño masculino. —Ambos jóvenes dan un respingo y se vuelven hacia la puerta, desde donde Takeru les observa reclinado contra la jamba; tiene el sueño ligero y Yuuichi ha hablado demasiado alto—. Necesita perder el miedo y sincerarse con su padre para salir del bucle en el que lleva meses dando vueltas.

Yuu recupera su vaso de leche y da un largo trago.

—Cuando supe que estaba en Tokio, me entusiasmé ante la idea de volver a verla, de arreglar las cosas, de tener una nueva oportunidad para hacerlo bien... Pero no ha salido como esperaba, y ahora me pregunto si no hubiera sido mejor que Risa se quedase en Kioto.

—Tal vez —concede Takeru con un suspiro—, pero Masaru es mucho más humano de lo que crees.

Yuuichi frunce el ceño y mira a Mamoru, que también parece confuso.

—¿Qué quieres decir? ¿Arrastrar a su hija a vivir con su amante te parece humano?

—Muchas veces no son las acciones las que nos hacen humanos, sino los motivos. —Takeru da media vuelta y se pierde en la oscuridad del salón—. Renuncia a Risa, Yuu.

Sukiyaki: carne (o tofu en la versión vegetariana) cocida/hervida con verduras, setas y otros ingredientes, y acompañada con salsa de soja, azúcar y mirin (vino similar al sake y que sabe dulce). Se sirve en un cuenco con un huevo crudo batido.

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