Capítulo 29
—¡UN MALDITO OMEGA!
—Mi señor, por favor, baje la voz... alguien puede escucharlo.
La rubia se mantenía estática frente a la entrada de la carpa más grande, escuchando atenta las voces masculinas en el interior, las cuales bajaron su volumen inmediatamente.
—¿Cómo puede pasar esto? ¿Por qué la Luna nos castiga así?
Al murmullo indignado de los hombres se une la voz desesperada de la mujer. No se encontraba exactamente en sincronía con los hombres, más bien se dedicaba a soltar sandeces y gimoteos junto con el recién nacido, siendo completamente ignorada.
—Deshazte de esta peste ¡Ahora!
Brama el líder, abriendo la entrada de la carpa para salir del incómodo lugar, siendo seguido por el anciano. Amy no pudo evitar cubrir su boca con su diestra para no soltar un jadeo de sorpresa al ver las facciones del hombre.
La cabellera larga y alborotada de color rojizo era complementada por la piel ligeramente bronceada del hombre, sus ojos filosos de color gris destacaban por el contraste que se produce entre su piel y ellos. Podía jurar que en un par de años David se vería igual a ese hombre.
—Usted mejor que nadie sabe lo agudo que es nuestro sentido del olfato, si salgo de la manada con el Omega, se impregnara su hedor en mi y los demás miembros sospecharan...lo mismo pasaría si cualquiera de ustedes lo hace.
Amy deja de prestar atención a la disputa entre ambos hombres, para observar el interior de la carpa desde su posición. Se podía apreciar a una mujer de tez clara y una melena negra perfectamente cortada, no lograba visualizar su rostro ya que se encontraba cubierto por sus dos manos temblorosas. A su lado, intentando salir de un pequeño charco de sangre y placenta, se encontraba un cachorro recién nacido, llorando cada vez con más fuerza en busca de la atención inmediata de su progenitora, pero fracasando injustamente.
Con cada llanto del cachorro, Amy aferraba a Velkan aún más en su abrazo. Sentía como su corazón comenzaba a latir cada vez con más violencia, llegando a lastimarle el pecho por la impotencia de no poder hacer nada. No había intentado tocar nada, ni hablar con nadie, pero el solo hecho de que aquellos licántropos ni se inmutaron con su poca sutil presencia, le daba a entender que aquello era una ilusión, un recuerdo.
—¿Ni siquiera puedo matar a esa aberración?
La pregunta salida con odio y asco del hombre da como resultado que la sangre de la rubia ebulliera con furia e indignación. Realmente deseaba gritarle, golpearle, hacerle ver lo maravilloso que el pelirrojo realmente es. El mismo Velkan, luego de ver a Amy enojada, comienza a gruñir y ladrar al hombre que, sin recordarlo, fue alguna vez su padre.
Aquel momento de molestia fue roto inmediatamente por un potente rugido del interior de la carpa.
—¡¡¡CÁLLATE!!!
Junto al grito, se escuchó un gimoteo de dolor por parte del recién nacido. Al voltear con sorpresa, presencia con horror como la loba había lanzado fuera de la tienda a su recién nacido con impetuosidad.
La chica no podía creer lo que veía, no podía procesar la actitud de la mujer que, minutos antes, había dado a luz a ese pequeño y frágil ser. No le cabía en la cabeza la violencia y el egocentrismo con la que todos ellos actuaban contra un pequeño que no tenía idea de lo que estaba sucediendo y que lo único que deseaba era un poco de amor.
Poco le importaba seguir poniendo atención a lo que hablaron, poco le importaba que ahora los hombres intentaban calmar la histeria de la mujer al interior de la carpa, poco le importaba haberse olvidado lo que había leído de los licántropos en el bestiario de Detiam, y como en éste describe su potente odio hacia los Omegas. No, ya nada le importaba.
Sólo mantiene su total atención en el suelo, el frío suelo de tierra donde el pequeño intentaba con todas sus fuerzas aferrarse a la vida, una vida que, al apenas nacer, ya se mostraba oscura y sin esperanza.
Cuando las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, al tiempo que el pequeño Velkan se retorcía en sus brazos para intentar consolarla, es cuando todo a su alrededor se torna en completa penumbra.
—David... ¿Por qué...? ¿Cómo pudieron hacer esto...?
A su lado superior izquierdo, vislumbra de pronto una luz plateada. Bajo esa luz, nota una silueta sentada, mirando con atención hacia las rendijas de donde se colaba esa luz; alimentándose espiritualmente de ella. Al reconocer a la persona, Amy da rienda suelta a su llanto, sintiéndose completamente desconsolada.
En el momento que se conocieron, pudo intuir sus carencias; poca comida, poca hidratación, poca vestimenta y constante temor. Era obvio que el pelirrojo sufría de violencia y abandono.
Pero jamás imaginó que sería a tal extremo.
Frente a ella, y sin poder notar su presencia, se encontraba David, un poco más joven que cuando se encontraron por primera vez; cabello opaco y sin cuidado alguno, piel blanquecina y casi pegada a los huesos, labios partidos, y enormes bolsas en los ojos. Su cuerpo estaba escasamente cubierto por unos trapos viejos torpemente amarrados, y cubría su estómago con ambas manos mientras el pequeño espacio se llenaba de rugidos guturales por el hambre que éste sentía.
Lo que más la conmocionó, fue ver sus ojos grises cargados de tristeza, sufrimiento e infelicidad. Una imagen completamente opuesta a lo que ella era capaz de presenciar cada día junto a él.
De pronto, una temeraria criatura muy parecida a una lagartija baja por la llanura de luz, quedando completamente inmóvil frente al pelirrojo, a una distancia peligrosamente corta. Con completa calma, y posiblemente por su baja energía, el chico extiende su mano hacia el reptil, mas éste no hizo ningún amago de querer apartarse de él.
Con total voluntad, el animal se deja devorar por el hambriento muchacho.
Y al momento que termina de comer descuidadamente, la luz que se colaba, cambió su tonalidad a una rojiza. Y junto con esto, los gritos desesperados del exterior se empezaron a escuchar como un canto horripilante salido del infierno.
El desconsuelo de la rubia se transforma nuevamente en confusión y, al igual que con el chico, comienza a removerse por el lugar intentando ver de donde provenían los gritos y ese potente olor a madera y carne quemada.
Tanto ella como el pelirrojo intentaron observar por la ranura, siendo capaces sólo de apreciar pies mayoritariamente descalzos corriendo de un lugar a otro. Luego de eso, pudieron observar unos pies pulcramente calzados en botas doradas, posiblemente hechas de oro, caminando con plenitud y calma, arrastrando un cuerpo inerte.
No lograron ver su rostro ni gran parte de su cuerpo, el hombre era muy alto, solo lograron observar al cuerpo que arrastraba sin respeto alguno desde su cabellera rojiza; el padre de David y Velkan.
Amy estaba por soltar un bufido nuevamente por la cruel escena que se encontraba apreciando, pero algo más capta su mirada. David se encontraba olfateando con cierta desesperación todo el lugar, sintiendo un extraño impulso de querer salir de ahí lo antes posible. La rubia asume que estaba sintiendo el miedo por primera vez.
Cuando el pequeño se encontraba royendo los barrotes de madera que lo apresaban en ese lugar, una compuerta sobre él se abre pesadamente. De esta compuerta cae el cuerpo del anciano con un enorme zarpazo sangriento cruzando todo su rostro y, con lo último de energía vital que le quedaba, se arrastra hasta la rústica celda de David para poder abrir la puerta.
Debido al gran alboroto que se escuchaba en el exterior, la rubia no pudo escuchar la voz del anciano, pero de sus labios pudo leer un "corre" mientras le extendía con esperanza un bulto envuelto en una pequeña manta rojiza.
Cuando David, sin saber exactamente qué ocurría, toma el delicado bulto entre sus manos, la escena vuelve a cortarse abruptamente.
—Velkan...
Jadea la chica dejándose caer al suelo negro, ya sin preguntarse que era lo que estaba ocurriendo. De la nada comenzaba a sentirse cansada, adolorida, con un fuerte dolor de cabeza e hiperventilada
—Tu hermano es... muy valiente...
El aire comenzó a faltarle luego de unos pocos minutos de llanto desconsolado, cada escena se repetía en su cabeza a velocidad feroz pero causándole mucho daño. Se preguntaba cómo era posible todo aquello, cómo era posible que unos extraños le dieran más amor a David que su propia familia.
No pudo evitar compararlos con Caleb.
—Papá...
Jadea entre dolorosas lágrimas segundos antes de perder el conocimiento.
A kilómetros de distancia, cruzando el vasto océano, en una movida mediana ciudad, un grupo de personas caminaba entre la gente conversando alegres. Uno de los integrantes, sin motivo alguno, detiene su andar llevando su atención al cielo claro y despejado sintiendo en su pecho que algo estaba mal.
—Doctor Archer ¿ocurre algo?
Cuestiona una mujer mayor que se encontraba en el grupo, mirándole con cierta preocupación puesto que la eterna sonrisa del hombre ya no se encontraba adornando su bello rostro. Sin más, y al verse de una manera que había procurado no mostrar en los últimos veinticinco años, el hombre de cabellera castaña y ojos ambarinos esboza una afable sonrisa a sus colegas preocupados, exclamando con una voz tenue y amable, pero ocultando una creciente preocupación.
—No es nada... solo extraño mucho a mis niñas.
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