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👑 Capítulo 55

Mantengo los brazos cruzados sobre mi pecho mientras doy toquecitos con el pie en el suelo y observo las puertas del ascensor a la espera de que se abran. Estoy nerviosa por lo que me pueda llegar a encontrar. Cuando estas se abren, los gritos de Chelsea es lo primero que captan mis oídos.

—¡Señora, no me toque lo que no tengo! —le grita mi amiga a la anciana que tiene a pocos metros.

Esta mujer se encuentra entre dos policías, los cuales se quedan al margen mientras presencian la escenita que ambas están montando en plena comisaría. Chel tiene los puños apretados, al igual que su mandíbula, y puedo notar como la vena de la frente y el cuello le palpitan sin parar. Temo que le puedan llegar a estallar. Ella nunca ha sido alguien muy paciente, llega a su límite muy pronto, lo que da lugar a peleas como esta. Seguro que no ha sido algo muy grave, pero hace de algo pequeño un mundo.

En cuanto me fijo un poco mejor en ella, me doy cuenta de que su cabello ya no es castaño, sino rubio. Cosa que me indica que se ha teñido hace muy poco. Al no haber tenido noticias al respecto, me sorprendo bastante por tal radical cambio de look. Hacía tiempo que no la veía de rubia, cuando la conocí, aún no se había vuelto a tintar el pelo de moreno. Aunque este es su color natural, el rubio platino le ha llamado mucho la atención siempre. Al menos desde que la conozco.

—Agente, esta chica estaba intentando entrar en la casa de mi vecina —le informa la señora a uno de los policías que hay a su lado—. Se lo juro por mi madre y mi padre, que en paz descansen.

—¡Pero que esa es mi casa! —replica Chel—. Hay que joderse...

Todo esto me resulta muy familiar.

Al ver que el ascensor va a cerrar sus puertas conmigo en su interior todavía, meto mis brazos de por medio para separarlas, cosa que hace que regresen a su posición inicial y yo pueda salir con total tranquilidad. Me acerco a mi amiga con pasos rápidos, llevándome las miradas de algunos de mis compañeros de trabajo, quienes se divierten con la situación que están viviendo.

—No me mientas, jovencita —le regaña la anciana, advirtiéndole con el dedo índice.

Cuando estoy a pocos pasos de Chelsea, le agarro de la manga de su cazadora para llamar su atención. Ella dirige su mirada a la mía y suspira con alivio.

—Kelsey, por favor. Dile a esta vieja que no he intentado entrar en ninguna casa ajena —me suplica con desesperación.

Abro los ojos un poco más de lo normal al escuchar con qué palabras se ha referido a su vecina. Entiendo que esté enfadada por la confusión que hayan tenido ambas, pero no hay razón para faltar el respeto de esa forma.

—Un poco de respeto a tus mayores —se queja la señora, arrugando el entrecejo.

—¿Se puede saber qué ha pasado? —inquiero mirando a mis dos compañeros de trabajo, los cuelas se encogen de hombros sin saber muy bien que contestarme.

Al ver que ellos nos están por la labor de darme una explicación, dirijo la mirada hacia Chelsea. Ella asesina con la mirada a la anciana, ni siquiera se da cuenta de que estoy esperando una respuesta por su parte. Miro a la señora para ver si ella sí sabe decirme algo, pero solo se mantiene con los brazos cruzados sobre su pecho, observándome y aguardando a que algún miembro del cuerpo de policía se digne a atender su denuncia. Un suspiro sale de los adentros de uno de los hombres uniformados. De inmediato, pongo mi atención en él.

—La señora Powell nos llamó denunciando un allanamiento de morada por parte de la señorita Brooks —me explica Matt.

—Por decimonovena vez —interviene mi amiga, exasperada y ya un tanto agresiva—. ¡No puede ser allanamiento si la casa en la que estaba tratando de entrar era la mía!

—¿Te has vuelto a dejar las llaves dentro? —Arqueo una ceja.

Ella posa sus ojos en mí y los abre mucho mientras niega con la cabeza repetidas veces.

—No, esta vez no. Estaba entrando de forma normal en mi casa. —Hace énfasis en el "mi".

Ruedo los ojos y me llevo la mano a la frente. Ya es la segunda vez que le pasa esto. Bueno, no del todo. La primera fue porque se olvidó las llaves y sus vecinos llamaron a la policía alertados por el ruido que hizo.

—Mi vecina es morena, no rubia —ataca la abuela.

