Capitulo 18
Dos días pasaron pacífica y armoniosamente, dos días donde Sandu y Cassandra tomaron rumbo hacia el reino Zaide. Dos días donde la rubia devoraba libro tras libro de la biblioteca del ente al cual aún no sabía cómo era capaz de ver.
En esos días, la forma de David había mejorado con notoriedad; su piel y cabello relucían con mayor salud, todo gracias a las deliciosas comidas que sandu había dejado preparado para ellos, había mejorado en el habla, le encantaba ser felicitado por la rubia cada que aprendía una nueva palabra y su significado. También su ánimo comenzaba a verse mejor, pasaba horas, luego de entrenar como se lo impuso su nueva maestra, cazando pequeños animales para entregarlos a su "madre" y recibir elogios de esta.
El pequeño cachorro también crecía de manera sobrenatural. En solo 48 horas ya se veía como un Husky de 4 o 5 meses. Por lo que lograba entender del bestiario que leía constantemente antes de dormir, los licántropos alcanzaban su primera transformación en la luna llena de su primer mes, aunque era variable en alfas, y ya desde entonces su crecimiento se volvería más constante.
Lo que no cambiaba en esos días tranquilos, era la apacible presencia de Detiam. No hablaba tanto como el primer día cuando llegaron a la cabaña, pero no había momento en el que no estuviese sonriendo. Le parecía extraño, pero no podía decir que le molestara como hace una semana.
Pero, su curiosidad aumentaba cada vez que observaba a aquel ente que ha pasado tanto tiempo en completo y total aislamiento del mundo, atado a esa igual de enigmática cabaña en medio del bosque.
—Detiam.
Le llama la rubia en un momento que los hermanos licántropos se encontraban jugando con unas mariposas en el jardín. El hombre, con sus ojos fielmente cerrados, ladea su rostro en dirección hacia el umbral de la sala de estar donde ella se encontraba, manteniendo esa imborrable sonrisa como si una foto se tratase.
—¿En qué puedo ayudarla, señorita? ¿Necesita algún otro libro?
—Oh no... no por ahora, gracias —Se acerca la chica, sentándose en un sitial frente al hombre. Frota sus manos un par de veces con cierto nerviosismo, no sabía si estaba bien realizar esa pregunta, pero la curiosidad le estaba matando— Solo... quisiera saber... ¿Qué eres exactamente?
Su intento de sonar directo falló en el momento que su voz se apagaba tras cada palabra que pronunciaba. No es que sintiera miedo, pero le preocupaba estar metiéndose en un tema delicado. Después de todo, toda su vida ha vivido con quienes no desean dar a conocer su verdadera naturaleza. También lo llevaba en la sangre.
Contrario a lo que pensó, y solo por un segundo, nota como la sonrisa del hombre se ensombrece, para luego volver a sonreír al tiempo que soltaba un leve suspiro cargado de resignación. En ese momento Amy entendió que Detiam sabía que tarde o temprano debería responder esa intrigante, pero no parecía estar del todo listo.
Antes de echarse atrás y decirle que no era necesario que le respondiera en ese momento, escuchó al hombre hablar en un susurro lamentable.
—Soy un fracaso.
Mientras en el interior de la cabaña reinaba un incómodo silencio, en el jardín, cercano al frondoso bosque que los cubría, el mayor de los hermanos lobos detiene su mordidas juguetonas contra su hermanito menor, quien, al no tener aún desarrollado su instinto, se mantenía mordiendo con fiereza la cola de este. Elevó su mirada hacia el bosque en dirección al Cinturón Lunar, poniendo sus sentidos en alerta.
Podía olerlo, podía oler el conocido aroma de sus pares. Aún estaban muy lejos, pero si él pudo detectarlos a esa distancia, de seguro ellos también los detectaron.
—¿Un... Fracaso?
En la sala escasamente iluminada, y sin tener una pizca de conocimiento de la inquietud de David en el exterior, Amy se mantiene inmovil en su asiento, sin saber realmente cómo manejar esa pesada afirmación.
Detiam, entendiendo la confusión y preocupación de la chica, por primera vez desde que se presentó frente a ella, decide abrir sus ojos. El jadeo de sorpresa Amy al ver los ojos blancos y vacíos del hombre, para luego cubrir su boca con ambas manos para no exaltarse, provocó una ligera risa en él. Entendía que para una humana todo aquello era demasiado extraño, pero le agradaba lo respetuosa y calmada que era en ese tipo de situaciones.
—Fui creado como un regalo... pero el resultado no fue más que un fracaso... un fracaso que le costó la confianza a mi creador. —Prosiguió sintiéndose un poco más cómodo, era la primera vez que tenía la oportunidad de hablar sobre aquello con alguien.
—¿Regalo?... ¿Para quién?
—Alguien roto... alguien que perdió a algo muy preciado. ¿Puedes adivinar quién?
No era algo difícil de adivinar, no después de leer nuevamente las leyendas correspondientes a la creación de las criaturas de ese lugar, no después de recordar el cuento que su padre les leía a ella y Cassandra cada noche antes de dormir. Sin embargo, no era algo fácil de creer, no viniendo de "él".
—¿Silde?... ¿Galskul te creó como un regalo para Silde? —Cuestiona sin poder realmente creer que un dios que se mostraba narcisista y orgulloso pudiera hacer algo así— ¿Por qué? Todos los libros decían que él no se sentía realmente arrepentido de lo ocurrido en la guerra... o al menos no culpable.
—El arrepentimiento no siempre viene de la culpa o la tristeza, mucho menos del sufrimiento o el cariño... —Luego de decir aquello, el hombre se levanta de su asiento, provocando que Amy, por instinto, hiciera lo mismo— Existe algo mucho más fuerte que la culpa, más fuerte que la tristeza, e incluso más fuerte que el amor, que nos obliga a hacer cosas que no queremos ni pensamos hacer. Que nos obliga instintivamente a arrepentirnos y a buscar redención.
—¿Más fuerte? —Muchas cosas se le venían a la mente, pero no se le podía ocurrir que podría obligar a una un ser omnipresente y orgulloso a arrepentirse de sus actos o decisiones... a menos que...
La expresión en el rostro de la chica le dio a entender a Detiam que había entendido el mensaje en sus palabras. Ensanchando su sonrisa, eleva su diestra hasta las hebras doradas de Amy, comprobando que, en efecto, si era capaz de sentirla.
Después de siglos de existir como un fantasma, al fin podía sentir el calor emanando de la vida de alguien más. Se sentía maravilloso.
—Esto es lo máximo que puedo hacer por usted, señorita... Este es nuestro adiós.
—¿Que...? —Cuestiona Amy, descubriendo su boca, y escuchando a lo lejos las pisadas de Davis, al parecer entraba apresurado a la cabaña junto a Velkan
—¡¡MAMÁ!! —El grito de David, la obligó a voltear inmediatamente al umbral donde este se encontraba mirándola con temor— ¡Ellos vienen!
—¿Ellos? ¿Quienes?
Interroga confundida, no solo por la repentina interrupción de David, sino también por las palabras del ente.
—Los cazadores.
—¡Los malos!
Claman Detiam y el pelirrojo al mismo tiempo, ambos con tonos completamente diferentes. Mientras David se veía exaltado, temeroso y preocupado, Detiam mantenía su templanza, dirigiéndose fuera del salón a paso constante.
—Sigame, por favor.
Calmando al adolescente, que se encontraba en esos momentos abrazándola con cierta hipercinesia, Amy decidió seguir al hombre hasta el segundo piso, bajo la atenta y curiosa mirada de David.
—¿Cuánto tiempo tenemos?
Cuestionó la rubia, mientras empacaba algunas medicinas en el bolso que Nahki había preparado para ella antes en la veterinaria. La pregunta de la chica le causa gracia al hombre, ya comenzando a acostumbrarse a lo asertiva que esta podía ser en las situaciones correctas.
—Una hora cómo máximo. Cuando los cazadores captan el aroma de su presa...
—... Son el doble de rápidos... Maldición...
Sin perder más tiempo, Amy entrega indicaciones simples a David; tomar la comida de la cocina, arrancar algunas hierbas medicinales del jardín, y mantener sus sentidos alerta, mientras ella se dedicaba a empacar algunos libros de la biblioteca y del cuarto que Detiam había abierto especialmente para ella.
Su cuarto secreto, como él lo había llamado.
—Me gustaría que llevase eso... Siento que le ayudará cuando lo necesite.
Amy toma el objeto que Detiam le indicaba sobre el escritorio que se encontraba prácticamente al centro del pequeño cuarto. Era un colgante de oro con una piedra rectangular morada en su centro. Para bien o para mal, conocía muy bien esa piedra.
—Alejandría... —Murmura sin demasiado ánimo, ladeando su rostro hacia el más alto, que se encontraba a su lado.
—¿Sabe dónde debe ir, señorita Amy?
—Cinturón Lunar... —Contesta mientras se colocaba el colgante, dejando que su cabello brillase con cada movimiento, a pesar de la poca iluminación del lugar— El viento gélido ayudará a disimular nuestro aroma, al menos lo suficiente hasta que Cassy y Sandu regresen.
El hombre ensancha su sonrisa, mostrando una expresión cargada de orgullo hacía la chica, pero dicha expresión no tardó en cambiar a una melancólica.
—La extrañaré, señorita.
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