👑 Capítulo 9
Algo cálido y húmedo pasa por mi mejilla, haciendo que suelte un gruñido y me remueva en el sitio sin abrir los ojos aún.
—Bagheera, déjame dormir... —me quejo.
Le aparto de mi cara para que deje de chuparme con su enorme lengua. Pero un momento... Los gatos no tienen la lengua tan grande. Cuando esa información es procesada por mi cerebro, mis ojos se abren en el acto de par en par al mismo tiempo que me incorporo de golpe. Al hacer esto, escucho como algo se queja al caer al suelo, por lo que frunzo el ceño con cierta confusión. ¿Pero qué narices...?
Muevo la cabeza de un lado a otro, observando todo a mi alrededor con detenimiento. Es entonces cuando me percato de que no me encuentro en mi piso. Estoy en un sofá ajeno, arropada con una manta de un verde oscuro, en una vivienda de alguien que desconozco. Ay, mi madre.
Cruzo las piernas sobre el sofá, como si de un indio me tratase y, a continuación, asomo la cabeza fuera de este para ver qué es lo que se ha quejado al caer al suelo. En ese momento, una pequeña bola de pelo se remueve boca arriba intentando ponerse en pie. Pero, pero, pero... es un perro.
El animal, en cuanto consigue ponerse sobre sus cuatro patas en condiciones, dirige su mirada a la mía y ladea la cabeza a la vez que saca la lengua; ja, las resacas no me sientan bien. El cachorrito es de la raza Carlino, con el pelo corto y marrón claro, aunque el pelaje de sus orejas y hocico es negro. Las ganas de cogerlo entre mis manos y abrazarlo cual oso de peluche se hacen presentes dentro de mi ser.
—¿Quién es tu dueño, chucho? —le pregunto sin dejar de mirarle.
El animal empieza a mover su cola de un lado a otro sin parar de observarme con la lengua fuera. ¿Cuándo me entrará en la cabeza que ningún animal va a contestar a mis preguntas?
—¿A quién llamas chucho? —Una voz ronca resuena por el lugar, demasiado cerca de mí.
Frunzo el ceño sin dejar de mirar al perro. ¡El chucho habla!
—Te estoy hablando. —La misma voz de antes se adentra en mis oídos otra vez.
—¿Puedes hablar? —indago acercando mi cara al perro.
—Vaya, parece que sigues estando drogada.
Unos brazos cogen al cachorro del suelo, haciendo que los siga con la mirada y mis ojos den con los oscuros de Axel. Esto provoca que pegue un salto en el sitio, un tanto asustada. Trago saliva y busco las fuerzas para poder hablar.
—¿E-es tuyo? —inquiero, señalando la bola de pelo que está entre sus brazos.
—No —contesta secamente.
Este vuelve a dejar al animal en el suelo. ¿En serio? "¿Es tuyo?" ¿Es que no hay algo más importante que preguntar? El cachorro se queda sentado en el suelo, observando la situación con una cara que, a mi parecer, es de lo más tierna y divertida.
—¿Qué hago aquí? —cuestiono.
Al fin algo coherente sale de mi boca. Axel desvía la mirada por unos segundos, llevándose una de sus manos a la nuca y, luego, vuelve a poner sus ojos sobre los míos. Williams coge una bocanada de aire que acaba por ir soltando de a poco.
—Estabas borracha y, por si fuera poco, te drogaron —informa.
Se pone de cuclillas y después se deja caer hasta quedar sentado en el suelo. El recuerdo de lo que pasó anoche, inunda mis pensamientos de forma inmediata, lo que hace que un escalofrío me recorra todo el cuerpo a causa del terror. No puedo creer que, lo que me hicieron ayer, se lo hagan a todas y cada una de las personas que entran nuevas en ese lugar. Es horrible.
—Eso no responde a mi pregunta. —Niego lentamente con la cabeza.
—No iba a dejarte inconsciente en la pista de un polideportivo abandonado con todo tipo de locos a tu alrededor.
Mis ojos se abren un poco más de lo normal ante sus palabras. Para ser sincera, no me lo esperaba.
—Gracias... —agradezco casi en un susurro.
—No las des, estuve a punto de dejarte allí tirada —confiesa con indiferencia.
Y... lo acaba de arruinar.
—Te dije que no vinieras y aun así lo hiciste —me echa en cara.
Axel flexiona las rodillas y, tras rodearlas con sus brazos, las presiona un poco contra su pecho. Su mirada se vuelve una más reflexiva. Yo no puedo evitar rodar los ojos ante su contestación mientras suelto un suave suspiro de mis adentros. Al notar que mi espalda duele, no tardo en llevar ambas manos hasta a ella, con la intención de hacerla crujir. Ahí es cuando me doy cuenta de que la pistola no está entre mi pantalón y mi camiseta. Mierda.
Cuando Williams se percata de mi nerviosismo, se levanta del suelo y se dirige hacia la habitación que hay frente a nosotros. Parece ser la cocina, ya que por la puerta de la misma puedo conseguir ver parte de un horno. Pasa poco tiempo desde que entra hasta que sale, pero cuando lo hace, aparece con una pistola entre los dedos de su mano derecha. Este me mata.
—¿Buscas esto? —pregunta mientras me muestra el arma
La sangre se me hiela en el acto; es la mía, es mi arma. Enseguida recuerdo el momento en el que Axel pasó su mano por mi espalda y luego se guardó algo en el bolsillo. Era eso. Me la había quitado y se la había adueñado.
—Eh... —Es lo único que sale de mi boca.
Menos mal que me dejé la placa en casa, no era plan de traerla a una misión en la que se supone que voy de incógnito. El criminal se acerca a pasos lentos hasta estar a pocos centímetros de mí.
—¿De dónde la sacaste? —indaga con tranquilidad.
Axel lanza el arma al aire, para luego volverla a coger. Parpadeo un par de veces sin saber muy bien lo que contestar al respecto. Cualquier excusa es mala.
—La he robado —respondo, después de unos instantes, sin pensar.
—¿La has robado? —Arquea una ceja y estalla en risa—. ¿A quién?
—A un policía.
Vuelve a reírse. Esta vez, con más fuerza. Los dedos de su mano libre van a parar a su ojo izquierdo para apartar las lágrimas que se le han saltado sin permiso, todo por culpa de sus carcajadas. Yo, sin embargo, me mantengo observándole con neutralidad, en un intento de hacerle ver que no estoy de broma, que no estoy mintiendo. Aunque en realidad sea lo contrario.
Axel, al notarlo, carraspea su garganta y prueba a regresar la seriedad a su rostro. Pero no acaba de conseguirlo del todo, ya que un indicio de sonrisa sigue queriendo hacerse notar en las comisuras de sus labios.
—No me lo creo —declara, negando con la cabeza—. Por cómo intentaste la otra vez robarme sé que no eres buena en ello y dudo que ese policía no se haya dado cuenta.
—Pues créetelo, porque digo la verdad —aseguro.
En realidad, no, pero si te lo crees... de maravilla.
—Además, no siempre salen las cosas como quieres —añado—. Y... bueno. Los policías novatos suelen estar muy perdidos en sus primeros días, por eso me resultó fácil robársela.
Y si no, que me lo digan a mí. Novata en una misión para alguien profesional y ya he cometido más de un error. Por ejemplo, no darme cuenta de que Axel me ha quitado el arma.
—Quiero que me respondas a una pregunta —comenta cambiando de tema.
Él mira la pistola.
—¿Cual? —me atrevo a preguntar.
Desvía la mirada del arma, para luego posarla en mí. La respiración se me detiene en cuanto veo que me apunta con ella a la cabeza, con una sonrisa de medio lado en sus labios. Querida resaca: apiádate de mí y déjame en mis cinco sentidos para poder defenderme.
El expresidiario empuña bien la pistola en sus manos y da un paso hacia mí sin dejar de apuntarme con ella, lo que hace que la sangre se me hiele por segunda vez en el día de hoy.
—¿Crees que soy capaz de matar a alguien? —La sonrisa que tenía segundos atrás se le borra totalmente de la cara.
Eh... vamos a calmarnos, chaval.
—¿C-cómo? —tartamudeo mirando con miedo el cañón del arma.
Su pregunta me pilla por sorpresa y no sé muy bien que contestar. ¿A qué viene eso? Es muy raro.
—Contéstame —presiona.
—Sí —confirmo.
Al fin y al cabo, lo pone en su informe. De momento debo fiarme de esos papeles.
—¿Y sigues pensando que tengo buen corazón? —Arquea las cejas.
Le sostengo la mirada, recuperando el control de mis emociones hasta que soy capaz de ocultar el miedo a que me dispare de mi cara. Asiento con la cabeza con firmeza.
—¿En serio? —Se muestra sorprendido.
Vuelvo a asentir, a pesar de que ya no tengo ni idea de que pensar sobre él. Me ha ayudado. Me ha salvado la vida. Un buen corazón creo que sí tiene. Si no lo tuviera, ahora mismo estaría muerta.
