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capítulo 1

El susurro armonioso de los árboles esa noche de luna creciente fue roto por el desesperado correr de unos pies descalzos en la tierra y fango. Detrás, criaturas de pelaje rasposo y plateado, de cola alborotada y enormes pisadas, le perseguían sin cesar.

Su respiración desigual, las pupilas contraídas por la desesperación y el entumecimiento que poco a poco comenzaban a sufrir sus piernas, le hicieron comprender la gran diferencia entre él y sus perseguidores. Era rápido, más de lo que jamás imaginó, pero la desnutrición y la falta de estamina, provocaron que la ventajosa distancia que estableció en el comienzo de esa huida, se acortará amenazadoramente. Para su desventura, ellos lo notaron también.

Pudiendo escuchar los acelerados latidos del corazón de su presa, los cuatro licántropos esbozaron una confiada sonrisa; ya pronto será suyo.

Sin dejar de correr, y estrechando con fuerza el bulto que protegía contra su pecho, rogó a la luz de la Luna que le otorgara la fuerza de sacarlo con vida de esa situación.

Uno de los lobos logró llegar lo suficientemente cerca para darle un zarpazo en la espalda, causando que este cayera de bruces al suelo y aullara de dolor con el pequeño bulto protegido entre sus brazos. La desesperanza inundaba su entumecido cuerpo, y sin embargo, no fue capaz de soltar aquello tan preciado que se le encomendó. Podrían torturarlo, matarlo incluso, pero no dejaría que le quitaran ese tesoro.

Con este único e inexplicable pensamiento en su mente, se dispone a recibir los golpes y mordidas de sus cazadores, mas estos nunca llegaron. Lo único que llegó, fue una rafaga sobrenatural de viento que separó a los captores de su presa mal herida. Sorprendidos y exaltados, observaron como la rafaga desaparecía, al igual que el joven.

Con su sensible olfato intentaron capturar el aroma de su presa, pero les fue imposible. Había desaparecido sin dejar rastro. Los cuatro licántropos exhalaron gruñidos cargados de ira y frustración.

Tan cerca, estaban tan cerca, y lo perdieron. Esta vez, Caius no tendrá clemencia por su fracaso.

A la mañana siguiente, muy lejos del bosque donde ocurrió la persecución, en el puerto de una pequeña ciudadela pesquera, paseaban dos muchachas completamente dispares por sus estaturas, disfrutando de sus tan esperadas vacaciones luego de titularse de la universidad.

—¿Es normal que la gente te regale ramos de rosas en la calle? —Cuestiona la joven de cabello rubio fresa, de silueta menuda y considerablemente más baja que su acompañante, mientras acercaba su rostro a las rosas para inhalar su dulce y natural aroma.

La otra muchacha, con su extravagante metro ochenta y siete, la observó con una expresión aburrida, llegando al extremo de la molestia.

—Cuando se quieren meter en tus pantalones, si. —Sentencia apartando de su rostro unos mechones de su melena lisa y negra cómo el carbón, volteando para fulminar con la mirada al tipo de mediana edad que observaba lascivamente la retaguardia de la rubia, apartando luego de un fuerte empujón a otro tipo que tenía la clara intención de acercarse a su compañera con malas intenciones.

—Aww ¿que haría sin ti, Cassy? —Interroga la rubia sonriendo divertida por la actitud sobreprotectora de la pelinegra, tomándole del brazo con cariño.

—Posiblemente estarías en la red de tráfico humano... o muerta —A diferencia de su acompañante, Casandra no encontraba el mínimo ápice de diversión en esa situación.

—¡EXACTO! Te debo la vida, Cassy —A pesar del tono de voz molesto de la alta, Amy simplemente sonríe y la abraza con más fuerza, logrando con este acto sacar una tímida sonrisa de ella.

—Ya cállate —Concluyó disimulando una corta risa, soltándose de la rubia y desordenando su ya rebelde cabellera dorada- vamos al hotel, tengo hambre.

Conversando de trivialidades, el camino desde el aeropuerto se hizo considerablemente corto para las chicas, pareciendole ameno incluso a Cassandra que, con una expresión aterradora gran parte de la caminata, espantaba a cada chico, y algunas chicas, que posaba su mirada en Amy.

—No todos ellos me miran a mí, lo sabes ¿verdad? —Comenta la más baja sonriéndole a la más alta, no siendo afectada por la expresión furiosa de ésta. Ambas al fin ingresaron por el umbral del hotel donde iban a hospedarse esas semanas.

—Sí lo hacen y TÚ lo sabes. —Clama Cassandra con autoridad.

—Oh, por favor... Muchas personas te encuentran atractiva. —Al llegar al elevador, apretó el botón y esperó que llegara al primer piso— Solo... no se te acercan porque los asustas...

—No me interesa, Amy —Rodó sus ojos un tanto cansada de tener esa misma discusión una vez más.

—A mi tampoco... Pero creo que no es mala idea que seas más "amable" con otras personas que no seamos papá y yo —Masculló Amy, esbozando una pequeña pero cariñosa sonrisa cuando el elevador por fin llegó.

—No lo necesito.

Concluyendo la conversación con esas palabras, ambas ingresaron al rústico elevador, dejando a la rubia con una sensación de desilusión al no ser capaz de convencer a la otra chica.

El quinto piso las recibió luego de unos cuantos segundos en el elevador. Amy salió disparada de este, apresurada por llegar a su habitación y tomar un largo baño de tina.

Pero en el momento exacto que Amy coloca la llave en la notablemente oxidada cerradura, Cassandra siente una extraña sensación de peligro. Se acerca a la rubia queriendo advertir de esto, pero fue demasiado tarde.

—¡Al fiiiin! —Clama la rubia ingresando y lanzando al suelo su bolso con la intención de correr al baño por una ducha.

—¡Amy, espera! —Detrás de la rubia, Cassandra ingresó a la habitación, tomándola del brazo con cierta rudeza.

Luego ambas observaron perplejas el escenario frente a ellas.

Un joven de cabello rojo como el fuego, aunque descuidado y ciertamente opaco, las miraba aterrado desde la esquina más alejada de la habitación, mientras, sentado en el sillón individual junto a la cama, se encontraba un hombre más alto que Cassandra, de contextura musculosa, piel trigueña y cabello largo blanco hasta un poco más abajo de los hombros, vestía unas extrañas ropas que rayaban en lo budista.

—Buenas tardes. —Saludó el hombre con calma, como si el hecho de estar ahí fuera normal.

—¿Qué carajo eres y cómo entraste aquí? —Cuestionó Cassandra con ferocidad, escondiendo a la rubia tras su propio cuerpo— Amy llama a la policía.

—Estoy en eso —Confirma con su teléfono ya ubicado en su oreja.

—Por favor, no tengan miedo, no somos sus enemigos. —Comenzó el hombre de cabellera blanca levantándose de su lugar, mientras el pelirrojo sólo intentaba hacerse invisible en la esquina— No queríamos importunar en su morada... sólo estamos en la búsqueda de cierta información que podría ayudarnos en nuestro viaje.

—¿Información? —Cuestiona Amy más curiosa que temerosa de los intrusos.

—No me importa qué quieren, larguense de aquí antes que los mate a ambos. —Atemorizante como siempre, la pelinegra sacó de su bolsillo una pequeña navaja, la cual fue un regalo de su padre cuando se graduó de la secundaria.

El hombre alto mantenía su semblante sereno e inmutable, a diferencia del pelirrojo, quien se contrajo de miedo, teniendo como principal objetivo proteger el bulto en sus brazos. La expresión de genuino terror que mantenía en su rostro aquel joven de no más de quince años, despertó la preocupación de Amy.

—Cassy, baja eso. —Lleva su mano hacia la muñeca de la alta, obligándole a bajar el arma. Ésta le miró desconcertada, pero siguió su orden sin decir palabra alguna- caballeros... -Se dirige a los extraños con una afable sonrisa, pero principalmente concentrándose en el adolescente atemorizado— Primero que todo ¿quieren algo de beber?

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