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👑 Capítulo 63

El tacto de algo cálido en mis mejillas y los constantes toquecitos en ellas, hacen que mis ojos hagan el esfuerzo de abrirse tras haber estado cerrados por un periodo indefinido de tiempo. Siento el frescor de la noche en cada poro de mi piel, lo que me trae de vuelta a la realidad, haciéndome recordar en el lugar en el que me encuentro y por qué motivos continúo en él. Los párpados me pesan y me cuesta bastante mantenerlos entreabiertos, igual que cuando me he despertado en el interior de esa sala con esos mastodontes hiriéndome sin temor alguno.

Cojo una bocanada de aire que mis pulmones agradecen al instante. Escucho una voz lejana que repite varias veces las mismas palabras, una y otra vez. Sin embargo, no logro reconocerla, y mucho menos entender lo que me está diciendo. La persona que está queriendo despertarme sigue acariciando mi cabeza y dándome suaves golpes en la cara para que entre en razón. Arrugo la expresión de mi rostro al sentir como algo me presiona la herida del hombro con fuerza. El grito no sale más allá de mi garganta, se queda ahogada en ella.

—Kris, vamos. Despierta. —Esta vez logro entender lo que me dice.

Pequeños quejidos de aflicción salen de mis adentros por la fuerza que están ejerciendo en el orificio de bala que tengo en el hombro. Aprieta la zona con mucha fuerza, tanta, que creo que en cualquier momento dejaré de notar el brazo por completo. Cuando ya soy capaz de mantener por algo más de tiempo los ojos abiertos, veo una figura borrosa a pocos centímetros de mí, arrodillada en el suelo junto a mí mientras ata algo a mi brazo; supongo que es para detener el sangrado. Acto seguido, procede a hacer la misma acción con los cortes del antebrazo. Me ata algo en esas pequeñas rajas que aún escuecen como mil demonios.

Las lágrimas comienzan a salir nuevamente, precipitándose por el barranco de mis ojos. La persona que aún no logro ver con claridad, posa sus dedos pulgares en mi rostro y aparta la agüilla salada que resbala por mis pómulos sin detenerse.

—Voy a levantarte del suelo —avisa.

Su voz pertenece a alguien del género masculino, poco a poco los sentidos van llegando a mí. El chico frente a mí dirige una de sus manos a mi nuca y la otra debajo de mis piernas. Con este simple acto, ya sé que el proceso de la siguiente acción me va a doler como a nadie. Gimo nuevamente al notar a mi cuerpo adolorido siendo levantado del asfalto y, una vez que la persona me tiene sujeta entre sus brazos, me acurruca contra su pecho. El olor al perfume tan característico de Axel, me hace pensar que es él quien me está ayudando, por lo que no tardo en sentir la calma llegar a mi ser.

Giro un poco la cabeza y miro hacia el punto en el que él camina. Hay un coche aparcado cerca de la acera, supongo que está esperando por nosotros. En el momento en el que llegamos al automóvil, Axel hace lo posible por abrir la puerta trasera. Cuando lo logra, se mete en el interior sin soltarme. Williams se acomoda en el asiento y, luego, me sienta en su regazo tal y como me tenía agarrada antes; con las piernas sobre los asientos libres y el lado izquierdo de mi torso contra su abdomen. Tras cerrar la puerta, el expresidiario me hace apoyar la cabeza en su hombro para que pueda estar más cómoda.

—Conduce al hospital —ordena.

—No podemos llevarla a un hospital —responde otra voz masculina que reconozco como la de Charlie—. Acabas de salir de la cárcel y esa chica tiene un tiro. No voy a permitir que empiecen una nueva investigación contigo, se destapará absolutamente todo.

Los dedos de Axel se aferran a mi piel ante las palabras de su padre. Miro hacia el asiento del conductor, donde se encuentra este señor; aún veo un poco borroso, no distingo bien los contrastes de luz.

—Pues llévanos a mi casa —cede de mala gana.

Siento como el vehículo se pone en marcha. El movimiento me hace enterrar más la cabeza en el hueco del cuello de Williams. Este posa su cara en mi coronilla.

—Axel... —digo su nombre a duras penas, agarrando su camiseta con una de mis manos.

—Tranquila, ya ha pasado todo. Estoy contigo —susurra contra mi cabello, al mismo tiempo que me deja un beso en la parte más alta de la cabeza—. Aguanta un poco.

🐈

Sus brazos me descienden hasta que mi trasero toca el suelo y mi espalda la pared del pasillito de la planta en la que él reside. Axel se apartar de mí con cuidado para no empeorar mi estado y, a continuación, se incorpora a la vez que busca las llaves de su casa entre los bolsillos de todas y cada una de las prendas de vestir que lleva encima. Ya estoy algo más consciente de lo que pasa a mi alrededor, no estoy tan mareada como antes y ya logro ver con mayor claridad, cosa que agradezco. Aunque los dolores siguen arrebatándome todas mis fuerzas.

En cuanto Williams mete la llave correspondiente en la cerradura de su hogar, abre la puerta y se guarda el llavero donde estaba. Sin más demora, vuelve a agacharse para tomarme entre sus brazos. Me sujeto de su camiseta para no caerme y ahogo un quejido en mi interior, evitando así que salga disparado de entre mis labios. En el instante en el que estamos dentro, él cierra la puerta a nuestra espalda con un ligero golpe de su pie. Acto seguido, se encamina hacia el cuarto de baño. Una vez aquí, me sienta sobre la encimera del lavabo con extrema delicadeza.

—¿Puedes mantener sola el equilibrio? —inquiere mirándome con detenimiento.

Sus manos siguen aferrados a mis brazos para impedir que mi cuerpo caiga hacia alguno de los lados. Asiento con la cabeza para hacerle saber qué puedo hacerlo y que no tiene de qué preocuparse. Él se aparta de mí con prudencia, no muy convencido de mis palabras. Williams, sin perder ni un solo segundo, abre el armarito que hay bajo el lavabo y saca un botiquín bastante grande. Lo pone al lado contrario de la encimera en el que me encuentro yo. Trago saliva.

—¿Cómo supiste dónde estaba? —indago con la voz un tanto quebrada.

—Tú me mandaste un mensaje —responde de forma obvia.

Frunzo el ceño.

—Yo no te mandé ningún mensaje. —Niego lentamente con la cabeza.

—¿Qué dices? —Arruga el entrecejo, confundido—. Claro que me lo mandaste.

Axel levanta la tapa del botiquín y saca todo lo que va a necesitar para curarme. Ante sus palabras, no puedo evitar pensar en esa persona con el pasamontañas que cogió mi teléfono y me lo devolvió como si nada hubiese pasado. Es todo tan confuso... ¿Fue ese sujeto quien le mandó el mensaje a Williams? Es lo más posible teniendo en cuenta que yo no lo hice.

Antes de que pueda siquiera decir algo, una bola de pelo negra salta de repente sobre mis muslos. Es mi bichito, Bagheera. Acaricio su pequeña cabecita con ternura y alivio al ver que se encuentra sano y salvo. Al no verle por ningún rincón de la casa antes de que me golpearan en la cabeza, me preocupé bastante por él, menos mal que está bien. Los ojos de mi gato se dirigen a los cortes de mi antebrazo y empieza a olfatearlos.

—Aparta de ahí —le regaña Axel, cogiendo su cuerpo de encima de mis piernas para luego dejarlo en el suelo—. Fui a tu casa para decirte algo y me encontré con que habían entrado en ella. Rescaté a tu gato y fui en tu busca. He estado todo el maldito día buscándote, Kris. No te haces una idea del miedo que he pasado.

Williams lleva sus manos hacia la tela que me ha atado en el hombro antes. Parece un trapo. Él desanuda la venda improvisada y libera mi extremidad, dejándome sentir un hormigueo que me resulta bastante incómodo. Muevo un poco el brazo de arriba abajo para desentumecerlo, pero dejo de hacerlo cuando las punzadas se alojan en la zona causándome bastante daño. Al menos sé que la bala no me ha hecho gran cosa en el músculo. A continuación, me quita otra fina tela de alrededor de los cortes. Estos han dejado de sangrar un poco.

—Vas a tener que quitarte la sudadera —comenta señalándola.

Hago el intento de quitármela, sin embargo, nada más alzar el brazo, el dolor mi obliga a volver a bajarlo. El orificio de bala me arde como si me lo estuvieran quemando con fuego. Axel, al ver que no soy capaz de hacerlo por mí misma, se dispone a echarme una mano. Tras quitarse la chaqueta de encima y tirarla al suelo, sujeta los bordes de la prenda que le estorba y la sube hacia arriba con lentitud. El único brazo que puedo levantar es el derecho, el otro no, por lo que deja esa parte para el final. Después de sacarme la sudadera por la cabeza, la hace descender por el brazo afectado. Me quedo solamente con una camiseta térmica de color negro.

