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18: Mano amable


Mientras el shinkansen se desliza con elegancia por las vías en dirección Tokio, Risa contempla el paisaje y se esfuerza por ocupar su mente con temas banales para mantener a raya lo que de verdad le preocupa. Es difícil y tanta tensión acumulada está empezando a provocarle un ligero dolor de cabeza que, irremediablemente, aumentará a medida que el tren bala se aproxime a su destino. Esta vez, ni siquiera la prosa de Higashino Keigo consigue distraerla.

La joven suspira con cansancio y se reclina en el asiento al tiempo que cierra los ojos. No solo va a tener que enfrentarse a su padre nada más llegar, sino que Erika le ajustará las cuentas cuando Ame la escoja como modelo sin haber pasado por el casting. Todo el instituto lo hará. <<Como no era lo bastante popular ya... ¿Cuándo lo anunciarán?>>

Estaba con su amiga Mayu, tomando un café en la avenida Shijō, cuando Erika volvió a llamar. Fue el viernes, el día del casting.

—¿Dónde estás? ¡No me puedo creer que no te hayan seleccionado! —exclamó su amiga cuando Risa descolgó. Durante un instante, la joven estuvo tentada de seguirle la corriente, decirle que lo que ella considera ojos bonitos la mayoría de la gente lo ve como raro e incluso feo, pero recapacitó en el último segundo.

—Estoy en Kioto. —Silencio al otro lado de la línea—. Te lo explicaré a la vuelta. ¡Que tengas suerte!

Se sintió fatal al decir eso último a sabiendas de que no la iban a elegir, pero fue como una especie de acto reflejo. <<Espero que no se enfaden conmigo cuando se lo cuente, no es mi culpa. Además, yo tampoco sé a qué se dedican sus familias>>.

Tras casi dos horas y media de trayecto, el shinkansen se detiene en el andén de la Estación de Tokio con un suave y gradual frenado, como esos ascensores en los que solo te das cuenta de que han parado cuando se abren las puertas.

Risa espera sentada a que el vagón se vacíe antes de coger su maleta y bajar del tren; no tiene prisa alguna por llegar a casa. <<Podría llamar a Erika y a Nagisa y proponerles cenar fuera —se le ocurre de repente—. Y de paso les cuento lo de Ame... Es mejor quitarse todos los malos rollos de golpe>>.

Satisfecha con su idea, la joven se pega a una columna (para no obstaculizar el paso de aquellos que abandonan el andén) y abre su bolso en busca del móvil, pero una voz masculina, que conoce demasiado bien, la sobresalta. Rígida, espera a que él se acerque antes de girarse y mirarle a la cara. Está serio, pero Risa no esperaba que la recibiese con los brazos abiertos y una enorme sonrisa.

—¿Qué haces aquí? —pregunta con dureza, poniéndose automáticamente a la defensiva.

—Llamé a la abuela para que me dijera a qué hora salía tu tren.

—Ah, así que a ella sí la llamas.

—No tienes derecho a recriminarme nada —replica Masaru, haciendo gala, una vez más, de su habitual impasibilidad.

Risa chasquea la lengua y echa a andar; sabe que su padre tiene razón, pero no está dispuesta a reconocerlo.

—Espera. —Masaru intenta sujetarla por la muñeca, pero ella se zafa con un ademán brusco—. Risa.

—Papá, no quiero hablar contigo.

—Pues lo vas a hacer mientras cenamos.

Masaru guarda el equipaje de su hija en el maletero del coche y después la conduce hasta el Crown, un elegante restaurante francés situado a unos diez minutos a pie de la estación. Después de dar su nombre en la entrada, un sonriente camarero les guía hasta una mesa próxima a la ventana, cuyas vistas muestran el Palacio Imperial. Situado en los terrenos del antiguo castillo de Edo (donde habitó el clan Tokugawa), actualmente es la residencia de la familia imperial japonesa.

Risa toma asiento y se pone a ojear el menú con gesto serio, no quiere que su padre se dé cuenta de lo feliz que la hace que se haya tomado tantas molestias por ella cuando no las merece. <<Le digo que ojalá se hubiera muerto él en lugar de mamá y me saca a cenar. —La joven deja la carta a un lado—. Puede que la abuela tuviera razón>>.

Cuando el mismo camarero se acerca para tomarles nota, Risa permite que Masaru pida por lo dos, puesto que ella no tiene ni idea de cocina francesa.

—¿De verdad no tuviste nada que ver? —pregunta, una vez el joven les deja solos.

—¿En qué?

—En lo de la grabación.

