Capítulo 29 (Final)
Dedicado a arohamoncho por sus comentarios 😳
Vamos, Caitlin. No te queda mucho tiempo. Piensa algo.
Subo el zipper de mis pantalones y salgo del baño. Me calzo las botas y me encajo el arma en la cintura.
Tengo que conducir varios kilómetros y apenas me queda tiempo.
Busco con mi mirada mi móvil por la habitación.
Mis ojos se topan con la bolsa de Victoria's Secret que contiene el regalo de Barry.
Maldito idiota con sus malditos regalos de maldito generado.
Bufo pero agarro entre mis manos la bolsa.
Si algo sale mal... Si no salimos con vida...
Suspiro.
Meto la mano dentro de la bolsa y saco la parte superior del conjunto.
Lencería negra con un precioso y parece que caro encaje. Sonrío.
Debería habérmelo puesto el día que me lo trajo.
Vuelvo a meter la mano para coger la otra parte y mis dedos tocan algo duro y frío. Frunzo el ceño.
¿Qué narices es esto?
Agarro lo que sea entre mis manos y lo saco de la bolsa.
Es un pequeño cacharro negro.
Es el pendrive. Es el jodido pendrive.
Barry me dió el pendrive días atrás.
¿Cómo pude ser tan estúpida?
Pues claro joder, él mismo me lo dijo.
«Sé por la forma en que me mira que sus palabras son de pura honestidad y más y más puntos se unen en mi cabeza. Dándole sentido a todo.
—¿Dónde está el pen ahora?
—En un lugar seguro... Y negro.»
Agarro el aparato entre mis manos y lo introduzco en el bolsillo delantero de mis pantalones.
También agarro las llaves y salgo de la casa, subiendo a mi coche.
2 horas
Introduzco las llaves y el motor ruge.
Conduzco a toda prisa por las calles de la Ciudad, derrapando con las llantas sobre el asfalto.
Aguanta, imbécil. Voy en camino.
1 hora y cuarenta y dos minutos
Trago saliva, me meto en dirección prohibida y acelero tanto como puedo.
Pongo el vehículo a casi doscientos kilómetros por hora y vuelvo a la dirección correcta minutos después, saliendo de la Ciudad.
1 hora y treinta minutos
Mi respiración comienza a agitarse, doy un golpe de volante.
Dejo de ver coches a mi alrededor y me quedo totalmente sola en la carretera, conduciendo sola por varios minutos.
1 hora y diez minutos
Finalmente llego al lugar y salgo del coche varios metros antes de la zona acordada.
Llego con el tiempo justo de inspeccionar el terreno.
Alzo la pistola, apuntando de un lugar a otro.
En el mensaje advertía de venir completamente sola pero no decía nada de él.
Yo he cumplido con mi parte del trato. Más la vale cumplir con la suya o le meteré una bala en la cabeza antes de que pueda respirar.
Treinta minutos
Inspecciono cerca de un kilómetro a la redonda, manteniendo la vista allá a donde puedo verlo y teniendo la pistola cargada.
Tras esperar los últimos minutos, veo un coche negro acercarse a una velocidad sensata. Sin llamar la atención.
Josef sale del vehículo y mira de un lugar a otro.
—¿Estás sola? —Vocifera.
—¿Ves a alguien por aquí? —Muestro a mi alrededor con mis manos.
—Lanza tu pistola al suelo. —Vuelve a gritar.
Al no acceder a su petición, vuelve a gritarme.
—Lanza tu pistola al suelo o me largo. —Accedo a su pedido. Me saco el arma y la lanzo sobre el terreno arenoso.
—Quiero verle. —Ahora soy yo quien grita.
Josef abre la puerta de atrás del vehículo y le saca a empujones. Apreto la mandíbula.
Lleva unos vaqueros grises y un jersey de punto del mismo color.
También lleva un gorro de lana del mismo color sobre su pelo y sus ojos están tapados.
Está algo más delgado que siempre y la parte de su rostro que puedo ver está algo demacrado.
Noto mis pulsaciones aumentar en mi caja torácica.
Mierda, he estado al borde de matar a alguien por tu culpa.
—Dame el pen. —Pide el moreno.
Estaba tan distraída mirando al castaño que incluso me había olvidado de donde estábamos.
—Al mismo tiempo. —Suelto en respuesta.
Y como he pedido, en una buena sincronización, lanzo el pendrive y él le da un empujón a Barry.
El castaño camina hacia mi y corro para agarrarle el brazo y posicionarle detrás de mi.
