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「Cʜᴀᴘᴛᴇʀ 4」

Capítulo cuatro:

❝ Disco Rayado. ❞

Min Yoongi.




Si poner un pie en territorio vampiro ya era una locura, entrar por la puerta principal al castillo debió haberme hecho ganar una medalla... claro, si lo hubiese hecho por mis propios méritos, pero no, lo hice siendo cargado como costal de papas en el hombro de su grandiosa alteza, Kim. ¿La parte divertida? Lo hice pataleando todo el trayecto como si eso me fuera a salvar de alguna manera.

La mirada de los sirvientes al ver mis ropas rasgadas y los restos de sangre en mis pies, fue un poco escalofriante. Me hicieron sentir como un pequeño bocadillo de media noche. Estaba en peligro y, según mi sentido de supervivencia, en ese castillo no era nada más que una botana.

De no haber sido por la grata presencia de Kim, habría dejado de respirar en ese mismo instante. Aunque, siendo sincero, mi situación era totalmente su culpa.

—¿Cómo se les pudo escapar un humano? —preguntó Kim, con voz casi diplomática.

Los vampiros a mi alrededor titubearon a responder, un gesto demasiado humano de su parte. ¿Dónde había quedado su lado frívolo?

—No tiene olor, mi señor.

—¿Cómo es eso posible? Todos los humanos huelen a algo, lleven perfumes o no —respondió su señoría, intentando no dejarme caer mientras me retorcía en su hombro.

Si todos los humanos huelen a algo, ¿a qué huelo yo entonces?

—El suyo... no huele a nada señor...

—Bájame —exigí, pero fui vilmente ignorado.

—Intenten que no se les vuelva a escapar, por favor —respondió casi resignado y comenzó a caminar.

«¿El pasillo principal no era más corto? Llegar a las escaleras no tardaba tanto... ¿o sí?», pensé, mientras seguía batallando contra él. En parte porque me tenía harto y en parte porque ceder sería como dejarle ganar... y eso nunca fue lo mío.

Mientras sus manos sostenían fuertemente mi cintura, mis patadas al aire se detuvieron al darme cuenta de algo: mi cabeza dolía y...

—Oye... Bájame —gruñí, golpeando su espalda más enojado que antes. Su "no" me hizo fruncir el ceño—. Bájame... voy a vomitar —logré susurrar, aunque más para mí que para él. Pero supongo que logró escucharme, ya que me soltó sin delicadeza alguna.

Caí de golpe, como peso muerto, impactando contra el suelo en menos de dos segundos. Cosa, que hizo que me golpeara la cabeza. El dolor solo me recordó la lista interminable de insultos que estaba reservando para él, pero no tenía fuerza suficiente como para hacerlo. Mi cabeza giraba a tal nivel que apenas lograba pensar, desorientándome por completo.

Y, de un momento a otro, me dio igual dónde estaba o con quién; necesitaba respirar. Era como si todo el oxígeno de la sala se hubiera desvanecido y, por alguna razón, mi pecho dolía como si le estuvieran clavando miles de agujas.

—Deja de ser tan dramático, joder —la voz del vampiro volvió a interrumpir mis desgracias por enésima vez en lo que iba del día.

«A ver si aguantas un segundo en mis zapatos antes de abrir la boca para decir otra estupidez», pensé, aunque solo solté un bufido, demasiado cansado como para cooperar con él.

Intenté levantarme, pero el ardor en mis pies me recordó con quién estaba y dónde.

Tenía perdida esta guerra desde el momento en que desperté en territorio enemigo. Y ahora, lo único que quedaba era entregarme a la frustración y resignarme.

Llevaba horas con esa mezcla de miedo y desesperanza en la garganta, ya sin otra salida. El plan de escape había sido poco más que un delirio sin bases sólidas.

Mi vida era como una película de terror, y yo estaba atascado en la peor secuela posible.

