2: Agujero negro
—En tu presentación has dicho que vienes de Kioto, ¿no? —le recuerda Nagisa, revolviendo su batido de fresa con la pajita y mirándola fijamente. Tanta intensidad la pone nerviosa, pero lo disimula con una sonrisa social y un suave asentimiento.
Las clases han terminado y las tres jóvenes se encuentran en una tranquila cafetería situada a pocas calles del instituto. Cuando la han invitado a salir con ellas, Risa se ha sorprendido bastante, incluso ha recelado levemente, pero el motivo es conocerse mejor, y socializar un poco no va a perjudicar su salud. Todo lo contrario, de hecho.
—Si Serizawa es el apellido de tu padre, entonces tu madre es la extranjera —deduce Erika, ladeando la cabeza en un curioso ademán que la asemeja a una lechuza—. ¿De dónde es?
<<Era>>, piensa automáticamente, pero es demasiado pronto para dar detalles tan íntimos, de modo que ignora el latigazo de dolor que le fustiga el pecho y responde con toda la naturalidad que es capaz:
—España.
Como no le apetece seguir con el tema, Risa se concentra en su batido de plátano. De su antiguo grupo de amigos, los que dejó en Kioto, a ella es a la única a la que le gusta y como siempre que lo pedía ellos ponían cara de repelús o hacían alguna broma, se aficionó y ya lo pide casi sin ser consciente. Ni Erika ni Nagisa han puesto cara rara, lo que la ha decepcionado ligeramente, pero sabe que es demasiado pronto para juzgar sus gustos. Al menos, en voz alta.
Durante unos minutos, ninguna de las tres dice nada, dando paso a un desagradable silencio que arrastra a Risa hacia dolorosos recuerdos que no está preparada para afrontar. Su madre murió en un atraco a finales de primavera, deteniendo su vida por completo, robándole la escasa alegría que le quedaba por aquel entonces, sus ganas de continuar retando a la vida. Hubiera preferido permanecer con sus abuelos y con su hermano mayor, Naoki, pero Masaru la trajo a la fuerza a Tokio con la excusa de que necesitaba cambiar de aires y estudiar en un buen instituto que le abriese las puertas a una universidad de prestigio. ¡Como si en Kioto no los hubiese!
—¡Ah, tenemos que ponerte al corriente de lo importante! —exclama de pronto Erika, consiguiendo que tanto Nagisa como ella peguen un bote.
Nagisa la fulmina con la mirada y después suspira, resignada. Su reacción sugiere que Erika es la más excéntrica de las dos, cosa que nadie diría viendo su carita redondita y dulce y su aspecto pulcro hasta un nivel rayano en la obsesión. Nagisa, en cambio, es bastante menos pija: no se hace la manicura ni se maquilla, aunque tampoco es que lo necesite: tiene las pestañas muy largas y los labios rosados. Otro detalle a destacar es que lleva extensiones rojas en su larga y lisa melena negra, cosa que Erika no haría jamás.
—¡Pues adelante, no te cortes! —replica, molesta por el susto.
Erika hace un vago gesto con la mano y se vuelve hacia Risa.
—Primer consejo: desconfía de todo el mundo salvo de nosotras y de aquellos a quienes te presentemos.
Risa arquea las cejas con escepticismo.
—¿Habéis fundado una especie de secta, o qué? —bromea.
—Nagisa y yo estamos... distanciadas del resto de alumnos por no ser lo que se espera de un par de niñas ricas —aclara Erika, escogiendo las palabras con cuidado—. Nos relacionamos con la gente, por supuesto, pero siempre con frivolidad. No te preocupes, lo entenderás cuando hayas pasado unas semanas conviviendo con toda esa... con ellos; por ahora, créeme si te digo que somos de las pocas personas decentes y leales de todo el instituto.
Eso es muy egocéntrico y haría desconfiar a cualquiera, pero Risa no se conforma con las opiniones de terceros, le gusta experimentar las cosas de primera mano y sacar sus propias conclusiones; algunos lo llaman terquedad o masoquismo, ella lo considera madurar y tener criterio propio.
