Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

👑 Capítulo 62

Kelsey.

Abro los ojos con cierta dificultad. Los párpados me pesan de sobremanera y me obligan a cerrarlos de nuevo, sin embargo, resisto todo lo posible para mantenerlos entreabiertos. Intento dirigir las manos hacia mi cara para poder apartarme los mechones de pelo que caen sobre mi rostro, estorbándome, pero soy incapaz. Forcejeo durante unos instantes hasta que me doy cuenta de que mis manos se encuentran atadas al respaldo de la silla en la que estoy sentada. ¿Pero qué...?

Alzo la cabeza y la muevo un poco hacia los lados para apartarme el pelo de la cara. En cuanto consigo abrir del todo los ojos, una sala pequeña, apenas iluminada con una bombilla mal colocada en el techo, justo sobre mi cabeza, es lo único que puedo observar. Miro a mi alrededor en busca de alguna persona, pero me encuentro sola en el lugar.

Muevo mis muñecas para intentar deshacerme de las ataduras mientras pienso en un plan mejor para quitarme las cuerdas que me apresan, pero ninguna idea llega a mi cabeza. No tengo absolutamente nada cerca para quitármelas. Varias preguntas me bombardean la mente, y sé que no tendrán una pronta respuesta. ¿Dónde estoy? Esa es una de ellas y la que más me interesa saber.

—Bueno, bueno, bueno. Ya era hora de que te despertaras. —Una voz se hace presente a mi izquierda, acompañada del chirrido de una puerta abriéndose.

Cuando dirijo la mirada hacia dicha dirección, el líder de los Panteras, un hombre bastante corpulento, aparece en mi campo de visión con dos de los chicos jóvenes que estaban con él anoche, a su espalda. ¿Cómo narices sabía esta gente dónde vivo?

El líder se pone enfrente de mí y me examina con detenimiento mientras que yo sigo con mi trabajo de aflojar las cuerdas lo más disimuladamente posible para que no se percaten de que estoy intentando escapar, si lo averiguan... puede que sea lo último que haga.

Los dos chavales que venían detrás del grandullón se acercan con pasos lentos a mí, lo que me hace tragar saliva por la manera tan intimidante con la que me miran y actúan. Quieren meterme miedo.

—Hemos estado buscando la droga que nos robaste y no la hemos encontrado —me informa el hombre.

¡Por esa razón han puesto mi piso patas arriba!

No digo nada al respecto, prefiero seguir concentrada en mi labor de liberarme mientras él se mantiene hablando. Los acompañantes del líder avanzan hasta posicionarse detrás de mí, lo que hace que deje las cuerdas que apresan mis muñecas quietas. Con ellos ahí, observando lo que pasa a mi espalda, no puedo continuar.

—Eso es porque yo no la tengo —declaro, buscando ganar algo de tiempo.

—Lo sabemos, está en territorio Ártico —expresa—. Y nosotros no podemos poner un pie allí si queremos conservar nuestras vidas.

—Bien, pues soltadme, no os sirvo.

El grandullón apoya sus manos en mis muslos y acerca su cara peligrosamente a la mía con una sonrisa macabra plantada en sus labios. Esto me obligaba a echarme hacia atrás para que su pestilente aliento no me pudra los orificios nasales. Es una mezcla de alcohol con otras sustancias que prefiero no pararme a analizar, pero puedo asegurar que es muy desagradable.

—No, nos divertiremos un poco contigo como castigo por tus actos —susurra cerca de mi rostro, haciendo que el aire que sale de entre sus labios choque contra mi piel.

Él se aleja unos centímetros de mi espacio personal y cambia su sonrisa macabra por una de medio lado que no me gusta ni un pelo. Una de sus manos sube lentamente hasta mi ingle y, en cuanto está ahí, no duda en darme un apretón que hace que pegue un brinco en el sitio para nada a gusto con lo que está haciendo. El tipo se ríe levemente al ver que no me agradan sus caricias y mucho menos por el camino por el que van. Intento mantener la calma y pensar en algo para poder escapar de sus garras sin que llegue a sobrepasarse conmigo, porque tal y como está actuando, creo que lo tiros van por ahí.

Respiro hondo y comienzo con mi actuación, solo espero que no se me note que estoy fingiendo. Así que le muestro una sonrisa satisfactoria, para hacerle creer que estoy cediendo a sus "encantos", lo que hace que sus ojos se iluminen en el acto. Se lo está creyendo, no puedo creer que sea tan gilipollas de tragarse tan mal teatro. Sus dedos vuelven a hacer presión sobre la piel más cercana a esa zona tan intocable para hombres como él. Esta vez no hago ver mi descontento para que pueda llegar a creérselo con mayor firmeza, también escondo mi desesperación por quitar sus sucias manos de mi cuerpo.