Ahí, tirado en el suelo, me hice ovillo, tratando de encontrar algo de paz. El aire llegaba a mis pulmones, pero me daba la sensación de que no era suficiente; con cada bocanada, era como si una de mis costillas me apuñalara lentamente, perforándome el pulmón derecho.

Intenté calmarme. Mil veces lo intenté, pero la desesperación me estaba ganando. La presión en mi cabeza, el nudo en mi garganta, el dolor en el pecho... todo me arrastraba de vuelta al día en que Kim apareció, una memoria grabada en tinta en lo más profundo de mis pensamientos.

Y mientras ahogaba en mi propia impotencia, sentí su mirada. Kim Taehyung me observaba con esa expresión de quien ve una obra de arte en cada espasmo de dolor, en cada mínimo gesto de sufrimiento.

No solo miraba... lo disfrutaba.

Verlo acercarse fue como mirar un desastre ocurrir en cámara lenta, como una caída inevitable hacia un abismo.

Sus ojos curiosos eran opacados por una sonrisa macabra que parecía estudiar cada detalle de mi desesperación sin apartar ni un segundo la mirada. Intenté, en vano, contener las lágrimas, pero el control se estaba escapando de mis manos. Él parecía querer atesorar cada gota salada como si fuera un trofeo. Mi único resquicio de defensa era mi propia dignidad... la misma, que con cada segundo, Kim se encargaba de despojarme.

Mi vista se tornó borrosa ante la proximidad de sus colmillos. Su cruel sonrisa hizo que el miedo terminara de ahogarme.

No entendía porqué mi cuerpo estaba reaccionando de esa manera. Cada fibra de mi ser me gritaba que corriera lo más lejos posible, de él, de todo. Mi corazón iba tan rápido que podía escucharlo en mis oídos. Mi instinto me gritó que me alejara, pero mi cuerpo no podía moverse. Mis músculos parecían haberse rendido. Así que lo único que logré fue quedarme ahí, con el corazón en la mano, sintiendo cómo me invadía el pánico.

Y, justo cuando creí que su cristalina mirada sería eterna, sin previo aviso, me tomó de la camiseta, y el siguiente instante fue una confusión de dolor y desconcierto. Me besó de manera forzada, uniendo sus labios a los míos con brusquedad. Tragué un pequeño grito cuando el sabor metálico de la sangre se mezcló en mi boca; su colmillo había cortado mi labio. Me había mordido a propósito.

A través de mis lágrimas, lo vi clavar con lentitud uno de sus colmillos en su labio inferior, sonriendo mientras la sangre salía de su herida. Mis pensamientos, que ya eran un torbellino, se volvieron caóticos cuando volvió a besarme, esta vez con... suavidad. Su sangre causó un extraño cosquilleo en mi lengua, algo que nunca antes había sentido y comenzaba a nublar mis fuerzas.

Intenté empujarlo, siquiera moverme, pero nada funcionaba. Era como si nada fuera a hacer que me soltara. Ni siquiera el dolor que me provocaba parecía conmoverlo, pues sus ojos se habían convertido en dos rubíes sangrientos.

Cuando al fin me soltó, sentí como mi cuerpo se desplomaba como si fuera un muñeco de trapo. Todo mi cuerpo estaba adormecido, ni siquiera pude intentar huir ya que me alzó en brazos para seguir caminando por el pasillo.

Podía escuchar el eco de mis propias respiraciones, entrecortadas, rebotando en las paredes. Toda mi situación tenía un tinte surrealista, como si fuera una secuencia de una película de terror, pero no estaba viviendo en una historia de ficción, no era algún mal sueño del que despertaría o algo completamente guionizado. Era mi realidad, mi propio infierno.

Sus dedos se clavaron en mi piel mientras me llevaba como si fuera un objeto el cual ni siquiera necesitaba fuerza para mover; un trofeo que parecía estar dispuesto a mostrar o quizás destrozar si así lo decidía.