Me pongo de puntillas para quitarle el antifaz de los ojos.
Su mirada se posa en mi. Diciendo tantas cosas sin necesidad de abrir la boca.
—¿Estás bien? —Articulo.
Responde con un asentimiento de cabeza.
Entonces, Josef alza su arma y nos apunta.
—Lo siento, Caitlin. No puedo dejar que os vayáis. —Desato a Barry y le doy una sonrisa cómplice, sólo para nosotros.
Entonces me giro hacia mi "compañero" y le doy la misma sonrisa.
—¿Te has asegurado de que tenga balas? —Suelto. Barry me mira y comparto esa mirada con él.
Gracias por el truco, criminal.
Josef gira el cañón hacia su cara y aprovecho el momento para tomar la mía y dispararle a la pierna.
Le esposo.
—Se acabó, Josef. Se acabó. —Me da una mirada de dolor y apreta la mandíbula.
—Yo no tengo salvación pero tú aún tienes una. Entregale, Caitlin. Sé fiel al FBI al que prometiste servir.
Y aunque no le escucho, no tengo más remedio que hacerlo cuando es Barry quien me habla.
—Tiene razón, Cait. Y lo sabes. Está bien, hazlo. Quiero que lo hagas.
—Me pide.
No Barry, no.
—No me pidas eso... —Ruego, subiendo mi mano hasta su pelo.
Pero él deshace el agarre.
—¿Y qué harás? ¿Seguir con una doble vida? No tienes más remedio. Entregame, Caitlin. Sólo así podrás salvarte. —Aunque no quiero oírle, no quiero escuchar sus palabras, sé que tiene razón.
Agarro entre mis manos el preciado pen y suspiro.
—Vamos. —El castaño se pone las esposas él sólo antes de entrar en el coche. Con la convicción de que no hay más opción que esta.
Y sé que está en lo cierto. Que si quiero seguir en el FBI, no tengo más opción que entregarle.
Me monto en el coche y conduzco por casi una hora, volviendo a la Ciudad.
Tomo el camino hasta la comisaria más cercana. Ninguno de los dos emite una sola palabra.
Suspiro de vez en cuando. Temiendo por nuestro final. Temiendo por su final.
La carretera parece hacerse más corta o tal vez sólo es mi imaginación.
Barry pone su mano en mi pierna, dándome ánimo.
Pero cuando lo hace, algo atraviesa mi mente.
No sé muy bien que es.
Una oleada infortuna de recuerdos que no sé de donde vienen.
Casi como caídos del cielo.
O más bien, subidos del infierno.
«Me quedo paralizada mientras su pistola me apunta. Y entonces, hace algo que me descuadra por completo.
Baja el arma y me sonríe. Sí, me sonríe.
Y corre para meterse en el helicóptero y desaparecer por el aire.»
«—Calmate, preciosa. —Me susurra y su voz se vuelve más ronca por momentos.
—Sueltame. —Siso. Trato de zafarme en vano.
—Vamos a quedarnos así hasta que te calmes así que... —Va mirando mi rostro de centímetro a centímetro. Y su mano libre roza mis mejillas.»
«—Largate, vamos. —Le exijo. Sin mediar palabra, se queda observándome por unas milésimas.
—¡Vamos, joder! ¡Largate! —Grito y su cerebro reacciona ante mis palabras.»
«—¿Quién dice que os ha advertido sobre mi? —Humedece sus labios y se inclina sobre la mesa, como si fuera a contarme un secreto.
—El Jefe. El Jefe nos advirtió de jamás hablar sobre usted. De no mencionarla, no hablar de usted o siquiera mirarla.»
«Sin mediar una sola palabra, doy varios pasos y mis brazos se encierran alrededor de su cuello.
Me refugio en él. Supongo que buscando algo de consuelo después de un día terrible.»
Y en ese instante lo veo. Tan claro como el agua. Tan obvio que me cuesta entender porqué no lo he visto.
Lo sé. Ya lo sé.
Detengo el coche, entrando en la calzada.
—¿Qué haces? —Por mi bolsillo deslizo las llaves de las esposas y se las doy.
—Tenias razón, Barry. No quiero ser una chica mala... —Vuelvo a poner el coche en marcha y le doy una vuelta completa al volante.
—...Ya lo soy. —Atravieso la calle por completo, metiéndome en el jardín que separa los dos carriles y entrando en dirección contraria a la comisaria.
Sólo falta el epílogo
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