👑 Capítulo 66
Cojo una bocanada de aire y la suelto lentamente mientras me preparo mentalmente para lo que voy a hacer y lo que puede pasar. Me quedo mirando la madera de la puerta del piso de Axel, abrazando su sudadera con fuerza contra mi pecho. Estoy unos segundos meditando muy bien cómo le voy a decir las cosas, pues él mismo me dijo que no quería que se lo contase porque estaba harto de las malas noticias. Los nervios y la cobardía toman las riendas de mi cuerpo, haciéndome darme la vuelta para marcharme y actuar como si nada hubiera pasado, pero, tan rápido como mi cerebro toma esa decisión, mis pies se quedan anclados al suelo a pocos pasos de las escaleras de bajada.
Aprieto los párpados y los labios con fuerza a la vez que hundo las yemas de mis dedos en la tela de la prenda de vestir de Williams. Respiro hondo y expulso el aire para recobrar la compostura. Venga, Kelsey. Tienes que hacerlo. Por él.
Vuelvo a girarme sobre mí misma y camino de nuevo hacia la entrada de su vivienda. Alzo uno de mis brazos y acerco mis nudillos para hacer colisionar levemente, sin embargo, no llego a rozarla. Un suspiro de frustración se escapa de mis adentros. Pellizco el puente de mi nariz con la suficiente fuerza como para hacerme entender que esto es lo que debo hacer sí o sí. Maldita sea el día en el que me mencionaron para hacer este trabajo.
Acerco por segunda vez los nudillos a la puerta y, esta vez, los dejo caer hasta que hacen el ruido propio que logra que mi corazón pegue un vuelco. Estoy tan nerviosa que juraría que está a punto de darme un infarto aquí de pie. A los pocos segundos, la puerta se abre y Axel aparece ante mis ojos. Este, al verme, se lleva con rapidez la mano a la parte izquierda de su cuello, queriendo esconder algo. Sus ojos están más abiertos de lo normal, como si no esperase verme a estas horas plantada en la entrada de su casa.
—Kristen. ¿Qué haces aquí tan tarde? —inquiere en un tono de voz nervioso.
—He venido a traerte la sudadera. —Se la muestro—. Y sigo teniendo que hablar contigo.
—¿Ahora? —Alza las cejas—. Podrías haberme llamado por teléfono.
—No, tiene que ser en persona.
Al escuchar estas palabras salir de mi boca, el chico que tengo delante a mí suspira en forma de rendición al mismo tiempo que apoya la frente contra el marco de la puerta.
—¿Qué te pasa? —Arrugo el entrecejo con confusión—. ¿Te duele el cuello o algo?
—Pues la verdad es que sí. —Sonríe.
Arqueo una ceja al ver que aún no ha apartado la mano de esa zona que tanto quiere alejar de mis ojos curiosos. Axel aparta la cabeza de la puerta y fija la mirada en mi rostro expectante. Se mantiene unos segundos sin decir absolutamente nada, como si estuviera buscando ganar algo de tiempo o, simplemente, intentando encontrar la manera de explicarme lo que le sucede. Acentúo el ceño.
Williams aparta la palma de su cuello y lo inclina para que pueda ver mejor lo que tiene en esa parte. En ella está el tatuaje de la corona que le obligaron a hacerse en la cárcel, pero hay algo diferente en él. Tiene un dibujo de más. En el interior de dicha corona descansa una pequeña rosa roja, fresca y recién florecida. El tallo tiene un par de hojas y unas cuantas espinas, también, uno de los pétalos rojizos de la flor, está a la mitad del camino de su caída.
—Iba a enseñártelo mañana —asegura.
—Te has hecho otro tatuaje —afirmo.
Acerco las yemas de mis dedos al papel de plástico que envuelve el colorido dibujo. Lo rozo con suavidad para no hacerle daño, al estar reciente, supongo que le dolerá.
—Sí. Y también tiene su significado —me dice casi en un susurro.
—¿Cual? —Nuestros iris se cruzan y quedan conectados en la distancia.
—Tú. Tú eres su significado.
La respiración se me pausa por un breve lapso de tiempo, las manos me sudan y un hormigueo empieza a fastidiarme en las falanges de los dedos que no tarda en subirme por el brazo. Esto me pone las cosas mucho más difíciles. ¿Cómo se supone que le voy a decir ahora que no soy quien digo ser? Se querrá arrancar la piel para deshacerse del tatuaje. Trago saliva y desvío la mirada hacia mi derecha, en un intento de que las lágrimas que amenazan con salir rodando por mis mejillas, no hagan acto de presencia. Por el momento, parece que consigo retenerlas, pero eso no evita que las escleróticas se me enrojezcan y brillen por la agüilla salada.
—¿Por qué yo? Hace poco más de un mes que te conozco —indago en un hilo de voz apenas audible.
—No se trata de hace cuánto que te conozco —responde y le miro—. Se trata de que has marcado un antes y un después en mi vida que he querido plasmar en una parte de mi cuerpo. Ayer te dije que estando contigo me sentía libre, y es así. Pero la verdad es que tú eres mi libertad entera.
Muerdo el interior de mi mejilla y pienso en otra forma de afrontar esta situación, pero nada se me ocurre. Si antes ya estaba segura de que no podría contarle la verdad, mucho menos ahora. Creo que ya es demasiado tarde para hacer las cosas bien.
Como Axel ve que no tengo intención de añadir nada a su declaración, él sigue hablando.
—Escogí una rosa porque siempre me han parecido muy fuertes. Tienen espinas que la protegen y pueden llegar a herir a alguien —explica con ilusión—. Tú eres un claro ejemplo de ello. Eres muy fuerte y valiente, Kris. Y sé qué si te pasara algo, me haría demasiado daño.
Está claro que le voy a hacer mucho daño, en eso tiene razón. Lo malo es que no es de la forma en la que él lo cuenta. Le destrozaré cuando se entere de que le he mentido hasta en mi nombre. Williams no sabe quién soy, cree saberlo, pero en realidad no sabe nada de mi verdadero yo. Puede que sepa algunos de mis gustos y como es mi forma de ser, pero lo importante creo que nunca se lo he llegado a mostrar. Axel conoce a una versión de mí muy distinta. Conoce a una Kristen vacía, sin un trasfondo que la haga cobrar vida.
—Axel...
—¿Te gusta?
—Me encanta —le sonrío tristemente.
—Me alegra saberlo. —Pone una de sus manos en mi mejilla y deja un beso en mi cabeza—. Los recados que tenía que hacer con Fred era esto. Pasa y hablamos de lo que querías hablar.
Él se aleja y se echa a un lado para dejarme entrar en su hogar. Abrazo con fuerza su sudadera, aferrándome a ella como si fuera lo único que acabará por quedarme de él. Una vez que estoy dentro, Axel cierra la puerta y me coge la prenda de vestir que le pertenece. Tras mostrarme otra de sus sonrisas, camina hacia su habitación, supongo que para dejar allí la ropa. Ando detrás de él con pasos lentos. Siento mis ojos escocer por las lágrimas que luchan por salir, aunque continúo reteniéndolas con todas mis fuerzas. Antes de que pueda llegar a la entrada de su cuarto, Williams aparece saliendo del lugar.
—¿Qué querías decirme? —cuestiona aproximándose a mí—. ¿Qué te ocurre? —Se preocupa al ver el estado en el que me encuentro.
Abro la boca para comentarle a lo que he venido, pero la cierro de inmediato al sentir como esa simple acción va a desencadenar todo el mar que guardo en mis lagrimales. Me quedo callada, trago saliva y respiro hondo para intentar recomponerme y volver a la calma, sin embargo, me está resultando complicado.
—Kristen —llama mi atención al no obtener respuesta.
El mero hecho de escuchar ese nombre salir de entre su boca me ahoga. Se me acaba por formar un nudo en la garganta que me impide hablar con un tono de voz estable. Mordisqueo mi labio inferior, ejerciendo la suficiente fuerza para despertarme por dentro y poder reaccionar.
—No quiero perderte. —La voz se me rompe al final de la frase—. Me vas a odiar tanto que eso será lo primero que ocurrirá.
—¿Por qué dices eso? —Se ríe—. Vale, ya lo pillo. Me has robado algo, ¿no es así?
Muevo la cabeza en respuesta negativa y regresa su semblante serio.
—Eh, escucha. —Acuna mi rostro con sus manos, deshaciéndose de mis ganas de llorar—. No sé qué te ha llevado a pensar eso, y no quiero llegar a saberlo. No me vas a perder. Aquí termina esta conversación.
Dicho esto, deja un pequeño beso en la comisura de mis labios mientras yo me maldigo por ser tan malditamente estúpida. Axel se separa y me mira directo a los ojos. No pasan ni dos segundos de esto hasta que vuelve a besarme, esta vez presionando su boca contra la mía. Rodeo su cuello con mis brazos y le aprieto contra mí, provocando que él, instintivamente, lleve sus manos a mi cintura, pegándome a su cuerpo completamente.
