「Cʜᴀᴘᴛᴇʀ 2」
Capítulo dos:
❝ No me salvaste, pospusiste mi muerte... ❞
Min Yoongi.
Desperté en plena madrugada con un montón emociones mezcladas...
Sentía cada pequeña gota de sudor bajándome por la espalda, aun cuando la sequedad en mi garganta era lo que más me molestaba. Me temblaba todo el cuerpo, y eso me mantenía en ese limbo entre estar dormido y despierto.
Mi vista nublada no ayudaba, y la desesperación de no saber qué estaba pasando, era lo único que me mantenía levemente consciente.
Mientras permanecía dormido, mi cabeza no paró de mostrarme recuerdos sin sentido que me causaban ganas de vomitar. Tal vez, lo peor fue el intentar correr y terminar siendo incapaz de moverme, o, sobre todo, las voces. Esas que me gritaban, y me acusaban de haberles quitado la vida.
El problema era... que yo no había asesinado a tantas personas. Y si no fui yo... ¿quién?
Cuando estaba despierto, nada de eso existía, en cambio, había un ardor recorriéndome la piel tan fuerte que no podía evitar quejarme y apretar los dientes. Mis manos y pies estaban atados, pero ni siquiera era consciente de ello, porque toda mi atención iba directo a intentar hacer algo para que el dolor desapareciera. Sentía como si me estuvieran arrancando la piel pedazo a pedazo, como si estuvieran pulverizando mis huesos.
Todavía recuerdo mis gritos, mis súplicas, pidiendo... no sé, seguramente la muerte. Y, en medio de todo eso, una voz suave, susurrando, llena de compasión, que resistiera, que respirara hondo, que me quedara con ella.
Aun así, lo último que recuerdo antes de poder volver a conciliar el sueño, fue el toque suave de una mano en mi frente, limpiando mi sudor con un paño y luego pasando un trozo de hielo por mis labios; también recuerdo una sombra moviéndose a mi alrededor, pero, antes de poder reconocerla, todo se volvió oscuro.
┅ ♡ ┅
Desperté de nuevo, esta vez, con la mente despejada. Estaba desnudo bajo sábanas blancas y en una cama demasiado cómoda.
No recordaba haber comprado una recientemente, pero, igual, me acomodé ante la relajante sensación de limpieza y aroma a lavanda del lugar. Mi sonrisa se esfumó cuando me di cuenta de que esa no era mi cama, que no estaba en mi habitación. Que ni siquiera estaba en mi casa.
Abrí los ojos de golpe y me levanté para ver el lugar.
«Mierda...», pensé.
No tenía idea de dónde estaba, y eso me puso los nervios de punta. Empecé a buscar mi ropa como un loco. Estaba en una habitación que no conocía, no había señal de mi ropa por ningún lado y, lo único bueno, era que estaba solo.
Con la sábana enrollada a modo de capa, fui directo a la puerta, pero estaba cerrada con llave. Miré por única ventana que me daba una vista amplia del exterior. Suspiré al realizar que estaba en medio de un bosque y probablemente en un segundo o tercer piso. Y, vamos, era consciente que no podía salir por ahí sin terminar con una fractura o una contusión, claro, solo si lograba sacar de una u otra forma los barrotes.
«Genial... No solo no sé dónde estoy, sino que además estoy atrapado», me quejé. No había mucho que pudiera hacer. Así que, resignado, volví a la cama. No tenía escapatoria.
Los rayos del sol entraban suavemente por la ventana, formando líneas polvorientas en el aire. La luz era débil, apenas atravesaba las cortinas gruesas...
Me quedé mirando un punto fijo durante varios segundos, momento que mi cerebro aprovechó en mostrarme los horribles recuerdos de la noche anterior.
Mis ojos empezaron a arder y, aun cuando intenté evitarlo, las lágrimas cayeron sin control por mis mejillas. ¿Qué sentido tenía seguir reteniéndolas? Después de todo lo vivido, ya no podía fingir ser fuerte ni un segundo más.
Entre el llanto involuntario, el dolor en mi piel volvió a hacerse presente. Las imágenes de mis compañeros pidiendo ayuda, los cuerpos destrozados... todo daba vueltas y vueltas en mi cabeza. ¿Cómo iba a poder olvidarlo? Cada uno de esos recuerdos aparecían como flashes cada vez que cerraba los ojos, haciéndome llorar aún más.