—Acércate —pido ensanchando la sonrisa en mis labios.

El grandullón me hace caso y no tarda en acercar su espantosa cara a la mía. Su respiración choca contra mi boca, obligándome a reprimir una mueca de asco. Pobre de tu nariz, en serio.

Sin perder ni un solo segundo más, echo la cabeza hacia atrás para coger impulso y, a continuación, estrello mi frente contra esa elevación de carne y hueso que usa para respirar. Esto provoca que el hombre se queje por el dolor y se aleje de mí mientras se lleva las manos a su ensangrentada nariz. De una cosa estoy muy segura; el chichón que me va a salir en la frente va a ser tremendo.

Seguido de esto, cuando él se encuentra en el lugar perfecto, alzo la pierna derecha y hago colisionar la punta de mis zapatillas contra su entrepierna. El líder se arrodilla ante mí por la aflicción que le he causado en esa zona tan delicada. A los pocos segundos, la mano de uno de los chicos que hay a mi espalda, agarra mi pelo con fuerza hasta lograr echarme la cabeza hacia atrás. Acto seguido, siento como la boca de una pistola es puesta bajo mi mandíbula con la mano que le queda libre. La respiración se me corta por unos instantes.

—Muy bien, perra —gruñe el grandullón intentando levantarse del suelo, aún adolorido—. Tengo otras formas de divertirme contigo.

Este le hace un gesto con la cabeza al otro chico, el cual se dispone a desatarme las cuerdas de las manos sin demora alguna. Cuando las siento libres, forcejeo e intento apartar al que me apunta con el arma de mí, pero de nada me sirve, ya que este muchacho, tras tirar la pistola al suelo, agarra mi mano derecha al mismo tiempo que su compañero hace lo mismo con la izquierda.

El líder, cuando consigue ponerse en pie, saca de uno de los bolsillos traseros de sus pantalones vaqueros una navaja. Eso hace que me ponga bastante nerviosa, porque está claro que me va a hacer algo con el objeto punzante y, por mucho que intento liberarme del agarre de los chicos, no voy a ser capaz de salir de esta. Ellos ejercen demasiada fuerza sobre mí.

El chico que tiene sujeto mi brazo izquierdo, me hace extenderlo hasta que el antebrazo queda mirando hacia el techo. El hombre acerca la mano a la zona y, tras apartar la tela de la sudadera que lo cubre, comienza a rajar mi piel en horizontal, haciéndome soltar un alarido del interior de mi garganta.

—Pudiste ser buena y haber disfrutado tú también —comenta con voz dura—. Pero ya veo que prefieres sufrir.

Me da arcadas el hecho de pensar a lo que se refiere con eso. Sé lo que pensaba hacer, y encima tiene la cara de decirme que yo también lo iba a pasar bien. Antes prefiero morir.

—Sujetadla bien —les ordena a los chicos, los cuales comienzan a ejercer más fuerza sobre mis brazos para conseguir inmovilizarme.

Las lágrimas se derraman por mis mejillas al notar la zona herida del antebrazo arder y ver como la sangre se escurre por los bordes, dejando una mancha que hace contraste con el tono claro de mi piel. Hago el esfuerzo de zafarme de los agarres de los tíos que me tienen apresada, pero ya ni siquiera tengo fuerzas. Se me han ido casi todas en el primer corte.

El grandullón vuelve a hacerme otro corte en la misma dirección que el anterior y otro grito sale disparado de lo más profundo de mi ser. La calidez de la agüilla que recorre mis pómulos y mentón me quema como si de fuego se tratase. El dolor que siento es insoportable y no puedo parar de moverme para intentar quitármelos de encima. Sin embargo, los tres están colocados de tal forma que no puedo propinarles ningún golpe con mis piernas. Estoy acabada.

—¡Para, por favor! —le suplico entre sollozos, consiguiendo que obedezca—. ¡Déjame marchar!

El líder abandona mi brazo malherido y se pone de nuevo enfrente de mí. Apoya sus manos en mis piernas otra vez y aproxima su rostro al mío. Pero, esta vez, agarra mi cabello con una de sus manos y tira de mí hacia atrás para que no pueda volver a atestarle un cabezazo.

—¿Serás una perra buena? —cuestiona en un tono amenazante.

Trago saliva y me quedo observándole durante unos segundos, pensando muy bien en cual será mi siguiente paso. Está claro que no voy a salir de aquí tan fácilmente. Si no cedo a lo que él quería desde un principio, seguirá mutilando mi cuerpo a base de navajazos y cualquier otra cosa que se le pase por la mente. No sé qué más hacer para salir con vida de este lugar. Estoy atrapada con tres personas armadas que me tienen sujeta para que no me pueda mover. No tengo nada con lo que pueda defenderme y, haga lo que haga, ellos intervendrán y será peor para mí.