—Muy bien —concede—. ¿Qué más?
—Segundo consejo: nunca, por nada del mundo, te acerques a Sonohara Eiji dentro del instituto.
—¿Es el malote de turno? ¿El tío que trafica con drogas y que cree poder burlar a la yakuza?
Erika desdibuja sus facciones para componer una expresión de estupefacción, pero Nagisa no parece afectada por el comentario, se limita a alzar ligeramente una de las comisuras y a contemplar a su amiga con un brillo de diversión titilando en sus pupilas.
—Ya te dije que era de las nuestras.
—Sí, no cabe duda... —Erika sacude la cabeza para sobreponerse—. No —continúa—, Eiji no es estúpido ni un camello, es uno de los tres bombones indiscutibles de nuestro instituto, pero está pillado por la presidenta del Consejo de Estudiantes y, por lo que más quieras, es mejor que no te busques líos con ella.
Automáticamente le viene a la mente la imagen del chico que ha visto esta mañana en el metro, algo le dice que se trata del tal Sonohara Eiji; lo que ella decía: con novia.
—¿Algo más a tener en cuenta?
—No —responde Erika, risueña—, si sigues esas dos sencillas normas, sobrevivirás.
Todavía no había mencionado que la Ley de Murphy adora a Risa, ¿verdad?
♫♪♫
Su padre suele sacar a su madrastra a cenar o a pasear, pero casi nunca entre semana; por eso se le hace raro hallar el piso vacío cuando regresa. Lo normal es encontarse a Suzume vagueando en el sofá; según ella, una modelo no puede estropearse las manos con las tareas domésticas. Tenían contratada a una asistenta, pero un día su madrastra la acusó de haberle robado un collar y Masaru la despidió. La joya apareció una semana después, resulta que Suzume no sabe ser responsable de sus cosas y las deja por ahí para luego olvidarse de ellas. Su padre comentó entonces que llamaría a la asistenta para que Suzume le pidiese perdón y contratarla de nuevo, pero la famosa modelo cree que disculparse equivale a humillarse, de modo que le comió la cabeza a Masaru diciéndole que Risa ya tenía una edad y que era hora de que aprendiese a desenvolverse en las tareas domésticas para, en un futuro, ser una buena esposa. Sí, no es una broma, dijo, ni más ni menos, lo que acabáis de leer.
Risa se opuso porque cuando comenzase las clases no iba a disponer de mucho tiempo para sí misma, pero no sirvió de nada, Suzume replicó que le vendría bien para aprender a organizarse. ¿Conclusión? Si eres preciosa y sabes sacar provecho a tu condición de mujer, puedes conseguir cualquier cosa de un hombre.
Risa suspira y deja la mochila en su habitación. ¿Ha de preparar cena para tres o solo para ella? Una nota pegada en la puerta de la nevera le da la respuesta:
Hemos salido a cenar y volveremos tarde.
Llama a Yuu.
Masaru.
La joven relee la última parte de la nota mientras siente la rabia bullir en su interior. ¿Que llame a Yuu, dice? ¡Lo lleva claro! ¿Y a santo de qué no la han invitado a ir con ellos? ¡La que no forma parte de la familia es Suzume! ¿Cómo es posible que su padre lleve a cenar a su amante a restaurantes caros y no a su propia hija? Antes de darse cuenta, los ojos se le han anegado en amargas lágrimas. Desde que su madre murió, se siente como si fuese adoptada o como si su nacimiento hubiese sido un desagradable accidente; como si su padre ya no tuviese que seguir fingiendo. Para Risa las cosas están así: su madre la quería; Masaru, no.
Ya no tiene hambre, el batido que ha tomado con Erika y con Nagisa tendrá que serle suficiente a su estómago hasta que amanezca.
Decaída, la muchacha se sienta frente al piano de cola que hay en el salón y levanta la tapa. Su madre, profesora de música en verano, le enseñó a apreciarla desde muy temprana edad; solía decir que expresar los sentimientos mediante la música era la mejor forma de mantener feliz el alma, de limpiarla de la ponzoña que la negatividad y el dolor dejan en ella cuando tratan de poseerla.