Pasaron varios minutos hasta que, poco a poco, mis sollozos se calmaron. Cuando finalmente me sentí un poco menos destrozado, limpié mis lágrimas con las sábanas. Me quedé absorto en mis pensamientos hasta que escuché cómo el pestillo de la puerta giraba en medio del silencio.
Me puse alerta al instante. Un hombre alto de cabello oscuro entró en la habitación. Llevaba un traje hecho a medida y su cabello estaba perfectamente peinado hacia atrás. No se movió ni un centímetro, aunque ya había cerrado la puerta. Sus ojos brillaron de una manera extraña mientras me miraba fijamente, como si me estuviera examinando. Me incomodó, pero al mismo tiempo... me resultaba familiar.
Entonces lo entendí: eran los mismos ojos grises —un poco más oscuros por la poca luz— que había visto en mis recuerdos.
«¿Cuánto tiempo llevo aquí? No puede ser mucho... ¿verdad?».
El tipo de los ojos claros caminó lentamente hasta sentarse en una silla de respaldo alto cerca de la cama. Se cruzó de piernas y apoyó la cabeza en uno de sus puños, con una calma que me puso más nervioso de lo que ya estaba... Su cuerpo apenas estaba iluminado por la delgada franja de luz solar que se colaba por las cortinas, pero aún a pesar de verse enfermizo, su presencia era demasiado pesada. Por instinto, me mantuve alerta a sus movimientos.
Yo estaba sentado sobre la cama, sin apartar la mirada de la daga que sostenía en su mano. El mango estaba decorado con rubíes que brillaban con pereza. Solo entonces supe que estaba en territorio enemigo.
En territorio vampiro.
Me moví hacia atrás, alejándome todo lo que pude, mientras miraba cada rincón de la habitación de reojo. Solté discretamente las sábanas por si tenía que actuar rápido. Tenía varias opciones en mente en caso de que decidiera atacarme...
«Puedo darle con la lámpara en la cabeza para así ganar tiempo y salir corriendo. O, tal vez envolverlo con la sábana, aunque me quede desnudo», pensé, pero en ese momento escuché una risa baja salir de su boca. Lo miré sorprendido, sin entender qué le hacía tanta gracia.
—No necesitas defenderte —dijo, aún sonriendo. Su voz era grave, co un acento fuerte que me llamó la atención al instante—. Si hubiese querido hacerte daño, ni siquiera habrías abierto los ojos.
De repente, un montón de imágenes borrosas invadieron mi cabeza. La duda de si era él la silueta borrosa que recordaba aprovechando mi debilidad para darme un beso, no me dejaba pensar con claridad.
En ese mismo instante, recordé que estaba prácticamente desnudo frente a él, así que volví a tomar la sabana y me cubrí hasta donde pude, sintiendo mis mejillas arder.
Antes de que yo pudiera decir algo, el habló de nuevo:
—Tu ropa no servía en lo absoluto, así que la eché a la basura. Si quieres cambiarte, puedes usar la ropa que preparé para ti —miré a mi alrededor, pero no había nada más que él y la silla—. Está en camino —agregó, y en cuestión de segundos, alguien golpeó la puerta tres veces seguidas.
Mi cuerpo seguía adormilado, como si llevase días sin mover un solo musculo.
Él se levantó de la silla justo cuando sentí cómo mi cuerpo se volvía pesado, como si no fuese mío. Con la vista borrosa, lo vi abrir la puerta y recibir algo que no pude identificar. Traté de no perder la consciencia mientras él avanzaba hacia mí. Mi respiración se agitó de inmediato, cuando, sin poder mover un solo dedo, vi como colocaba un bulto en la cama, a unos pocos centímetros de mi cuerpo.
Cuando regresó a su asiento, poco a poco, la sensación desapareció de mi cuerpo, dejándome un pequeño dolor de cabeza. Cuando levanté la vista, él señaló el montículo de ropa.
—Están limpias y son de tu talla, cazador —murmuró. Le miré esperando a que se fuera de la habitación para poder vestirme, pero él no se movió ni un centímetro—. No sé qué esperas para ponértelas.