—Esa camiseta también tengo que quitártela —me hace saber, pidiéndome permiso con la mirada para hacerlo.

Muevo la cabeza en respuesta afirmativa y él realiza el mismo proceso para hacerme el menos daño posible. Ahora estoy solo con el sujetador, y el frío me hace estremecerme. Además de que tengo cierta vergüenza de que me vea en ropa interior. Si ya de por sí me dijo que no tenía culo los primeros días en los que le conocí, no quiero pensar lo que opinará de mi pecho. Apenas llegan a ser peras, otro complejo más añadido a la lista.

Axel se lava las manos con insistencia y, después, coge el suero fisiológico y una gasa. Seguido de esto comienza a echar el líquido sobre los cortes de mi antebrazo, lo que hace que me queje por el escozor que este me causa.

—No son muy profundos, se curarán pronto —me tranquiliza, pasando la gasa por encima de las heridas con suavidad.

—Oye... una persona cogió mi móvil cuando me tiraron en la calle —digo y él me mira con seriedad—. Es posible que esa persona te mandase el mensaje, porque yo no hice nada. Apenas podía moverme.

—¿Le viste la cara?

—No. Llevaba un pasamontañas.

—Bueno, sea quien sea te ha salvado la vida. —Pone el tapón al lavabo y, luego, tira la gasa ensangrentada en su interior—. Y no te preocupes por los Panteras, mi padre se encargará de hacerle saber a los jefes lo que ha pasado. —Coge una venda y comienza a enrollarla alrededor de los cortes.

—De acuerdo —contesto en un susurro.

Cuando termina con las heridas de mi brazo, pega la mirada en la de mi hombro. La mueca que hace a aparecer en sus labios me indican que no será fácil de curar, y tampoco indoloro.

—Tengo que sacarte la bala de ahí, y no te voy a mentir. Te va a doler —asegura, mirándome con culpabilidad—. Voy abrirte un poco la herida.

Williams saca una especie de navaja pequeña y, tras esterilizarla con alcohol, hace un pequeño corte en el orificio de bala. Rodeo su cuello con el brazo derecho y apoyo la frente en su clavícula al notar el insoportable dolor que me está provocando. Aprieto los dientes y grito con la boca cerrada, ahogándolo en mi interior. Unas cuantas lágrimas se escapan de mis ojos. Cuando termina, se separa de mí y deja el utensilio dentro del lavabo. A continuación, agarra unas pinzas largas y el mechero que tiene guardado en el bolsillo trasero de sus vaqueros negros. Axel hace salir la llama y comienza a pasarla por el metal de la herramienta que ahora sostienen sus dedos.

—Es mejor que muerdas algo —me aconseja—. No tengo anestésicos.

Agarro la manga de mi sudadera y muerdo un aparte de ella para estar preparada. Vuelvo a rodear el cuello de Axel y apoyar mi cabeza en ese lugar que me resulta tan cómodo. Me sorbo los mocos y espero a que él termine de quemar las pinzas. Siento como su mano derecha se aferra a mi hombro con fuerza mientras que con la otra empieza a hundir el utensilio para extraer la bala.

El metal ardiente de las pinzas me quema y me hace chillar como si me estuvieran matando. Aunque la tela que tengo entre los dientes silencia mis alaridos, los escucho dos veces más amplificados en mi cabeza. Siento que me explotará en cualquier momento.

—Aguanta, ya la tengo —me dice él para calmarme.

Está siendo muy cuidadoso en lo que hace, pero el dolor es infernal. Aprieto su cuello con mi brazo en un intento de olvidarme de absolutamente todo, pero me resulta imposible.

—Ya está, Kristen —susurra con alivio.

Las pinzas salen de dentro de la herida en el acto. Aparto la frente de su clavícula, me quito la prenda de la boca y, con las lágrimas rodando por mis mejillas, observo como Axel tira la bala y las pinzas llenas de sangre en el lavabo, haciendo un sonido metálico que hace retumbar mis oídos en el instante en el que colisiona contra la porcelana. Williams se aleja de mí y abre la llave del grifo para limpiarse las manos.

—Por suerte la bala no ha tocado nada importante —explica—. Pero voy a tener que darte algunos puntos.

Cuando el expresidiario ve que mis lágrimas no cesan, dirige sus manos ya limpias a mis húmedas mejillas, apartándome los mechones de pelo que caen sobre mi cara. Y luego, sin esperármelo siquiera, deja un beso largo en mi frente, el cual acelera las pulsaciones de mi corazón de sobremanera.

