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1: Artificial convivencia


Siempre se ha preguntado si una persona que se tira al vacío desde una altura considerable, muere por infarto antes de que su cuerpo impacte contra el suelo. Ha paladeado la idea en más de una ocasión; sin embargo, no tiene intención de suicidarse. Lo califica como <<un pensamiento morboso, como los que todos tenemos cuando nos sentimos bajos de ánimo>> para no obsesionarse con la angustiosa idea de que algo no funciona bien en su mente. Todavía no sabe que se trata de un fenómeno conocido como <<la llamada del vacío>>, y que no significa lo que ella cree.

A sus pies, la bahía de Tokio bulle de ordenada y colorida actividad. Tokio siempre rezuma vida, pero por la noche todo se intensifica: ruido, luces, gente, coches... Es una ciudad en la que el aburrimiento no existe, siempre y cuando uno sepa divertirse, claro. Ella es de esas personas, aunque haya olvidado voluntariamente cómo se hacía.

—¡Serizawa! —exclama, urgente, una voz femenina desde el interior del lujoso piso—. ¿Qué diablos haces ahí? ¡Son las dos de la mañana!

Lentamente, con hastío, se vuelve hacia Suzume, que la observa con los brazos en jarras y los labios fruncidos en una mueca mezcla de frustración e impaciencia. Es una mujer joven y guapa, con el cabello largo y brillante y rasgos delicados; sin embargo, posee esa clase de dulce belleza que solo se conserva durante la juventud. Una verdadera tragedia.

—¿Quieres hacer el favor de entrar? ¡No quiero que te resfríes y me lo pegues! ¡Una modelo no puede ir a trabajar con la nariz como un pimiento!

<<¿Sabes que existe un invento llamado maquillaje y otro conocido como Photoshop? ¿Te crees que tus fotos no están retocadas? Lo que pasa es que te da vergüenza salir a la calle con la nariz roja, ¡admítelo!>>

—¡Serizawa!

Continúa ignorándola. ¿Por qué no regresa a la cama y la deja en paz? En su habitación el frío no la alcanzará y su preciada nariz estará a salvo. Además, no está haciendo nada malo; solo contempla la ciudad, sentada en la terraza.

A decir verdad, la actitud indiferente y egoísta de la mujer no le molesta, no le afecta; las vacaciones de verano, aunque cortas, han sido tiempo más que suficiente para acostumbrarse al constante desprecio de Suzume, la novia de su padre. Ni su hermana mayor ni su madre, como seguramente estabais pensando. Si creéis comprender su situación os equivocáis, así que dejad las conjeturas a un lado y prestad atención.

Irritar a Suzume es uno de sus pasatiempos favoritos, cualquier cosa con tal de conseguir que un día de estos haga las maletas y vuelva a Kioto. Su padre debe de pensar que es amor, pero ella sabe que no es más que dinero y posición social. ¿Una preciosa modelo de veintiocho años enamorada de un cuarentón, mánager de un grupo adolescente de éxito? ¡Por favor! Lo que le pasa a Suzume es que empieza a ser consciente de que los treinta es una edad crítica para muchas modelos y quiere un hueco en el mundo del espectáculo a cambio de sexo. En definitiva, así funcionan las cosas en el negocio, ¿no?

—¡¡Serizawa!! —insiste Suzume al ver que, ni corta ni perezosa, la joven ha vuelto a girar la cara hacia el cielo nocturno. Craso error, ya que los gritos a deshoras despiertan a su padre, que se levanta de mal humor. Odia, como es natural, que interrumpan sus horas de sueño; sobre todo en días festivos.

—¿Se puede saber qué pasa aquí? —ladra, fulminándolas a ambas con la mirada.

—¡Tu hija! —se apresura a desembarazarse Suzume, haciendo un poco de su habitual teatro—. Me levanto a beber agua, ¡y mira dónde me la encuentro! Y, por si fuera poco, ¡me ignora cuando le hablo!

En un arrebato de rabia, el hombre sale a la terraza, toma a la muchacha del brazo y tira de ella hasta que sus pies tocan el parqué del salón. La joven mantiene la cabeza baja mientras su padre cierra la puerta y resopla.

—Ya basta de bobadas, ¿quieres?

—Ni siquiera te molestas en intentar comprenderme —replica ella con rencor y sin alzar la mirada. No le asusta su furia, lo que pasa es que no quiere ver la sonrisa de satisfacción en el rostro de Suzume.

—¿Qué es lo que tengo que comprender?

—¿Qué he hecho mal? ¿A quién molestaba tomando un poco el aire? —Su padre se lleva una mano a la frente al tiempo que suspira, pero en lugar de callarse y dejarlo estar, la muchacha se envalentona, disgustada porque el hombre se haya puesto de parte de la bruja de su madrastra—. ¿Prefieres que salga a la calle y me pase cualquier cosa? Y si no me soportas, ¿qué hago aquí? ¿Por qué me obligaste a venir a Tokio? ¿Por qué no me dejaste vivir con Naoki y con los abuelos en Kioto? ¡Los dos hubiésemos salido ganando!