—No. —Su padre desdobla la servilleta de tela y se la coloca en el regazo con un fluido y elegante movimiento—. Yuuichi actuó a espaldas de todos al hablar directamente con Hirano.

Ella asiente para sí y ladea la cabeza.

—De haber podido, ¿lo habrías evitado?

—No lo sé, tal vez. —Risa frunce el ceño ante el ligero tono burlón, pero Masaru no le da tiempo a replicar—: Llevas meses odiándome y poniéndomelo difícil, ¿y ahora pretendes que te solucione los problemas con tu ex novio?

Risa respira hondo y entorna los ojos, dispuesta a no dejarse aplastar; su actitud se debe a un claro motivo, y su padre lo sabe.

—Si me porto así contigo, a lo mejor es porque no comprendo qué hace Suzume en nuestras vidas. ¿Mamá... y tú decides irte a vivir con tu amante? ¿Eres consciente de la imagen que das? Y, por si no fuera suficiente, la tratas mejor que a mí. —La joven pestañea para contener las lágrimas—. ¿En qué diablos estabas pensando? ¿De verdad esperabas que fuésemos una familia feliz?

Masaru suspira.

—No sabes de lo que estás hablando, Risa.

—¡Pues ilústrame!

—No estás preparada.

La chica abre mucho los ojos y hace un gesto de incredulidad, pero el camarero se aproxima con las bebidas antes de que tenga tiempo de insistir.

Después de un tenso silencio y de que Risa haya de pasar por el baño para mojarse la cara y recuperar el dominio sobre sí misma, la conversación deriva a Kioto y el ambiente se vuelve menos espeso, pero la incomodidad continúa flotando a su alrededor como un aura gris que resta sabor a la comida.

Más tarde, mientras Masaru conduce de regreso a Harumi, Risa decide comportarse como una adulta y dejar a un lado su enfado. Si ninguno de los dos hace nada, la situación puede permanecer en tablas eternamente y ella ya tiene bastantes problemas como para, encima, distanciarse aún más de su padre, su única familia en Tokio. Por supuesto, no significa que vaya a hacer borrón y cuenta nueva por las buenas, pero es un primer paso.

—Lo siento —se disculpa, lanzándole una rápida mirada de reojo. Masaru no aparta la vista de la carretera; de hecho, no reacciona, como si no la hubiese oído—. No te lo dije en serio, es que... No, no quiero volver a discutir. ¿Papá?

Pero él sigue sin reaccionar, así que Risa suspira y se pone a mirar por la ventanilla.

Esa noche le cuesta conciliar el sueño y a la mañana siguiente tiene que disimular las ojeras con un poco de maquillaje. Además, se levanta más tarde de lo habitual, sin tiempo de desayunar, y no es de las que piensa bien con el estómago vacío.

—Tómate un café y come algo. Ya te llevo yo a clase.

En otras circunstancias, Risa hubiera rechazado la oferta de Masaru, pero, después de lo ocurrido la noche anterior, está convencida de que es la forma que tiene su padre de aceptar su disculpa, así que asiente y le da las gracias.

—Déjame aquí —pide cuando faltan un par de calles para llegar.

Fingiendo no ver a Eiji, Atsushi y Shinobu charlando junto al arco de entrada, Risa atraviesa el jardín con paso apresurado para alcanzar a Nagisa y a Erika, que están a punto de entrar en el edificio.

—¡Hola!

Erika la recibe con una mirada de disgusto, pero Nagisa sonríe y le da los buenos días. <<Me había imaginado el momento mucho peor>>, piensa con alivio.

—¿Qué tal en Kioto?

—Se me ha hecho corto, a lo mejor la lío otra vez para que me expulsen de nuevo.

Ambas jóvenes se echan a reír, pero Erika no muda la expresión.

—Eri —Risa la detiene antes de que se dirija a su taquilla para cambiarse los zapatos—, ¿por qué estás tan molesta?

Ella resopla y hace un gesto de obviedad con las manos.

—Si no querías apuntarte, ¿por qué no lo dijiste? No estabas obligada a hacerlo. Ahora me siento... ¡No se cómo me siento!

<<Si lo hice, es porque mi padre tenía razón y en el fondo lo deseaba, pero no acudí porque creí tener escapatoria. ¡Estúpida de mí!>>

—Lo siento. Todavía tengo algo que contaros, ¿recuerdas?

—¿En el descanso?

Risa asiente y, un poco más aliviada, se encamina hacia su taquilla, ignorando las miradas mal disimuladas del resto de alumnos; no tiene del todo claro si están disgustados por la expulsión, por haber mancillado la pureza de su amado instituto, o si envidian que no tema saltarse las reglas. Se inclina más por la segunda opción: cuando se es hijo de alguien importante, la libertad es una ilusión.

—¡Quieta! —grita una voz femenina cuando Risa está a punto de abrir su taquilla.

Sorprendida y extrañada, la joven se gira hacia la derecha y se topa con una chica menuda y de aspecto afable que la mira con expresión nerviosa.

—No... No abras —insiste con un hilo de voz, demasiado consciente de que se ha convertido en el centro de atención.

—¿Qué hay? —pregunta Risa, recelosa.

La muchacha se muerde el labio y desvía la mirada.

—No lo sé, pero oí... algo. Iban a hacer algo hoy con tu taquilla.

Risa ladea la cabeza, suspicaz.

—¿Y por qué me adviertes delante de todo el mundo? ¿No te importa convertirte en una paria?

—Yo... Yo... ¡¡No!!

Haciendo caso omiso del aviso, Risa ha abierto la taquilla, llena a rebosar de desperdicios. La joven frunce los labios con asco al tiempo que sacude la cabeza y mete la mano para coger sus uwabaki. No se inmuta cuando algo le hace cosquillas en los dedos, seguro que es basura que se ha metido en las zapatillas. <<¡Qué asco! ¿Cómo voy a quitar la peste de los libros? Y como los cuadernos se hayan echado a perder, me va a tocar perder el tiempo en reescribir los apuntes...>>

Enfadada porque sus compañeros lleguen a ser tan infantiles, levanta las uwabaki con cierta violencia... para descubrir que lo que la ha rozado no es basura, sino una enorme y asquerosa araña negra que, asustada por la brusquedad del movimiento, intenta huir trepando por su brazo. Chillando y sollozando, Risa se aparta de la taquilla y sacude la extremidad, pero la araña está bien agarrada a un pliegue de su chaqueta y soporta el brusco bamboleo con burlona elegancia. Está tan aterrorizada que no oye las carcajadas ni las burlas a su alrededor; algunas chicas, envalentonadas porque no son ellas las víctimas, le gritan que se la sacuda de un manotazo.

Solo cuando una mano amable le retira el arácnido del brazo, reacciona y mira a su alrededor, aturdida: gran parte de los alumnos han reculado y observan a Atsushi con un temor casi reverencial. La araña descansa en la palma de su mano y el joven tiene la vista clavada en la chica que ha tratado de advertir a Risa.

Erika y Nagisa no tardan en situarse junto a su amiga y preguntarle si está bien, pero ella no se ve con fuerzas para responder, su pulso continúa disparado y le cuesta respirar.

—Así que has oído que iban a hacer algo con la taquilla de Serizawa—recapitula Atsushi con calma, aunque sus ojos transmiten todo lo contrario.

La muchacha se encoge sobre sí misma y retrocede un involuntario paso.

—S-sí...

—Pues yo no he oído nada, y eso es raro, ¿sabes? —Hace una pausa en la que taladra a la joven con su penetrante y oscura mirada—. ¿Eiji? ¿Shin? —pregunta, sin volverse.

—Tampoco —responde el primero mientras que su amigo sacude la cabeza en una muda negativa. A él tampoco le hacen mucha gracia las arañas.

—Yo...

La balbuceante respuesta queda interrumpida por el repentino grito de alarma de Erika, que, con la ayuda de Nagisa, intenta sostener a una inconsciente Risa.


♫♪♫


Shunsuke Kanata levanta la vista de sus papeles cuando oye ruido al otro lado de la cortina de la cama más cercana a la puerta. Cuando no tiene que atender a nadie, le gusta leer artículos de medicina y estar al tanto de los nuevos descubrimientos. Siempre que la visita, su madre se queja de que necesita un hobbie y, con la paciencia y amabilidad que lo caracterizan, Kanata le responde que ese es su hobbie.

En un par de largas zancadas el hombre atraviesa la enfermería y descorre la cortina.

—Creo que tú y yo vamos a ser buenos amigos —dice y sonríe, divertido, cuando una aturdida Risa le mira sin comprender—. ¿Cuántas van ya? ¿Tres en menos de un mes? ¿Cómo te encuentras?

—Mal... —La chica se estremece al recordar el repulsivo tacto de la araña en los dedos—. Sensei..., ¿cuánto tiempo he estado inconsciente?

—No más de dos minutos, tranquila. —Ella asiente y clava la vista en el techo, pero Kanata se da cuenta de que no puede mantenerla fija en el mismo punto durante más de tres segundos. Sonohara le ha dicho que Risa se ha desmayado por culpa de una araña que había en su taquilla—. Has sufrido el clásico síncope por fuerte impresión. ¿Te suena el nervio vago?

—Creo que lo he oído mencionar, pero no sé lo que hace.

—Es el nervio craneal más largo. Se extiende desde el bulbo raquídeo hasta el tórax, lo que incluye la región cervical, el propio tórax y la cavidad abdominal. Cuando se activa, dilata los vasos sanguíneos. Esto reduce la cantidad de sangre que regresa al corazón, lo que, a su vez, ralentiza la frecuencia cardíaca. Por eso te has desmayado.

—¿Y se activa por la impresión? —inquiere la joven, entre sorprendida y curiosa.

—Sí, por las emociones fuertes como el miedo intenso, el dolor o la visión de la sangre. Pero no es grave. —Risa vuelve a asentir y otra vez desvía la mirada al techo. Nadie se desmaya por una araña salvo que haya un profundo trauma detrás—. Estamos solos, ¿quieres hablar?

La chica le lanza una mirada a camino entre la sorpresa y el agradecimiento.

—No eres como el resto de médicos de instituto. Quiero decir... —Despacio, se incorpora hasta apoyar la espalda contra el cabecero—. Ellos se limitan a hacer su trabajo, pero tú te preocupas.

Kanata sonríe y se sienta en la cama de al lado.

—¿Te cuento un secreto? La carrera de medicina no es sencilla ni corta, y es habitual que los recién graduados aspiren a un buen puesto de trabajo en un hospital o a montarse una clínica privada; para ellos, las labores que desempeña un médico de instituto las podría hacer una enfermera, así que, en general, los que terminan en el puesto no están muy contentos. Yo, sin embargo, era lo que quería desde el principio; no me gusta el estrés y la presión de los hospitales y, además, estudié aquí y sentía cierta nostalgia.

Risa deja escapar una exclamación de asombro e incredulidad.

—¿Cómo se puede echar de menos este lugar?

El sensei responde con una alegre y jovial carcajada que le devuelve a su adolescencia.

—Me fue bastante bien. En realidad, no es tan malo, Serizawa, lo que pasa es que tú has empezado con mal pie, pero creo que aún se puede solucionar.

Ella hace una mueca que muestra su desacuerdo.

—Así que fuiste un niño bien.

—Hijo de un director de hospital y de una neurocirujana. Adivina dónde querían mis padres que terminase. —El rostro de Kanata se ensombrece—. En fin, dejémoslo en que las cosas se torcieron. Y ahora te toca a ti.

Risa palidece y rehuye el contacto visual. Preferiría dejarlo estar, cerrar los ojos y olvidarlo al instante, pero sabe que eso es imposible; además, necesita desahogarse.

—Alguien ha puesto una araña en mi taquilla y las tengo terror porque... —Suspira y se obliga a soltarlo—. Cuando era pequeña desperté una mañana con una araña en la cara... —Respira hondo y se sonroja cuando el sensei  se extralimita y le coge las manos para infundirle ánimos. Surte el efecto deseado, el cálido contacto la reconforta—. Empecé a chillar y se... se me metió en la boca... Bueno, un par de patas. Desde entonces no puedo tenerlas cerca, ni siquiera soporto a los bichos esos de Alien que se pegan a la cara de la gente y les inyectan los huevos.

—Son bastante desagradables, sí. —Kanata sonríe y le suelta las manos—. No te preocupes, esta es zona segura y puedes quedarte todo lo que quieras. ¿Te sientes mejor?

Risa asiente y vuelve a tumbarse.

—Gracias, sensei.

Como no se ve con fuerzas para regresar a clase todavía, intenta dormir un poco, pero teme soñar con la araña o, peor aún, con el día que le acaba de relatar al sensei. Alarmado por los gritos, Naoki entró corriendo en su habitación y, tras quitarle la araña de la cara, la aplastó con el pie en un acceso de rabia. Sus padres y sus abuelos llegaron poco después y encontraron al muchacho tratando de consolarla. Ese momento, el amor y la preocupación que Naoki demostró, la unió a su hermano de una manera imposible de explicar con palabras. Los unió a ambos.

Risa sabe que solo puede haber sido cosa de Naomi. ¿Es que no va a parar nunca? ¿Qué sentido tiene que la haya tomado con ella? ¿Por qué no puede aceptar que Eiji ya no la quiere? Ahora que le conoce un poco mejor, duda mucho de que en algún momento llegase a sentir algo por ella, aunque no es tan ingenua de preguntarse qué les unía entonces; ese detalle le desagrada, pero, por muy amable y divertido que sea, Eiji no deja de ser un hombre.

Uwabaki: zapatillas de goma flexible que los alumnos utilizan para andar dentro de los centros escolares.

Shinkansen: tren de alta velocidad japonés.

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