12: Una sombra de lo que fue
Despierta con un leve dolor de cabeza. La noche anterior llegó tarde y no tiene por costumbre dormir menos de nueve horas, de ahí que su madre y su hermano (Risa no recuerda quién de los dos empezó) acostumbrasen a llamarla <<lironcito>> de forma cariñosa; Naoki incluso le regaló un dibujo enmarcado del lirón de Alicia en el País de las Maravillas por su decimocuarto cumpleaños. Está colgado de la pared, justo encima del escritorio, y, por supuesto, su hermano lo modificó a su gusto y lo disfrazó del gato de Cheshire. A Risa le encanta la combinación porque le recuerda su fuerza interior, que es el mensaje que Naoki quiso transmitirle.
Procedente de la cocina, le llega ruido. ¿Qué hora es? Las ocho, según le chiva el despertador. <<No voy a volver a salir hasta tan tarde>>, se promete mientras, perezosa pero consciente de que ya no va a poder dormir más, echa las sábanas hacia atrás y se pone en pie. Con paso tambaleante y un par de bostezos, la joven se encamina a la cocina, donde se lleva una grata sorpresa.
—¡¡Naoki!! —grita y corre a los brazos de la versión veinte años más joven de Masaru (salvo por el cabello castaño) que está trasteando con la vitrocerámica.
—Hola, hermanita —saluda él, envolviendo a la joven en un tierno abrazo—. Estaba a punto de ir a despertarte.
—¿Cuándo has llegado? ¡De haber sabido que venías, me habría quedado en casa! ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Hasta cuándo te quedas? —Está tan entusiasmada que las palabras se atropellan unas a otras al salir de su boca y sus pies no paran de dar saltitos.
—¡Para, para! —ríe Naoki—. Siéntate y hablamos mientras desayunas, que tienes pinta de necesitarlo.
Risa le propina un cariñoso puñetazo en el brazo y toma asiento junto a su padre, ignorando deliberadamente a su madrastra. Entretanto, Naoki apaga el fuego, se quita el delantal y deposita en la mesa dos tazas de humeante y delicioso café y un plato con cuatro tostadas francesas antes de sentarse él también.
—Papá sabía que venía —comienza a explicar—; no podía ser de otra forma después de que me contaras lo de tu agresión. Le pedí que no te dijera nada para darte una sorpresa, pero la sorpresa me la llevé yo cuando, al llegar anoche, me dijo que habías salido con unas amigas. Me alegro, Risa, ya era hora.
La joven se encoge de hombros y abre el azucarero para verter dos cucharadas de azúcar en su café y removerlo en sentido contrario a las agujas del reloj, igual que hacía su madre; se ha convertido en una costumbre de la que hace mucho que dejó de ser consciente.
—Son simpáticas y no me parecía educado rechazar su invitación; de todas formas, tampoco tenía una excusa convincente para hacerlo.
—¿Y qué tal fue?
Risa hace una mueca de disgusto, pero luego sonríe y le habla de la encerrona en la discoteca, de la impresión que le causó el famoso barrio rojo de Shinjuku y de lo bien que se lo pasó cenando en un restaurante familiar y viendo cantar a sus amigos en el karaoke.
—Yo no canté porque no quiero que reconozcan mi voz cuando estrenen el nuevo sencillo de Ame —aclara y, por último, hace un resumen de la charla con el director.
—¡Vaya! —exclama Naoki mientras coge una tostada. Acto seguido, se vuelve hacia Masaru con expresión de reproche—. Buena elección, papá; un maravilloso colegio donde, por una agresión grave, el castigo es una expulsión temporal. ¡Temporal!
El hombre enarca sus elegantes cejas con calculada burla, pero antes de que tenga tiempo de contraatacar, su hija toma la palabra:
—Ni se os ocurra poneros a discutir, ya tengo suficiente estrés para una buena temporada. —Risa mira a su hermano con cariño—. Ya sabes, las donaciones son importantes y el director no es tan noble como aparenta.
—No es tan sencillo, Risa —comenta Masaru mientras da un sorbo a su café.
—Te tienes que imponer, pero sin ceder a sus provocaciones —interviene Suzume, y la joven da un respingo, sin poder creerse que su madrastra la esté aconsejando, hasta que cae en la cuenta de que lo hace porque quiere quedar bien delante de Naoki—. El truco está en hacerles creer que no te importa para que no se esperen el ataque. Apuñalar por la espalda no siempre es cobarde —añade ante la expresión de rechazo de la muchacha.
<<No es eso, es que ya es un poco tarde para ser elegante>>. El chico de la enfermería tenía razón: ella no es un cisne.
La conversación deriva entonces a Kioto cuando Masaru pregunta por sus padres; los de su difunta mujer viven en España y no han dado señales de vida desde el funeral de su hija, ya que le culpan de su muerte, opinión compartida por Risa. A pesar de que la última voluntad de Lucía era ser incinerada y reposar en Kioto por toda la eternidad, sus padres querían repatriarla a Segovia, su ciudad natal, y darle un entierro cristiano. Hubo una discusión muy fuerte y las veces que Risa y Naoki les han llamado para interesarse por su salud no han obtenido respuesta. Es terriblemente injusto, puesto que ellos no tienen culpa de nada, pero ninguno de los dos está resentido; saben que cuando las llamas se hayan convertido en brasas, tal vez reciban noticias suyas.
—Os echan de menos. —Naoki mira a su padre de forma significativa antes de continuar hablando—: El abuelo suele quejarse de que le llamas poco y la abuela ha hecho una nueva amiga; quedan los domingos para pintar al óleo y recordar viejos tiempos.
—¿Y tus estudios? —pregunta Masaru, haciendo caso omiso de la indirecta.
El joven está cursando su primer año de medicina; quiere ser forense. En opinión de Risa, hay que tener mucho estómago para dedicarse a diseccionar cadáveres porque la realidad no es como en las series policíacas; el olor, el estado en el que lleguen los cuerpos... Le parece una profesión muy dura, y que su hermano no flaquee cuando la gente le dice esa clase de cosas es uno de los motivos por los que le admira y le considera un ejemplo a seguir.
—Mantengo mi segunda posición.
—¿Solo segunda? Tienes capacidad más que suficiente para ser el primero.
Naoki lanza un suspiro de hartazgo.
—Sacrifiqué mucho para graduarme el primero de mi promoción en el instituto, y todo para que estuvieras contento. Ahora que has huido a Tokio, puedo vivir mi vida a mi manera. —El joven lanza una mirada de reojo a su hermana, que mantiene la vista clavada en la tostada a medio comer que descansa en su plato—. Es una pena que ella no pueda.
Indiferente a su arrebato, Masaru le observa un par de segundos antes de responder:
—Equivocas quién se sacrifica por quien.
El joven suelta una amarga carcajada.
—¿Sacrificio? ¿Tú? ¡Pero si nunca has mirado más allá de tu ombligo!
Masaru aprieta la mandíbula y abre la boca para replicar, pero el sollozo de Risa le detiene.
—Os pedí que no pelearais... ¡Si no podéis hacer a un lado vuestro orgullo por mí, los dos sois igual de egoístas!
Su padre no dice nada, se limita a seguir desayunando en aparente tranquilidad, pero Naoki frunce los labios, disgustado, y se vuelve hacia su hermana con una mirada que bien podría interpretarse como arrepentimiento o lástima.
—Tienes razón, lo siento. No más reproches.
Risa asiente y sonríe, convencida de que la sonrisa que le devuelve su hermano es sincera, sin saber que el disgusto es con ella.
♫♪♫
Harumi es una zona tranquila y no muy grande. Salvo los del centro comercial Triton Square, las cafeterías y los restaurantes están en los distritos colindantes o en el centro de la ciudad. No hay mucho que ver y, como Naoki siente curiosidad por el instituto de Risa, los tres dan un largo y relajante paseo de media hora hasta Shintomi, que, aunque tampoco es muy grande, ya se asemeja más a lo que uno puede esperarse de Tokio. Suzume se ha ido de compras con unas amigas y pasará todo el día fuera <<para que disfrutéis de una día en familia>>, según su frase de despedida.
—¡Vaya, es realmente impresionante! —admira Naoki con sinceridad mientras atraviesan el arco ojival de la entrada y acceden al amplio jardín delantero.
Risa se remueve, incómoda, lo que su hermano considera digno de verse para ella es una cárcel. La estructura es espectacular, sí, pero, como suele decirse, lo que importa es el interior, el carácter.
—Cuando terminan las clases y salimos por el barrio, todo el mundo reconoce nuestros uniformes y nos mira con envidia, pero yo no dudaría en cambiarme por cualquiera de esos adolescentes que no tienen ni idea del infierno que se esconde entre tanto lujo. No soy estúpida, sabía que no sería distinto de otros colegios privados, pero tampoco esperaba lo que me encontré.
—¿Y no es posible que estés exagerando? —pregunta su padre, que camina unos metros por delante y parecía no estar prestándoles atención—. Burlas y peleas hay en todos los institutos, Risa. Lo que creo es que aquí te has topado con alguien que, por algún motivo, te asusta.—Masaru se vuelve hacia su hija—. ¿Acierto?
La joven guarda silencio, no lo había contemplado desde esa perspectiva. ¿Es eso? ¿Teme lo que Naomi, celosa y con toda su influencia, pueda hacerle? Eiji aseguró que se encargaría de ella, pero relegarla de su puesto como presidenta del Consejo de Estudiantes no significa nada y solo conseguirá enfadarla aún más. Le pidió que confiara en él y eso va a hacer, pero la respuesta a la pregunta de su padre es obvia.
Puesto que el distrito de Shintomi es contiguo a Ginza, el barrio de lujo de Tokio, y todavía les sobra tiempo hasta la hora de comer, deciden pasear por sus anchas aceras y contemplar los escaparates de las tiendas de renombre, solo aptas para los bolsillos más adinerados; de hecho, a Ginza se la suele comparar con la Quinta Avenida de Nueva York.
Naoki no es muy aficionado a la informática y las nuevas tecnologías, así que ignora el famoso edificio de Sony y la Apple Store, pero se detiene a contemplar la bonita arquitectura del teatro Kabuki-za, que ofrece funciones diarias desde 1889, el enorme reloj del Ginza Wako, un edificio de estilo occidental que corta las dos principales avenidas del barrio y, por supuesto, la curiosa fachada del Mikimoto, diseñado por el arquitecto Toyoo Ito. Al ser blanca y con irregulares ventanas que parecen dispuestas al azar, a Risa le recuerda al pelaje de una vaca, pero se abstiene de hacer el comentario por miedo a que lo consideren infantil.
Masaru ha reservado mesa en el Spain Club Ginza, un acogedor e informal restaurante de cocina española cuya entrada, un portón de madera antaño parte de una iglesia, recuerda a la España medieval. El chef es español y la forma afectuosa en la que saluda a Masaru evidencia que se trata de un cliente asiduo. Risa disimula su disgusto: Suzume ha estado ahí antes que ella y, si no fuera por la visita de Naoki, su padre no la hubiese llevado.
Como hay mucho ajetreo en el local, el chef no puede quedarse a charlar, pero les promete una comida deliciosa y no miente: tanto Risa como Naoki tienen la impresión de estar en España, en casa de sus abuelos maternos, comiendo la tortilla de patata de su abuela y disfrutando de los embutidos de pueblo y de las ensaladas que solo ella sabe aliñar. La joven no había vuelto a probar los placeres de la tierra de su madre desde que Lucía falleció.
—¡Cómo lo echaba de menos! —exclama, extasiada, mientras saborea una rodaja de salchichón.
—¿Quieres vino? —ofrece su padre, que acaba de servir la copa de Naoki y la propia. Risa asiente y coge un poco de queso.
—Alguien va a volver borracha a casa... —bromea su hermano, guiñándole un ojo. La joven enarca una ceja y le sigue el juego:
—Habló el que todavía no llega a los veinte y ya tiene tolerancia al alcohol.
—Te veo demasiado inocente, hermanita.
—Además, te hace el reproche como si ella no bebiera —interviene Masaru, sorprendiendo a ambos jóvenes.
Risa se encuentra a sí misma sonriendo y pensando que es una escena muy cotidiana: una familia tomándose el pelo mientras comen. Casi le recuerda a su antigua vida en Kioto.
Casi.
—Porque no lo hago.
—¿Entonces, el otro día, Yuuichi se bebió él solo las dos cervezas que faltaban en la nevera?
Aguantándose la mueca de disgusto, la joven se aclara la garganta, como si nada hubiera pasado, y da un sorbo a la copa de vino.
♫♪♫
El taxi se detiene frente a un bloque de apartamentos en Nishiazabu y, tras pagar la carrera al conductor, Naoki se apea y se aproxima al portal. Espera que estén en casa, no ha querido que su padre llamase para cerciorarse porque su idea es darles una sorpresa, igual que a Risa.
El joven suspira con fastidio al acordarse de la reacción de su hermana cuando la ha invitado a acompañarle: se ha negado con brusquedad y ha hecho oídos sordos a su intento de convencerla de que el rencor no conduce a nada. No defiende lo que Yuuichi hizo, ni mucho menos, pero eran unos críos y esas cosas pasan. <<Me pregunto de quién habrá sacado la tozudez>>, piensa, irónico, mientras marca el código del apartamento y espera.
La puerta no tarda el abrirse con un chasquido y el muchacho da un respingo. ¿Abren sin preguntar quien es? Entonces, mientras se monta en el ascensor y pulsa el botón de la décima planta, cae en la cuenta de que deben de tener un videoportero, como en casa de su padre. Su sospecha se confirma cuando el ascensor se detiene y, antes de que las puertas hayan terminado de abrirse, la voz de Mamoru, llamándole, le llega desde el final del pasillo.
—Así no tiene gracia —protesta mientras abraza a su amigo, que le lanza una mirada confusa—. La sorpresa de Risa tampoco salió bien.
Con una risita, Mamoru le conduce al interior del espacioso, luminoso y elegante apartamento; no obstante, hay evidencias aquí y allá de que cuatro adolescentes lo habitan. Naoki sonríe al imaginar la cara de espanto que pondría su amigo Hideki si lo viera, ya que siempre ha sido muy limpio consigo mismo y con su entorno. <<¡Lo que tuvo que aguantar cuando Yuu aún vivía en Kioto!>>
El resto del grupo le espera en el salón, sentados alrededor de una mesa baja y con el televisor encendido.
—¿Tienes hambre? —le pregunta Takeru después de los saludos y los abrazos.
—No, he comido hace un rato.
—Pero te quedas a cenar, ¿no? —ofrece Hiroshi y Naoki asiente con una sonrisa; contaba con la invitación—. Si Risa hubiera venido, sería como en los viejos tiempos. —El joven suspira—. Añoro robarle la comida del plato y que se ponga hecha una furia.
—Lo he intentado —se disculpa Naoki, incómodo, pero no necesita explicarse, todos han mirado de reojo a Yuuichi que, de repente, parece muy interesado en los anuncios. Hace aproximadamente un año, lo único que impidió que le partiese la cara fue su amistad con Hideki, el hermano mayor del joven, pero ahora, después de que el muchacho haya buscado el perdón de Risa de mil maneras distintas, siente cierta lástima por él; Naoki cree en las segundas oportunidades.
Los anuncios dan paso a Cartas anónimas, el último dorama de Mika, y Yuuichi apaga la televisión con un resoplido de irritación. Ha sentido los ojos de sus amigos clavándose en su espalda como estiletes. Aunque nunca se lo hayan reprochado, sabe que, en cierto modo, le culpan de que su relación con Risa ya no sea la misma, lo cual le pone de mal humor. ¿Acaso es su culpa que sea tan terca y egoísta? Él ha intentado hacer las paces en varias ocasiones, pero ella siempre le viene con el mismo rollo y no atiende a razones. ¿Qué más quieren que haga?
—¡Dejad de mirarme así, joder! Yo también lo he intentado.
—¡Esa boca! Y cuidadito con tu mal genio —le advierte Takeru, seco—. Todos sabemos cómo están las cosas entre ambos.
—Y pensáis que es mi culpa, ¿verdad? Risa está en Tokio, pero no os visita porque no me quiere ver. —El joven deja escapar una breve y amarga carcajada—. ¿Cómo pudiste hacerle algo así, Yuu? ¿No se supone que la querías? Claro que sí. Entonces, ¿por qué te acostaste con Mika? ¡Pues no lo sé, pero me arrepiento cada día que pasa, ¿vale?! ¡Así que dejad de reprochármelo!
—Yuu, para. —Mamoru le apoya una mano en el hombro con una firmeza nada propia de él—. Todo eso está en tu cabeza.
—Ah, ¿sí? —El joven arquea las cejas con escepticismo.
—Sí, nadie te considera responsable de que Risa no venga de visita.
Yuuichi traga saliva y mira al resto de sus amigos para comprobar que Mamoru dice la verdad. En sus ojos lee comprensión, no reproche.
—Lo siento —susurra, avergonzado—. Es que...
No termina la frase y, con un suspiro abatido, se levanta a preparar bebidas para todo el grupo.
—Mi hermana ya no es la de antes —dice Naoki, reclinándose en su asiento.
—Bueno, la razón es evidente —tercia Takeru, arqueando una incrédula ceja.
—De haber permanecido en Kioto, lo habría llevado de una manera muy distinta, no habría... perdido su identidad. —Naoki baja la cabeza y guarda unos instantes de silencio antes de continuar—: Ahora agacha las orejas y llora ante los problemas, no es la Risa que acumuló dos faltas graves en su expediente y le dio igual; la que defendía a muerte su opinión, aunque no tuviese razón; la que no dudaba en hacerse un hueco allí donde fuera. Ahora... Ahora tiene miedo de la gente de su nuevo instituto y tampoco se atreve a plantarle cara a nuestro padre. Me enferma ver cómo se ha convertido en una sombra de lo que fue.
—Sucedió sin que nadie se lo esperara y no han pasado más que unos meses. —Takeru le apoya una mano en el antebrazo—. Dale un poco de tiempo y no discutas con Masaru en su presencia, que te conozco.
La sonrisa que esboza al decirlo le resta seriedad a la reprimenda. Naoki asiente y suspira, decidido a ser paciente y no forzar las cosas.
Dorama: son el equivalente japonés de las telenovelas occidentales.
¿Qué le interesaba ver a Naoki de Ginza?
Empezó por el famoso Teatro Kabuki-za:
El reloj del Ginza Wako también le llamó la atención:
Finalmente, visitó el edificio Mikimoto, que a Risa le recuerda al pelaje de una vaca:
Un poquito sí, ¿no?
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