Durante unos instantes el hombre no sabe qué responder.

—Vete a dormir, ¿quieres? —ordena en tono desganado. A continuación, da media vuelta y regresa a su habitación.

La joven lucha por contener las lágrimas, harta como está de esa artificial convivencia.


♫♪♫


La mañana del lunes amanece tan nublada como su estado de ánimo. Hoy empieza las clases en su nuevo instituto. Debería estar ansiosa por hacer nuevos amigos y todas esas cosas que antes le importaban, pero su vida no se mudó con ella a Tokio, sino que se quedó en Kioto junto a su familia; además, va a ser la chica nueva que llega a finales de verano a un instituto mixto y elitista que llamaremos Instituto Q. Ser la comidilla durante semanas en un colegio público no es para tanto, serlo en uno privado para niños ricos es lo peor que le podría pasar.

Contempla su aspecto en el espejo mientras se alisa las arrugas de la chaqueta y los pliegues de la falda. No le gustan los uniformes, aunque entiende que uno de sus objetivos (si no el único) es reducir la discriminación entre los alumnos respecto a sus gustos sobre ropa y concienciarles de que todos tienen las mismas posibilidades. No puede decir que envidia los institutos públicos occidentales, donde los estudiantes visten como quieren, porque nunca ha estado en uno, pero le da la impresión de que son más libres. ¿Extraño punto de vista para una japonesa? Vivir en un país saturado de normas y protocolos sociales puede resultar agobiante; además, no es japonesa del todo, sino half, otro detalle que podría traerle problemas en su nueva vida escolar.

Su reflejo le devuelve una sonrisa lánguida, como si las comisuras de su boca carecieran de la energía necesaria para curvarse hacia arriba, o como si se hubieran despertado perezosas. El brillo de sus ojos también está muerto, ni siquiera la máscara de pestañas consigue embellecerlos y ocultar la tristeza que parece haberse adherido a ellos como un par de lentillas; ojalá pudiera quitársela con un suave toque del dedo y dejarla olvidada en algún cajón. Los rasgos son afilados, la cara ovalada y los pómulos altos. Cuando vivía en Kioto se preocupaba por estar guapa, ahora solo es una chica más, sin nada en especial, que no sabe qué hacer con su melena, de un castaño natural. ¿Se la recoge en una coleta? ¿Se pone horquillas? ¿Tal vez una cinta para el pelo? Nada de lo que haga por mejorar su aspecto le devolverá la felicidad de la que antaño disfrutaba, así que opta por dejarse el cabello suelto.

—¿Y mi almuerzo? —pregunta Suzume desde la cocina cuando la oye salir de su habitación.

—¿Se te ha ocurrido mirar en la nevera?

—¡Sira!

Su cuerpo se tensa tanto, y de forma tan repentina, que siente calambres en todos los músculos a la vez. Despacio, se vuelve hacia su padre, que la observa, muy serio, desde el pasillo. Es un hombre alto, con su metro ochenta de estatura, y bastante atractivo para su edad; tal vez se deba a que aparenta diez años menos. Sus rasgos son similares a los suyos y le gusta dejarse una barba rala que Risa supone será para intentar parecer mayor. ¿Tendrá más amantes aparte de Yumi? No le extrañaría: las mujeres suelen rifarse a los hombres así, y más si se les añade el incentivo del dinero.

Aprieta los labios hasta que forman una fina línea. ¿Cómo se atreve a utilizar ese apodo? No tiene ningún derecho, pero sabe que le irrita, sabe que es la única manera de dejarla vulnerable el tiempo suficiente como para doblegarla.

—Compórtate como una adulta.

—No soy yo a quien debes decírselo —sisea la joven mientras abre la puerta.

—¡Maldita sea tu sangre española, Risa!

Su padre da media vuelta y regresa a la cocina-comedor. Ella, en cambio, se queda ahí parada, con los ojos llenos de lágrimas. ¿De verdad Masaru acaba de despreciar a su madre?


♫♪♫


El metro va excesivamente lleno, es hora punta. Seguro que habéis visto vídeos en los que el conductor no arranca hasta que los guardias de seguridad consiguen, a base de empujones, que todo el mundo esté dentro y las puertas se cierren. Por suerte, pertenece a ese pequeño porcentaje de afortunados pasajeros que logran viajar sentados.

Cuando, unos minutos más tarde, el vagón se vacía parcialmente respira aliviada; tanta gente comprimiendo su cuerpo desde todos los ángulos la estaba empezando a marear. Ha de acostumbrarse, sin embargo, puesto que ese será su medio de transporte para ir al instituto a partir de hoy. Masaru se ofreció a llevarla en coche, pero ella rehusó por la sencilla razón de que si alguien le reconoce, rápidamente la relacionarían con Ame y las chicas se le echarán encima para que les consiga autógrafos o citas. Sí, Ame, que quiere decir <<lluvia>> en japonés, es el grupo adolescente de J-Rock que su padre se encarga de promocionar.