Lo supe entonces: no importaba qué tan lejos intentara llegar, cuánta energía guardara para escapar de forma exitosa. Su sangre estaba en mi sistema, y eso me convertía en un simple humano en su territorio.

Esa fue la razón por la que dejé que me llevara a donde sea que quisiera. Solo porque no podría levantarme y luchar contra él... no estaba en condiciones de hacerlo. No poseía ningún tipo de oportunidad; ni una sola entre millones. Era como luchar, a puño limpio, contra un tiburón en el mar... el tiburón tendría todas las de ganar.

Kim era como un tiburón y yo estaba en su terreno. Me estaba tratando como a un juguete, como a un premio. Podría romperme si quisiera, podría besarme a la fuerza, podría encerrarme o colgarme de la azotea; y yo no podría hacer nada contra él.

Al menos no en las condiciones en las que me encontraba.

Perdí la cuenta de sus pasos en el momento en que dejé de sentir mi cuerpo en lo absoluto. Ya no sentía nada, como si todo mi ser se hubiese rendido, incapaz de soportar todo lo que había sufrido durante el día.

Lo último que recuerdo fue la oscuridad del pasillo, un frío inexplicable y una soledad que aún no puedo explicar.

Sin darme cuenta, me hundí en un silencio que me hizo dudar si seguía vivo.

Porque, de alguna forma, seguía respirando.





┅ ♡ ┅





Cuando desperté sentí todo el cuerpo entumecido y boca tan seca como un desierto.

«Deja vú...», pensé, rodando los ojos.

Estaba en la misma habitación de antes, aunque a estas alturas ya no me sorprendía. Lo que sí lo hacía, era el hecho de seguir despertando. Tenía una leve punzada en la cabeza, pero ahí estaba, vivo.

«Será como dicen... "hierba mala nunca muere"», me dije, con una sonrisa irónica mientras miraba al techo, esperando a que el sueño se disipara por completo.

Intenté levantarme, pero algo pesado me sujetaba los tobillos y las muñecas, inmovilizándome.

«¿Qué...?»

—Vaya, no pensé que fueses tan... distraído —La voz surgió de la nada, haciéndome saltar. Lo admito, me asustó un poco—. Para ser un cazador, no te mantienes alerta como esperaba.

Y, como era de esperarse, ahí estaba Kim, mirándome con esa expresión satisfecha.

«Te habría notado si no estuviera medio inconsciente», pensé, reacio a caer en su juego. Necesitaba mantener la cabeza fría; no podía perder la poca cordura que me quedaba.

—Bien, ya que somos dos seres civilizados, ¿qué tal si hacemos lo que llaman "socializar"? —propuso Kim, como si estuviéramos en una cita. Sus labios esbozaron una sonrisa entre divertida y desafiante—. Estaría bien si comienzas contándome sobre lo que pasó el día en que te encontré en el bosque.

«No quiero hablar de eso...», me dije. Él, al ver la clara negativa en mi rostro, simplemente continuó:

—¿No? Entonces, háblame de ti. ¿Qué te parece? Eres como un héroe misterioso para esos humanos a los que proteges —dijo con una actitud extrañamente encantadora—. Para nosotros, eres más como el mismísimo Lucifer.

—¿Para qué te empeñas en saber sobre mí? ¿Cuál es tu obsesión... conmigo? —susurré, me estaba comenzando a doler demasiado la cabeza.

No quería responder a sus preguntas, no quería involucrarme con él de alguna manera. Kim, sin embargo, sonrió con calma, como si lo tuviera todo bajo su control.

—No es obsesión, gatito. Es que ahora me perteneces ahora. Tengo derecho a conocerte mejor —El apodo me raspó los oídos. Era tan molesto.

—Llevas repitiendo eso desde hace horas —rodé los ojos y él me miró como si no entendiera lo que quería decir con ello—. ¿Puedes por lo menos decirme para qué me quieres con vida? —pregunté. Odiaba estar con él, pero, al parecer, no tenía más opciones.

