16: Motivación
Creyendo que el estridente sonido que le perfora los oídos es la melodía del despertador, Risa tantea en busca de la mesilla y del condenado aparato, pero sus dedos solo encuentran aire.
—Es tu móvil —oye murmurar en su oído a un medio dormido Naoki. Despejada de golpe, la joven se levanta de un impetuoso salto que la hace trastabillar unos pasos.
—¿Diga?
—¿Estás bien?
—¿Eh?
—Te noto bastante agitada.
—Ah...—Risa echa un vistazo por encima del hombro en dirección a su hermano, que ha vuelto a dormirse y, con una sonrisa tierna, abandona la habitación—. Sí, sí.
Eiji deja escapar una risita que insinúa que no se ha creído ni una palabra.
—Ayer no me diste una respuesta.
—¿Sobre qué...? ¡Ah! Perdona, con las prisas por venir a Kioto se me olvidó por completo. —La joven se apoya contra la pared—. Acepto.
—¿Kioto? ¿Tan dura fue la bronca? —Un estruendo repentino satura la línea—. Ya llega el metro, pásalo bien. Nos vemos cuando vuelvas.
El chico cuelga antes de que la muchacha tenga tiempo de despedirse. Risa suspira y, consciente de que si lo intenta no conseguirá volver a dormirse, decide bajar a desayunar.
No tomaba el desayuno tradicional japonés (sopa de miso, arroz, pescado a la parrilla y encurtidos) desde que se mudó. Podría prepararlo en Tokio (de hecho, Suzume se lo ha pedido en alguna ocasión), pero, evidentemente, no está por la labor; suficiente tiene ya con encargarse de cocinar, entre otras cosas.
—Aquí tienes. —Su abuela sonríe mientras le pone delante un plato con un tamagoyaki hecho rodajas—. ¿Sabías que, desde que no estás, Naoki también lo quiere en su desayuno?
Risa sonríe, conmovida.
—Papá me solía regañar, ¿te acuerdas? Decía que si lo quería, me lo preparase yo.
La anciana deja escapar una alegre carcajada y se sienta frente a su nieta con una humeante taza de té entre las manos.
—Tu padre os quiere muchísimo a Naoki y a ti, Risa, sobre todo a ti. —La joven responde con un gesto desdeñoso y parte un pedazo de pescado con los palillos—. Intenta ver más allá, no te quedes con lo que crees saber.
Risa alza una extrañada e inquisitiva mirada hacia su abuela, pero la mujer ha clavado la vista en un punto indeterminado de la cocina y parece haberse sumido en sus reflexiones.
♫♪♫
Volver al Santuario Heian le provoca una asfixiante sensación de opresión en el pecho; solía visitarlo a menudo en compañía de su madre para pasear por sus preciosos jardines y hablar de cosas madre e hija. El 7 de mayo, en el cumpleaños de Lucía, se les unían Naoki y Masaru. <<¿También vendría a solas con papá?>>, se pregunta mientras atraviesa el enorme torii que da acceso al recinto.
Considerado uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad, el santuario se construyó en 1895 en conmemoración a la creación de Heiankyō, la antigua Kioto. Habían pasado mil cien años desde su fundación, y se pretendía honrar al emperador Kammu (responsable de la construcción de la ciudad) como kami; pero hubo otro emperador muy importante: Kōmei, el último antes de que empezara la era Meiji, que sentó las bases del Japón moderno. Años más tarde, también se le consagró como kami, y actualmente se considera que el Santuario Heian está dedicado a los dos hombres que marcan el principio y el final de Kioto como capital japonesa.
Risa serpentea entre los turistas que pasean por la enorme explanada hasta alcanzar la zona norte del recinto, donde, en opinión de la joven, el santuario exhibe su más preciado tesoro: sus cuatro jardines, organizados en torno al mismo número de estanques. El primero es el Nishi Shin'en (Jardín del Oeste), que rodea una pequeña poza conocida como Byakko ike. En el centro, cercada de hermosos lirios en primavera, hay una glorieta donde se lleva a cabo la ceremonia del té cuando llega el verano.
Le sigue el Minami Shin'en (Jardín del Sur),que fue fuente de inspiración para los poemas de algunos aristócratas, ya que los cerezos en flor y las rojizas hojas del hagi japonés hacen de él una delicia para los ojos. Hideki, el hermano mayor de Yuuichi, tiene un bloc lleno de increíbles bocetos.
A continuación está el Naka Shin'en (Jardín Central), que es el favorito de Risa por la bonita linterna de piedra de varios pisos situada en el islote Sango. Se accede saltando los viejos pilares redondos de dos antiguos puentes. La joven se echa a reír al acordarse de que cuando eran pequeños, Mamoru se cayó al pasar de un pilar al siguiente y emergió del agua con un nenúfar por sombrero. <<Seguro que hay fotos>>, se dice mientras apunta mentalmente que se lo tiene que preguntar a su abuela cuando regrese.
El último del recorrido, el HigashiShin'en (Jardín del Este), era el favorito de su madre; le encantaba contemplar el estanque desde el Taihei-Kaku, un precioso puente de madera cubierto en cuyo centro hay un pequeño Kinkakuji, como se conoce al famoso Pabellón de Oro de Kioto. O eso dicen los entendidos, porque a Risa le recuerda más a la estructura de algunos palacios imperiales.
Es en mitad del puente, escuchando los gritos entusiastas de los turistas y los chasquidos de sus cámaras fotográficas, cuando Risa decide hacer su orgullo a un lado y llamar a su padre. No puede seguir soportando la presión en la boca del estómago ni un instante más; esta vez no es como en discusiones anteriores en las que pasaban dos o tres días sin hablarse, esta vez la joven siente que si no hace nada, podría abrirse un inmenso e insalvable abismo entre ambos y, mal que le pese, es su padre y le quiere.
En cuanto escucha la voz de Masaru, se apresura a interrumpirle, temerosa de que corte la llamada, pero entonces cae en la cuenta de que es el contestador y cuelga; no quiere dejarle un mensaje con la voz temblando. <<Papá verá la llamada y me la devolverá>>, trata de convencerse mientras abandona los jardines del Santuario Heian, pero, cuando está a punto de alcanzar la entrada principal del templo, las rodillas se le doblan y las lágrimas afloran. Sobreponiéndose con rapidez, la joven se aleja, de regreso a Gion y con la esperanza de que la persona con la que necesita hablar esté en casa.
♫♪♫
La residencia de los Obata es la segunda de una hilera de viviendas construidas en madera, con dos plantas y situadas junto al Shirakawa, un precioso riachuelo bordeado de sauces llorones y cerezos. Está en mitad de una zona dedicada a los ryokan y a las ochaya y, de hecho, es una antigua casa de té que se vio obligada a cerrar. El señor Obata la compró para su esposa y reformó parte del interior con ayuda de su suegro, que se dedica a restaurar templos.
Risa da un respingo al toparse con Hideki en el porche. Está sentado con un cuaderno de dibujo apoyado en las rodillas y un lápiz entre los dedos, y no repara en su presencia. La joven se toma unos instantes para observarle mientras el muchacho esboza algo con trazos firmes y seguros. Es alto e igual de irresistible que su hermano; rasgos suaves, cejas finas y cabello azabache. De pequeño, Yuu le tenía celos porque decía que Risa estaba enamorada de él. Ahora que la joven lo mira en retrospectiva se da cuenta de que quizás tuviera razón y vuelve a preguntarse cómo serían las cosas de haber escogido a Hideki. <<Bueno, Risa —interviene la molesta vocecilla de su conciencia, siempre con ganas de meter cizalla—, a lo mejor estás suponiendo demasiado, ¿no te parece?>>
Hideki alza la mirada al escuchar unos pasos acercándose y su inicial expresión de sorpresa da paso a una maliciosa sonrisa.
—Poco has tardado en conseguir que te expulsen de ese colegio para niños bien. ¿Tan horrible es?
Risa toma asiento a su lado y echa un vistazo al dibujo. El corazón le da un doloroso vuelco en el pecho al tiempo que el estómago se le encoge: es un retrato bastante fidedigno de Shima, la novia de Hideki desde hace dos años.
—¿Por qué Yuu es tan diferente de ti, Hide? —se escucha preguntar. Automáticamente, se arrepiente y gira la cabeza, sonrojada y temiendo lo que su amigo haya podido entender.
Por su parte, Hideki observa el perfil de la muchacha durante unos instantes; acto seguido, deja escapar un profundo suspiro.
—¿Durante cuánto tiempo más vas a seguir castigándole, Risa?
Ella se vuelve con brusquedad y le fulmina con esos ojos a los que Hideki todavía no se ha acostumbrado; son bonitos, pero extraños en un rostro oriental.
—¿Insinúas que se comporta así por mi culpa?
—No hagas eso —protesta el joven, irritado.
—¿El qué? —espeta ella con esa arrogancia que tantos problemas le causó en su antiguo instituto y que tan loco volvía a Yuuichi, pero que tanto le molesta a él.
—Tergiversar las cosas. —Hideki deja el bloc de dibujo y el lapicero a un lado y la mira con seriedad, pero la joven no borra el desafío de sus pupilas—. No estoy diciendo que sea cosa tuya, mi hermano ya es mayorcito, pero tú también lo eres, Risa. Sé que lo que hizo no estuvo bien, como también sé que ha intentado redirmirse en varias ocasiones y que tú has pasado de él en todas. —Risa desvía la vista—. No te pido que volváis juntos —añade su amigo con más suavidad—, solo que le perdones. Eso cambiaría mucho las cosas.
Vulnerable por la discusión con su padre, la joven está a punto de ceder, pero el recuerdo de la nueva jugarreta de su ex novio ilumina su mente y también le hace ver el error que ha cometido huyendo a Kioto.
—Mierda... —Hideki frunce el ceño y ladea la cabeza en una muda pregunta—. Tendría que haberme quedado en Tokio...
Malinterpretando su reacción, el muchacho la sujeta por la muñeca, impidiendo que se levante.
—Eh, eh, vamos, no ha cambiado nada entre nosotros...
—No es eso, es que tengo la mala costumbre de actuar primero y pensar después. —Risa resopla y se pone en pie—. ¿Está tu madre? Por cierto, ¿a ti también te han expulsado de la escuela de arte?
Hideki ríe.
—Me estoy recuperando de un virus estomacal.
Encuentran a la señora Obata en su taller de cerámica, tarareando una de sus viejas canciones mientras, con un envidiable pulso de cirujano, decora un jarrón con motivos otoñales. Es una mujer de mediana edad, con el cabello cortado a ras de los hombros y una juguetona sonrisa tatuada en sus finos labios. Risa recuerda los vídeos de sus actuaciones, cuando su larga y salvaje melena, con mechas de varios colores, ondeaba al ritmo de un potente J-rock. Fue la vocalista de Silver Tears, que causó furor en los noventa y cuyo guitarrista era, nada más y nada menos, que su padre.
—Mamá, mira a quién tenemos aquí.
La mujer termina de dibujar la hoja de arce antes de alzar la mirada y esbozar una ancha y cálida sonrisa que se tuerce en el mismo gesto burlón con el que Hideki la ha recibido. Tan perspicaz como su hijo mayor, Megumi no necesita explicaciones.
—Me alegro de verte, Risa —dice al tiempo que la abraza—. ¿Te quedas a comer?
—Ahh... Sí, claro.
Megumi sonríe.
—Hide, cariño, ¿puedes avisar a tu padre de que tenemos visita?
El señor Obata lleva cinco años siendo escritor de ficción histórica y tiene dos novelas publicadas que fueron un verdadero éxito. Antes de dedicarse a la literatura, era profesor en un instituto, pero su trabajo no le satisfacía, decía que ponía todo su empeño por hacer las clases divertidas y que todos los días le recibían con miradas de hastío, así que decidió arriesgarse y dedicarse a lo que verdaderamente ama: la escritura.
—Igualita que su padre, ¿eh, Megu? —exclama cuando su mujer le explica la situación.
La joven da un respingo y les mira, expectante, pero ninguno de los dos añade nada más.
Después de comer y charlar un rato, el señor Obata regresa a su despacho para enfrascarse en su nuevo manuscrito y Hideki, consciente de que Risa desea hablar con su madre a solas, pone la clásica excusa de que tiene varios trabajos pendientes.
—Espérame en el porche, Risa, que voy a preparar un poco de té.
La joven obedece y Megumi no tarda en aparecer y sentarse a su lado. Durante unos minutos, ambas se dedican a contemplar el jardín, hasta que Risa se decide a romper el silencio:
—Quería... Quería que me hablaras de mi padre —pide, nerviosa—. No puedo preguntarle a mi abuela.
Megumi sirve el té en dos tazas de cerámica, hechas por ella, y le tiende una a Risa.
—¿Crees que Sayako no ve a su hijo como realmente es?
La adolescente sacude la cabeza.
—Conozco a mi abuela y sé que la preocupación le corroería hasta el punto de llamar a mi padre y contarle nuestra conversación, pero tú sabes... no sé... mantener la distancia emocional.
La mujer da un sorbo a su té y hace una mueca de dolor.
—Puedo contarte, por ejemplo, que le expulsaron del instituto y que terminó el bachillerato en el mismo colegio masculino donde estudió Naoki, pero Masaru y yo somos amigos desde niños y sabes la clase de vínculos que se crean en esos casos; hablar sobre él de la manera que tú quieres sin su permiso para mí equivale a traicionarle.
—Es que... —Risa contempla el humeante líquido verde de su taza y pestañea para contener las lágrimas—. ¡Ya no sé quien es, Megu! Incluso he llegado a convencerme de que no me quiere, pero no sé qué he hecho mal.
Megumi, que no se esperaba el arrebato emocional ni las palabras de la muchacha, no sabe cómo reaccionar ni qué decir. Finalmente, esboza una sonrisa comprensiva y la estrecha entre sus brazos.
—Risa —murmura en su oído—, ninguno de los dos se ha recuperado del golpe que sufristeis.
Al ver que la joven se pone tensa, Megumi la suelta.
—Ya, y por eso está viviendo con su amante, ¿no?
La señora Obata se muerde el labio mientras observa con lástima a la muchacha completamente equivocada que tiene delante. Ojalá pudiera aclarárselo todo, contarle lo que no sabe sobre su madre, pero no le corresponde hacerlo.
—Tienes que vencer ese miedo y hablar largo y tendido con Masaru.
Frustrada porque, al igual que sus abuelos, Megumi le esconde algo, Risa desvía la vista al jardín y contempla la arena rastrillada que simboliza el mar. <<Seguro que Naoki también sabe más que yo>>, piensa, haciendo una mueca de disgusto.
—No puedo —susurra y devuelve su atención a la mujer que la observa con preocupación maternal.
—¿Por qué le tienes tanto miedo, Risa? ¿Qué te ha pasado?
—No le tengo miedo, es que...
—Es que eres igual de orgullosa que Lucía —afirma Megumi al tiempo que deja escapar un suspiro resignado y da un segundo sorbo al té.
—¿Eh?
—Mira, ya tienes una motivación para hablar con tu padre. A los dos os vendrá bien sacar el tema.
Risa niega con tristeza.
—No puedo, Megu —repite, la vista clavada en los tablones de madera—, le dije algo horrible.
Kami: son aquellas entidades adoradas en el sintoísmo. Pueden ser deidades, fenómenos de crecimiento, objetos naturales, espíritus que habitan los árboles o fuerzas de la naturaleza.
Ryokan: alojamiento tradicional de lujo.
Tamagoyaki: tortilla japonesa enrollada.
Torii: arco tradicional japonés que se encuentra a la entrada de los santuarios sintoístas. Simboliza la frontera entre el mundo profano y el espiritual.
*Arriba el puente Taihei-Kaku.
Ahora os dejo una deliciosa imagen de los tamagoyaki:
Estos son los pilares de madera en los que el pobre Mamoru se cayó xD
Finalmente, una imagen del riachuelo Shirakawa ^^
¿Os imagináis vivir en una casa así?
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