—¿Quéeeee? ¡Debes estar de broma!

El tono estridente de una adolescente, que acaba de subirse al vagón y habla a voz en grito por el móvil, la irrita. Risa le lanza una mirada reprobatoria, pero ella hace caso omiso. Resignada, nuestra protagonista suspira y vuelve a abstraerse en sus pensamientos... hasta que se fija en que no ha sido la única a la que ha molestado la actitud de la chica: hay un joven junto a la puerta de enfrente que se contenta con fulminar con la mirada a la cotorra que entretiene a su vagón y a los dos contiguos. Al metro entero si me apuráis, ya que en Japón está prohibido hablar por el móvil en los transportes públicos.

Se queda embobada mirándole: es realmente guapo, como un modelo de esos que te preguntas si realmente existen porque en tu barrio no te los encuentras ni de casualidad. Luce su mismo uniforme color crema y granate, aunque la corbata es verde oscura, mientras que su lazo es azul. En un fugaz pensamiento, recuerda el código de colores: negro para los de primer año, azul para los de segundo, y verde para los de último curso.

Es alto, rondará el metro setenta y cinco, calculando a ojo. Su cabello, teñido de castaño y abundante, se reparte en mechones revueltos con estilo que apenas le rozan los hombros y dejan a la vista unas orejas pequeñas y redondas, la izquierda con un par de pequeños aros de plata pegados al lóbulo. La cara anda a camino entre ovalada y redonda, y su cuello es elegante, dato que inevitablemente llama la atención al tratarse de un hombre. Cejas finas y arqueadas, grandes y expresivos ojos color castaño y labios ligeramente carnosos; su recta nariz encaja perfectamente con los pómulos altos y poco marcados, y en la mejilla izquierda, justo bajo el ojo, el chico luce un gracioso lunar que confiere mucha personalidad al conjunto de sus rasgos.

La joven desvía la vista, repentinamente consciente de que sería muy vergonzoso que la pillase acosándole con la mirada... Aunque, pensándolo bien, ¿cómo reaccionaría? ¿Le incomodaría o le halagaría? ¿Se acercaría a hablar? No lo cree, los tipos como él suelen tener una novia guapa y carismática, como en las películas americanas.

A pesar de que buscó su instituto en internet y vio que no estaba demasiado lejos de la estación en la que baja, no le quedó muy claro cómo llegar, así que decide seguir con disimulo al atractivo joven. Pronto descubre que el Instituto Q es un enorme y elegante edificio de piedra y madera que rodea un amplio césped con varios caminos anchos y empedrados que desembocan en una fuente central, sencilla y redonda, con un surtidor en lo alto que libera una cascada de agua. Salpicando el jardín aquí y allá hay cerezos, robles, sauces llorones y otros árboles que Risa no reconoce. Cuando vio las fotos en la web, inmediatamente pensó que la estructura tenía un ligero aire a la Universidad de Cambridge y sintió una punzada de emoción y orgullo, pero entonces recordó que es un colegio elitista para niños ricos y regresó de golpe a la realidad.

—Perdona.

Se sobresalta al escuchar una voz femenina muy cerca; estaba tan ensimismada contemplando el recinto que no se ha percatado de que un par de chicas de segundo año se le han acercado.

—¿Son lentillas? —pregunta la que le ha dirigido la palabra, refiriéndose a sus ojos color miel. ¡Y aquí vamos!

—No, son naturales —responde, tratando de ocultar lo mejor que puede su incomodidad; hay algo en la mirada de la joven y en sus gestos que le da mala espina; además, sus formas son agresivas y poco educadas. Sin embargo, su reacción la deja perpleja:

—¿En serio? ¡Qué afortunada! Es un color muy bonito, ¿verdad, Eri?

La tal Eri asiente y esboza una sonrisa de disculpa.

—No te tomes a mal la pregunta. Nagisa puede llegar a ser un poco excéntrica a veces, pero es como cuando haces limones con miel, ¿sabes? Por cierto, Eri viene de Erika.

—Seri... —vacila, ella se ha presentado directamente con su nombre de pila—. Risa, encantada de conoceros.

—Bienvenida, Risa —dice Erika, quien, a pesar de la actitud agresiva de Nagisa, parece llevar la voz cantante, o quizás sea la más extrovertida de las dos. Y la más chiflada..., aunque eso todavía no lo puede afirmar.

Sonríe, tal vez su estancia en el Instituto Q no vaya a ser tan mala, después de todo.

Half: significa "mitad", pero los japoneses lo usan como sinónimo de mestizo.

Bentō: ración de comida para llevar.

J-Rock: Japanese Rock (Jei Rokku).




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