Un "Que te largues" cruzó por mis pensamientos y el soltó una carcajada justo en ese instante. Por un momento, dudé si lo había dicho en voz alta o si solo lo había pensado.
—Comienza —ordenó, y sin saber cómo o por qué, me levanté de inmediato. Mi cuerpo reaccionó al sonido de su voz sin que yo lo controlara.
Al estar de pie, mis piernas se enredaron en las sábanas y caí de rodillas al suelo. No me hice daño, pero mi dignidad quedó hecha añicos.
Su mirada seguía fija sobre mí, con esa estúpida sonrisa de superioridad. Sentí la rabia crecer dentro de mí así que solté las sábanas y me levanté.
Para mi sorpresa, él desvió la mirada como si se avergonzara de verme desnudo.
«Por lo menos respeta esto», pensé mientras agarraba las prendas y me vestí lo más rápido que pude.
—¿Quién eres? —preguntó cuando terminé de abotonar la camisa. Di un paso hacia atrás instintivamente.
—Creo que tengo derecho a saber lo mismo —respondí, no estaba dispuesto a decir más a menos que él lo hiciera primero.
El silencio se instaló entre nosotros, momento en el que le miré fijamente, igual que él lo hacía conmigo.
Como si de una mala broma se tratara, el recuerdo del beso me invadió. ¿Por qué seguía recordando esa escena? Me sentía estúpido al hacerlo, pero eso me llevaba a otra pregunta: ¿Fue él quien me curó? ¿Y cuánto tiempo llevaba inconsciente?
—Pero claramente, yo pregunté primero —dijo, mientras jugaba con la daga en su mano, trayéndome a la realidad; una en la que no estaba en posición de negarme a responder.
—No diré nada... —respondí.
Había visto sus colmillos al hablar. Ya no tenía dudas: era un vampiro.
—Está bien, cariño, como tú quieras, ninguno de los dos hablará —respondió, acomodándose de nuevo en su maldita silla, me dijo "cariño" cómo si eso fuera lo más normal del mundo—. De todas formas, solo quería oírte decir tu nombre o por lo menos que abrieras esa linda boquita que tienes.
Sin borrar su odiosa sonrisita de superioridad, levantó una ceja de manera sugestiva y me recorrió con la mirada de arriba a abajo. ¿Se suponía que estaba coqueteando conmigo? No podría decirlo, pero enserio me estaba sacando de quicio.
—Eres un idiota.
—Lo sé, Yoongi, lo sé. —Asintió poniéndose de pie para acercarse a mí. Me negué a retroceder. No le iba a mostrar miedo. Rodé los ojos al entender que me había llamado por mi nombre.
«Siempre preguntan estupideces que ya saben, típico de vampiros. Apuesto que envió a alguien a investi...».
—Ah, y no, no te estuve investigando —añadió, como si escuchara mis pensamientos—. Es imposible no escuchar de ti. El gran ex miembro de la élite entre los cazadores a sus cortos veintitrés.
Mientras yo mantenía la guardia alta, él hablaba como si nada. Alto... ¿que yo qué?
—¿Ex qué?
—Vamos. Sabes de lo que hablo —dijo. Mi cara de confusión lo dijo todo.
«¿Ex miembro? ¿Está bromeando, cierto?».
—Para ellos, estás más que muerto. O, en el mejor de los casos, sirviendo de "concubina" para los lobos. —Una horrible sensación recorrió mi cuerpo solo con pensar en esa posibilidad—. Pero claro, a menos que regreses sano y salvo, no moverán un dedo para buscarte.
Lo miré frunciendo el ceño. Él lo sabía, y se estaba aprovechando de mi situación. No tenía escapatoria; nadie vendría por mí. Una pequeña risa amarga salió de mis labios.
—Bien. ¿Qué quieres que diga? Si ya lo sabes todo —contesté, resignado y rodando los ojos.
No sabía nada de él, pero él sabía mucho sobre mí. Se mantuvo en silencio, observándome, haciéndome sentir incómodo.
Dios, solo quería que se fuera para poder llorar en paz.
—Dime... —susurré, rompiendo el silencio incómodo en el que habíamos sumido la habitación. Traté de sonar firme, pero la voz se me quebró. Aclaré mi garganta rápidamente, evitando mostrar debilidad ante un vampiro—... ¿qué demonios me hiciste?
Mi mirada vagó a cualquier rincón de la habitación, menos a sus ojos, no quería que se diera cuenta de lo aterrado que estaba ante la idea de que algo en mi hubiera cambiado para siempre.
—¿Para qué quieres saberlo? —preguntó dando un par de pasos hacía mí, por instinto retrocedí, no quise hacerlo, pero mi cerebro actuó primero.
«Genial, Yoongi. Estás retrocediendo como un cobarde frente a un vampiro», pensé. Eso sí que era romper todas mis reglas.
—¿No es obvio? —dije, señalando mi frase anterior, mientras seguía retrocediendo, pues él seguía avanzando. Tropecé con la pared y, en cuanto sentí las cortinas, no lo pensé dos veces: las abrí de inmediato, permitiendo que el sol entrara.
El vampiro dio un par de pasos hacia atrás, quedando a pocos centímetros del borde de la luz.
Bien, no me movería de ahí, de mi zona segura, sin importar qué.
—Sé que me diste de tu sangre en el bosque —solté con la seguridad que la luz del sol me otorgaba—. No sé qué hiciste, pero no soy un idiota. Sé que solo con tocar tu sangre pude haber tenido quemaduras horribles.
—No veo la relación de lo que dices con lo que estás preguntando, élite —respondió con una calma que me ponía los nervios de punta.
Su mirada seguía fija en mí, intentando quitarme la poca cordura que me quedaba.
Sus ojos se habían vuelto más claros al reflejar la luz, casi plateados, tan grises como la luna. Me distraje en ellos durante unos pocos segundos.
Él ni siquiera se movió; estaba viéndome de la misma forma en que yo lo hacía...
¿Ya había dicho que era ridículamente atractivo?
—¿Quieres que sea directo? Bien, lo seré. ¿Qué cojones fue lo que me hiciste en el bosque? —escupí las palabras entre dientes, más enojado que antes. Un atisbo de sonrisa atravesó sus labios, como si estuviera dispuesto a responderme, pero desapareció tan pronto como apareció. El vampiro se dio la vuelta sin decir nada, y caminó hacia la puerta—. ¡Eh! —grité.
No me moví ni un centímetro de mi lugar junto a la ventana.
Él abrió la puerta de golpe, alcancé a ver que había alguien afuera. Apenas distinguí la figura de quien parecía una chica con el cabello largo y oscuro. Pero antes de que pudiera ver más, él cerró la puerta de pronto, como si yo tuviese prohibido ver quién era.
—Quiero saber qué me hiciste, dónde estoy, y porqué estoy aquí —dije con firmeza, al ver que avanzaba hacia mí, dándole a entender que no desistiría por ningún motivo.
—Será mejor que tomes asiento, cazador —respondió, volviendo a su silla, sentándose como si tuviera todo el tiempo del mundo. ¿Cómo podía estar tan tranquilo?
—No me moveré de aquí —repliqué. Él solo asintió, como si no le importara en lo más mínimo.
Sus ojos se veían diferentes, como si estuviese pensando en otra cosa, como si su mente hubiera viajado a otro lado.
—Solo... solo preguntaré algo, cazador... ¿Sientes odio por mí? —Mi confusión fue evidente.
«¿Qué clase de pregunta es esa?».
—Te detesto —respondí sin dudar.
—¿Me odias por lo que soy o por haberte salvado la vida?
—¿Y eso qué carajos tiene que ver con lo que yo estoy preguntando? —respondí exasperado, pues él tenía la habilidad de sacarme de quicio, y estaba seguro de que disfrutaba hacerlo.
—Está bien. Tú ganas —dijo poniéndose de pie, para avanzar un par de pasos hacia mí, sin llegar a tocar el sol—. Te diré lo que necesitas saber. Tal vez así dejas esa actitud de gatito enojado que tienes. —Su mirada se mantenía fija en mis ojos, y yo tenía unas ganas increíbles de soltarle un puñetazo—. Mi apellido te lo sabrás de memoria, así que me presento; mi nombre es Kim Taehyung. Y sí, estás justo en la propiedad que el CCDA tiene delimitada como peligrosa. Estas aquí porque me debes algo y tienes que pagarlo. ¿Y qué te hice? Eso es relativo —contestó con esa voz grave que insinuaba tantas cosas y a la vez nada—, claro, dependiendo de lo que me estés preguntando con exactitud. —Su manera tan formal y a la vez informal de decir las cosas me tenía harto.
De todas formas, ¿Quién era Kim Taehyung? Había sido muy engreído por su parte decir que debía conocer su apellido de memoria. Quise burlarme, pero, en su lugar, me quedé callado por unos segundos, pensando la pregunta correcta.
—¿Por qué me diste de tu sangre? —dije finalmente.
—Porque ahora me perteneces —respondió, con la mayor naturalidad del mundo, dejándome helado.
—No te pertenezco —casi solté una risa sarcástica al decirlo. ¿En serio? ¿Yo, un objeto? Debía de estar bromeando.
—Oh, claro que lo haces. Mi sangre corre por tus venas; será cuestión de tiempo que la tuya corra por las mías. Eres mío ahora.
—No soy tuyo. No soy un maldito objeto —repliqué, a punto de reír por lo absurdo de la situación—. Métetelo en tu estúpida cabecita.
—Un hecho no cambia al otro. Eres mío. Estás en mi casa. Harás lo que yo diga.
—Puede que esté en tu propiedad, pero eso no te hace mi dueño.
—No lo entiendes, caza...
—Y no me interesa entenderlo —interrumpí, subiendo el tono. Harto de escucharle—. No soy de nadie, ¿entendido?
—Baja la voz...
—No, no voy a hacerlo. No tienes derecho de pedirme absolutamente nada. Es más, ¡ni siquiera te pedí que me salvaras!
Sus ojos destellaron peligrosamente. Apenas terminé de hablar, me di cuenta que tal vez había ido demasiado lejos.
Una de sus manos envolvió mi cuello con facilidad, y el miedo me recorrió por completo al sentir cómo me alzaba sin esfuerzo. En menos de un segundo ya no podía respirar, y cuando el aire por fin logró pasar, apenas entraba en mis pulmones.
Su mirada también había cambiado, el color grisáceo de sus ojos se había tintado levemente de un rojo carmesí tan tipico de un vampiro. Él estaba disfrutando hacerme daño; estaba gozando el hacerme sufrir.
—Traté de comportarme, cazador —gruñó, su voz sonaba más gruesa, más oscura, un cambio absoluto con la calma que antes había mostrado—, pero tú lo haces tan difícil... —suspiró dramático, como si tener que lidiar conmigo fuese una molestia, como si estuviera aburrido.
—Suelta... —intenté decir, pero mi voz salió más como un susurro ahogado. Él negó con la cabeza.
—No. Ahora es mi turno de hablar. Maleducado. Ya no queda nada del viejo clan de cazadores, ¿eh? Antes eran conocidos por su valor, su disciplina y... mírate... Lo único que tienes es una boca tan grande como para insultar a diestra y siniestra. ¿En serio eres de la élite?
Ni siquiera podía procesar lo que decía. Mi cerebro estaba a punto de apagarse, concentrado solo en el aire que su fuerte agarre no estaba dejando entrar. Mis uñas se clavaron en su antebrazo, pero él ni siquiera parpadeó. Su fuerza era mil veces mayor a la mía. ¿Qué era yo comparado con él? Nada.
—Esto es lo que obtengo por intentar ser un buen samaritano y salvar a un cazador —dijo, soltándome furioso.
Caí al suelo de rodillas, tratando de recuperar la mayor cantidad de oxígeno posible, tosiendo como si intentara arrancarme el dolor de la garganta de una sola vez. El cuello me quemaba y cada respiración ardía como si tuviera cuchillas en la tráquea.
«¿Cómo puede doler tanto?», pensé, luchando por calmar el temblor de mis manos.
—No me salvaste —susurré en cuanto pude, con los ojos llenos de lágrimas—, solo pospusiste mi muerte...
—Y deberías darme las gracias por ello —se acercó, agachándose un poco. Cuando intentó tomar una de mis mejillas, aparté el rostro, pero no sirvió de nada. Su mano atrapó mi barbilla con fuerza y me obligó a mirarlo directo a los ojos—, aunque tienes razón. Pospuse tu muerte... porque ella también me pertenece.
┅ ♡ ┅
Gracias por leer, mis amores
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