—¿Sabes por qué las auras oscuras alejan a las personas, Elisabeth? —le preguntó en una ocasión en la que ambas se sentaron a interpretar a Bach. Ella se quedó callada, esperando la respuesta—. Porque cada persona con la que te topes a lo largo de tu vida estará muy ocupada luchando contra sus propios demonios, y lo que necesitan son ángeles que equilibren la batalla; por eso, inconscientemente, buscan a aquellos que puedan arrancarles una sonrisa todos los días, aquellos que, sin compartir su carga, la hagan parecer más ligera, ¿comprendes?
Sí, Risa comprende mucho más de lo que quisiera.
La triste partitura de notas que abandona el salón a través de la terraza abierta se ve súbitamente interrumpida por el sonido del teléfono. Algo más serena, la joven se levanta a contestar.
—¿Diga?
—¡Por fin! —exclama una conocida voz masculina al otro lado de la línea—. ¿Dónde os habíais metido?
—¡Naoki! —grita, entusiasmada. Las regulares llamadas de su hermano son lo único que le proporciona efímeros momentos de felicidad, aunque es un sentimiento agridulce, ya que le echa muchísimo de menos—. Me alegra escuchar tu voz. Papá y Suzume han salido a cenar.
—¿Sin ti? —Naoki suena más enfadado que extrañado.
—Sí..., sin mí.
Su hermano guarda silencio. Risa percibe su rabia igual que si le tuviera delante y pudiese ver e interpretar su expresión; sabe que en esos momentos está apretando la mandíbula y maldiciendo mentalmente en japonés, español e inglés, los tres idiomas a la vez. En una discusión extremadamente acalorada, el joven se enfrentó a Masaru para impedir que la llevase con él, pero, como es obvio, fue en vano.
—¿Cómo están los abuelos?—se apresura a cambiar de tema.
—Bien, te echan mucho de menos. —A Naoki le cuesta mantenerse sereno—. Hoy empezabas las clases en tu nuevo instituto, ¿no? ¿Qué tal?
—Malas caras, comentarios a mis espaldas... Un poco lo que ya me esperaba, aunque no todo ha sido un desastre.
La joven le habla de Erika y de Nagisa, de cómo las ha conocido, y le cuenta también su tarde en la cafetería.
—Parecen majas —opina Naoki y, acto seguido, se echa a reír—. Pero ese tal Sonohara Eiji... ¿Qué diablos pasa con él? ¿Vas a hacerlas caso?
—Mmm... No lo sé, no quiero problemas, pero... Da igual, la verdad.
Por el ruidito que hace su hermano, Risa imagina que acaba de esbozar una sonrisa socarrona.
—Pero le has echado el ojo, ¿no es cierto? —adivina.
—Sería imposible no hacerlo—responde, tratando de fingir indiferencia—. Aunque, por lo que Erika y Nagisa me han contado, me hago una idea de cómo será.
—O no. No seas tan superficial, hermanita. —Naoki suspira—. En fin, los abuelos me llaman para cenar. ¡Cuídate!
—Tú también, y dales recuerdos, yo también les echo de menos.
—Descuida.
A pesar de que ha sido una despedida como cualquier otra, cuando su hermano cuelga Risa no puede evitar sentir que se ha llevado consigo una parte de ella, y ese repentino vacío en su interior le succiona las fuerzas como un agujero negro la materia a su alrededor.
Apagada, la muchacha regresa al piano, pero sus dedos ya no encuentran la inspiración que los hacía bailar sobre las teclas, así que baja la tapa y sale a la terraza para contemplar el cielo nocturno en busca de las escasas estrellas que el exceso de contaminación lumínica y atmosférica permite encontrar.
<<Oye, Naoki —piensa con un triste suspiro—, así, contemplando los astros lejanos, te siento cerca, a mi lado. No quería que colgases el teléfono, tenía mil preguntas estúpidas que hacerte para que tu voz continuase inundando mis oídos y haciéndome sentir en casa>>.
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