En cuanto sus labios se separan de los míos, Williams baja los brazos hacia la parte baja de mis glúteos. De esa forma, me levanta del suelo de un salto, obligándome a rodear sus caderas con mis piernas. Un grito ahogado sale de mis adentros al no esperarme ese repentino acto por su parte. Mi espalda choca contra la pared que tengo detrás, la que pertenece al pasillo que conecta con su habitación, el baño y otra sala que no sé qué función tiene. A pesar de que lo hace con suavidad, al cuadro que hay colgado sobre mi cabeza no le ha parecido un golpe tan delicado, ya que no tarda en caerme sobre la coronilla.
—Joder —me quejo en un susurro.
Dirijo una mano a la parte de arriba de mi cabeza, masajeando la zona afectada mientras escucho como el objeto volador colisiona contra el suelo. Axel no duda en mostrarme su diversión con una carcajada que me retumba en los oídos.
—¿Estás bien? —quiere saber.
Yo, simplemente, asiento y me limito a sufrir en silencio. Los labios de Williams regresan a los míos, lo que me hace volver a poner la mano que sigue en mi cabeza, en su cuello. Nuestras bocas se mueven al mismo son, acompañando los latidos de mi corazón, marcando el tempo, como si fuéramos música; nos transformamos en una melodía que escucharía eternamente si eso fuera posible.
—A ver —dice contra mis labios—, agárrate que me voy a mover.
Nada más escucharle, refuerzo el agarre de mis piernas en sus caderas y el de mis brazos en su cuello para evitar que ambos nos matemos en la caída. Axel separa mi espalda de la pared y se encamina hacia el interior de su habitación, la cual está a menos de un metro a mi derecha. Una vez dentro, me sienta en lo alto de su escritorio, no sin antes apartar todo lo que había sobre él con un rápido movimiento de su brazo izquierdo. Esto hace que unos cuantos libros y un bote con bolígrafos caigan al suelo y se esparzan a su antojo.
—Se te ha caído algo —me burlo de su gran torpeza.
—No, ¿en serio? —responde con sarcasmo.
Sus manos se posicionan en mi cintura y yo vuelvo a tomar sus labios entre risas. Enredo los dedos en el borde bajo de su camiseta y tiro de ella hacia arriba para quitársela, sin embrago, las punzadas de dolor se hacen presentes en mi hombro, impidiéndome subir más. Por esto, Axel me echa una mano y se quita la prenda por encima de su cabeza para, luego, tirarla por ahí. Su torso queda descubierto, al igual que la cicatriz de sus costillas. Una mueca de dolor se hace presente en mi rostro al verla. Williams pega su frente contra la mía, observando con detenimiento mi boca; yo paso los dedos por el relieve de la herida cicatrizada.
—¿Te duele? —pregunto.
—Algunas veces.
—Si no hubieses sido tan imbécil de emborracharte, no te habría pasado nada —le echo en cara con intención de burlarme un poco de él.
—¿Y yo qué sabía cuántos tragos necesitaba para emborracharme? —repite las mismas palabras que dije yo el día de la novatada, mofándose—. Mataré a Fred por habértelo contado. —Me besa.
—¿Y cómo sabes que ha sido él? —Indago poniendo mis manos sobre sus hombros para alejarle de mí unos centímetros.
—¿Quién sino? —rueda los ojos—. Será bocazas...
Conduce sus labios a mi cuello y comienza a dejar pequeños besos por mi piel, logrando erizarme el vello. Sus manos se adentran bajo mi camiseta, acariciando con sus yemas la zona de mis costillas y estómago. A los pocos segundos, procede a subirla para deshacerse de ella. Pero antes de que lo haga, un pensamiento cruza mi mente. Vamos a hacerle un poco de rabiar, hace mucho que no lo hago.
—No perdemos el tiempo, eh —expreso al recordar que me dijo exactamente lo mismo la mañana en la que vio a Fred salir de mi casa y se hizo ideas erróneas—. ¿No crees que vamos muy rápido?
En cuanto digo esto, Williams apartar las manos de mí al instante y las apoya en el borde del escritorio, a ambos lados de mi cuerpo. Este se muerde el labio inferior y pega la mirada en el suelo, mostrando arrepentimiento.
—Perdón —se disculpa de manera apresurada.
Él sube la mirada hasta dar con la mía. Yo comienzo a reírme a carcajadas.
—¿De qué te ríes? —pregunta, confundido.
Me quedo mirándole con una ceja arqueada, a la vez que escondo una sonrisa. No lo ha pillado. Axel me sigue mirando con confusión, pero al cabo de unas pequeñas cifras de segundo, sus ojos se abren de par en par y su expresión se relaja. Ahora sí lo ha pillado.
—Me estás echando en cara lo que te dije cuando Fred se quedó contigo a pasar la noche, ¿verdad? —Arquea una ceja con diversión.
Asiento con la cabeza, sonriente. Sin nada más que agregar, sujeto su cara con suavidad y le atraigo hasta mi boca para volver a besarle. Sus manos regresan a la posición que tenían antes, bajo mi camiseta.
—¿Estás segura de esto, entonces?
Vuelvo a asentir y dejo que Axel se deshaga de mi camiseta. Él me la quita con cuidado de no hacerme daño en el hombro herido. Primero me saca el brazo derecho, luego la cabeza y deja para el final el izquierdo, para no tener que obligarme a subirlo. Cuando ya me la ha quitado de encima, la tira hacia un lugar de la habitación que no me paro a ver.
Sus ojos se quedan fijos en el vendaje de la herida de mi hombro, para luego dejar un suave beso en él. Esto hace que me estremezca por unos instantes. Llevo mis manos hasta sus pantalones y, en apenas unos segundos, se los desabrocho. Él se los termina de quitar, aprovechando para descalzar también sus pies. Sus manos se dirigen a los cordones de una de mis zapatillas para desatarlos y, en cuanto me quita la primera, se dirige a la segunda, con la cual, empieza a tener problemas.
—¿Qué clase de nudo marinero has hecho aquí? —inquiere, peleándose con los cordones.
Aparto mi pie de sus manos para conducirlo a las mías. Tiro del talón de la zapatilla hasta sacarla de su sitio sin necesidad de desatar los cordones. La tiro al suelo junto con mis calcetines. Axel se ríe y, a continuación, se dispone a desabrochar mis vaqueros. Apoyo las palmas en el escritorio para poder levantar mi trasero del mismo, permitiendo así al chico quitarme los pantalones al completo, dejándome en ropa interior y causándome más daño en las heridas. Cuando sus manos vuelven a posarse sobre la piel de mi cintura, las sube hasta el broche de mi sujetador, pero con esto también empieza a tener problemas. Se pelea por un buen rato, pero no llega a conseguir su objetivo.
—¿Lo consigues, principito? —cuestiono entre risas—. ¿O quieres que te ayude?
—¿Habrá algún momento en el que dejes de burlarte de mí? —se queja mientras sigue intentado desabrochar la prenda—. Es la primera vez que le quito un sujetador a alguien, un poco de paciencia.
Al ver que no tiene pinta de que vaya a poder quitármelo, llevo mis manos hacia el broche y, tras apartar las suyas del mismo, lo desabrocho.
—Todo tuyo —le digo poniendo la prenda sobre sus manos.
En otros momentos hubiese sentido la necesidad de cubrirme con algo, pero es como si él me diese la suficiente confianza para no necesitar hacerlo.
—No sé ni desnudar a una chica —murmura lanzando el sujetador hacia atrás.
Suelto una breve risotada ante su comentario. En el momento en el que vuelve a tomarme de la cintura, enrollo mis piernas en la suya de nuevo, haciendo que nuestros cuerpos se junten al mismo tiempo que nuestros labios. Mentiría si dijera que no estoy nerviosa, pero también mentiría si dijera que no quiero continuar.
Las manos de Williams se desplazan hasta mis glúteos. Me levanta del escritorio y me lleva hasta la cama, la cual está detrás de él. En cuanto mi espalda toca el colchón, el cuerpo de Axel se posiciona sobre el mío, con sus manos apoyadas a ambos lados de mi cabeza para evitar aplastarme con su peso.
—Estás a tiempo, ¿quieres parar? —pregunta fijando sus ojos en los míos—. No me importa esperar un poco más de tiempo.
Me relamo el labio inferior con nerviosismo y niego.
—¿Y tú? —indago—. ¿Quieres parar?
—No —susurra.
Él empieza a besarme con suavidad, entrelazando nuestras lenguas con lentitud. Una de sus manos me baja las bragas, acto que provoca que mi corazón lata más deprisa que antes. Yo hago exactamente lo mismo con sus calzoncillos, notando como sus labios van bajando hasta mi cuello.
Clavo las yemas de mis dedos en su espalda ante el dolor que me ha causado su entrada, provocando que él se disculpe con la mirada al notarlo. Sus caderas comienzan a moverse lentamente, siendo cuidadoso con cada movimiento, pero eso no le quita la molestia que yo siento con cada uno.
Entonces, en la habitación no se escucha nada que no sean nuestras respiraciones agitadas, gemidos ahogados y el suave vaivén de Axel chocando piel con piel. Y en este momento me doy cuenta de que, si antes ya estaba enamorada, ahora estoy completamente perdida por él.
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