En cuanto sus manos se dirigen al botón de mis pantalones para desabrochármelos, no tardo en escupirle en un ojo para que se aparte de mí y me deje en paz. Él se aleja de forma inmediata, limpiándose mi saliva de su párpado. Sus ojos me muestran lo furioso que está. Sé que he empeorado la situación, pero no voy a permitir que me toque.

—Levantadla —manda con firmeza.

Los chicos obedecen a su jefe y hacen que me levante de la silla de forma brusca. El grandullón recoge del suelo la pistola que uno de sus compañeros había tirado con anterioridad y me apunta con ella. En este preciso momento, la sangre se me hiela.

—Me has hartado —sentencia.

Dicho esto, aprieta el gatillo, expulsando así la bala que acaba por incrustarse en mi hombro izquierdo. En el instante en el que la bala se abre paso por mi piel, las piernas me fallan y caigo arrodillada al suelo. Sin embargo, como los chicos me siguen teniendo sujeta, no llego a comerme el hormigón. Veo como las gotas de sangre se precipitan hacia el vacío. La vista se me nubla, pero no llego a perder el conocimiento, cosa que agradezco internamente.

—Tiradla por ahí hasta que se desangre —dice el hombre—. El juego termina aquí.

Sus compañeros me levantan del suelo con brusquedad y, al no ser capaz de mantener los pies sobre la superficie, me arrastran hasta la salida. Estoy todo el trayecto con la mirada fija en el suelo. No soy capaz de alzar la cabeza y ver el lugar al que me han llevado, lo único que sé es que estoy en el interior de un edifico, y en una planta alta. Las escaleras que estamos descendiendo me lo dicen.

No tengo ni la más remota idea de cuánto tiempo pasa desde que comenzamos a bajar hasta que llegamos abajo. Puede que unos cinco minutos más o menos. El aire frío golpeándome con fuerza me hace saber que ya estoy en el exterior. Estoy aliviada de que ya me hayan sacado y me vayan a dejar en paz, pero la cosa no termina aquí. Ellos continúan arrastrándome por la oscuridad de las calles de un barrio que no me resulta para nada familiar.

Hago el esfuerzo de levantar la cabeza e intentar divisar a alguna persona que pueda venir en mi ayuda, pero está completamente desierto. Ni un alma deambula por las calles. ¿Qué hora será? Parce ser bastante tarde...

No puedo evitar quejarme por los movimientos bruscos que los chicos le dan a mi cuerpo, siento que el brazo se me saldrá de su sitio. Juraría que el músculo del hombro se me está rompiendo de a poco, pero creo que es solo una sensación que me provoca el dolor que siento en la zona afectada.

Tras un tiempo que se me hace bastante eterno, mis escoltas se paran por fin. Sin importarle mi estado actual, me tiran al suelo de lo que parece ser un callejón, a los pies de dos contenedores de basura. Como si yo misma fuese eso, basura. El frío de la noche envuelve mi cuerpo, la sangre de mis heridas continúa emergiendo de las mismas sin cesar y el sonido de los pasos alejándose de mis secuestradores los empiezo a escuchar ya lejanos.

Intento incorporarme, pero las heridas me duelen demasiado y estoy tan mareada que no logro siquiera despegar mi espalada del asfalto. Los párpados me pesan y amenazan con cerrarse de una vez por todas, pero hago todo lo posible para que eso no suceda. El sonido de unos pasos acercándose a mí, me ponen alerta. Por desgracias, estoy en una situación en la que ya me da igual quien venga a por mí. No puedo moverme, no puedo luchar, no puedo mantener las fuerzas intactas.

La figura de una persona con un pasamontañas en la cara aparece a mis pies, y en escasos segundos, sus manos recorren mi cuerpo en busca de algo. Lo primero que se me pasa por la cabeza es que están aprovechando que no puedo hacer algo al respecto, para poder robarme sin problema alguno. Una de sus manos se desliza por uno de los bolsillos traseros de mis vaqueros, sacando así mi dispositivo móvil. Una vez que lo tiene entre sus dedos, comienza a teclear algo en él. Luego, lo vuelve a dejar en su sitio correspondiente.

Esto me lleva a hacerme dos preguntas: ¿Qué es lo que ha hecho? Y ¿Cómo ha desbloqueado mi teléfono?

Cuando ha terminado, se aleja de mí hasta que ya no soy capaz de divisarle. Hago un nuevo intento de levantarme, pero me es imposible. El dolor me es insoportable y los párpados comienzan a pesarme más y más, hasta que llega un momento en el que los termino cerrando. Finalmente, caigo en un sueño del que no consigo despertarme por mí misma.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro