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👑 Capítulo 68

Los edificios que corresponden al polideportivo abandonado en el que se realizan las fiestas y las novatadas, aparece ante mis ojos. Axel y yo caminamos hacia la parte de la valla que está medio caída para poder acceder al interior, pero no es que me haga mucha gracia entrar una vez más ahí. Incluso siento como se me revuelve el estómago de solo pensarlo; el desayuno que nos hemos tomado hace apenas una media hora me va a pasar factura.

Aprieto la mano de Williams, la cual se mantiene entrelazada a la mía en todo momento, en un intento de hacerle saber que me quiero dar la vuelta. He acabado cogiendo trauma con este sitio, no lo quiero ver ni en pintura. Al ver que mi acompañante sigue adelante sin detenerse siquiera, me quedo parada en el sitio, unos metros antes de la entrada improvisada del recinto, y suelto su mano en el acto. Cuando él se da la vuelta para preguntarme lo que me ocurre, me cruzo de brazos y niego lentamente con la cabeza.

—No, no pienso entrar ahí —sentencio.

El chico frente a mí se acerca unos pasos a mi cuerpo para volver a tomar mi mano, con dulzura y una delicadeza que sorprende. Me preparo para resistir su tirón, pero no llega a hacerlo, solo se queda mirándome con una sonrisa en sus labios que transmite calma para que yo decide lo que hacer. Después de unos segundos, él habla para conseguir tranquilizarme.

—No va a pasar nada, te lo prometo. Además, ya has entrado más de una vez.

Dirijo la mirada al polideportivo abandonado y una mueca de desagrado se hace presente en mis labios.

—No quiero volver a entrar —le hago saber sin apartar la mirada del edificio.

—Lo que tengo que enseñarte está ahí dentro, en el segundo bloque. —Lo señala—. Ahí no has entrado. Y hay algo que debes hacer.

—¿El qué? —Le miro.

—Tendrás que entrar para averiguarlo. —Se encoge de hombros—. ¿Confías en mí?

—Claro que sí, pero...

—Pues vamos —insiste enseñándome otra de sus sonrisas.

Regreso la mirada hacia el polideportivo no muy segura de querer entrar de nuevo. A pesar de que ya estoy oficialmente dentro de los Árticos, tengo miedo de encontrarme a alguien de nuestro mismo bando en el interior. Ya que, al parecer, todos saben quién soy en realidad excepto los jefes, Axel, Andriu y Ann. ¿Y si a alguien se le cruza un cable y le da por delatarme? Que me delate a Williams ya es algo que me resulta menos importante a que lo hagan ante los líderes de esta mafia. Axel acabaría odiándome, pero los cabecillas del grupo seguro que acabarían por matarme tanto a mí como a mis compañeros de trabajo.

—¿No hay nadie dentro? —indago.

—No, hoy no hay nadie —asegura.

Suspiro. Supongo que, si está vacío de criminales, el lugar es inofensivo. Sin darle más vueltas, comienzo a caminar hacia la entrada, que está echa un desastre, sin desenredar los dedos de los de Axel. Él sigue mis pasos, posicionándose a mi lado en cuanto ya alcanza mi ritmo. Después de cruzar la valla que nos da paso a las pistas de atletismo, recorremos la distancia que nos separa de los edificios en ruinas. Nos tomamos nuestro tiempo en llegar a la parte trasera del primer bloque, por donde entré yo las veces anteriores, sin pronunciar ni una sola palabra. El silencio reina y Axel se sumerge en él como ya le he visto hacer en otras ocasiones. Lo bueno de esto, es que he aprendido a ver la belleza que hay tras la ausencia de ruido y creo que ahora sé por qué razón Williams se siente tan cómodo. Hay más intimidad.

