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23: Toallas frías en los tobillos


Ahí está, creía que no la encontraría. Ahora la tiene a escasos metros y no sabe qué decir; ni siquiera sabe por qué de repente ha echado a correr como alma que lleva el diablo, arrepentido y asustado por haberla dejado sola de noche y en un lugar que aún no conoce bien. Sintiéndose como un crío inmaduro por haber reaccionado de esa manera.

Ella todavía no le ha visto, tiene los ojos cerrados y el rostro ofrecido a la lluvia. ¿Qué demonios hace? ¿Es que quiere pillar una pulmonía y terminar en una cama de hospital? Y, sin embargo, la imagen le resulta tierna, le provoca unas ganas casi irrefrenables de abrazarla y proporcionarle su calor corporal. Ahora está seguro, ya no necesita que Risa le confirme lo que ya sabe para comprobar si lo que ha sentido en el restaurante era real. La pregunta que toca formularse es cuándo empezó a gustarle, ya que está claro que su arrebato emocional ha sido fruto de los celos. ¿Fue la primera vez que la vio en el metro? ¿Fue cuando se fijó en el color de sus ojos? ¿Cuando discutieron en la azotea? ¿O se ha dado cuenta en el mismo instante en que Atsushi ha movido ficha?

Su corazón deja de latir cuando la joven se pone en pie y repara en su presencia. Empapado y con el cabello pegado al rostro no muestra el aspecto que le gustaría, siempre ha pensado que no le favorece en absoluto; sin embargo, a ella le sienta de maravilla. <<¡Deja de pensar chorradas, Eiji, ya es tarde!>>

Risa no frunce los labios con desprecio o frustración, como él esperaba, sino que primero se sorprende de encontrarle allí y después sonríe como si se sintiera agradecida y aliviada al mismo tiempo. Tal vez sea así. Espera que sea así.

Vacilante, da un paso hacia la muchacha y se detiene al ver que ella se apresura a salvar la corta distancia que los separa. Las gotas de lluvia resbalan por las puntas de su pelo y la camisa, empapada, se le pega al cuerpo como una segunda piel, resaltando la sugerente forma de sus pechos y la delicada curva de su cintura.

—¿Qué se supone que hacías ahí, mojándote? —pregunta en tono desenfadado, más para distraerse de su nerviosismo que porque realmente necesite una explicación.

—Tú también estás mojado.

—Sí... —Eiji retrocede un par de pasos y señala la salida del parque con un gesto de la cabeza—. Vámonos, no quiero pescar un resfriado.

Risa asiente, no obstante, el chico ya ha echado a andar y no puede verla. No le ha pedido perdón por volver a meterse donde no le llamaban, pero ha regresado a buscarla.

El trayecto hasta la estación transcurre en silencio, él caminando un par de pasos por delante porque tiene la zancada más larga y le importa mojarse, cosa que a ella siempre le ha dado igual. Cuando era pequeña solía saltar en los charcos, ganándose una reprimenda tras otra por parte de su madre y de su abuela.

—Es la segunda vez que te oigo cantar —comenta Eiji mientras bajan las escaleras que conducen al andén. Risa aminora la velocidad hasta casi detenerse, pero como el joven no se da cuenta, se ve obligada a trotar para alcanzarle.

—No puede ser.

—¿No? —El muchacho esboza una sonrisa burlona—. ¿Acaso no somos vecinos? No puedes vivir mucho más arriba.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —insiste ella, ladeando la cabeza—. Podría tratarse de una chica con la voz similar a la mía.

—Es inconfundible, Risa —asegura Eiji, consiguiendo que la muchacha se sonroje.

El metro tarda unos minutos en entrar en el andén, unos minutos en los que Eiji se decide a reconducir la conversación hacia el tema que le interesa. Atsushi siempre le echa en cara que piensa las cosas demasiado, que tiene que ser más impulsivo, que imaginar las posibles conversaciones no tiene sentido porque nunca suceden como uno las visualiza en su cabeza.

—Siento lo de antes.

Nada más pronunciar las palabras, se arrepiente, ya que el rostro de Risa pierde la sonrisa y se convierte en una máscara de frialdad. A su alrededor, la gente busca asientos libres y los menos afortunados se quedan de pie.

—Ha sido un mal día y estoy demasiado susceptible, aunque tenías razón en lo que me has dicho. A veces... —La joven sacude la cabeza y desvía la mirada hacia la ventana—. Da igual.

Eiji chasquea la lengua con más brusquedad de la pretendida. Al principio, tomó su carácter introvertido por timidez, lo que, a sus ojos, la convertía en una chica dulce, pero ahora ve con claridad que se trata de simple y pura desconfianza, y eso le irrita.

—No da igual, Risa, los amigos no están solo para salir al karaoke —protesta, tratando de encontrar su mirada—. Ya sé que nos conoces desde hace poco, pero hay veces en las que no hace falta que pasen meses para que un grupo de personas conecte.

El muchacho tiene razón, pero si fue incapaz de hablar con el psicólogo en su día, si se ha pasado meses compartiendo sus emociones y pensamientos con la soledad o con el eterno silencio de un diario... Se suponía que escribir lo que siente la ayudaría a verlo desde otro prisma, a desahogarse, pero con ella no ha funcionado.

—¿Risa?

La joven traga saliva y suspira, sintiéndose entre la espada y la pared.

—A veces me veo reflejada en el espejo y me pregunto quién es la desconocida que me devuelve la mirada —confiesa, tan bajito que Eiji tiene que inclinarse en su dirección para poder oírla—. Es una persona de ojos tristes y vacíos, de carácter débil, que se parece a mí, y eso me enferma, ¿comprendes? Porque yo no era así, pero...

Asustada, abre mucho los ojos y niega con fuerza. Eiji respeta su decisión de no continuar; teniendo en cuenta que estaba convencido de que se cerraría en banda, ha sido un gran avance. Ahora le toca a él darle algo a cambio.

—Yo a veces tampoco sé quién soy. Me gustaba mi vida en Osaka, antes de que mis padres se divorciasen. Papá es piloto de avión y pasaba mucho tiempo fuera de casa. Mi madre estudió periodismo y ejerció hasta unos años después de mi nacimiento. Un día decidió que quería pasar más tiempo conmigo y como el sueldo de mi padre era suficiente para mantenernos... Pero entonces empezó a acusar las ausencias de papá y a echárselo en cara. —El joven se encoge de hombros con una mezcla de impotencia y rabia—. Se divorciaron cuando tenía catorce años, y ahora vive con un imbécil que no viaja tanto, pero que no la valora como merece.

Risa frunce los labios, disgustada, lo que ella ha dicho sobre sí misma es una miseria comparado con lo que Eiji le acaba de contar. Él, malinterpretando su reacción, se apresura a disculparse:

—Perdona, no era el mejor momento para contarte mis problemas.

—No es eso, es que... Ya sé que debo abrirme más, pero es complicado. A lo mejor te suena a estupidez, pero tengo la sensación de que si no hablo de mis problemas, si no pienso en ellos, no son reales.

Eiji sonríe y se echa hacia atrás, apoyando la cabeza en la ventana, que muestra la oscuridad del túnel por el que el metro circula.

—¿Por qué crees que a la gente le encanta escuchar los problemas de los demás y aconsejarles?

Risa también sonríe, aliviada porque el chico no se haya reído de ella ni la considere infantil, y, acto seguido, estornuda.


♫♪♫


Se quita su mano del pecho, conteniendo un bufido de asco, y se levanta. Ella le dice algo con voz adormilada, pero él finge no escucharla y sale al pasillo. Ha vuelto a tener la pesadilla de la mujer del vestido azul y necesita un café bien cargado. Le extraña no toparse con Risa en la cocina, su despertador ha sonado hace un rato y la muchacha odia llegar tarde o ir con prisas; siempre dice que luego se pasa el día con dolor de estómago. Entonces suspira al recordar que anoche llegó empapada.

Encuentra su dormitorio a oscuras, pero, gracias al haz de luz que se cuela desde el pasillo, distingue un bulto en la cama. Un bulto que tiembla.

—¿Risa? —Dado que ella guarda silencio, Masaru se aproxima y le toca el cuello—. Lo que me temía —suspira, resignado.

—Como cuando era pequeña, ¿te acuerdas?

Al no obtener respuesta y ver cómo su padre se aparta de su lado, Risa siente un agudo pinchazo en el pecho, uno que no debería serle tan familiar. Demasiadas veces se ha encontrado a sí misma pensando que para vivir una vida como la suya, es mejor no vivirla. Después siempre se regaña y alza la barbilla todo lo que puede.

—Voy a traerte algo y a llamar al instituto. —Masaru se detiene en el umbral—. Y al trabajo, no puedo dejarte sola estando así.

—No es más que fiebre, sé valerme por mí misma.

Su voz refleja una brusquedad que no pretendía; en realidad, tampoco quería decir lo que ha dicho, solo pensarlo, pero ya es tarde.

Masaru cierra los ojos con fuerza y vuelve a abrirlos lentamente; sabe que se lo merece, pero eso no hace que duela menos. La convivencia con Risa podría ser mucho más llevadera, podría darle lo que ella quiere, pero eso significaría...

—¿Qué haces ahí parado? —La voz de Suzume es como un cubo de agua helada.

—Risa está enferma.

—¡Lo que me faltaba! —murmura la modelo antes de pasar de largo en dirección a la cocina.

Masaru va a replicar, pero se sobresalta al sentir la presencia de su hija tras él.

—Voy a darme un baño —explica la joven cuando el hombre se vuelve a mirarla.

—No. Regresa a la cama, voy a prepararte un té de salvia y a por unas compresas.

Refunfuñando cosas que Masaru prefiere no entender, Risa obedece y, mientras escucha a su padre hablar por teléfono, avisa a Eiji de que no podrá asistir a clase y le pide que hable con Nagisa y con Erika para encontrar al nuevo miembro del Consejo de Estudiantes. Segundos después, su móvil vibra con un mensaje entrante:


¿Feliz 1 de octubre? :P

Descansa.

Eiji.


Risa sonríe y deposita el aparato en la mesilla antes de tumbarse de costado y cerrar los ojos. Le duele la cabeza y se siente flotar, aunque lo peor son los escalofríos y la brusca alternancia entre frío y calor. Masaru no tarda mucho en volver y, tras encender la luz de la mesilla, le coloca una compresa húmeda y fría en la frente.

—Toallas frías en los tobillos —dice.

Risa parpadea y frunce el ceño.

—¿Qué?

—Cuando eras pequeña y tenías fiebre, la abuela te ponía toallas húmedas alrededor de los tobillos. —Masaru sonríe, la vista clavada en ningún sitio—. El té está casi listo.

Risa traga saliva y se incorpora despacio. Lo recuerda, pero lo que ha conseguido que las comisuras de sus labios se curven hacia arriba es que su padre también se acuerda y lo ha compartido con ella. Puede que hablar con él como Megumi le aconsejó no sea tan terrible, solo necesita reunir el suficiente valor, pero primero tiene que recuperarse.

—Odiaba quedarme en la cama porque era aburrido.

— Nadie lo hubiera dicho porque charco que veías... —Risa suelta una alegre carcajada de la que se arrepiente al instante, ya que le retumba en las sienes, empeorando el dolor de cabeza—. ¿Seguro que estarás bien tú sola?

—Descuida.


♫♪♫


Cierra la puerta de la taquilla con un violento portazo y, acto seguido, apoya la frente contra el frío metal y respira hondo. La práctica ha sido un desastre y se siente profundamente humillado porque es la primera vez que fracasa. Encima el imbécil de Atsushi se ha lucido mientras que él se ha llevado una buena reprimenda por parte del sensei.

—Eiji, no puedes seguir así —dice una voz familiar a su espalda.

—¿Así, cómo? —pregunta, sin girarse.

—Eres como una olla a presión con la válvula de escape rota.

—¿Es una de las frases de tu padre, Shin?

—Yo no soy tu enemigo —responde el joven con calma.

Eiji se da la vuelta y se apoya con desgana en las taquillas; admira, y a la vez le irrita, la actitud siempre relajada y positiva de su amigo, como si solo fuera capaz de ver la parte buena del mundo, aunque sabe de sobra que Shinobu se mueve en un perfecto equilibrio entre ambas.

—¿Y quién es? ¿Atsushi? Por cierto —Eiji mira a su alrededor—, ¿dónde está?

—Tenía que pasar por el supermercado. —Shin señala la salida con un gesto de la cabeza—. Y no es tu competidor, Eiji.

El joven resopla y alza la vista al cielo, casi deseando que de las anaranjadas nubes llueva la solución a todos sus problemas.

—Ya, supongo que ya no —murmura para sí.

Shinobu le lanza una rápida mirada de reojo y decide guardar silencio. Su padre le enseñó desde pequeño que no debía luchar las batallas de los demás. Al principio, no lo entendía, creía que lo correcto era ayudar siempre a los amigos, hasta que, cuando tuvo edad suficiente, se dio cuenta de que la gente solo ve lo que le conviene, solo oye lo que quiere oír; si uno intenta quitarles la venda de los ojos, es muy probable que termine herido.

<<Tiene que darse cuenta por sí mismo, tiene que aprender que los silencios dicen mucho más que las palabras. Además, si le dijera que el comentario de Atsushi sobre la idol  fue intencionado, estaría dando pie a una rivalidad sin sentido, ya que es Risa quien debe decidir>>.

Sensei: es un título honorífico que se emplea con profesores, médicos, políticos y otras figuras de autoridad. También sirve para expresar respeto por una persona que ha alcanzado cierto nivel de maestría en una determinada habilidad, de modo que puede  usarse con novelistas, poetas y maestros de artes marciales.

Idol: significa literalmente <<ídolo>>, y son jóvenes que se han hecho famosas gracias a su belleza; suelen trabajar como cantantes, actrices, modelos o en programas de televisión. El término también se aplica a los hombres, pero es más común en mujeres.

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