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👑 Capítulo 42

Kelsey.

Mi cuerpo no para de temblar y las punzadas en mis pulmones se hacen más fuertes y dolorosas a medida que el tiempo pasa. Cada vez que respiro, me arde el pecho y tengo la sensación de estar asfixiándome por momentos. No puedo controlar las pequeñas lágrimas que se me escapan a causa del dolor, es insoportable. Incluso hay veces que debo ahogar un grito en mi garganta cuando los pinchazos se intensifican de golpe.

Me aferro con fuerza a la toalla que tengo alrededor de mi cuerpo, para evitar que me entre más frío del que ya tengo. Estoy sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la pared y al lado del radiador. Axel lo ha encendido junto con el calefactor para que nos mantengamos calientes en el lugar. Andriu se encuentra de espalda a mí, secando con el secador de pelo nuestra ropa interior sobre el lavabo. Ella tiene su cuerpo envuelto en otra toalla.

Un sollozo de mi parte sale a la luz a pesar de que he intentado, por todos mis medios, que no saliera.

—¿Te importaría dejar de lloriquear? —me pregunta la pelo azul, un tanto molesta—. Me desconcentras.

Me echa una mirada por encima de su hombro y luego la retira para seguir con su trabajo. Suelto un suspiro tembloroso ante su queja al mismo tiempo que me abrazo a mí misma. Me remuevo, incómoda, en el sitio, buscando una mejor posición para que mi espalda deje de estar agarrotada. Este acto hace que los huesos de la espina dorsal me crujan de arriba abajo. Hago el esfuerzo de levantarme al ver que no logro colocarme de una manera en la que mis huesos sufran menos, pero no puedo. No tengo energía.

—Llorar por Axel no te va a servir de nada —agrega.

Arrugo el entrecejo al escucharla. No lloro por Axel, lloro porque parece que en cualquier momento me vaya a explotar un pulmón. Aunque no voy a negar que antes sí que era por él, me ha dado muchísima rabia que se haya enterado de que he hecho la iniciación para entrar en su grupo. A pesar de saber que se iba a dar cuenta tarde o temprano, me hubiese gustado al menos tener una excusa preparada para decirle. Ya que bajo ningún concepto debe enterarse de la verdadera razón por la que lo he hecho.

Opto por ignorar su comentario y concentrarme en buscar el calorcito del radiador, así que no abro la boca y me acurruco contra él.

—Gracias por salvarme la vida —agradezco casi sin voz.

—No las des. —Niega con la cabeza—. Y creo que es mejor que no te esfuerces mucho en hablar.

Observo en su reflejo del espejo que tiene enfrente, como una mueca de dolor se hace presente en sus labios. Es como si el ardor de mi garganta se hubiese teletransportado a la suya. Andriu apaga el secador y lo deja a un lado de la encimera. Después agarra mi ropa interior y me la tira a la cara.

Dirijo mis manos hacia ese lugar, cogiendo mi sujetador y mis bragas entre mis dedos. Hecho esto, vuelvo a intentar levantarme del suelo. Apoyo las palmas en las baldosas y me impulso con ellas hacia arriba con lentitud. Los brazos me tiemblan, al igual que mis piernas. Me sujeto del radiador para tener un lugar de apoyo a la hora de incorporarme del todo. Estoy a nada de cantar victoria, pero en el último instante, mis rodillas se doblan y caigo de nuevo.

La pelo azul se da la vuelta para tenerme de frente, sujetándose bien los bordes superiores de la toalla para que no se le escurra. Me fijo en que su piel ya ha recuperado un poco su color natural, al igual que el de sus labios, pero sigue tiritando ligeramente y no parece tener dolores en ninguna parte de su cuerpo. En cambio, yo estoy para que me tiren a la basura.

Ella me observa con expectación.

—¿Te ayudo a levantarte? —Eleva las cejas.

Asiento con la cabeza, queriendo recibir su ayuda. Andriu me agarra de los brazos y tira de mí hacia arriba. En cuanto consigue incorporarme, apoyo la espalda contra la pared para impedir de nuevo mi caída y vuelvo a sujetarme de un extremo del radiador. Al poco tiempo empiezo a sentir como me quemo la piel de la mano, así que la aparto de inmediato de ahí.

—Si necesitas que te ayude a ponerte la ropa, avísame —me pide con sinceridad, a lo que yo vuelvo a asentir en respuesta afirmativa—. Espero que no seas de las que se espantan por ver unas tetas y un coño ajeno.

Niego con la cabeza para hacerle ver que no me importa. Acto seguido, Andriu se afloja la toalla, provocando que esta caiga a sus pies. Todo su cuerpo queda descubierto, completamente. Ella procede a ponerse su respectivas bragas y sujetador, no tarda ni dos segundos en hacerlo. A continuación, me da la espalda y se dispone a vestirse con la ropa que Axel nos ha traído.

Mientras ella se viste, yo me quito la toalla y la dejo caer al suelo, quedándome desnuda. En el momento en el que me cercioro de que no voy a perder el equilibrio, alzo una pierna y después la otra para poder ponerme las bragas. Me aferro a la pared cuando noto como me tambaleo levemente hacia un lado y, luego, continúo poniéndome el sujetador. Esta prenda me resulta mucho más fácil de poner, ya que no tengo la necesidad de agacharme o levantar alguno de mis pies de las baldosas.

Cuando me quiero dar cuenta, Andriu ya está completamente vestida, con una camiseta de manga larga de un color verde, unos pantalones deportivos negros y su chaqueta vaquera. Ella recoge la ropa que me han preparado y me la tiende. Tras tomarla entre mis brazos, la desdoblo y me dispongo a ponérmela. Hago el mismo proceso de antes, sin prisas y con cuidado, hasta que al fin logro quedar vestida. Voy con una sudadera gris y unos pantalones deportivos del mismo color. He de decir que las prendas de Axel dan mucho calor, más del que me ha dado el agua caliente.

—Siéntate en la taza del váter, te ayudo a ponerte las zapatillas —me dice.

Le hago caso y camino hacia dicho lugar con lentitud. Una vez que me he sentado, Andriu coge mis zapatillas y mis calcetines.

—Las zapatillas no se han secado del todo —comenta con pesar.

La pelo azul se acuclilla enfrente de mí y me calza los pies. Terminada esta acción, se incorpora y pone sus manos a ambos lados de sus caderas.

—¿Estás lista? —pregunta.

—Sí. —Me abrazo a mí misma para que el calor que desprende la ropa de Axel me inunde en su totalidad—. Oye... podéis quedaros con el dinero que me han dado, no lo quiero para nada.

Ella, tras mirarme un tanto confundida por lo que he dicho, asiente y me tiende una de sus manos para que la tome entre mis dedos. Cuando lo hago, pega un tirón de mí y me levanta de mi asiento.

—Prepárate para salir en pleno campo de batalla —me aconseja.

Sin soltarme la mano, me ayuda a caminar hacia la entrada del cuarto de baño. Ella abre la puerta, dejando escapar el vapor y la cálida temperatura que nos envolvía segundos atrás. Aprovecho esta parada para abrocharme los cordones de los pantalones de Axel, ya que estoy segura de que por el camino los voy a acabar perdiendo. Acto seguido, la pelo azul emprende el camino nuevamente. Agradezco que vaya al mismo ritmo que yo, ya que no puedo permitirme ir muy rápido porque temo caerme. A duras penas, llegamos al salón, donde aparece Axel sentado en el sofá junto con Fred. El moreno habrá llegado mientras estábamos en el baño.

—¿Cómo te encuentras? —inquiere Turner, mirándome con preocupación.

—Bien, supongo —respondo.

Involuntariamente dirijo la mirada hacia Williams, quien mantiene sus antebrazos posicionados sobre sus rodillas y sus ojos fijos en mí. Su ceño está fruncido y todas las facciones de su cara muestran lo descontento que está por lo que he hecho. No lo aprueba, y es algo que entiendo.

—Tengo una explicación para esto —declaro, con la esperanza de que me deje exponer mi excusa.

—No quiero oírla —sentencia en un tono de voz cortante—. Me ha quedado claro que lo que quieres es morir. Si lo hubiese sabido antes, te hubiera dejado caer desde aquella viga.

Me quedo paralizada ante sus palabras, sin saber muy bien qué decir. Las lágrimas amenazan por salir de mis ojos, pero las retengo todo lo que puedo. Ahora, lo que menos quiero, es que me vea llorar. Por mucho que me haya dolido, no voy a ceder.

—Te puedes ir un poquito a la mierda —interviene Andriu—. Está bien que te hayas enfadado, pero métete esos comentarios por donde te quepan.

Desvío la vista hasta la pelo azul, perpleja. Aún no logro comprender por qué me está defendiendo tanto, fue ella quien avisó a Jayden para que me hicieran la novatada. En cambio, ahora tengo la sensación de que le preocupa mi seguridad.

En el instante en el que vuelvo a mirar a Axel, puedo observar cómo su expresión facial se relaja por momentos. Por una milésima de segundo, creo presenciar hasta una mueca de culpabilidad y arrepentimiento.

La pelo azul deja de sostenerme, apartándose de mí con cuidado. Después de asegurarse que puedo mantenerme en pie por mí misma, se dirige hacia los dos chicos. Una vez que está a pocos pasos de Fred, ella recoge de entre los pies del moreno la mochila con el dinero que me han dado a cambio de la droga. Coloca una de las asas en uno de sus hombros y suelta un sonoro suspiro de sus adentros. Se nota que ella también está sin energía.

—Voy a llevarle esto a Jayden para que al menos la iniciación de Kris no haya sido en vano —nos hace saber—. Hasta luego.

Hace el ademán de marcharse, pero su amigo le frena.

—Puedo acercarte ahora en el coche —le ofrece él—. No es bueno que vayas andando con el frío que hace.

—Tranquilo, Fred. Estoy bien —asegura ella—. Adiós.

Andriu se gira y se encamina hacia la entrada del piso de Axel. Cuando llega, abre la puerta y sale cerrándola a su espalda, sin nada más que añadir.

—Mañana no hay quien la levante de la cama —bromea el moreno—. Y tú. Te has pasado. —Pone sus ojos en el expresidiario.

Axel, lo único que hace, es echarme una rápida mirada neutra. No soy capaz de descifrar los sentimientos que hay tras ella. Este se mantiene unos breves instantes así, mirándome sin mediar palabra alguna. Incluso he llegado al punto de sentirme incómoda otra vez ante su silencio. Como nadie tiene la intención de romperlo, decido hacerlo yo.

—No, no se ha pasado. —Niego.

Doy un paso hacia la puerta de salida, tambaleándome un poco. Para mi suerte, Fred entiende que me quiero ir, por lo que se levanta del sofá y se acerca a mí de manera apresurada. Como si estuviese seguro de que me voy a desplomar en el suelo en cualquier momento. En cuanto está a tan solo un paso de mí, me agarra un brazo con suavidad y acerca sus labios a mi oído.

—Te llevo a casa, ¿vale? —susurra.

Yo asiento con la cabeza, dejando, al fin, todas las lágrimas escapar de mis ojos.

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