—Está bien —susurra al mismo tiempo que suelta un suspiro.
Axel baja el arma y después la deja sobre la pequeña mesa de centro que hay enfrente del sofá en el que estoy.
—No le cuentes a la policía nada de lo sucedido ayer, si quieres seguir con vida —me advierte, aunque en sus ojos puedo ver que se trata más de una súplica.
Cuando escucho esto salir de su boca, me tenso en el sitio notando como mi corazón pega un vuelco. Me emborrachan, me drogan y ahora también me amenazan. Unos golpecitos en la puerta de la entrada del piso, hacen que ambos fijemos la vista en ella. Enseguida, el pequeño cachorro sale corriendo hacia ella y empieza a ladrarla impaciente. Williams se da la vuelta y camina hacia la puerta que hace esquina con la pared de la cocina, para luego abrirla.
Un hombre de unos cuarenta y tantos años de edad, alto, de pelo corto y negro, con partes canosas al igual que su barba, y unos grandes ojos marrones oscuros, hace acto de presencia en la vivienda del chico. Este le muestra una agradable sonrisa al expresidiario. Sin embargo, Axel le observa con cierto odio.
—¿Cómo estás, Axel? —le pregunta él con una simpatía que logra tranquilizarme del todo.
—Igual que ayer —contesta el criminal de forma cortante.
—Bueno, ¿puedo pasar? —El hombre hace un gesto con su cabeza hacia el interior del piso.
—Claro, es tu casa —responde él con burla y se echa a un lado.
El tipo da unos pasos hacia el frente hasta que entra en la casa. Axel cierra la puerta.
—La compré para ti, ya no es mía —le hace saber el señor, negando con la cabeza.
El muchacho se ríe sin gracia.
—Yo no te la he pedido —comenta este cruzando los brazos sobre su pecho.
—No pensaba dejar a mi hijo viviendo en la calle.
Aleh, reunión familiar.
Presto atención a su hijo, quien hace aparecer en sus labios una falsa sonrisa que no me trasmite nada bueno. Mi mente divaga por los recuerdos hasta que doy con el informe del chico; Charlie, el nombre de su padre es Charlie. El hombre, se da la vuelta un tanto frustrado por la situación, lo que hace que sus ojos choquen con los míos.
—¿Y ella quién es? —inquiere su padre sin apartar la mirada de la mía.
El expresidiario, al escuchar la voz de su padre, posa la vista en mí.
—Una ladrona, al parecer —responde Williams encogiéndose de hombros—. Te llamabas Kristen, ¿verdad?
Al final me quedo con el mote de "ladrona". Muevo la cabeza en respuesta afirmativa.
—¿Ladrona? —repite el hombre con algo que puedo descifrar como esperanza.
La tranquilidad que había adquirido al ver su sonrisa, desaparece al instante tras la forma que ha tenido en pronunciar esa simple palabra. No me está dando muy buena espina nada de esto.
—Charlie... —gruñe su hijo, haciendo que Charlie se gire para poder verle—. ¿Podemos hablar a solas?
Su padre le muestra una agradable sonrisa como respuesta, pero esta vez no me trasmite la misma confianza que antes. Una vez que ha quedado claro que van a mantener una conversación privada, Axel empuja la espalda del hombre para conducirle hacia el pasillo que hay a la derecha.
—Tú te quedas aquí —advierte Williams señalándome con su dedo índice.
¡Ni siquiera me he movido! Dicho esto, ambos desaparecen de mi vista. En cuanto oigo el ruido de una puerta cerrarse, me levanto del sofá en el acto. Antes de comenzar mi momento de espionaje, cojo la pistola de la mesita de centro y me la guardo donde la llevaba antes. Hecho esto, empiezo a caminar hacia el pasillo, donde hay tres habitaciones. Miro cada una de ellas, intentado averiguar en cual han entrado. Al oír las voces de ellos dos en el cuarto de mi derecha, me acerco al mismo con cuidado de no hacer ruido. Luego apoyo la oreja en la madera de la puerta y escucho con mucha atención lo que están hablando.
—Una ladrona nos puede venir bien —comenta la voz de Charlie—. ¿Por qué no la llevas a que la inicien?
Frunzo el ceño al escuchar estas palabras y, a continuación, agudizo el oído todo lo que puedo para escuchar la conversación con más claridad.
