Capítulo 1
El café ya tibio se desliza por mi garganta. Mi mano izquierda sostiene el vaso mientras que la derecha sujeta el volante.
Piso el freno y mi coche se detiene casi en instantes.
Saco la pierna del coche y mis tacones negros se estrellan contra el suelo con un sonido seco.
—Buenos días, Josef. —Mi compañero y amigo me entrega un café y noto el calor de este.
—Gracias, lo necesitaba. —Tiro el otro a la papelera que me cruzo por el camino y seguimos caminando.
—Tenemos otro robo en un banco. Mismo operativo. Grupo de varios hombres armados hasta los dientes que desaparecen sin dejar rastro. —Tomo entre mis manos el informe y lo abro.
—Cuarenta y dos segundos... Es una marca muy rápida. Pero no hay víctimas. ¿Por qué nos ocupamos nosotros? —Cuestiono, cerrando el informe y dejándolo sobre la mesa.
—No lo sé, Snow. Son órdenes de arriba. —Dejo salir el aire de mis pulmones en un suspiro y hago un gesto de desaprobación.
—Hablaré con el jefe. —Me adelanto para salir por la puerta pero mi compañero me detiene.
—Snow, no pierdas el tiempo. Nos han pedido que nos encarguemos nosotros. Así que vamos a resolver esta mierda cuanto antes y pasar página. ¿O es que no quieres hacer méritos para un ascenso?
Me giro sobre mis tacones para encararle.
—Resolviendo asesinatos. No encargándome de ladrones de bancos. Me importan una mierda, Josef. Por mi pueden llevarse todo el puto dinero de la Ciudad mientras no maten a nadie. —Espeto.
—No podemos asegurarnos de que no han matado a nadie. Ha habido varios atracos con asesinatos que todavía están por resolver. —Por encima de la mesa, desliza un informe que tomo entre mis manos.
—Un minuto veintidós segundos. No son ellos. —Refuto y cierro con brusquedad la carpeta.
Entonces, me siento en una esquina de la mesa y le doy otro sorbo al café.
La mesa blanca y la pizarra electrónica son todo lo que hay en la sala de reuniones de esta sede del FBI en California.
—Estos robos son de hace dos años. Igual eran sus primeros robos. —Niego, sin seguir estando convencida.
—¡Dejalo estar, Caitlin! Vamos a resolverlo ya. Estará listo en una semana, te lo prometo. —Alza su dedo índice para enfatizar su promesa. Entonces, asiento.
—Una semana, Josef. Una semana o estoy fuera.
Me adentro en el baño y me reviso en el espejo. Mi pelo castaño atado en una coleta y mi flequillo liso cayendo hasta llegar a mis cejas.
Una chaqueta recta y negra por encima de una camisa blanca. Y unos pantalones del mismo tono que la chaqueta junto mis tacones bajos.
De mi bolso saco un pintalabios rojo y me repaso los labios, algo apagados tras beber el café.
Suspiro y salgo del baño. Como mi tonta manía, llevo mi pistola agarrada entre mis dedos. Casi como si tuviera miedo a que se escape.
Con mi compañero, seguimos repasando el informe.
Su pelo negro está peinado hacia un lado y algún mechón escapa de vez en cuando. Sus ojos del mismo color, releen con concentración el informe.
Tiene un par de lunares en la cara y la compresión atlética de un joven que está por llegar a los treinta años.
—¿Te vas a quedar ahí parada o me vas a ayudar? —Bufo.
—Dejame a mi. Tú ve a encargarte de otra cosa. —Le pide. Detiene su lectura y se cruza de brazos para mirarme.
—Snow, no voy a dejarte esto a ti. Ni lo sueñes. Sé que quieres que dejen de cuestionarte pero no lo harás a mi costa. No me llevarás por delante en tu caída. —Apreto la mandíbula.
—No me cuestionan porque sea mala, Josef. Me cuestionan por mi edad. ¿Sabes como sienta eso? Me gradúe con veinte años. Estuve dos en la jodida academia y llevo dos malditos años aquí. Peleando para ganarme un puesto y tener algo de autoridad. —Refuto.
Y los dos vamos tenemos la intención de seguir argumentando. Pero entonces, oímos un aviso de radio.
«—Se ha producido un apagón en el banco central de la calle 24... Aviso a todas las unidades.
—Es su Modus Operandi, son ellos. En camino. —Asiento y agarro mi chaqueta antes de salir apresurados de la oficina.
—Primero cortan la electricidad, creando el caos en el banco y cuando vuelve, el botón del pánico y las cámaras tardan alrededor de un minuto en volver a funcionar. Tiempo suficiente para entrar, llevarse el dinero y marcharse sin policía. —Explica mientras las ruedas del coche derrapan a toda velocidad sobre el asfalto.
—Pero esta vez llegaremos a tiempo. —Afirmo y el coche se detiene haciendo una última maniobra.
Salimos del coche, terminando de ajustarnos los chalecos antibalas.
—Somos los primeros, Snow. Vamos a pedir refuerzos. —Niego.
—No, de eso nada. No hay tiempo.
Y antes de que mi compañero pueda volver a abrir la boca, me adentro en el banco.
Cinco hombres enmascarados caminan hacia la puerta trasera de la sucursal.
Me dejo caer al suelo y me deslizo hasta quedar detrás de un sofá pequeño de color azul.
Asomo la cabeza y comienzo a disparar.
Mis disparos son respondidos un par de veces.
—¡Vamos! —Grita Josef y ambos dos corremos tras ellos. De fondo, oigo las sirenas de los coches patrulla ya llegando al lugar.
—¡Por aquí! —Nos detenemos cuando nos vemos acorralados en el pasillo. Solos con ellos. Y comienza otro tiroteo.
La puerta de atrás está atascada, no consiguen salir.
Nos escondemos tras la pared y uno de los disparos queda a centímetros de mi cara.
La adrenalina corre por mis venas y el corazón me bombea con fuerza en el pecho.
Disparo otra vez y al asomarme, algo llama mi atención.
Ahora sólo hay cuatro atracadores. Uno ha desaparecido.
Pero no hay ninguno caído.
—Este banco tiene azotea... —Pienso en voz alta.
—¡Me quedo sin munición, Snow! —Le lanzo mi pistola y entonces, retrocedo por el pasillo sin ser vista.
¡Pero no tiene sentido! Si uno de ellos ha cogido un desvío y ha subido hasta la azotea ¿Por qué los demás no?
A menos que sean un modo de distracción... A menos que quieran mantenernos ocupados mientras el otro se escapa.
Y eso sólo tiene sentido si ese atracador es el líder.
Corro escaleras arriba, casi cayéndome en el último escalón.
Abro de un fuerte golpe de hombro la puerta de la azotea y la luz del sol me ciega por instantes.
—¡Alto! —Exclamo y me llevo la mano a la cintura. Y sólo entonces soy consciente, no llevo mi arma.
Estoy desarmada.
Un helicóptero aterriza y el polvo me llega hasta la cara y el pelo.
¡Un puto helicóptero! ¡Así es como se escapan!
El atracador se gira hacia mi y con la pistola en alto. Y de repente, toda mi vida pasa por delante de mis ojos.
Y veo mi final.
Del atracador puedo distinguir su altura. Alcanza el metro noventa o se queda muy cerca.
Lleva la cara tapada y sólo distingo sus ojos. Claros, verdes probablemente.
Y me quiero golpear a mi misma por fijarme en esos pequeños detalles ahora mismo. Detalles que nunca llegaré a contar a mis compañeros puesto que no voy a salir de aquí.
Me quedo paralizada mientras su pistola me apunta. Y entonces, hace algo que me descuadra por completo.
Baja el arma y me sonríe. Sí, me sonríe.
Y corre para meterse en el helicóptero y desaparecer por el aire.
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