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👑 Capítulo 37

El señor Meadows me sigue con la mirada desde que entro en su despacho. Su entrecejo fruncido me dice que algo de lo que hecho no le ha gustado, y esto me da un poco de miedo. Últimamente estoy mintiendo tanto a tanta gente, que me estoy volviendo paranoica. ¿Se habrá enterado de la verdad que oculto? Espero que no sea así, porque entonces sí que estoy acabada. Y no por el hecho de que sé que, posiblemente, me despida. Ese es un riesgo que he decido correr para poder averiguar lo que pasó con el pasado de Axel. Sino porque quiero demostrar su inocencia cueste lo que cueste.

Me posiciono enfrente de su escritorio, con las manos entrelazadas delante de mi cuerpo. Marshall continúa con sus ojos expectantes sobre mí.

—¿Hay algún problema? —cuestiono.

Mi jefe deja de jugar con el bolígrafo que tiene sobre la mesa.

—¿En serio me lo preguntas? —Arquea las cejas, exasperado—. Llevas más de medio mes con este caso y aún no has averiguado absolutamente nada.

—No es mi culpa que Axel no haya hecho nada malo aún —me defiendo.

Lo único que podría considerarse como un mal acto es, sin duda, la falsificación de la orden de alejamiento. Pero, viendo de todo lo que se le acusa de forma injusta, no es para tanto.

Marshall da un golpe en el escritorio con su puño, haciéndome saltar levemente en el sitio.

—¡Oh, vamos! Es un asesino. No me creo que no haya hecho nada en este tiempo que llevas con él —expresa con los nervios a flor de piel.

Axel no es un asesino, me quedó claro hace tiempo y sigo manteniendo firmemente esta opinión. No le veo capaz de hacer daño a alguien a propósito. Su informe, su actitud y demás cosas que ocurren a su alrededor me lo han confirmado. Él será inocente hasta que se demuestre lo contrario. Hasta que yo vea con mis propios ojos que me he equivocado.

Al salir de mis pensamientos, me pongo seria y me dispongo a decir lo siguiente:

—¿Está usted diciendo que no se fía de mí?

Mi jefe abre la boca para decir algo al respecto, pero se arrepiente y vuelve a cerrarla. Se toma un tiempo para pensar bien sus palabras y, a continuación, habla.

—No es eso, es solo que...

—Sí es eso —le interrumpo.

Cruzo los brazos sobre mi pecho.

—Kelsey, escúchame.

Niego con la cabeza, decidida a plantarle cara. Doy un paso al frente y me armo de valor para soltar todo lo que pienso.

—No. Escúcheme usted. Si tan poca confianza tiene en mí, levante su culo de ese asiento y haga usted mismo el trabajo —espeto levemente cabreada.

Apoyo las palmas de mis manos sobre la mesa de mi jefe y espero a que este hable; aunque, después de esto, es posible que me sancione. Pero no puedo permitir que, luego de yo decirle que Axel se ha estado comportando de forma positiva durante estos días, venga él diciendo que no se lo cree. Williams está actuando correctamente, ¿por qué no puede dejarlo estar?

Mis extremidades superiores empiezan a temblar ligeramente por el enfrentamiento que estoy teniendo con Marshall, el temor a que me eche una buena reprimenda se hace notar en todo mi organismo. Pero digo la verdad, por primera vez en días, de mi boca ha salido una realidad.

En el instante en el que él suelta un suspiro de rendición, los músculos de mi cuerpo se relajan de a poco. El señor Meadows baja la mirada durante unos segundos y, luego, vuelve a posarla en mí.

—Está bien, Kelsey. Vale. ¿Entonces no me ocultas nada? —indaga en un tono de voz más calmado.

Niego con la cabeza en respuesta negativa, a pesar de que sé que sí que hay ciertas cosas que no le estoy contando. Pero es por el bien de todos, no quiero que nos maten si digo algo que no debería. Las amenazas no pueden tomarse a la ligera.

—Perdona —se disculpa.

Este apoya su espalda en el respaldo de su silla. Me aparto de su mesa, alejando mis manos de la madera de la misma.

—No debería de tomarse esto como una venganza personal —le aconsejo.

—No me lo tomo como una venganza —asegura.

Me río sin gracia ante su contestación. Entiendo que le duela la muerte de su amiga, que quiera ver a su asesino en la cárcel, pero no puede actuar como lo está haciendo. Se está dejando llevar por los sentimientos de venganza que tiene por ella.

—¿Entonces por qué tanta insistencia en meterle en la cárcel de nuevo? —Elevo las cejas.

—Porque es un asesino.

Ruedo los ojos al escuchar de nuevo ese adjetivo.

—Mire, señor Meadows. Las personas cambian al salir de la cárcel y puedo asegurarle que él ha cambiado —afirmo, provocando que él frunza el ceño—. Por no hablar de que el caso de Axel no está cerrado del todo.

Se remueve, incómodo, en el sitio.

—¿Qué quieres decir con que no está cerrado del todo?

—¿A leído usted el informe de Axel? —inquiero, volviendo a cruzar los brazos sobre mi pecho.

Asiente con la cabeza.

—Entonces sabrá, al igual que yo, que hay cosas que no cuadran por mucho que Axel haya testificado en su propia contra —prosigo—. Pienso que es inocente, señor.

Marshall relaja la expresión de su rostro, como si le hubiese abierto un nuevo camino iluminado por el que ir. Tras incorporarse de la silla y carraspear un poco la garganta, me cambia de tema.

—¿Puedes decirme en que te basas para decir que ese chico ha cambiado? —me pregunta.

Parpadeo unas cuantas veces y desvío la mirada hacia ningún sitio en concreto, solo busco ganar tiempo para pensar muy bien lo que voy a decir, ya que no me puedo permitir meter la pata hablando de más.

—Va todos y cada uno de los días a visitar a un niño con cáncer terminal para intentar animarle, a pesar de que ya no le corresponde ir —respondo después de un tiempo, dejando salir una pequeña sonrisa en mis labios que acabo por esconder al instante—. Y me ayudó cuando no tenía por qué hacerlo.

Vuelvo a posar la vista en mi jefe, quien me mira con una expresión neutra sin intención alguna de decir algo al respecto. Agarro mi labio inferior entre mis dientes, ejerciendo un poco de fuerza para obtener todo el valor que necesito para pedirle lo que más ansío.

—Quiero pedirle algo —le hago saber en un hilo de voz apenas audible; él me hace un gesto con la cabeza para que continúe hablando—. Me gustaría que me dejase reabrir el caso de Axel Williams.

—No puedo hacer eso —se apresura a decir, negando con la cabeza.

—Sí que puede —afirmo—. Usted es el jefe.

Se me queda mirando durante unos segundos que se me hacen eternos, lo que logra ponerme un tanto nerviosa. Aunque, ahora que lo pienso, no pierdo nada por intentarlo.

Marshall se toma un rato en pensar las cosas detenidamente, se lleva una de sus manos a la frente y la mantiene ahí hasta que decide hablar nuevamente para darme una contestación.

—Está bien. Hablaré con el juez para que nos dé el permiso —se rinde.

Y esta vez, no puedo evitar que la sonrisa que estaba ocultando, regrese de nuevo a mi rostro. No me lo puedo creer, voy a poder investigar un caso, uno de verdad. Una parte de mi sueño se está cumpliendo; y lo mejor de todo, es posible que pueda demostrar la inocencia de Axel.

—Gracias, no se arrepentirá —le aseguro.

Dejo caer los brazos a ambos lados de mi torso.

—Ve a buscar su informe, anda. —Me sonríe.

Sin desperdiciar más el tiempo, me dispongo a salir de su oficina para hacer lo que me ha dicho. Quiero ponerme a investigarlo ya, a sacar toda la información y ponerla en orden. Estoy segura de que podré sacar toda la verdad sobre este caso.

🐈

Escribo las últimas letras del único nombre que me queda por añadir a la gran cartulina que he pegado en la pared de mi salón con celo; como no tengo una pizarra, me las tengo que apañar con esto. Pero bueno, no me quejo, es mejor que nada.

Cuando finalizo, aparto el rotulador negro del papel y doy un paso hacia atrás para observar desde otra perspectiva como me está quedando, y poder revisar si lo he ordenado todo bien o he tenido algún que otro fallo. De momento, lo que he escrito son todos y cada uno de los nombres de las víctimas y testigos. A continuación, he puesto las fotografías que corresponden a las personas involucradas junto a ellos, las cuales he encontrado en un archivo aparte que me ha dado un compañero de trabajo. A excepción de Dorian Brad, que no hay imagen alguna de él. Luego, he rodeado con un bolígrafo rojo las personas que me resultan más sospechosas. Entre ellas se encuentran Charlie Williams, el padre de Axel; que, aunque sigo manteniendo la hipótesis de que él no es el culpable, es mi obligación marcarle como tal hasta que consiga más pruebas que me indiquen lo contrario. Y, en segundo lugar, he puesto dos interrogaciones, ya que estoy segura de que había una persona más en el escenario del crimen, de la cual no tenemos ninguna pista por el momento.

Cuando me cercioro de que lo he puesto todo en condiciones, cojo el informe del brazo del sofá por veinteava vez en esta tarde. Una vez en mis manos, leo una parte de lo referente al caso. Tras leer el nombre de una de las víctimas, Stephan Cold, echo un rápido vistazo a su foto y, después, regreso los ojos al texto.

"Stephan Cold, una de las víctimas del asesinato, vivía en California con su esposa y sus dos hijas. La policía se puso en contacto con la familia para darle la mala noticia, pero su esposa aseguraba que su marido había muerto el 18/6/2007 por un accidente de coche."

Frunzo el ceño y le doy unas cuantas vueltas a lo escrito. No tiene sentido alguno, aunque es posible que él fingiera su muerte o que comprase la identidad de un hombre ya muerto. Continúo con la lectura.

"Meses después, la esposa de Stephan Cold fue a comisaría, donde se le mostró una foto del fallecido en el escenario del crimen y ella confirmó que él era su marido."

¿Cómo puede alguien decir un día que su marido murió en un accidente de coche y al otro confirmar que murió asesinado? Lo único que se me ocurre a parte de lo ya dicho anteriormente, es que la mujer fuese amenazada, pero...

Dirijo la mirada a la cartulina y me acerco un poco más a ella. Después escribo al lado de la fotografía de Stephan, las dos fechas de su muerte; la que corresponde al accidente y la del asesinato. Una vez que he hecho esto, paso las hojas del informe hasta dar con una que contiene la historia de Richard James. Leo solamente una pequeña parte.

"El hermano mayor de Richard James, confirmó la identidad del fallecido a los pocos días de haberle dado la noticia."

Aquí no parece que haya nada raro, así que paso a la siguiente víctima.

"Kevin Deft: sin identidad."

"Sin identidad". Esas palabras se me quedan grabadas en el cerebro, repitiéndose en mi cabeza cada pocos segundos. ¿Cómo qué sin identidad? Por mucho que pienso, no se me ocurre ninguna teoría al respecto que resulte lo suficientemente coherente para poder considerarla como tal.

Tiro el informe al sofá y apunto todo lo que necesito en la cartulina mientras pienso en cómo narices han podido dejar pasar un caso así de inconcluso; aún no me lo explico. El maullido de Bagheera me saca de mis pensamientos, provocando que dirija la vista al suelo, donde está él mirándome fijamente.

—¿Qué pasa, bicho? —pregunto.

Tiro el rotulador al sofá y me agacho para coger a Bagheera entre mis brazos. Este vuelve a maullar a la vez que pone su pata delantera derecha sobre mi nariz.

—Por favor, no saques las uñas —le suplico.

Aparto la cara hacia un lado para quitar sus pequeñas zarpas de mí. El felino maúlla una vez más.

—¿Qué quieres?

El gato se remueve en mis brazos y, acto seguido, se tira al suelo de nuevo. Una vez aquí sale corriendo hacia mi dormitorio. Al seguir el trayecto de Bagheera con la mirada, me percato de que mi móvil está vibrando sin parar sobre la mesita de centro por la entrada de una llamada.

Estaba tan metida en mis cosas, que ni siquiera me he dado cuenta de que están intentando contactar conmigo. Cuando me lanzo a por él, mi rodilla acaba por colisionar en una de las patas del sillón, lo que provoca que ahogue un grito en mi garganta. No es un secreto lo patosa que puedo llegar a ser a veces.

Aprovecho este percance para apoyarme sobre dicho mueble y, a continuación, estiro mi brazo y alcanzo mi teléfono. Una vez que lo tengo entre mis dedos, me incorporo, descuelgo la llamada y me lo llevo al oído.

—¿Diga? —pregunto esperando respuesta.

—Kelsey, ¿bajas ya, o bajas ya? —La voz de Chelsea se hace presente al otro lado del teléfono.

Frunzo el ceño sin entender muy bien a lo que se refiere.

—¿Qué?

—¿Puedes decirme qué hora es, por favor?

Aparto el móvil de mi oreja y miro la hora en la pantalla. En cuanto estos dígitos quedan guardados en mi memoria, vuelvo a acercarme el dispositivo a mi canal auditivo.

—Las diez y cuarto —contesto.

—¿Y a qué hora es la iniciación?

Tras procesar las palabras de mi amiga, abro los ojos de par en par. No tardo ni un segundo en colgar la llamada y salir corriendo como si no hubiera un mañana hacia mi habitación. En el instante en el que llego a mi destino, me acerco a la mesilla que hay al lado del cabecero de mi cama y saco la pistola de uno de sus cajones.

Hecho esto, me dirijo al armario y saco una de mis muchas sudaderas, esta en concreto es de un azul oscuro. Me la pongo sobre la camiseta de tirantes negra que llevo puesta y, después, meto el arma y el móvil en los bolsillos de la misma. Comprobado que no me dejo nada, camino hacia el salón de nuevo y alcanzo las llaves de mi casa, las cuales se encuentran en una de las estanterías del mueble que hay a un lado del televisor. Sin perder más tiempo, corro hacia la salida de mi piso.

He tenido la tarde tan ocupada con el asunto del caso de Axel, que se me ha acabado yendo el tiempo. Se me había olvidado por completo el tema de la iniciación, y este es, sin duda, un muy mal momento para acordarme de ese trato que hice con Jayden.

🐈

Mantengo los ojos fijos en el cristal de la ventanilla del coche de Chelsea, observando el paseo marítimo que pasa ante mí a la baja velocidad en la que mi amiga conduce. Las farolas del lugar es lo único que lo mantiene iluminado, incluso se puede ver su reflejo en el agua del mar.

Noto como Chel aminora la marcha, por lo que deduzco que ha encontrado un sitio en el que poder aparcar. Desvío la vista hacia a ella, mirando cómo mueve el volante para hacer lo propio. Su mirada está puesta en el espejo retrovisor mientras continúa con su acción y su labio inferior se encuentra en el interior de su boca.

—¿Te parece bien que te deje aquí? O ¿Prefieres que te acerque un poco más? —me pregunta la morena mientras echa el freno de mano para evitar que el automóvil se mueva.

—Aquí está bien —confirmo—. No quiero arriesgarme a que te vean y te metan en este lío también.

Sus ojos azules se encuentran con los míos.

—De acuerdo —pronuncia en un susurro mientras asiente con la cabeza levemente—. Kelsey, quiero que sepas que ha sido un honor ser tu amiga y taxista.

Una sonrisa se hace presente en mi rostro al escucharle.

—Para mí también ha sido un honor ser tu amiga y única clienta —confieso.

—La que encima no me paga por llevarla a los sitios —se queja.

Una breve carcajada sale del interior de mi garganta. Me desabrocho el cinturón y meto la mano en uno de los bolsillos de mi sudadera para sacar mi teléfono móvil. Tras echarle un rápido vistazo, se lo tiendo a Chelsea.

—Guárdamelo —pido.

En esta situación, creo que ese dispositivo solo conseguirá traerme problemas. Ahí tengo todos mis contactos del trabajo y demás cosas relacionadas con él. No puedo permitirme perderlo o arriesgarme a que me lo quiten.

—Sí, señora —responde ella cogiéndolo—. Suerte.

Cuando pronuncia esta palabra, deja mi teléfono en la guantera del coche y vuelve a poner sus manos sobre el volante.

—Gracias —agradezco.

Dicho esto, abro la puerta del automóvil y salgo. El aire húmedo golpea mi cuerpo, alborotando mi cabello levemente. En cuanto coloco las hebras de pelo que me molestan en la cara, detrás de mis orejas, cierro la puerta y me encamino hacia el frente, en busca de la calle que Jayden me dijo ayer.

Durante el trayecto, no puedo evitar observar a las personas que pasean tranquilamente por el paseo marítimo a mi derecha. Se ríen y hablan con sus acompañantes sin preocupación alguna. Aparto la vista de esta dirección y sigo con lo mío, ya que esto lo único que está logrando es que tenga más ganas de volver por donde he venido, queriendo estar en los lugares de esta gente.

Meto las manos en mis bolillos y, en cuanto mis dedos rozan la pistola, me aferro a ella con fuerza. Al ver la chapa metálica en lo alto de la fachada de un edificio en el que está escrito el nombre de la calle a la que me tengo que dirigir, acelero el paso para llegar lo antes posible y terminar rápido. Giro en la esquina y me detengo unos segundos para localizar el local. En el momento en el que diviso un letrero encendido en el que pone "Ártico", ando hacia él.

El lugar está completamente oscuro a excepción del letrero; la puerta metálica del local tiene dibujada la boca de un lobo blanco, enseñando toda su dentadura al completo, dispuesto a atacar. Esto hace que me eche un poco para atrás, pero de inmediato vuelvo a retomar mi camino.

Me paro justo enfrente de la puerta y doy con mis nudillos en ella, haciendo saber a los presentes de mi llegada. Esta se abre soltando un chirrido que hace que se me ponga la piel de gallina, dejándome ver a la chica de pelo azul, la que consiguió que me hicieran la novatada aquel día, con un cigarrillo entre sus dedos. Observo su cabello con detenimiento, juraría que antes lo tenía verde.

—Más tonta y no naces. —Su voz hace acto de presencia.

Andriu se lleva el cigarro a sus labios y le da una calada. Luego, expulsa el humo hacia mi cara, haciéndome toser. Ella se echa a un lado, permitiéndome ver un pasillo oscuro en el que no se ve el fondo.

—Entra —me ordena.

Aprieto aún más el arma y, tras echarle una rápida mirada a la pelo azul, hago lo que me pide. Me adentro en la boca del lobo ártico.

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