—Te coseré eso. Aguanta un poco más. —Dicho esto, procede a coger una aguja y el hilo de sutura que ha sacado minutos atrás.

—¿De dónde has sacado eso? —pregunto al ver que se trata de material quirúrgico.

—Ángel me los consiguió —contesta bañando la aguja en alcohol—. Nunca sabes cómo puedes acabar si estás metido en los líos en los que yo estoy. Así que se lo pedí por si acaso. —Se posiciona de nuevo enfrente de mí—. Será mejor que vuelvas a morder eso.

Meto la manga de mi sudadera entre mis dientes otra vez.

—¿Preparada?

Asiento con la cabeza y Axel baja el tirante de mi sujetador. Tras alzarme el brazo y colocar mi muñeca sobre su hombro, empieza a coserme con cuidado. Junto los párpados con fuerza y aprieto el puño de mi mano derecha al sentir como la pequeña aguja entra y sale un y otra de vez de mi piel. Escupo la prenda de ropa que tengo en la boca y sollozo.

—Joder... —digo en un hilo de voz apenas audible, derramando más lágrimas.

—Aguanta, reina.

Parecerá la cosa más tonta del mundo, pero esas palabras me han dado las suficientes fuerzas para resistir el proceso de sutura. Williams continúa con su labor con toda la concentración del mundo puesta en mi hombro.

—¿Dónde has aprendido a coser las heridas? —cuestiono con la intención de sacar un tema de conversación que me distraiga un poco.

—En la cárcel o aprendes rápido o te comen vivo.

Me quedo unos instantes sin habla, observando cómo sus manos se mueven ágiles para realizar un buen trabajo. No me quiero ni imaginar por todo lo que ha tenido que pasar para que me haya contestado con esa frase que tanto me ha impactado, aunque no debería sabiendo que es algo "obvio" dentro de lo que cabe. Su ceño está ligeramente fruncido y su rostro muestra una seriedad aplastante. Si no fuera porque me está cosiendo una herida y necesita estar de esa forma, pensaría que está enfadado conmigo.

—Lo siento —me disculpo y, cuando vuelvo a asentir la aguja clavándose en mi piel, ahogo un grito—. ¿Por qué haces esto? ¿Por qué me ayudas? No hago más que traerte problemas.

No me contesta. Simplemente sigue con lo que está haciendo hasta dar la última puntada. Axel corta el hilo sobrante con unas tijeras pequeñas y deja el utensilio usado donde ha tirado el resto de cosas. Cuando termina, sus manos se apoyan sobre mis rodillas y sus ojos marrones se quedan fijos en los míos. Este traga saliva y se relame los labios, como si estuviera nervioso y necesitase pensar en otra cosa para calmarse.

—Mira, Kris... Siempre me he sentido atado al mundo de mi padre, pero cuando estoy contigo esa sensación desaparece. —Hace una pausa para llenar sus pulmones de aire y terminar la confesión sin trastabillar—. Cuando estoy contigo me siento libre.

—¿Qué? —Es lo único que logro decir.

—Joder, Kristen —maldice por lo bajo.

Acto seguido, agarra mis mejillas con ambas manos y besa mis labios muy suavemente, como si temiera hacerme más daño del que ya me han hecho. Mi cuerpo tiembla ante su contacto, ya que el pensamiento de que tarde o temprano le voy a romper en miles de pedazos aparece de manera repentina en mi cabeza, haciéndome caer de esa nube en la que su boca ha conseguido subirme en unos segundos sin problema alguno. Williams parece notar mi tembladera, por lo que se separa de mí para poder mirarme.

—¿Me tienes miedo? —inquiere.

Muevo la cabeza en respuesta negativa.

—Demuéstralo —susurra contra mis labios.

Su aliento mentolado choca contra mi rostro y, en ese momento, sin pararme a pensar en lo que estoy a punto de hacer, le beso. Cuando él abre la boca, nuestras lenguas entran en un juego que dura menos de lo que me gustaría. Intento alargar el último contacto mordiendo con suavidad su labio inferior, haciéndole saber que me gustaría que siguiera besándome por un poco más de tiempo. Axel vuelve a apartarse unos centímetros de mí, para después apoyar su frente contra la mía. Su mirada está puesta en mi boca.

—Kristen, ¿puedo confiar en ti? —quiere saber.

—Sí —afirmo.

El corazón se me estruja.

—Vale... Aunque ya lo sepas, quiero decírtelo yo —aclara—. Soy inocente de los asesinatos de los que se me acusa.

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