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La paz de sus ojos

¿Aún estas ahí? Pero que bien, por ahora sigues pero, ¿ Lo harás luego?Después, cuando te avergüence leer, pero algo te impulse a hacerlo. Cuando resuenen nuestros gemidos de placer prohibido en tus oídos y te acechen aun en tus sueños, ¿Ahí seguirás leyendo? Me sorprenderé si lo haces, en serio lo haré.

Entonces, damos inicio a este paseo por mis recuerdos, por mis vivencias.

¿Alguna vez te subiste a un tren fantasma?, ¿Qué miedo, no? ¡Claro que no! Es un tonto juego de niños, pero, sabes que es lo que si asusta de él... No saber. No saber que te saldrá al encuentro, quizás nada, quizás es solo tu imaginación, quizás termines y nada pasó. Pero sabes que no lo sabes. El monstruo ruin y despiadado, el ánima perdida sedienta de sangre está ahí, para devorarte, se tragará tu carne y limpiará sus dientes con tus huesos.
Ahhh, lo siento, suele sucederme, me posesiono creo. Bien, bienvenido a mi mundo. Si sigues en el al final, como ya te dije voy a sorprenderme, quizás hasta te visite en sueños o, ¿Porqué no? Quizás cuando estés despierto.





Es enero, año: mil novecientos ochenta y uno. La ciudad, Londres.

Soy pequeña, dicen que demasiado para recordarlo ¿Pero ellos que diablos saben?

Si, lo recuerdo. Con dos años y medio lo recuerdo bien. Ella, esa mujer que se hace llamar madre, lo trajo a mi vida. A él, a lo único que amé realmente, a lo más perfecto que he visto y a lo que se aferró mi alma desde el primer instante en que pose en él mis tiernos ojos.

—Solo míralo, Beatrice, es hermoso—le dice mi tía Clarice a ella, a la maldita bruja.

Ella hace una mueca, cuanto la odio.

—Si... Muy lindo, demasiado quizás, parece una niñita—dice. Se burla, ¿Cómo puede? Pero lo hace, claro, no le importa, no lo ama, no me ama.

No importa Thomas, yo tengo amor suficiente para los dos.

Lo miro, me enamoro, quiero tocar su carita, pero no me dejan.

¿No me dejan tocarlo? Eso es tan gracioso para mí ahora.

Tiene ojos celestes y cabello ondulado, rubio a diferencia del mío casi rojo. Rojo... como amo ese color, podría bañarme en rojo, beber rojo, destilar rojo ¿Estoy loca? Ya lo verán. Sabrán todo y sacaran sus propias conclusiones sobre mi estado mental.

Lo dejan en una cuna, una muy hermosa. Me cuelgo de ella cuando no me ven para mirarlo de cerca, casi la vuelco, pero no lo hago. Sus ojitos están cerrados. Duerme. Cuando se duerme deben estar así, claro. Pero mi Thomas también los cierra cuando se avergüenza, cuando no quiere ver lo que hace. No sé por qué. Yo los abro, yo siempre he querido ver... Niña curiosa.

Así me quedo hasta que me descubren, la metiche mucama, Ruth, me saca de ahí y se lo dice a mi madre.

¡Tengo dos años estúpidas no tengo conciencia de nada!

Pero la bruja me reprende y me da un par de palmadas fuertes en el trasero.

—¡Podrías haberlo tirado, es muy pequeño! ¿No ves?—me dice ella.

No, no lo veo, enferma desquiciada. Soy una bebé también, es lo que pienso.

Quizás hubiera sido mejor volcar la cuna, que muriera siendo un bebé para así no tener que vivir lo que vivió. Yo seguiría llena de culpa y dolor igual que ahora, pero él hubiese sido libre como una mariposa al salir del capullo. Pero nada de eso sucedió, por supuesto.

Crecemos, llenos de lujos. Somos muy ricos, recién me percato de ello a los seis años. Tengo más que todas las niñas, pero en realidad no tengo nada. Con seis años las palizas ya se hacen presentes y son cada vez más fuertes.  ¿Con seis años?... Nunca debieron procrear los muy malditos. Y son por todo: si me ensucio, si rompo algo, si contesto, si me quejo, si trató de pedir ayuda a alguien. Palizas, las mías y las de él también. No lo permito, no dejo que lo toquen o por lo menos lo protejo la mayoría de las veces.

Él es tan tierno y delicado. Tan frágil. Un ángel de ojos claros y hermosa sonrisa, lo único bonito en mi días feos, el único color en una vida blanco y negro. Él no golpea, no grita, no insulta, no denigra, no desprecia. Él es bueno y dulce y yo lo amo más de lo que amo mi vida.

Cuando cumplo diez años comienzo a entender. Mi padre tiene otras "esposas" aparte de mi madre. Ella lo acusa llorando, él la hace callar de una bofetada, ella le dice que le quitará hasta el último centavo, él le da un puñetazo que la hace caer en el suelo, la patea, ella llora y sangra.

Sin quererlo, escondidos detrás de las enormes cortinas, somos testigos. Si él nos viera... Pero no nos ve, callamos, ni respiramos. Aprendemos a tan tierna edad a ocultarnos, a no ser vistos, a vivir entre las sombras... Siempre entre ellas.

Tengo doce años, soy extraña dicen. Quizás lo soy. Seguro que sí, no me importa en realidad. Deambulo en soledad en nuestra exclusivo colegio. Me ponen apodos y se burlan, es una tortura cada día pero lo soporto. Lo hago porque sé que antes de salir voy a encontrar la paz de sus ojos, esa es toda la fortaleza que necesito. Él es mi fuerza... Él es mi vida.

Un día cualquiera me transformo. Gotas de mi color preferido brotan desde el interior de mi cuerpo. Me convierto en mujer, es lo que dicen y es absurdo porque aun soy una niña. Entiendo lo que me sucede, pero estoy un poco confundida en cuanto a que hacer. Juntando toda mi valentía hablo con Clara, nuestra niñera, y ella me explica como hacerle frente a este cambio en mi cuerpo.

La noche de ese mismo día estoy en mi cuarto leyendo cuando mi madre entra de improviso.

—¿Con qué avergonzándome frente a la servidumbre?—me dice con desprecio.

—No sé de que hablas, madre—le respondo con el mismo sentimiento.

—¿No?, ¿Acaso no hablaste con Clara sobre tu regla? Eres una desvergonzada. Impúdica y soez como lo tu padre.

—¿Y a quién recurriría para instruirme?, ¿A ti? A una mujer amargada y vil—le digo levantando el tono de mi voz.

—¡Pequeña zorra inservible! ¿Cómo te atreves?—vocifera y comienza a levantar la mano para abofetearme

—¡¡¡No!!!—gritó con todas mis fuerzas—No volverás a tocarme nunca más.

—¿Así que ahora me enfrentas? Pues veremos quien tiene más que perder—dice y sale con una furia retenida que hace enrojecer sus puños cerrados.

Al día siguiente cuando estoy en la escuela manda a tirar todos mis insectarios junto a mis libros con notas. Eso era mi pasión y como si nada se deshace de todo... Alguien debería deshacerse de ella de la misma manera. No me permito que me vea llorar, ni dejo que sepa cuanto me ha afectado.

En ese perdido infierno los años pasan.

Mi padre se enferma y muere cuando tengo trece años. No derramo una sola lágrima por él, no merece ninguna. Fue un monstruo como lo es ella. Personas huecas por dentro, vacías, sin sentimientos ni corazón.

Un año más nos alcanza. Las palabras hirientes y llenas de menosprecio de mi madre son vocabulario normal en nuestra casa. Él es un cobarde, una niñita, un inútil. Yo soy una zorra, una loca, una inservible.

Esas son las tiernas palabras que nos dedica, las repite tanto que a veces dudo en si son ciertas.

Llegó a los catorce años y todo cambia.

Thomas con doce años crece, es alto para su edad y hermoso como nadie. Sus ojos tranquilizan mis embravecidas emociones que se disparan cada vez más seguido, cada vez con más violencia. Comienzo a herir mi cuerpo; pequeños cortes superficiales en donde nadie los puede ver. Son un escape a mi furia, a mi impotencia de niña.

Es lunes y estoy en el baño de la escuela. Dos de mis compañeras cuchichean bajo.

—Voy a besarlo—dice Cassidy.

—¿Sí? Es lindo, pero solo tiene doce, es muy chico—le contesta Brigitte.

—Escuché a mi madre decirle a sus amigas  que un hombre más joven es una inyección de vida—le responde Cassie.

—¿Y eso que significa?—dice Brie.

—No lo sé, pero suena bien. Así que voy a besar a Thomas, él es muy tímido seguro seré la primera—concluye Cassidy.

No necesito oír más, tiemblo de puro enojo. Esa estúpida no va a tocar a mi hermanito... Claro que no.

Espero a que se vaya Brigitte, sé que Casiddy siempre tarda en arreglarse. Cuando queda sola la enfrentó.

—No se te ocurra acercarte a él—le digo respirando ira.

Me mira sorprendida y luego ríe con evidente burla.

—Oh, la rarita al rescate. Lo haré Lucille y sé que va a gustarle—me dice y no lo soporto más.

Me lanzo sobre ella jalándole el cabello con fuerza con una mano mientras con la otra aprietó su cuello en el piso.

—No te le acerques o juro que voy a matarte. Lo haré ramera asquerosa—le susurro entre dientes.

—Esta bien. Suéltame por favor... Me estas lastimando—dice llorando. La suelto. No por su patética súplica sino porque la sensación de poder, de control, me sobrepasa.

Vuelvo con mi amado niño a casa en el auto que nos recoge cada día.

Sonrió de oreja a oreja, algo extraño en mí. Thomas lo nota.

—Hoy se te ve muy feliz, Lucille—me dice con una sonrisa tierna.

—Lo estoy Thomas. Me siento muy bien—le respondo sonriendo más aún—¿Puedo preguntarte algo?

—Si, ¿qué cosa?—me pregunta frunciendo suavemente el ceño.

—¿Me amas? A mi más que a nadie—le digo queriendo escuchar lo único que me trae felicidad.

Él sonríe y mueve de lado su cabeza al responderme.

—Si, te amo, hermana. Solo a ti.

Guardo su palabra como una promesa. Su amor es todo el que necesito y el único que nunca voy a dejar ir.

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