—¿Es que una no se puede teñir el pelo en paz sin que la denuncien? —se queja la involucrada, al borde de darle un ataque de nervios mezclados con rabia y enfado.

En pocas palabras. Si antes me daba la impresión de que las venas de su cabeza estallarían, ahora rectifico y aseguro que será su cuerpo al completo el que explotará si nadie logra calmarla a tiempo. Y la insistencia de la mujer en que, Chelsea es alguien que ha intentado usurpar la vivienda de su vecina, no ayuda para nada en absoluto. Eso, lo único que consigue es que Chel se ponga más histérica de lo que ya está. Me atrevo a decir que se ha transformado en una bomba de relojería que no traerá nada bueno a nadie si le siguen tocando los cables equivocados.

—No te creo —le hace saber la señora Powell.

Observo con cuidado a mi amiga, esperando a que aparezca su siguiente reacción. La sangre se le sube a las mejillas, tiñéndolas de un rojo bastante fuerte. Sus nudillos empiezan a ponerse blancos debido a la fuerza que está ejerciendo para apretarlos. Incluso puedo escuchar cómo sus dientes rechinan.

—Kelsey, sujétame que me la cargo —murmura sin despegar las muelas.

Dicho esto, hace el amago de echarle mano al cuello a la anciana. Sin embargo, consigo ser más rápida que ella, por lo que me pongo en frente de la rubia para impedir que su cuerpo acalorado y rebosante de ira, llegue hasta el de la abuela. La tomo de los hombros y la empujo hacia atrás. Me cuesta retenerla debido a su insistencia de ir a contracorriente, pero me mantengo firme por el mayor tiempo posible. Busco su mirada con la mía para hacerle ver que lo que quiere hacer solo hará de esto un problema más gordo.

Ella está tan pendiente de su vecina, que no se molesta ni en mirarme. Clavo las yemas de mis dedos en su piel y la muevo con brusquedad de adelante hacia atrás para captar su atención. Chel me mira con ojos desquiciados.

—Si agredes a la señora Powell empeorarás las cosas —le reprendo con seriedad.

Chelsea deja de luchar por deshacerse de mi agarre y expulsa todo el aire contenido en sus pulmones por la nariz, como si de un toro se tratase. Ha pasado de ser una bomba a ser un animal con ansias de embestir a alguien a cornazos. Aparto las manos de ella y me doy la vuelta con cautela, por si acaso se le ocurre volver a las andadas e intentar tirarse encima de la mujer. La anciana aparece en mi campo de visión con cara de muy pocos amigos.

—Señora Powell, debería usted revisarse la vista —le aconsejo.

La abuela se lleva la mano al pecho, indignada.

—Sé muy bien lo que he visto —asegura.

—Y no le digo lo contrario. —Niego con la cabeza repetidas veces—. Pero esta chica de aquí es su vecina, no una desconocida que ha intentado entrar en una casa que no era la suya.

—Joven, ella no es mi vecina —objeta—. Mis gafas me lo confirman. —Se señala la cara.

Frunzo el ceño al mismo tiempo que analizo su rostro en busca de dicho complemento, pero no hay rastro de ellas. Carraspeo con la garganta.

—Señora, usted no lleva las gafas puestas —le hago saber.

Esta se lleva los dedos de sus manos a los ojos, notando así que algo le falta. Esto hace que abra la boca asustada, supongo que es porque piensa que ha perdido sus lentes. Comienza a buscar de forma casi desesperada por los bolsillos de su abrigo hasta que da con uno en el que parece encontrar algo. Ella saca la mano con unas gafas redondas. Escucho como un suspiro de alivio sale de sus adentros y, a continuación, la señora Powell procede a ponerse las gafas en el lugar indicado para que puedan hacer su función. Una vez que ha hecho esto, pega la mirada en mi amiga.

—Anda, Chelsea, querida —dice la anciana mostrándole una cálida sonrisa.

—¡Ni querida ni hostias! —espeta la rubia a mi espalda, hecha un basilisco.

Pasamos de bomba a toro y de toro a basilisco. Una buena evolución.

Me giro un poco para poder tener a Chelsea dentro de mi campo de visión también.

—Tranquilízate —le pido.

—Perdóname, hija —se disculpa la mujer—. Estoy ya muy vieja, entiéndelo.

Mi amiga va a abrir la boca para gritar otra vez, pero cuando nota mi mirada fulminante y ordenando silencio sobre ella, no se atreve a pronunciar ni una sola palabra. Mi otro compañero de trabajo, Anton, pone una mano sobre el hombro de la abuela para que esta le preste atención.

