Capítulo 5
En aquella fría noche de otoño, la ciudad pesquera era silenciosa y armoniosamente calmada, un lujo que solo las ciudades pequeñas lograban mantener. En las afueras de los dominios del humano, a unos cuantos metros dentro del bosque del Sonido, Sandu se encontraba meditando junto a la base de un árbol, mientras el joven pelirrojo se mantenía a una sana distancia de su guardián, no queriendo interrumpir su concentración.
Miraba todo a su alrededor con curiosidad y asombro; los enormes árboles con sus raíces y hojas de diferentes colores, los pequeños animales que pasaban cerca de ellos al no sentirse amenazados por su presencia, pero por sobre todo, observaba intrigado y ligeramente emocionado a unas diminutas criaturas parecidas a las luciérnagas, pero de los cuales emanaba una luz tan clara y pura como la misma Luna. Danzaban con alegría y despreocupación por las superficies de los árboles, tierra, agua, otros insectos, y ellos mismos.
El joven, con su inocencia, intenta atraparlas para averiguar qué eran, pero logran escapar a cada intento, soltando pequeñas risas ante sus intentos por contenerlas. Se mantuvo en esa frustrante tarea bastante tiempo, ignorando el hecho de que el trigueño, habiendo terminado su meditación, le observaba con ciertas dudas en su mente.
Inhalando profundo, Sandu se dispone a acomodarse en la base de aquel árbol, permitiéndose unas pocas horas de sueño para, al día siguiente, pensar en una estrategia que le ayudará a conllevar este incierto viaje con menos dificultad.
Dos días después, en la habitación 306, se efectúa una ajetreada disputa entre Amy y Cassandra. Por suerte, sus vecinos ya no se encontraban en sus habitaciones para ser molestados por ellas.
—Te volviste loca ¿verdad? —Cuestiona la pelinegra mirando con cierto recelo como la rubia guardaba algunas pertenencias importantes en su bolso de mano.
—Siempre lo he estado, Cassy —Responde la chica sin inmutarse, sonriéndole con confianza a su compañera— Además, no parecen peligrosos.
—Lolo tampoco te parecía peligroso. Ya vimos que pasó. —Sentencia cruzándose de brazos, mirándole con suficiencia desde el marco de la puerta del baño.
—¡Tenía cinco años, Cassy! ¡¿cómo iba a saber que a los perros no les gustaba que les tiraran la cola?!
—¡Ese no es el punto! —Clama la heterocromática, acercándose a Amy, tomándole de los hombros para poder mirarle fijamente— Tengo un mal presentimiento de esto, Amy... Sé que será peligroso, y no vinimos aquí para esto.
La rubia, entendiendo el punto de la más alta, deja salir un largo suspiro, tomando las manos ajenas entre las propias antes de responder en un tono sereno, claro, y, en cierto modo, autoritario.
—Lo sé, vinimos aquí para conocer más sobre el misterioso Caleb Archer... A sus espaldas, por cierto... —Antes de que Cassandra pudiera abrir la boca para refutar, alza su dedo índice, deteniéndola en el acto— ¿Crees que no se que esto es extraño? ¿dos desconocidos con un cachorro moribundo aparecen de la nada buscando a alguien que se supone no ha pisado un pie en este pueblo en más de 20 años? Es jodidamente raro...
—Entonces... ¿Por qué has estado viéndolos estos días en la veterinaria?
Si bien la pelinegra conocía lo suficientemente a Amy para saber que no actuaba por simple imprudencia como muchos podrían creer, había ocasiones que no lograba comprender lo que ocurría dentro de su mente.
—Sandu quiere respuestas... y yo también tengo mis preguntas —Sentencia la rubia colgándose su bolso de mano al hombro, volteandose luego para mirar a la más alta con una cálida sonrisa— Además ¿no te preocupa ese chico pelirrojo? Le estoy enseñando algunas palabras. Mira hoy le llevo un cuento.
—Amy... —Cassandra deja salir un largo suspiro sin saber realmente cómo convencerla— No tomes decisiones tan a la ligera...
—Tranquila... Si algo llega a pasar, tú vas a protegerme. —Tomando del brazo a la pelinegra, Amy le dedica su más brillante sonrisa, la cual, sin importar cuanto tiempo estuviesen juntas, siempre surgía efecto.
—Por supuesto. Siempre lo haré.
Habiendo pasado quince minutos de salir de la habitación del hotel, las chicas se encontraban ya frente a la clínica veterinaria en la que hace solo un par de días habían internado al cachorro recién nacido. Cassandra aún tenía sus dudas, pero, y con pesadumbre plasmado en su rostro, se dejaba guiar por la rubia dentro del lugar.
En la sala de espera, sentado con completa incomodidad en la esquina más apartada, se encontraba el joven pelirrojo, mantenía su mirada fija en la ventana sin realmente saber que hacer, pero en el momento que siente la presencia de la joven rubia, se levanta rápidamente, sintiéndose emocionado y curioso por las cosas interesantes que le enseñaría esa tarde.
—¡Hola Nhaky!
Saluda Amy con total confianza al veterinario, quien se encontraba entregando un conejito en perfecto estado a una joven veinteañera. Este, apartando la vista de su cliente unos segundos, esboza una adorable sonrisa a la rubia como saludo para luego continuar con su labor de explicar los cuidados del pequeño animal.
Al ver esto ambas chicas tuvieron el mismo pensamiento fugáz: "Guapo".
—Buenos días —Saluda sonriente el trigueño luego de cerrar la revista de actualidad que estaba leyendo minutos atrás.
—Hey... —Saluda Cassandra con total molestia plantada en su rostro para luego quitarle la revista que tenía el más alto en las manos y ponerse a leerla al otro lado de la sala donde ellos se encontraban.
—Hola Sandu —Saluda amable la rubia quien, al igual que el trigueño, no le tomó importancia a la actitud hostil, ya común, en la pelinegra— ¡Hola, lindura!—Saluda con total alegría al pelirrojo, siendo recibida con igual emoción por él— ¡Mira! Hoy traje un cuento para que leamos; Caperucita roja.
Mientras la rubia le enseñaba a través del cuento algunas palabras al joven pelirrojo, siendo escuchada atentamente por un interesado Sandu, Nhaky los observaba con una mezcla de diversión y extrañeza, sintiéndose más el dueño de un jardín infantil que de una veterinaria local.
Habiendo pasado alrededor de una hora en la sala de espera del lugar, viendo como clientes con sus mascotas iba y venía, y habiendo terminado de leer tres revistas sobre el cuidado de mascotas y artículos favoritos para gatos caseros, Cassandra levanta su mirada para observar cómo la rubia se excusaba con sus "estudiantes" para ir al lavado.
—Muy bien, repasa esas palabras hasta que yo regrese ¿de acuerdo?
Le encarga la rubia, encaminadose hacia el interior de la clínica con cierta desesperación. El pelirrojo, sin conocer del todo lo que la chica le dijo, entendió instintivamente el mensaje, se concentró en la página de aquel colorido libro, intentando replicar las palabras que le enseñó minutos antes. Pero eran demasiado difíciles.
—Ca... Cape... Cape... mmm... Cape... rr
—¡Caperucita! Joder, no es tan dificil.
Clama Cassandra sin piedad alguna, sorprendiendo y asustando al muchacho en el instante. Por pura inercia, el cuerpo del pelirrojo comenzó a temblar, sin saber que hacer para aminorar la rabia de esa chica que, desde el inicio, no dejaba de hacerle sentir en peligro. Por el otro lado, al recibir esa reacción por parte del contrario, la pelinegra se tensa, maquinando a toda velocidad dentro de su mente que decir para que dejara de temblar.
—Wow... Eres excelente con los niños.
Comenta con sarcásmo Sandu, mirándole con calma, pero total desaprobación por la mala actitud ajena con alguien mucho menor que ella. La pelinegra estaba con toda la intención de responderle con bordería, pero no era tan inmadura como para no reconocer que, esta vez, el trigueño tenía razón.
Pero si era lo suficientemente inmadura como para, en vez de responderle con palabras, lanzarle una revista a la cara.
Ajena al conflicto, Amy se deslizaba con disimulo por las jaulas de los animales internados, buscando enfocar el llamativo pelaje rojizo del cachorro canino. Al encontrarlo, esboza una aliviada sonrisa al encontrarlo despierto, olfateando todo a su alrededor.
El pequeño cachorro aún mantenía sus ojos cerrados, pero la rubia pudo sentir que este le reconoció, pues cuando se paró frente a su jaula, el pequeño comenzó a gemir e intentar acercarse donde ella se encontraba.
—Me parece que este no es el baño —Amy no pudo evitar pegar un brinco de sorpresa al escuchar la voz del veterinario detrás de ella.
—Lo siento... necesitaba verlo una vez más... —Comenta acariciando con su pulgar el lomo del pequeño cachorro.
—No es prudente encariñarse con bebés que no podrás conservar —Comenta Nhaky casi en un susurro observandola con cierta melancolía en sus ojos. A la rubia le bastó un par de segundos para entender el significado de esas palabras.
—Lo sé... pero... ¿qué estás haciendo? —Al voltearse para continuar hablando con el hombre, lo descubrió guardando varios medicamentos, utensilios, y alimentos para perro en un bolso.
—Ya no pueden quedarse. —Sentencia completamente centrado en su labor, con una autoridad que no había mostrado hasta el momento, acercándose luego a la jaula donde mantenía al cachorro conectado al suero.
—¿Disculpa? —Amy estaba muy confundida, la cambiante actitud del hombre no tenía explicación alguna para ella. Al verle desconectar el suero del cachorro, dejó salir un pequeño chillido— ¡¿Pero que estás...?! —Su boca es inmediatamente cubierta por la mano ajena, dándole un enorme susto.
—Shh... No hagas ruido, es peligroso... —Dicho esto quitó su mano del rostro de la chica y le entregó con cuidado el bolso. Envolvió el cuerpo del pequeño cachorro en una manta violeta y lo posó con delicadeza en los brazos de la chica— Sal por la puerta trasera, corre... yo le avisaré a los otros para que te sigan, pero no te detengas ¿entendió?
Confundida, asustada y preocupada, solo atinó a asentir levemente, sintiendo la pronta urgencia de preguntar mil cosas, mas su boca no era capaz de emitir sonido alguno.
El hombre nota esto pero, en vez de darle una explicación rápida a una muy confundida Amy, decide simplemente emular una media sonrisa, apartar el cabello dorado de ella tras su oreja, y acercarse hasta el punto de hacerla dar un pequeño brinco de sorpresa para liberar un casi imperceptible susurro.
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