Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

👑 Capítulo 54

Espero junto a Axel que el ascensor del hospital llegue hasta la planta baja. No puedo evitar bostezar debido al sueño que traigo conmigo. Ayer, a Marshall y a mí, se nos hizo muy tarde poniendo toda la información en orden y sacando todo tipo de hipótesis que acabaron descartadas por la falta de pruebas. A penas podemos hacer algo con tan poco. Si bien, es obvio que Axel es inocente, pero necesitamos evidencias que lo demuestren y eso es lo que nos falta. Recuerdo haberme despedido del señor Meadows a eso de las tres de la madrugada y esta mañana, Williams, me ha venido a despertar a las ocho. Ahora son cerca de las nueve y sigo estando cansada. Apuesto a que me han salido ojeras.

Las puertas de elevador se abren y ambos nos adentramos en él. Tras presionar el botón que nos llevará a la planta donde está Ángel ingresado, comenzamos nuestro corto trayecto. Me cruzo de brazos y apoyo la espalda contra la pared, mientras mantengo la mirada fija en mi acompañante. Él lleva entre sus brazos un Skate y una sonrisa plantada en la cara que me resulta de lo más tierna. Axel se lo ha comprado al chico porque este le dijo que le gustaba patinar. Al principio me pareció una tontería, pues al muchacho le falta una pierna, pero con lo que yo no contaba es que Williams ya lo tenía todo pensado. Le va a comprar una pierna ortopédica con el dinero que le da su padre para poder vivir, para que pueda utilizarlo. Quiere que pase el tiempo que le queda de la mejor manera. Sonrío inconscientemente al recordar la ilusión con la que me ha contado todo esto hace apenas unos minutos.

—¿Por qué sonríes? —me pregunta Axel.

Cuando le miro, veo que tiene una ceja arqueada.

—Me parece muy bonito todo lo que estás haciendo por Ángel —confieso—. Qué cosas, eh. El asesino a sangre fría tiene corazoncito.

Observo con detenimiento su expresión facial, a la espera de que reaccione a mis palabras. No lo he dicho para ofenderle o echarle en cara nada, mi intención es hacerle ver que no me creo nada de lo que me ha dicho. Quiero que sepa que sé que hay algo que no cuadra, que es una buena persona y que no ha matado a absolutamente nadie. Y, para mi suerte, el parece captar la indirecta, pues se pone nervioso y le escucho tragar saliva con dificultad. Sus oscuros ojos se quedan anclados a los míos hasta que el ascensor se para al hacernos llegar a nuestro destino. Este sale dando un par de pasos marcha atrás, yo los avanzo hasta quedar a pocos centímetros de él.

—No puedes engañar a todos —susurro—. Tu secreto está a salvo conmigo.

Su mirada se desvía hasta mis labios, pero enseguida vuelven a mis ojos. Axel, sin decir nada al respecto, se da la vuelta y comienza a caminar por el pasillo. Yo acelero el paso hasta posicionarme a su lado. Al cabo de unos pocos segundos, llegamos a la puerta que pertenece a la habitación de Ángel. Agarro el picaporte y la abro.

Cuando nos adentramos en el lugar, el muchacho al que venimos a ver se encuentra tumbado en la cama, totalmente pálido, ojeras negras bajo sus ojos, los labios agrietados y secos y una tos de lo más espantosa que no le permite respirar con normalidad.

—Ángel... —Axel pronuncia su nombre.

El nombrado nos mira, agotado, para después dedicarnos una sonrisa forzada. Se me parte el corazón al verle en ese estado.

—Buenos días —nos saluda él, con voz un poco afónica.

—¿Qué tienen de buenos si tú estás así? —objeta Williams.

Él se acerca lentamente al lado izquierdo de la cama del paciente.

—Que vosotros estáis aquí. —Se encoge de hombre y vuelve a toser—. Eso es lo que le hace un buen día.

Me aproximo a ellos, agarrándome los codos. La mirada de Ángel baja hasta la tabla con ruedas que lleva su amigo consigo, haciendo que la sonrisa que tenía plantada en su rostro se desvanezca de golpe.

—¿Qué haces con eso? —inquiere señalando el Skate.

Axel se relame los labios y deja el objeto sobre los muslos del chaval.

—Es un regalo para ti —responde.

Ángel le sonríe, mostrando su alegría y tristeza al mismo tiempo. Pasa una de sus manos por encima de la tabla, como si fuese algo delicado que pudiese romperse en cualquier momento. El chico se sorbe los mocos al notar las lágrimas a punto de salir. La agüilla salada que brota de sus lagrimales, caen por sus mejillas hasta estamparse contra el material del Skate.