En cuanto llegamos a la entrada, me percato de que la puerta que estaba medio descolgada de las bisagras, ahora está tirada en el suelo; al parecer han conseguido derribarla del todo con un buen golpetazo. Axel pone sus pies sobre la madera de dicha puerta y luego tira de mi mano con suavidad para que haga los mismo. Tras bajar los tres escalones llenos de escombros que hay hasta llegar al suelo, aprieta su agarre en mi mano y me anima a descender. Bajo las escaleritas sin despegar los ojos del suelo para evitar accidentes y, una vez abajo, ambos avanzamos hacia el pasillo horizontal que nos hace elegir entre dos opciones: derecha o izquierda.

Giramos hacia la derecha, por donde se va hacia las estrechas escaleras que conducen hacia la parte de arriba, donde se hace la novatada. Me aferro a su brazo con su mano libre en el instante en el que los recuerdos de aquella noche vienen a atormentarme, sin embargo, cuando pasamos de largo, mis músculos se relajan. Continuamos hasta el final del corredor, donde hay otro desvío. En la derecha es donde se encuentra el sótano en el que están los fusibles de la luz y en la izquierda fue por donde fuimos con Woody a escondernos a los baños. Torcemos en esta última dirección y andamos por este segundo pasillo, más largo que el anterior.

—Esto de las novatadas apareció dos años antes de nacer yo —rompe el silencio—. Las fiestas que organizan aquí es solo para atraer gente con el objetivo de que compren nuestra mercancía, pero como a los organizadores anteriores se les hacía aburrido estar aquí sin hacer nada, decidieron hacer una prueba de confianza para los nuevos con el fin de entretenerse y meter miedo a todos aquellos que quisieran denunciar —me explica lo que he sido capaz de ir averiguando sobre la marcha durante todo el tiempo que llevo junto a él y su grupo—. Andrea, Fred, Jayden y yo éramos amigos desde pequeños. Los cuatro teníamos un lugar para nosotros, un lugar en el que nos reuníamos siempre.

Llegamos al final del pasillo, donde vuelven a aparecer dos opciones nuevas con las mismas direcciones. Axel se para y me pide que escoja por donde quiero ir. Él me explica que ambas llegan a ambos sitios, solo que una pasa por el vestuario deportivo de los chicos y otro por el de las chicas. La razón por la que me da a elegir el camino que quiero tomar es exactamente por lo ya dicho, porque llegan al mismo lugar. Por este motivo tampoco pienso mucho mi contestación, escojo la derecha, vestuario masculino.

Ambos ponemos rumbo hacia allí. Observo como las paredes pintadas de todo tipo de colores, creando dibujos o palabras que se me antojan meras tonterías, aunque también hay algún que otro insulto grabado en la piedra, cosa que me parece estúpida. A nuestra izquierda aparece la puerta que da con el vestuario correspondiente a esta opción; al asomarme un poco para curiosear diviso varios preservativos usados en el suelo junto con toda la suciedad propia de un sitio en ruinas. ¿En serio? ¿Aquí?

—Nosotros cuatro nos hacíamos llamar Los leales. Éramos el típico grupo de amigos inseparable en el que nos defendíamos entre todos si alguno se metía en problemas —continúa con el relato—. Y ese lugar del que te hablo. —Acelera un poco el paso, hasta que ambos salimos del pasillo y aparecemos en la entrada del segundo edificio—, es este.

Una enorme sala de frontón aparece ante mis ojos. Las paredes de la misma tienen todo tipo de graffitis, que parecen hechos por niños pequeños, esparcidos por ahí; en la pared del fondo hay puesto en letras negras y grandes "Los leales", y en la pared más ancha, que se encuentra a mi derecha, se puede ver una gruesa línea negra que la divide en dos partes. Dicha línea va desde el suelo hasta el techo.

En ambos lados hay una gran lista de nombres, la de la izquierda más larga que la de la derecha. En el lado izquierdo hay escrito en lo alto, con letras grandes, la palabra "Caídos", y en el lado derecho aparece escrita la palabra "Vencedores".

En medio de la sala hay una cosa que me llama la atención, y es la valla metálica que cuelga de la viga central del techo que, a su vez, agarra un banco enredado en cables que los une y les impide caer al suelo. El banco casi roza el hormigón del mismo, pero no llega a tocarlo. Se tambalea levemente por el aire que entra entre las estrechas ventanas superiores y los agujeros que hay por todas partes. Esto forma una escultura urbana que hace que me pregunte: ¿Cómo han subido eso ahí?

—Te preguntarás que tiene que ver lo que te he contado de los inicios de las novatadas con nuestro antiguo grupo de amigos, ¿no? —comenta.

Axel suelta mi mano y camina hacia las gradas que están a nuestra izquierda. Voy detrás de él, apartando los cristales rotos y pequeñas piedras con los pies.

—Pues la verdad es que sí —respondo.

—Nosotros nos ocupábamos de escribir en aquella pared el nombre de los que morían en las novatadas. —Señala la pared a su derecha—. No dejábamos pasar a nadie. Solo a los que vencían para poner su respectivo nombre en el lugar de los Vencedores.

Cuando ya hemos llegado a las gradas, Williams se dispone a levantar una pequeña tabla de uno de los asientos de estas. A continuación, saca del hueco una mochila azul bastante desgastada. Tiene rotos por las esquinas y está bastante ennegrecida por algunas partes.

—No sabía que Jayden estaba en vuestro grupo —le digo.

—Sí, bueno. Antes éramos muy buenos amigos. —Pone la tabla de madera en su sitio y, después, se sienta ahí mismo.

—¿Qué os pasó?

—Nosotros tuvimos la mala suerte de nacer cuando las novatadas ya se habían inaugurado —contesta y coge la mochila para ponerla sobre sus piernas—. Teníamos quince años cuando tuvimos que cruzar esa viga.

Escuchar esa cifra de edad tan pequeña hace que me remueva en el lugar. Eran unos críos cuando tuvieron que hacer esa maldita prueba.

—Jayden es el sobrino de uno de los jefes de los Árticos, por lo que se salvó de hacer la novatada —prosigue—. Andrea, Fred y yo intentamos convencerle para que hablase con su tío y que nos salvase de hacer esta mierda. Pero no quiso porque le tiene miedo. De esa forma todos acabamos enfadados con él, sobre todo Andrea. Gracias a eso su hermano murió. Jayden podría habernos salvado a todos, pero no hizo nada.

—¿Y con Andriu qué te pasó? —Me siento a su lado—. Sueles ser muy brusco cuando se trata de hablar con ella.

—Sí... es que cuando yo entré en la cárcel por el tema de los asesinatos, ella se lo creyó todo. —Hace una mueca de disgusto en sus labios—. Hablé con Fred para que él le contase la verdad, pero ella no quiso creerle. Y yo a ella la necesitaba más que nunca, porque era mi amiga y sabía cómo animarme, cómo hacer que saliese adelante. Pero su cabeza prefería pensar que yo era un asesino. Para cuando quiso creerse la verdad, ya era demasiado tarde.

Asiento con la cabeza entendiendo como es la situación que hay entre ellos dos.

—Ella está muy arrepentida, deberías darle otra oportunidad —le aconsejo, con la esperanza de que lo tome en cuenta—. Me estuvo hablando de esto el día que fuimos a la discoteca, y de verdad que se arrepiente. Se le nota demasiado.

—Lo sé. Pero no sé cómo perdonarla —confiesa, abriendo la cremallera de la mochila—. Aún me duele pensar que prefirió confiar en la gente que nos hizo cruzar una viga a metros de altura que en mí. —Saca un bote de graffiti de color verde y me lo tiende—. Toma. Pon tu nombre, vencedora.

Pego la mirada en el bote de pintura que Axel sostiene entre sus dedos y, segundos después, decido cogerlo. Me levanto de las gradas y camino a paso lento hacia la pared que está enfrente de mí, con los nombres de las personas que dieron su vida por entrar en estas fiestas y los que consiguieron sobrevivir. Destapo el bote y voy agitándolo por el camino para mover la pintura del interior.

Cuando estoy a pocos centímetros del lado de la pared que corresponde a los vencedores, me quedo observándola durante unos segundos. En el momento en el que diviso el nombre de Axel, alzo el brazo y me preparo para escribir el mío a su lado, pero ahí está el problema. ¿Qué nombre pongo? ¿El de Kristen? ¿El mío? El dilema empieza a hacer estragos en mi interior.

Trago saliva y me relamo los labios mientras escojo una opción. Después de unas pequeñas cifras de segundo en las que me decanto por escribir mi verdadero nombre, aprieto el botoncito que hace expulsar la tinta verdosa. Sin embargo, luego de haber terminado de perfilar la letra "K", la cobardía me invade y termino por escribir "Kristen". Me maldigo interiormente y pongo la tapa al bote.

Echo un vistazo al resto de nombres, encontrándome con los que me son conocidos: el de Ann, Fred, Andriu... Jayden no aparece. Como Axel me ha contado antes, él no hizo la novatada por ser el sobrino de uno de los jefes. Recuerdo los nombres de los líderes. Bastian y Elias. ¿Quién será su tío?

Antes de poder darme la vuelta para volver junto con Williams, siento sus brazos rodearme la cintura por detrás, pegando mi espalda a su abdomen. Me estremezco ante su cercanía y no puedo evitar temblar un poco. Noto como su cabeza se inclina hacia mi oído porque su respiración da contra esa zona.

—Te quiero —susurra.

Justo en ese momento en el que las palabras se me atragantan y no puedo responderle, la vibración de mi teléfono móvil, en uno de los bolsillos traseros de mis pantalones vaqueros, me trae de vuelta a la realidad. Y eso solo puede significar una cosa.

🐈

Hemos regresado a su casa sumergidos en un nuevo silencio en el que he podido comprobar que Axel no se ha sentido a gusto. No sé si se ha debido a que no le he devuelto ese sincero "te quiero" que me ha dicho hace unos minutos y mi insistencia por volver a su casa o porque he estado tan sumida en mis pensamientos que no he querido abrir la boca en todo el trayecto. El mensaje era de Dean, quería que trajera a Williams de vuelta a casa porque ellos ya habían terminado de instalar los micrófonos. Yo me he decidido por revelarle todo ahora, aunque ya sea tarde. Mi cobardía me ha llevado a un punto en el que no voy a salir ilesa.

Axel mete la llave de su hogar en la cerradura correspondiente, mientras que yo observo la madera de la puerta y me armo de valor para dar el paso. Cuando crucemos el umbral estaremos siendo espiados por un puñado de pequeños micrófonos demasiado bien escondidos como para verlos a simple vista. Cojo una bocanada de aire y aprieto con fuerza los puños.

—Te he mentido —suelto de golpe.

Él se da la vuelta sin apartar la llave de la cerradura y me mira con confusión y seriedad en su expresión facial.

—¿Qué dices? —pregunta sin entender nada.

Sujeto mi labio inferior entre mis dientes y retengo las ganas de llorar que tengo. Los ojos mes escuecen y empiezo a ver borroso a causa de las lágrimas ya amontonadas en ellos. Voy a continuar hablando, pero Williams abre la puerta de su vivienda y la empuja hacia adentro para que podamos acceder al interior. En cuanto hace esto, la silueta de un hombre aparece delante de nosotros, a pocos pasos. Charlie. Este, en el instante en el que nos ve, se aproxima a nosotros con desesperación y la respiración agitada. Esto hace que su hijo camine marcha atrás hasta ponerse a mi lado. Su mano toma la mía con fuerza, como si temiera que algo malo me sucediera.

—Hijo, necesito hablar contigo urgentemente —dice su padre.

—¿Qué has hecho? —cuestiona Axel entre dientes.

Esto no es bueno.

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