—Vamos, señora Powell. La llevaré a casa —dice él.

Ella, sin decir nada al respecto, se agarra al brazo del hombre y ambos caminan hacia el ascensor para marcharse. Mientras tanto, Matt me mira con las cejas arqueadas y aguantándose la risa que le ha provocado este numerito. Sin nada más que añadir, este se va a hacer su trabajo, dejándome a solas con Chelsea. En cuanto vuelvo a poner la vista en ella, me doy cuenta de que esta sigue con la mirada a su vecina, acuchillándola mentalmente.

—Yo es que la mataba —murmura.

Pongo los ojos en blanco y cruzo los brazos sobre mi pecho mientras doy un paso al frente para estar más cerca de su cuerpo. Con la intención de suavizar un poco el ambiente, opto por cambiar de tema y no seguir hablando de lo que acaba de pasar en medio del pasillo principal de comisaría.

—¿Cuándo te has teñido? —indago, curiosa.

Observo con detenimiento su pelo. Le queda bastante bien.

—Ayer. —Se encoge de hombros.

—Anda que me lo dices. —Finjo molestia.

Ella me sonríe como quien no ha roto un plato nunca, aparentando inocencia. Niego con la cabeza mientras me río interiormente. Chelsea mira hacia su izquierda y, en el momento en el que sigo la trayectoria de su mirada, veo que sus ojos están puestos sobre el joven y reciente miembro del cuerpo de policía: Dexter. Le hace un escaneo de pies a cabeza a la vez que se muerde el labio inferior.

—Vaya culo tiene el chaval —comenta en un susurro.

Suelto una sonora carcajada al escuchar ese comentario. Nunca cambiará.

Respiro hondo y espero unos segundos antes de decirle que tengo algo para ella. Dejo que se deleite un poco más de tiempo con la apariencia del chico. Este se encuentra hablando con una mujer treintañera, posiblemente, de algún trabajo que él tenga que hacer o de cualquier otra cosa. No lo sé, no puedo llegar a oír de lo que están conversando.

—Te he conseguido su número —revelo.

Ella vuelve a mirarme de manera casi inmediata.

—¿Y a qué esperas para dármelo?

Me encojo de hombros y sonrío.

—¡Santas castañas, te amo! —chilla eufórica.

Chel se abalanza sobre mí y me da un abrazo con tanta fuerza que temo por mis órganos internos. A este paso hará que escupa el estómago al completo.

—Pero no te lo voy a dar —declaro.

La rubia teñida se separa de mí de golpe.

—¿Por qué? —Frunce el ceño sin entender nada.

—Él me dijo que no te lo diera, que fueras tú misma a pedírselo.

—¿Le has dicho que era para mí? —cuestiona algo molesta.

Muevo la cabeza en respuesta afirmativa.

—Ya no te amo, asquerosa. —Pone cara de enfurruñada fingiendo que está enfadada conmigo.

Dirijo la vista a Dexter, quien ya ha terminado de hablar con la mujer y ahora se dirige al ascensor con unos papeles entres sus manos. Le echo un rápido vistazo a Chel; no le quita los ojos de encima. Es posible que me mate por esto, pero debo hacerlo. Voy a darle un empujoncito como ella me los daba a mí en la época en la que nos íbamos de fiesta más a menudo.

Agarro el brazo de mi amiga y la arrastro hacia a él antes de que se vaya y sea demasiado tarde. Escucho como ella se queja a cada paso que damos hacia delante, ya me ha visto las intenciones y parece que no le hace mucha gracia, aunque tampoco veo resistencia por su parte. Solamente me lanza maldiciones, pero siento como ella comienza a andar más rápido en el instante en el que el muchacho está a punto de entrar en el elevador y desaparecer. Ahora no soy yo quien la arrastra, es ella a mí. Cuando estamos a pocos pasos, grito su nombre.

—¡Dexter!

Ambas frenamos y él se da la vuelta, sobresaltado. Le he asustado. Chel me da un codazo para que empiece a hablar yo, sin embargo, no lo hago. Al mirar a mi amiga, presencio como sus mejillas se enrojecen, y no por la rabia como hace unos minutos atrás. Esto capta la atención de mi compañero.

—Creo que tu amiga no se encuentra muy bien —me comenta.

—Me encuentro perfectamente —contesta ella—. Oye, ¿me das tu número?

Qué directa.

Dexter abre los ojos, sorprendido por la repentina pregunta de la rubia. Luego fija la mirada en mí.