—Sabes que me falta una pierna, ¿verdad? —solloza—. ¿Por qué me lo has comprado? No voy a poder usarlo.

Williams tensa la mandíbula y me echa un rápido vistazo.

—Claro que podrás —afirma él—. Mañana vendrá un hombre a probarte algunas piernas ortopédicas. La que más te guste, te la compraré.

Los ojos de Ángel se abren un poquito más, enseñando todo tipo de emociones que hacen de su rostro algo precioso. Las lágrimas siguen resbalando por su cara sin parar, dejando la piel de sus pómulos pegajosa y teñida de un rojo suave.

—Pero no podré usar esa pierna por mucho tiempo —le recuerda, entristeciendo su expresión facial—. Gastarás tu dinero para nada. Y tengo entendido que lo necesitas más que yo.

—Vas a tener tu jodida pierna, ¿me oyes? —espeta el expresidiario.

Él frunce el ceño y aprieta sus puños con fuerza. Puedo ver cómo se aguanta las ganas de llorar, sus escleróticas enrojecidas me lo dicen. El chico suelta una breve risita que logra enternecerme.

—Axel, estoy terminal. Me voy a morir, lo quieras o no. —Se seca las lágrimas—. Además, echo de menos a mis padres. Aquí ya no tengo familia.

—Me tienes a mí —dice Williams en un hilo de voz apenas audible.

Se han cogido tanto cariño que ninguno de los dos quiere admitir que se va a alejar del otro muy pronto.

—Y me encantaría poder quedarme aquí contigo —confiesa Ángel—. Pero...

Antes de que pueda continuar la frase, una expresión de dolor aparece en su cara al mismo tiempo que ahoga un grito en su garganta. Este se retuerce entre las sábanas, rodeando su estómago con los brazos y subiendo un poco las rodillas, quedando así en posición fetal. Aparto a mi acompañante un poco y me meto de por medio. Sujeto los hombros del chico para poder llamar su atención y que me diga lo que necesita que hagamos. Pronuncio su nombre un par de veces y le pido que me conteste, pero está sufriendo tanto que ni siquiera puede mediar palabra.

—Quédate con él, voy a avisar a alguna enfermera —me ordena Axel, para después salir corriendo de la habitación.

Escucho sus pasos alejarse y su voz alarmada y desesperada pidiendo ayuda, pidiendo que alguien venga a atender a su amigo. Otro grito ahogado sale de la boca del muchacho, provocando que se me pongan los pelos de punta y el corazón me empiece a latir desenfrenadamente. Bajo las manos hasta sus brazos y se los acaricio, como si eso le sirviese para no sentir tan fuerte ese dolor que le llena de aflicción.

En estos momentos, en los que ves a una persona sufrir y no puedes hacer nada para remediarlo, me siento una completa inútil.

En cuanto parece que el dolor le disminuye, me hace saber lo siguiente:

—Tengo... que decirte... algo importante.

—¿El qué? —indago, preocupada.

Antes de que él pueda volver a abrir la boca para contestarme, varias pisadas apresuradas se hacen presentes en el lugar. En el instante en el que me separo de Ángel y me giro para ver de quienes se tratan, veo a Axel acompañado de una mujer bastante joven, vestida con una bata blanca y el pelo recogido en una coleta alta. Ella lleva entre sus dedos una aguja hipodérmica, gruesa, llena de un líquido casi imperceptible y preparada para la inyección. Williams se pone a mi lado y se aferra a la tela de la manga de mi abrigo.

La enfermera camina con rapidez hacia el paciente, pidiéndonos paso con la mirada. Nosotros nos apartamos para que ella pueda tener mejor acceso y pueda realizar su trabajo más cómodamente. La chica le busca la vena en el antebrazo a Ángel mientras este se limpia las nuevas lágrimas.

—¿Qué es? —cuestiono viendo cómo le meten el líquido en la sangre.

—Morfina —me responde Axel.

No aparto la mirada de la mujer, quien continúa inyectándole la morfina.

—Ya conoces el proceso. El dolor se te irá pasando poco a poco —le informa la chica.

Esta aparta la aguja de la extremidad del chaval y luego le pone un algodón sobre la zona donde le ha pinchado. Ángel asiente con la cabeza entre muecas de dolor.

—Es mejor que os vayáis y vengáis en otro momento —nos dice ella sin apartar la vista del chico.