—No, Charlie, joder —espeta Axel—. ¿Es que ya has olvidado todo? No pienso dejar que más gente haga esa maldita iniciación. No me lo puedo creer... Os han comido la cabeza a todos.
El silencio inunda el lugar. Me humedezco los labios al notarlos ligeramente secos y comienzo a hacer que mi cerebro procese las palabras que el expresidiario ha dicho. Parece que Axel está en contra de lo que pasa. Creo que no quiere tener nada que ver en esto.
—Y no es por eso por lo que quiero hablar contigo —agrega con un tono de voz serio.
—¿Entonces de qué quieres hablar? —Su padre está confundido.
—¿Cuándo podré ver a Phillip?
Ni una sola palabra llega a mis oídos como respuesta a esa pregunta, se ha quedado callado. Pero al rato, un sonoro suspiro de frustración rompe el silencio.
—Pronto... —Es lo único que Charlie da como contestación.
—Eso no me vale. Quiero ver a Lipy ya —exige su hijo, molesto.
—Entiende que acabas de salir de la cárcel y...
—¿Qué coño le has metido en la cabeza sobre mí? —le interrumpe alzando la voz.
Este repentino grito provoca que yo me sobresalte y me lleve la mano a la zona del corazón para intentar calmarlo. No gano para sustos, cualquier día me da un infarto.
—Dame tiempo para explicárselo, ¿vale? —pide Charlie en un susurro.
Supongo que para que yo no pueda llegar a escuchar nada de lo que hablan, porque el grito de Axel ha podido alertar hasta a algún vecino. Vuelve a hacerse el silencio. Al notar algo arañarme el tobillo, bajo la mirada al suelo en el acto, viendo así al chucho intentado desatarme los cordones de mis zapatillas con sus dientes. ¿He dormido con zapatillas?
El perro agarra, con la fuerza que puede llegar a tener, mi pierna, clavando levemente las uñas mientras sigue mordisqueando el calzado que llevo puesto. Alzo la pierna en un intento de que el cachorro deje de destrozar los cordones, y lo consigo. El animal se suelta de mi pierna y se queda sentado en el suelo observándome con detenimiento a la espera de que vuelva a darle su entretenimiento.
—¿Y cuándo te llevarás al perro? —La voz de Williams vuelve a hacer acto de presencia.
Apoyo de nuevo la oreja en la madera de la puerta.
—A Sparkie me lo llevaré mañana. Estoy seguro de que a Phillip le encantará tener una mascota —explica su padre.
—De acuerdo —murmura su hijo—. Ahora vete.
Oh, oh. Me aparto de la puerta lo más rápido que puedo y salgo corriendo hacia el salón, llevándome de por medio la mesita de centro con mi rodilla. Esto hace que ahogue un grito en el interior de mi garganta y me dirija a la pata coja hacia al sofá. Una vez que he llegado, me siento en él. Se me ha dormido la rodilla entera, esto no puede ser bueno.
Cuando Charlie y Axel aparecen en el salón, pego la mirada en ellos al instante, viendo como ambos se dirigen a la salida. En cuanto estos llegan a la puerta, Charlie procede a abrirla. Antes de salir, se da la vuelta para poder ver a su hijo.
—Mañana te veo —dice el hombre con la misma sonrisa amigable y cálida de antes—. Hasta luego, guapa. —Me mira.
Levanto la mano y la muevo en forma de despedida. Después, Charlie sale del piso y cierra la puerta a su espalda. Axel se da media vuelta y comienza a acercarse unos pasos hacia a mí, mirándome con seriedad en su rostro y sin decir ni una sola palabra. Vale... esto empieza a ser incómodo.
—Creo que ya es hora de que te vayas —dice al fin, señalando la puerta con un leve gesto de su cabeza.
—¿Qué hora es? —inquiero mientras me levanto del sofá, cojeando un poco por el golpe que me he llevado en la rodilla.
He perdido completamente la noción del tiempo.
—Las tres de la tarde —responde él sin apartar la mirada de mí.
Mis ojos se abren de par en par al escucharle. Marshall me va a matar...
Con cierta torpeza a causa de mi cojera, echo a correr hacia la salida de su casa. Querida rodilla: ¡Despierta! En el momento en el que llego, la abro de forma inmediata y salgo; sin embargo, antes de que pueda cerrarla, Axel la sujeta para impedírmelo.
—Espero que no te hayas hecho mucho daño en la rodilla. —La seriedad con la que lo dice logra petrificarme.
Me quedo estática en el sitio, observando cómo el expresidiario cierra la puerta de un portazo.
Jé.
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