—La verdad, no creía que fuera a pedírmelo —admite.

Yo sí que me lo esperaba. Esta mujer no se corta ni un pelo, es lo que más me gusta de ella. Siempre te va a decir las cosas claras y a la cara, no importa cuán dolorosas sean las palabras que saldrán de su boca. Te lo dirá sin importar qué.

—Oye que, si no quieres dármelo, no pasa nada —rectifica Chelsea—. Pero es que me vendría bien tener el número de un poli, ya que no paran de denunciarme por cosas estúpidas.

—Entonces ya tienes el de Kelsey —responde él alzando una ceja.

Retengo una risotada en mi garganta, tapándome la boca con la palma de la mano y observando cómo la expresión facial de la rubia cambia de manera drástica. Ella abre la boca para decir algo al respecto, pero al ver que no tiene nada con lo que contestar a ese argumento, la cierra y aguanta la respiración por unos pocos segundos. Sus labios están atrapados entre sus dientes y los ojos la tiene perdida en algún punto del suelo. Ya ni siquiera se atreve a mirar al chico que tanto le gustó la primera vez que le vio.

—Me quedo sin número, entonces —confirma para sus adentros, pero ambos hemos conseguido escucharla.

Dexter se ríe a carcajadas ante la reacción de mi amiga. Se ha dado por vencida demasiado pronto, eso es raro. Mi compañero coge el aire que ha expulsado al reírse y busca la mirada de Chelsea con insistencia. Cuando ella opta por volver a cruzar los ojos con los de él, el muchacho le sonríe y saca una pequeña libreta y un bolígrafo de uno de los bolsillos de su uniforme policial. Ya veo que no le han ascendido, sigue regulando el tráfico y poniendo multas.

Este escribe los dígitos de su teléfono en una de las hojas y luego la arranca. Hecho esto, se lo tiende a mi amiga, quien mira el papel con una ceja arqueada.

—Prométeme que lo usarás. No lo tengas de adorno —le pide—. Úsalo, llámame.

Chel coge el papel y, acto seguido, me mira con esa típica cara suya de: "¿Qué acaba de pasar aquí?". Dexter la observa con una sonrisa de medio lado en sus labios, esperando respuesta.

—¿Estás ligando conmigo? —indaga la rubia teñida, frunciendo el ceño.

—¿Y tú? ¿Estás tú ligando conmigo? —le devuelve la pregunta, ensanchando la sonrisa.

Alzo las cejas y presencio la escena con una mirada pícara que va dirigida a mi amiga. Esto está yendo más rápido de lo que yo pensaba, creo que lo más correcto sería dejarlos solos. Sin decir ni una sola palabra para no interrumpirlos, me voy alejando de ellos dando unos cuantos pasos hacia atrás sin despegar la mirada de los futuros tortolitos. En cuanto estoy lo suficientemente separada, me doy la vuelta y comienzo a caminar hacia el despacho de Dean.

Voy a ver si consigo que me dé lo que necesito para seguir con mi trabajo, aunque lo dudo mucho.

Cuando llego a la puerta de su oficina, unas voces provenientes del interior me frenan a la hora de agarrar el picaporte. Dejo los dedos aferrados al mismo, pero sin hacer ni un solo movimiento. No voy a entrar, me quedaré escuchando, pues parece que está discutiendo. Las personas que están conversando son el señor Collins y Rosa. Al afinar un poco el oído, me doy cuenta de que las palabras que sueltan por sus bocas son amenazas.

—¿Acaso ha olvidado en la situación en la que está? —La áspera voz de mi jefe se hace presente en el lugar, poniéndome los pelos de punta—. Puedo hundirla en menos de dos segundos si así lo quiero.

—Deje las amenazas para otro momento, no está en una posición en la que pueda permitirse ese tipo de habladurías —espeta mi compañera, haciendo notar la ira que siente en su tono—. ¿O acaso ha olvidado lo que tiene en juego?

Todo se queda en completo silencio. Frunzo el ceño y acerco mi cara a la puerta para ver si consigo percibir algún ruido. ¿Qué narices acaba de pasar?

Unos pasos acercándose a la entrada, hacen que me aparte de la misma de golpe. Esto provoca que mis ojos choquen con los de Brown en el instante en el que ella pone un pie fuera. Esta abre los ojos de par en par al verme, por lo que cierra la puerta a su espalda de forma inmediata. Arrugo la nariz, confundida.

—¿Ha pasado algo ahí dentro? —indago.

Ella asiente con la cabeza y se pone el dedo índice sobre sus labios para pedirme que guarde silencio. Tras mirar a su alrededor, como si estuviera comprobando que no hay nadie espiando, se aproxima a mí y me agarra la muñeca para apartarme del despacho de nuestro nuevo jefe. En el momento en el que corrobora que estamos en un lugar en el que nadie podrá pillarnos desprevenidas, comienza a hablar.

—Que Marshall no está aquí, eso es lo que pasa —contesta con odio en sus iris verdosos—. Me ha amenazado porque me he negado a ayudarle. Quiere cerrar el caso de Axel, quiere enterrarlo en polvo de por vida para que no se sepa la verdad. Ten mucho cuidado con él, cielo. Hará lo posible para que dejes de investigar y, quizás, lo mejor sería que le hicieses caso antes de que tome medidas drásticas para conseguir lo que quiere. Nuestras vidas corren peligro.

Dicho esto, y sin darme tiempo a añadir algo, Rosa se da media vuelta y camina hacia otro punto de la comisaría que no me paro a ver. Sé por el señor Meadows que él y Brown han sido engañados por mucho tiempo en cuanto al caso de Williams se refiere, que mi exjefe tenía como orden no dejar que nadie tocase ese informe. Ahora, los tres sabemos que todo lo que hay escrito en él es absurdo, por lo que somos una amenaza para el verdadero asesino. ¿Será Dean Blake Collins el culpable? No encuentro otra razón por la cual se está tomando tantas molestias en callarnos.

Respiro hondo y pongo rumbo hacia su despacho otra vez, armándome de valor por el camino para enfrentarle. Una vez que he llegado, me quedo mirando la madera de la puerta por unos segundos. Después, la abro y accedo al interior sin más demora. Esto hace que los ojos de Dean suban hasta los míos; él se encuentra sentado en el asiento de su escritorio. Trago saliva.

—Necesito que me dé una orden de registro para poder entrar en el escenario del crimen —comento de carrerilla.

—No sé por qué haría eso —responde con obviedad—. Quiero que deje el caso, por si aún no le ha entrado en esa cabeza llena de serrín.

Arqueo una ceja al oír el insulto que me ha dedicado.

—No voy a dejarlo —aseguro.

—Si no colabora será peor. Haré que Axel se entere de quién es usted para que él mismo se encargue de la situación. —Una sonrisa se hace presente en sus labios, lo que hace que mis ganas de borrársela aumenten—. Sé que ese chico le importa y que no le haría ni pizca de gracia que la descubriese. ¿O me equivoco?

Aprieto los puños a ambos lados de mi torso y cojo una bocanada de aire para mantenerme tranquila. Intento pensar en que lo importante es sacar a Axel de todo esto, que me descubra es una consecuencia que ocurrirá tarde o temprano y, por la cual, no me debo preocupar ahora.

—No pienso dejar el caso —repito manteniéndome firme en mi respuesta.

—Entonces ya hemos terminado la conversación.

Estoy por unos instantes observándole con detenimiento, asesinándole con la mirada, como si de verdad eso fuese posible. Sin embargo, finalmente, me giro y camino fuera de la oficina echando humo por las orejas. Sabía que esto sería una completa pérdida de tiempo.

🐈

El reloj del salón de mi casa da las once de la noche. Ya casi no me quedan uñas en los dedos de las manos. Aparto la mano derecha de mi boca y vuelvo a coger el informe de Williams de encima de la mesita de centro, comiéndome la cabeza por un rato más. Mi cerebro acabará por explotar, siento las venas latirme en las sienes.

Releo una vez más algunas de las hojas que considero más importantes, buscando algo que me pueda servir para acercarme un poco más a la verdad, pero es imposible. Esto no me da pistas de quien puede ser el asesino de Margott Williams. Aunque ahora mi principal sospechoso es Dean, necesito pruebas que lo confirmen. Necesito ir a la antigua casa de Axel y hablar con ese tal Dorian si quiero avanzar.

El repentino sonido de mi teléfono móvil me saca de mis pensamientos al instante. Este se encuentra a mi lado derecho, sobre el sofá. Lo cojo entre mis dedos y, tras descolgar la llamada, me llevo el dispositivo a la oreja.

—¿Diga?

—Kristen. —La voz de Axel se adentra en mis oídos.

—Hola, Axel. ¿Ocurre algo?

Escucho su respiración agitada al otro lado de la línea telefónica.

—Kris... Ángel se muere. Ya mismo.

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