17: Lo que quieres ver
Erika emite un gruñido de asco y frustración y se deja caer contra la pared del cubil. Desde que sus compañeras se han enterado de que le toca limpiar los baños durante una semana, se han vuelto especialmente sucias, como bien demuestra el tampón usado que espera a ser recogido en el interior del retrete. Por lo menos, Nagisa la ayuda, aunque ella no esté castigada.
—¿Estás bien? —inquiere su amiga, que está fregando el suelo del cubículo contiguo.
—¡Odio a Eiji!
—¿Preferirías que te hubiera expulsado?
—Sí. ¡Seguro que Risa está ahora tumbada en su cama leyendo manga!
—¿Tú crees?
—Cuando esté listo el nuevo Consejo, van a cambiar muchas cosas.
Nagisa suspira y Erika oye cómo mete la fregona en el cubo y la escurre.
—No hagas de ello una venganza personal, Eri, o te convertirás en la segunda Naomi.
Erika chasquea la lengua y se pone en pie; cuanto antes limpie esa guarrada, antes podrá irse a tomar un batido con Nagisa.
—¿Crees que Naomi era buena persona cuando llegó al instituto? —pregunta al cabo de unos minutos.
—Lo dudo.
Tras devolver los utensilios al armario de la limpieza, ambas jóvenes se pasan por la sala del Consejo de Estudiantes para avisar de que ya han terminado, y, al igual que el día anterior, Maki se limita a darles las gracias y a despedirlas con una sonrisa amable. No puso pegas a que Nagisa la ayudase ni tampoco quiso comprobar que, efectivamente, los baños y el aula estuvieran limpios; se fía de ellas por ser amigas de Eiji, y eso es suficiente para ganarse la amistad de Erika.
Fuera, junto al arco de entrada, una elegante limusina negra las espera. En cuanto las ve acercarse, el chófer, un chico joven, baja del vehículo y se apresura a abrir la puerta trasera.
—Buenas tardes, señoritas —saluda con una nerviosa inclinación de cabeza—. ¿Qué tal el día?
Es el hijo del ama de llaves, lleva poco tiempo en el puesto y el señor Furano, el padre de Erika y dueño de una importante constructora, es un hombre con carácter, así que el pobre chico se esfuerza por hacer bien su trabajo y rehuye cualquier intento de la joven por entablar amistad. A ella eso le disgusta, añora al antiguo chófer porque era su amigo y tenían conversaciones interesantes cada vez que la llevaba a alguna parte. <<Lo pregunta por educación>>, piensa, molesta, mientras le da la vaga respuesta de siempre.
—Voy a llamar a Risa —le dice a Nagisa cuando la limusina arranca y empieza a alejarse del Instituto Q—. No coge —añade instantes después, con el ceño fruncido y cara de desconcierto.
—Ya te lo dije, seguro que la han castigado sin móvil.
♫♪♫
Risa observa la pantalla de su teléfono móvil hasta que este deja de sonar. Entonces lo deposita en el tatami y vuelve a hacerse un ovillo. Tiene las mejillas húmedas y le duele la cabeza, saturada como está de frenéticos pensamientos que se embisten unos a otros sin mostrar ni un mínimo ápice de respeto. Su padre no le ha devuelto la llamada y la cara que ha puesto Megumi cuando le ha contado la discusión que tuvieron... Quiere olvidarlo para dejar de sentirse como una bolsa de basura tirada fuera del contenedor, pero le es imposible.
—Tu madre también tenía problemas para controlar su lengua —dejó caer Megumi, disgustada, y, aunque el comentario le hirió, Risa no dijo nada—, pero Masaru siempre la perdonaba.
—Yo no soy mi madre.
La mujer se limitó a sonreír de una forma que Risa no supo interpretar y a cogerle las manos con cariño.
El móvil vuelve a sonar y su estómago sufre otra dolorosa sacudida ante la posibilidad de que esta vez sea Masaru...
Pero es Yuuichi.
Risa cierra los ojos y traga saliva; esa llamada también la estaba esperando.
—¡Qué mal educada! —exclama, molesto, su ex novio cuando la joven descuelga y se mantiene en silencio—. ¿Va por grados? ¿Cuántos quedan hasta llegar al máximo?
Risa resopla.
—Sé breve —gruñe—, no tengo buen día.
—Pues ya somos dos. Te vi apuntarte al casting y ahora me entero de que estás en Kioto y vuelves el domingo.
La joven deja caer los hombros.
—En serio, ¿qué puñetera ley cósmica actuaba en ese momento? —musita entre dientes.
—Una que se llama Casualidad, ¿no la conoces?
Risa a duras penas reprime el impulso de estrellar el móvil contra la pared. ¿Cómo pretende Hideki que le perdone? Podría perdonar al Yuuichi de antes, su amigo de la infancia, el chico socarrón y dulce del que se enamoró, pero este nuevo Yuuichi, sencillamente, le da asco.
—Te voy a colgar, ¿vale?
Al otro lado de la línea, la joven cree escuchar una sonrisita de suficiencia.
—Entonces —el tono de Yuu se ha vuelto peligrosamente suave— no te importará que escoja a tu amiga, ¿no? La bajita con cara de muñequita... ¿Cómo se llamaba? —Risa le escucha revolver entre papeles—. ¡Ah, aquí está! Furano Erika.
—Ni se te ocurra utilizarla, Yuu —le advierte con frialdad, los dedos de la mano libre clavándose en el tatami con tanta fuerza que las uñas se le ponen blancas y las terminales nerviosas de las yemas envían señales de dolor a su cerebro.
—Ya sabes cuál es la condición.
Risa suelta un mudo exabrupto y se pasa una mano por la cara.
—No puedo.
Yuuichi tarda unos segundos en contestar, como si él también estuviese conteniendo la rabia.
—Mira, lo tenía todo pensado en tu beneficio, ¿sabes? La idea era que les dijeras a tus nuevas amigas que nos habías conocido en la entrevista y que nos caímos bien de la misma. —Yuuichi suspira—. Ahora vas a tener que confesar y, si quieres mi consejo, yo lo haría antes de vernos la semana que viene.
—Me prometiste el anonimato.
—Y mantengo la promesa; nadie va a saber que eres la cantante.
Los ojos de Risa se llenan de lágrimas.
—Lo has organizado con mi padre, ¿verdad? Si Risa no quiere meterse en el mundo de la música, la obligamos porque esa voz tiene que aprovecharse. —De repente ya no le importa que Masaru no haya llamado; es más, mejor que no lo haga—. Sois asquerosos.
—Estoy solo en esto.
—¡Y una mierda! No pienso volver a Tokio hasta el domingo, y que sepas que así no vas a conseguir nada de mí.
—¿Qué...? Risa, espera...
Ella cuelga y permite que sus mejillas se inunden.
♫♪♫
Yuuichi descarga parte de su ira en un violento golpe contra la mesa antes de caer en la cuenta de que el móvil seguía en su mano. El joven observa la pantalla rajada y se echa a reír sin ganas. ¿Que así no va a conseguir nada de ella, dice? ¡Ni así ni de ninguna manera!
—Yo también sé jugar a hacernos daño, Risa —murmura.
—Eres el único que juega.
Sobresaltado, Yuuichi alza la mirada y se topa con los oscuros y penetrantes ojos de Masaru. El hombre está reclinado contra el vano de la puerta y le observa con los brazos cruzados y una ceja alzada. ¿A qué viene esa impasibilidad? ¡Acaba de confesar en sus narices que le está haciendo daño a su hija de forma intencionada!
—Estoy bastante seguro de lo que percibí el día que fui a llevarle la canción.
—A lo mejor solo ves lo que quieres ver.
Yuuichi vuelve a golpear la mesa, esta vez con ambas manos, pero respira hondo y se serena a tiempo. Sería realmente estúpido descargar su frustración en el hombre que ha hecho realidad su sueño. Sin embargo, es incapaz de contener todo el veneno:
—Y eso me lo dices porque ella te lo cuenta todo, ¿verdad?
La fugaz mirada ensombrecida de Masaru es el único signo que delata su ira; su habilidad para controlar sus reacciones le resulta a Yuuichi tan fascinante como aterradora.
—Date prisa en recoger, los demás ya están abajo.
El hombre comienza a alejarse de la sala de reuniones, pero Yuuichi le detiene pronunciando su nombre. Despacio, Masaru se da la vuelta y le observa con burlona indiferencia. Nervioso, el muchacho desvía la vista hacia la ventana, que muestra un cielo rozado de naranja.
—¿Estamos a tiempo de cancelar el casting?
Masaru suspira al adivinar las intenciones del joven. A pesar del tremendo cambio que ha experimentado en el último año, el niño que siempre protegía a Risa sigue ahí.
—No intentes salvarla de sí misma —le aconseja con suavidad, casi en tono paternal—. Risa no es de esa clase de personas. Nunca lo fue. Y no, ya es tarde para cancelarlo.
Yuuichi frunce los labios y clava una mirada contrariada en su interlocutor.
—Eso no es una excusa —se queja, pero Masaru se limita a dar media vuelta y a alejarse por el pasillo.
Con un suave resoplido, el joven se reclina en la silla y mira la ficha de Erika sin verla realmente. ¿De verdad está todo en su cabeza? Le cuesta creerlo. Aquel día, mientras sacaba las cervezas de la nevera y las abría, escuchó un tenue suspiro a su espalda y, cuando se dio la vuelta, alcanzó a distinguir un brillo de arrobo en las pupilas de Risa. Y después tocó la primera canción que le enseñó a interpretar a piano siendo ya pareja.
No, Yuuichi no cree en las casualidades. Está convencido de que ella todavía le quiere; por eso no tiene intención de rendirse. La repentina fama se le subió a la cabeza y cometió un error, una falta que considera más que saldada.
Tatami: estera japonesa hecha de paja de arroz recubierta con bambú.
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