—Eso no es importante ahora —respondió, como si fuera lo más trivial del mundo.

«Claro, evade, como siempre», pensé, conteniendo un suspiro de exasperación.

—Mira, no creo que un fumador en potencia y un borracho ocasional sea muy util —dije, queriendo ver si podía sacarlo de su zona de confort. En teoría, decía la verdad.

—Bueno, en ocasiones, uno encuentra utilidad en donde menos espera... —Levantó una ceja con interés. Recorriendo mi cuerpo con su mirada.

—¿Y eso qué quiere decir? —repliqué.

Su sonrisa hizo que me pusiera a la defensiva. Lo miré, esperando que aclarara lo que acababa de decir, pero, en el fondo, sabía que mantendría la ambigüedad.

—¿Puedes, por una puta vez, responder a lo que se te pregunta y no andarte con rodeos? —espeté, frustrado.

Él simplemente se giró hacia la ventana, evitando la luz solar con una calma exasperante. Casi podía imaginarlo contemplando cómo iba a jugar conmigo en los próximos días. Pero lo que sí noté fue su perfil, impecable, como si posara para alguna revista de renombre.

No quería admitirlo, pero Kim Taehyung era atractivo. Era obvio que no podría aborrecerle por completo, menos cuando el reflejo iluminaba perfecto sus facciones y ese traje le quedaba como guante. En otras circunstancias tal vez...

Sacudí mis pensamientos. Era un vampiro, y yo, un cazador. Fin de la historia.

Él me miró de reojo, y algo en su expresión me hizo pensar que podía leer mis pensamientos.

—Como habrás notado —dijo con tono irónico—, he implementado medidas preventivas para evitar... accidentes.

«Señor obviedad», pensé rodando los ojos. Era evidente que me había dado cuenta de las cadenas, pues sonaban cada vez que intentaba moverme un poco. No era la primera vez que tenía una de esas ataduras en los tobillos, pero esta vez también las tenía en las muñecas, y el mecanismo que las anclaba al suelo era imposible de romper.

—Vaya novedad —bufé, sin poder evitar una sonrisa amarga—. Esto me lo sé de memoria.

Me costó, pero me moví un poco para hacer que las cadenas sonaran; no quería que notara mi creciente frustración, aunque esta seguro que ya la había visto.

—Mira, solo quiero aclarar que no estás... secuestrado.

—Ni se nota —interrumpí, haciendo sonar el metal en mi tobillo derecho.

—Cariño —dijo, inclinándose un poco hacia mí, con tono casi seductor—, eres de mi propiedad. No puedo tener de rehén algo que es mío.

Lo había dicho de tal manera que, por un segundo, sonó convincente. Pero era la misma frase disfrazada con palabras diferentes.

—Pareces disco rayado. Casi suenas como un estúpido niño caprichoso, ¿sabías?

Su mirada se endureció, y pude sentir el calor de su enojo antes de que hablara.

—¿Acaso no te enseñaron modales, cazador?

—¿Y a ti no te enseñaron a lidiar con la verdad?

Sus ojos grises me perforaron exigiendo silencio. Pero, en mi vocabulario no existía la palabra discreción.

Sabía que estaba provocándolo en su propio terreno, pero si de todas formas iba a morir, ¿por qué no adelantar el momento? A fin de cuentas, San Pedro me mandaría directo al infierno apenas me viera.

—Me molesta que no te calles.

—¿Qué? ¿Piensas callarme tú? —repliqué, con esa confianza que me traicionaba.

La cabeza me dolía y si mantenía el enojo, el dolor no haría más que empeorar.

En el fondo, no podía evitar sentir miedo... ¿Y si los rumores eran ciertos? Decían que Kim era un sádico que guardaba partes de sus víctimas como trofeos. Temía acabar en su colección, pero también era terriblemente emocionante tenerlo ahí frente a mí. Y manejar mis emociones no era una virtud de la que podía presumir...

—Oh, claro que puedo callarte, gatito —respondió, dejando que su voz sonara lo más macabra posible—. Sólo tendría que arrancarte esa lengua impertinente y guardarla en un frasco como recuerdo.

Esbozó una sonrisa tan siniestra que me heló hasta la médula, y por un segundo sus ojos parecieron brillar de color rojo, fue casi imperceptible, tanto que creí haberlo imaginado.

«Teoría confirmada: guarda recuerdos de sus víctimas», anoté mentalmente, mientras la idea de una muerte inminente se instalaba en mi cabeza. Nadie podría culparme. Al fin y al cabo, sería un honor morir en...

«Ay, Dios, perdóname. No sé ni lo que estoy pensando», me regañé. Definitivamente, debía dejar de pensar en morir a manos de Kim.

—Me encantaría verte intentarlo —lo reté

Para entonces, él ya se había acercado considerablemente a la cama, y su mirada se parecía a la mía: hostil y retadora.

Era una especie de duelo, y ninguno parecía dispuesto a ceder. Quién sabe cuántos minutos, o quizás sólo segundos, habrían pasado cuando mi estómago decidió unirse al espectáculo con un rugido vergonzoso.

—¿Qué fue eso? —preguntó como si estuviera asustado.

«¿En serio? ¿Este tipo no sabe lo que es que te truene la tripa?»

—Tengo hambre —admití, divertido por su desconcierto.

Con eso, toda la tensión en la habitación desapareció. Intenté acomodarme en la cama, aunque poco logré con las restricciones. No era como si fuera la primera vez que me encontrara hambriento mientras me secuestraban criaturas sobrenaturales.

«¿Cuánto había pasado desde que me escapé del loco hombre lobo? ¿Uno o dos días?», pensé.

—¿Puedes repetirlo? El ruido, ¿puedes volver a hacerlo? —preguntó, con la fascinación de un niño.

—No —contesté, sin entender el cambio repentino en su tono.

—¿Entonces cómo lo haces?

Antes de poder responder, Kim posó sus manos frías sobre mi estómago. A través de la tela, su gélido tacto hizo que me estremeciera, y fue ahí cuando noté algo extraño: llevaba ropa distinta.

Alguien... me había cambiado de ropa.

Mis mejillas ardieron de golpe y mi corazón se aceleró hasta el punto de sentirlo retumbar en mis oídos. La ironía de mi situación era casi cómica, no era normal. Nada en ese vampiro era normal.

Estaba secuestrado, pero el vampiro se había tomado la molestia de curarme, cambiarme de ropa y de acostarme en una cama de sabanas limpias. Atado o lo que fuera; parecía que... estaba cuidando de mí.

Perdido en mis pensamientos, no noté la mirada fija de Kim hasta que ya era tarde. Me miraba como si yo hubiera hecho algo inaudito, algo imperdonable. Parecía haberse dado cuenta del porqué de mi sonrojo y, aunque parecía incómodo, no apartaba la vista. Al contrario, sus ojos seguían estudiando mi cara, mientras yo intentaba, con poco éxito, disimular mi incomodidad y frenar el rubor de mis mejillas.

Él se inclinó aún más, y mi corazón se aceleró a niveles inesperados con sólo tener su rostro tan cerca del mío. Me miraba de una forma extraña; no era enojo, ni la habitual curiosidad despectiva de quien se prepara para lanzar la pregunta más cruel. Era una mirada... casi infantil, como la de alguien que tiene miles de preguntas y espera, ansioso, todas las respuestas. Y eso me aterraba aún más.

Estaba tan cerca que apenas podía sostenerle la mirada. Avergonzado, desvié los ojos hacia cualquier cosa que no fueran los suyos, que parecían buscar en mi rostro algo que, para él, era nuevo. En ese momento, recordé cuán débil e indefenso era yo, un simple humano atrapado en el juego de un vampiro.

Intenté apartar el rostro, pero sus dedos, fríos y firmes, rodeaban mis mejillas con una suavidad inesperada, casi como si fuera algo que no quisiera romper. Me resultaba imposible corresponderle; mis ojos vagaban, intentando hallar un escape que sabía no existía.

Sabía que debía odiarlo, que debía temerlo... y lo hacía, claro que lo hacía. Pero también había algo que me llamaba... había algo en esa mirada que se clavaba en mí como si quisiera arrancar cada uno de mis secretos sin necesidad de palabras.

—Tus mejillas se han vuelto rosas cuando apenas y te he tocado. Eres... muy frágil, ¿no es así? —susurró, como si se dirigiera más a sí mismo que a mí. Su pulgar apenas rozó mi piel, dejándome un leve temblor en el cuerpo—. Tan... humano.

No había burla en su tono, lo cual me sorprendió y descolocó aún más. Esa curiosidad que percibía en su voz lograba desarmarme.

Tomé aire, reuniendo las fuerzas suficientes para responder, aunque mi voz salió apenas como un susurro:

—¿Qué esperabas? Los humanos... somos frágiles. Deberías saberlo. —Un destello cruzó por sus ojos, y me di cuenta de que había dicho algo que, de algún modo, le había calado—. ¿Por qué me trajiste aquí, Kim? —pregunté, intentando recuperar el control—. No tiene sentido que me cuides... o que me mires así.

Un silencio pesado se asentó en la habitación, y pensé que, quizá, había tocado un tema que él no estaba listo para enfrentar. Sin embargo, cuando finalmente habló, sus palabras fueron apenas un murmullo.

—Porque lo frágil también pueden ser... peligroso.

¿Peligroso? No pude evitar soltar una risa entrecortada. ¿Peligroso yo? Era una burla tan ridícula que incluso me olvidé de lo amenazante que era él. Sin embargo, el tono serio de su mirada no cambió, y la ligera sonrisa en sus labios me hizo dudar. Tal vez había algo en mí que ni siquiera yo había descubierto aún... o tal vez Kim simplemente estaba jugando conmigo, dándome esperanzas vacías.

Taehyung se inclinó un poco más, tan cerca que sentí su fría respiración rozar mi rostro. Y, en ese instante, lo entendí. Lo peor no era la idea de morir en manos de un vampiro. No... lo peor era que una parte de mí deseaba vivir, solo un poco más, si eso significaba estar a su lado.

Aquel pensamiento me golpeó. Desde que había entrado al conservatorio, lo admiré desde una esquina, en secreto, sin siquiera haberle visto ni una sola vez, sin siquiera saber si era real... Era el vampiro más temido, una leyenda. El mismo que ahora me miraba con curiosidad.

Taehyung, quien debía inspirarme temor, despertaba en mí otra cosa. Algo que no quería admitir, que no debería admitir. Él era todo lo que se suponía debía cuidarme, pero ¿por qué quería que se acercara aun más?

Mis mejillas ardieron con fuerza con solo el pensamiento de querer que me besara.

—Suél... tame —murmuré entre dientes, cada sílaba enredándose en mi propia vergüenza.

—¿Cómo cambias el color de tu rostro? —preguntó, con esa expresión casi... ¿fascinada? Su pulgar rozó mi mejilla y luego la apretó suavemente, como si intentara entender el calor que emanaba de mi piel.

Necesitaba quitarlo de encima mío, pero mis palabras salieron quebradas, torpes.

—No sé... No es a voluntad.

—Hazlo de nuevo —pidió casi con devoción, como si me estuviera pidiendo un milagro.

—No puedo. Suéltame...

—¿No puedes o no quieres, eh, cazador? —dijo, con esa sonrisa maliciosa que hacía hervir mi sangre, mientras movía mis mejillas como si yo fuera un juguete.

—No puedo —respondí, con un tono lleno de vergüenza que, para mi desgracia, pareció divertirle—. Suéltame ya.

—Di: "Por favor"

—Púdrete —mascullé, luchando por apartarme, pero él solo rió, sin dejarme ir.

—Di: "Por favor" —insistió, mirándome fijamente. El brillo rojizo volvió a su mirada, recordándome que no estaba tratando con cualquiera.

—Por... Por favor...

Solo entonces, sonriendo, soltó mis mejillas y retrocedió con una calma irritante. Lee Minho estaba loco, punto, no había explicación coherente.

Yo tenía las mejillas rojas de la vergüenza y él sonreía. Yo estaba atado de pies y manos, sin oportunidad de moverme, y él sonreía.

—Haré que te traigan algo de comer, gatito —dijo, con esa voz gruesa y acentuada, que, si no conociera, diría que fue indiferente, pero la pequeña sonrisa que llevaba en el rostro delataba su conformidad.

Susurré un sutil "Púdrete" antes de que cruzara la puerta, pero si lo escuchó o no, ya no importaba.

El silencio volvió, y con él, una sensación de vacío. Me dolía el orgullo, la cabeza y para rematar, se me estaban durmiendo los brazos de tanto estar en la misma posición. Estar atado de pies y manos no era nada nuevo, pero esta vez... esta vez, me sentía realmente como una presa. Y aunque lo odiaba, no podía dejar de pensar en sus manos, en el leve rastro de calor que aún quedaba en mis mejillas.

Intenté no prestar atención a la forma en que mi corazón parecía golpear con fuerza mi pecho cuando salió de la habitación, dejando tras de sí un frío perturbador que de alguna forma había empezado a reconfortarme. No debería ser así. Se supone que los vampiros solo traen muerte y caos a los humanos, así lo había aprendido. ¿Pero cómo explicarle eso a mi cuerpo, que reaccionaba de la forma más traicionera cada que él estaba cerca?

«¿Por qué tenía que salir ese día? ¿Por qué no me pude quedar en casa con mi chocolatada viendo series hasta entrada la madrugada...?», me pregunté, frustrado. Pero ese día, debía estar en esa reunión. Si hubiera tenido la oportunidad de reportarme enfermo, no estaría en territorio vampiro.

Intenté mover mis manos, buscando una pizca de libertad. No me sorprendería que él me tuviera amarrado con una atadura invisible entre ambos, como si él supiera exactamente qué decir y hacer para desarmarme. Había escuchado algo sobre rituales de sangre una vez. No me sorprendería que Kim usara eso en mi contra.

Un suave repiqueteo en la puerta me sacó de mis pensamientos y mis músculos se tensaron de inmediato. Vi como la puerta se abría, entrando una mujer con el cabello por delante.

Ella no emitió ningún sonido al entrar, haciéndome sentir incómodo ante su presencia. Acercó la carretilla con comida hacia la cama y luego se alejó.

—Kim ha salido hace un momento, así que quedé a tu cuidado —informó. Pero, ¿era necesario que yo supiera que el vampiro no estaba en casa?—. Estaré aquí por un buen rato —añadió mostrando una sonrisa tensa—. Pero a cambio, pido un favor: evítame la molestia de tener que perseguirte por el bosque.

—Tu sentido del humor es un poco peculiar —respondí, esbozando una sonrisa fingida—. Además, no creo que pueda moverme más de dos centímetros con estas cadenas...

—Byulyi —interrumpió, seca.

—¿Eh?

—Es mi nombre, cazador.

«No te lo pedí, gracias», pensé, pero dije:

—¿Byul...yi? —Ella asintió brevemente—. Bueno... no puedo comer por mi cuenta...

Me miró como si no entendiera. Hice sonar las cadenas de mis manos para que captara el mensaje. Cuando por fin se dio cuenta, me liberó las manos. Sentado en la cama, intenté sacudir la sensación de hormigueo que había acumulado tras tanto tiempo inmóvil.

—No puedo soltar tus pies. No después de lo de la última vez —murmuró, mientras me alcanzaba la bandeja.

Byulyi me ayudó a comer al principio, pues mis manos estaban todavía entumecidas. Me recordaba a una enfermera malhumorada que cumple su deber sin entusiasmo alguno.

—Bien, cazador —dijo con una de las sonrisas más falsas que había visto en mi vida—, es la primera vez que un humano se hospeda en esta casa, así que necesito aprender algunas cosas de ti. Comencemos por tus necesidades básicas.

Pero algo me parecía extraño... "primera vez" era una palabra importante, pero no cuadraba con la información que tenía sobre estos vampiros. ¿Se suponía que debía creerle?

—No es como si realmente quisieras saberlo, ¿cierto? —repliqué, mientras comía por mi cuenta. En mis ojos, ella no era más que alguien que seguía órdenes, y lo hacía de mala gana.

—Es mi deber —respondió, con la expresión seria.

—Entonces, en ese caso... —dejé el cubierto en la bandeja, dando a entender que había terminado— ...necesito volver a mi casa.

Su rostro se tensó de inmediato; era claro que no estaba en sus posibilidades cumplir con esa solicitud. Su indecisión era palpable, como si realmente deseara que me fuera, pero no tuviera el poder para liberarme.

—No parece algo que puedas hacer por mí, ¿verdad, Byulyi? —pregunté, enfatizando su nombre para ver si lograba incomodarla.

Recuperó su compostura rápidamente.

—No, no lo está —dijo, firme. Por supuesto, yo ya lo sabía.

Suspiró cuando vio mi resignación, como si se hubiera compadecido, aunque fuera por un segundo. Aproveché para hacer otra petición.

—Al menos... ¿podrías abrir un poco las cortinas? El sol es parte de mis necesidades.

Me sentía mareado desde que había despertado y el dolor de cabeza no había mejorado, bueno, por lo menos no se había vuelto más fuerte. No se lo dije a la pelinegra, y no tenía planeado hacerlo tampoco. Esperaría a que al pasar el día el malestar se marchara.

Apenas corrió la gruesa tela, asegurándose de evitar cualquier rayo directo, y la habitación se llenó de una luz suave. Susurré un agradecimiento, y ella regresó a su lugar... justo a mi lado. ¿Realmente era el único sitio donde podía estar? Había una silla junto a la cama, pero ignoraba su propósito, manteniéndose cerca, casi pegada a mí. A veces, parecía inclinarse para olfatearme, y cada vez que lo hacía, un escalofrío me recorría.

Yo no tenía nada que decir y a ella la veía cada vez más cerca. No entendí por qué lo hacía, pero me estaba incomodando su actitud. Una vez escuché que los vampiros son susceptibles a los aromas, pero ¿por qué ella me olfateaba de esa manera?

—Byulyi, quiero lavar mis dientes —solté de repente

Me miró un segundo antes de levantarse sin decir nada y abandonar la habitación. Respiré hondo, agradecido por el alivio de su ausencia. No regresó hasta unas horas después.

Para entonces, me había dormido un rato sin darme cuenta, hasta que golpe en la puerta me despertó. Cuando entró, traía a dos vampiros con ella. Todos lucían rostros sombríos y tensos, tanto que no me atreví a preguntar a dónde me llevaban cuando me liberaron las cadenas de los tobillos y me obligaron a levantarme.

El dolor en mis pies había desaparecido por completo, y el latido punzante en mi cabeza no hacía más que intensificarse. Aunque podía ver en sus miradas un odio dirigido hacia mí, permanecí en silencio, fingiendo no notar su hostilidad.

No era mi culpa que el dueño me quisiera vivo aunque ni siquiera me dijera para qué, ni que los que deseaban matarme tuvieran que cuidar de mí.

Era una bendita ironía, lo sé, pero, repito, no era mi culpa.



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