Axel me mira, no muy seguro de querer irse y dejar a su amigo solo. Traga saliva, respirando hondo y pronuncia un "vale". Él desliza su mano hasta la mía y, una vez ahí, hace que nuestros dedos se entrelacen. Puedo sentir el pulso palpitar entre nuestras palmas y temo que lo llegue a sentir tanto como yo. No me quejo ante su repentino contacto físico, al contrario, le aprieto con más fuerza para hacerle ver que no quiero que se aparte.

Ambos nos damos la vuelta y nos dirigimos hacia la salida de la habitación, obedeciendo la orden de la enfermera. Cuando estamos fuera, Williams cierra la puerta a nuestra espalda, abatido por todo lo que acaba de suceder. Este se pasa la mano libre por la cara, frustrado. Tras dejar salir un sonoro suspiro de sus adentros, pone su mirada seria en mí.

—Voy a quedarme aquí. Si quieres puedes irte —me dice casi en un susurro.

Muevo la cabeza en respuesta afirmativa, a pesar de que yo tampoco me quiero marchar. No en un momento como este. Sin embargo, tengo que conseguir que Dean me dé una orden de registro para que yo pueda entrar en el escenario del crimen y así poder inspeccionar el lugar en busca de respuestas. Ahora mismo, creo que es lo mejor que tengo para poder averiguar algo sobre todo esto.

—Mándame un mensaje para que pueda tener tu número. Te llamaré si algo pasa —me pide soltándome la mano.

El frescor que hay en el ambiente se cuela en mi piel en el instante en el que su tacto desaparece. Me hace querer volver a agarrarle y no soltarle, pues estoy muy a gusto junto a él, pero no lo hago. Saco el teléfono de uno de los bolsillos de mi abrigo y lo desbloqueo. Tras buscar el contacto de Axel, le mando un simple "hola", haciendo que su móvil emita un pequeño sonido desde su chaqueta. El expresidiario coge su dispositivo y teclea en él por un breve tiempo; terminada su acción, lo guarda donde estaba.

—Me gustaría quedarme aquí contigo, pero no puedo —le comento con culpabilidad en mi tono.

Me sabe muy mal dejarle solo en esta situación, pues sé que tanto él como Ángel, necesitan una compañía que los anime. El chico se encuentra muy lejos de estar bien y recuperarse.

—Tranquila, no tienes que darme explicaciones. —Niega con la cabeza—. Te veo luego.

Asiento y él aparta la mirada de mí para posarla en la puerta de la habitación de Ángel. Williams cruza los brazos sobre su pecho y se sujeta el labio inferior con fuerza; se lo muerde con tanto ímpetu, que temo que se haga daño y comience a sangrar.

Giro sobre mí misma, con la vista pegada al suelo y emprendo mi camino hacia donde se encuentra el ascensor, al final del pasillo. Apenas avanzo unos metros y mi teléfono suena a causa de una llamada. Esto provoca que, sin necesidad de frenar para poder ver de quién se trata, mire la pantalla. Es Chelsea.

Descuelgo la llamada y me llevo el dispositivo al oído.

—Hola, Chel —saludo.

—Kelsey, ¿conoces la frase de "tienes derecho a hacer una llamada"? —me pregunta de repente.

Frunzo el ceño, confundida y preocupada. No hace falta que me diga nada más, algo va mal. No quiero ni pensar de qué puede tratarse. Solo espero que no tenga nada que ver con la niña a la que cuida pues, a este paso, va a acabar ganándose una muy mala reputación entre los padres que buscan una niñera que cuide de sus hijos mientras ellos no están.

—Sí... —afirmo.

—Pues bueno, estoy ejerciendo ese derecho.

Aprieto los párpados por una milésima de segundo y respiro hondo. Por favor te lo pido, que no sea nada relacionado con los niños. ¡Por favor!

Acelero el paso para llegar cuanto antes al elevador. Puedo ver desde lejos que sus puertas están abiertas en esta planta y puedo llegar antes de que alguna otra persona lo llame desde otro lugar y me lo quite.

—¿Qué coño has hecho ahora? —cuestiono con molestia.

—Ven a comisaría. —Cuelga.

Guardo el móvil en el bolsillo del abrigo donde se encontraba antes y, en el instante en el que veo que las puertas del ascensor se cierran estando yo a pocos pasos de llegar hasta a él, opto por correr rumbo hacia las escaleras. Bajo los escalones como si me fuera la vida en ello, prestando atención a los movimientos de mis pies para no cometer un fallo que me haga caer rodando cuesta abajo.

¿Qué habrá hecho esta vez? Miedo me da.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro