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👑 Capítulo 34

Oscuridad.

Es lo único que puedo ver.

Voces mezclándose con otras.

Es lo único que puedo escuchar.

Muevo mi cabeza de un lado a otro siguiendo las trayectorias de las ondas sonoras que se adentran en mis oídos.

Están cerca. Muy cerca.

Noto como una mano se posa sobre mi cabeza y agarra algo que tengo sobre la misma. Segundos después, me quitan lo que me dificulta la visión, provocando que la luz entre de golpe en mis ojos; esto hace que los cierre de forma inmediata, ya que se habían acostumbrado a la oscuridad. Tras unos instantes en los que mantengo los párpados pegados, voy abriéndolos con lentitud para que la luz no haga que los vuelva a cerrar por la molestia que esta causa. Cuando consigo abrirlos del todo, miro a mi alrededor, intentando identificar el lugar en el que estoy. Pero no me suena nada, no recuerdo haber estado antes en un sitio así.

Estoy en una habitación bastante amplia, con unas bombillas que no alumbran tanto como las normales, al contrario, iluminan muy poco. Las paredes son de hormigón y el suelo es simplemente una capa de cemento. Me encuentro arrodillada, con el pijama que me puse para dormir anoche y con las manos atadas a mi espalda, sin ser capaz de moverme. Me quedo con la vista pegada en el suelo, mientras hago intentos fallidos de desatarme las muñecas.

—Buenos días, princesita. —Una voz ronca se hace presente en el lugar.

Alzo la cabeza y fijo la mirada en la persona que ha hablado, de forma inmediata. Jayden. Jayden es el que está frente a mí, mirándome con una sonrisa retorcida.

—Es así como la llamabas, ¿no? —le pregunta este a la persona que tiene a su izquierda.

Axel.

Sus ojos están fijos en mí, sin mostrarme ningún tipo de sentimiento en ellos.

—Axel —pronuncio su nombre.

—Eh —me llama la atención el dilatas.

Poso la mirada en él, quien se dirige el dedo índice a sus labios para pedirme que guarde silencio. Acto seguido, lleva una de sus manos a la parte trasera de sus pantalones; de ahí, no tarda en sacar una pistola. Esto consigue que mi respiración se acelere de repente y que dirija la mirada, nuevamente, hacia Axel. Él no me quita los ojos de encima. Está completamente serio.

—No sabes en el lío en el que te has metido —comenta Jayden mientras carga la pistola.

—En realidad sí lo sabe —interviene el expresidiario—. Lo sabía desde el momento en el que me siguió por la calle.

—En ese caso deberías haberte retirado —me informa el dilatas.

Tras pronunciar estas palabras, él le tiende el arma a Williams. Este la coge de entre sus manos y se queda observándola en las suyas detenidamente por unos segundos.

—Axel... —susurro.

Él, al oír su nombre salir de mis labios, levanta la pistola y me apunta con ella a la cabeza. Todos los músculos de mi cuerpo se tensan ante su acto.

—Axel, tú no eres así —aseguro con nerviosismo, a la vez que niego con la cabeza.

—No sabes cómo soy —responde él poniendo su dedo sobre el gatillo.

—Por favor, Axel —le suplico—. Tú no eres un asesino.

—Está claro que no me conoces.

Dicho esto, aprieta el gatillo y la bala sale disparada del cañón directa a mi sien.

Abro los ojos al instante, incorporándome de la cama, sobresaltada y con la respiración agitada. Siento el corazón latir a mil por hora en el interior de mi pecho, por lo que me llevo una de mis manos hacia dicha zona, como si eso pudiese calmarlo. Unas gotas de sudor caen desde mi frente hacia el resto del rostro. Cuando miro a mi alrededor, me aseguro de que estoy en mi habitación y no en un lugar desconocido. Y así es, estoy en mi casa.

Suelto un sonoro suspiro y vuelvo a cerrar los ojos, intentando tranquilizarme y moderar el aire que entra y sale de mis pulmones; está claro que esto no tiene que ser sano, por poco me da un paro cardiaco. El maullido de Bagheera me saca de mis pensamientos, haciendo dirija la mirada hacia a él. El felino se acerca a mí con cautela hasta subirse sobre mi regazo.

—Hola, Bagheera —susurro, acariciando su peluda cabeza.

El animal deja sus ojos fijos en los míos mientras suelta otro maullido.

—Solo ha sido una pesadilla —le hago saber, como si él pudiese entenderme.

Bueno, una pesadilla que casi me mata de un infarto.

Cojo entre mis manos el cuerpo de mi gato y lo dejo con cuidado a un lado del colchón. Hecho esto, deslizo las piernas por el borde del mismo hasta que las plantas de mis pies tocan el suelo. Estiro uno de mis brazos hacia la mesilla de noche y agarro el móvil. Tras desbloquear la pantalla para poder ver la hora que es, me doy cuenta de que son las nueve de la mañana.

Se acerca el momento en el que tengo que ir a hablar con Jayden, y mentiría si digo que no estoy para nada nerviosa. No me fío ni siquiera un poco de él, me da muy mala espina y quiero evitar todo lo posible volver a verle. Pero hoy eso no podrá ser posible. Verle cara a cara es necesario para negociar la información que él tiene sobre mí. No quiero que Axel se entere, y mucho menos sus superiores.

Al bloquear de nuevo el dispositivo, lo dejo sobre la cama. Me mantengo unos segundos observando un punto fijo del suelo, asimilando todo antes de encaminarme a mi destino. En cuanto mi cabeza lo ha procesado todo, me levanto decidida para prepararme.

Vamos a ver si me matan.

🐈

El motor del coche deja de sonar en el instante en el que Chelsea aparta las llaves de la cerradura de arranque. El recinto del polideportivo se encuentra a nuestra izquierda y, solo con verlo, me entran escalofríos. A mi amiga parece que le pasa lo mismo, ya que se remueve incómoda en el asiento del conductor.

—Dame el arma —pido con una leve tembladera en mi voz.

Me desabrocho el cinturón mientras ella aparta su mano derecha del volante y la lleva hacia la guantera, lugar en el que se encuentra mi pistola. Una vez que la tiene entre sus dedos, me la tiende. La tomo sin demora alguna y la cargo por si acaso tengo que usarla.

—Parece que ya vas entendiendo que no puedes ir sin un arma por la vida si estás metida en un caso tan peligroso como este —me echa en cara en un tono cargado de seriedad.

Asiento con la cabeza, dándole la razón. Guardo la pistola en la parte trasera de mis pantalones y luego la escondo con la camiseta que llevo puesta. A continuación, me giro hacia los asientos traseros y alcanzo mi abrigo.

—¿Quieres qué me quede aquí para cuándo salgas? —me pregunta Chel, siguiendo con la mirada cada uno de mis movimientos.

—Sí, por favor —le pido mientras me pongo el abrigo—. Más que nada por si tengo que salir corriendo.

Que, por alguna extraña razón, presiento que eso va a suceder.

—De acuerdo —contesta—. Venga, ve.

Tras acomodar bien la nueva prenda en mi cuerpo, abro la puerta del coche con manos temblorosas. A pesar de que estoy intentado ir tranquila, no soy capaz. Una vez que he salido del automóvil, le echo una rápida mirada a mi amiga en busca de las fuerzas que me están comenzando a faltar. Ella me anima asintiendo con la cabeza, dándome la seguridad que he ido perdiendo a lo largo del camino.

Decido no perder más el tiempo, por lo que me dirijo con pasos rápidos hacia la entrada del polideportivo. Las rodillas me tiemblan a cada paso que doy, lo que provoca que vacile un poco, pero pronto vuelvo a recuperar el equilibrio. Cuando estoy dentro, miro a ambos lados en busca de alguna persona, pero todo el campo está desierto; esto hace que piense en que Fred me ha podido tender una trampa o algo parecido. Sin embargo, por alguna razón que desconozco, confío en él ciegamente. Solo espero no estar equivocándome.

Un fuerte ruido procedente del edificio en ruinas hace que pegue un salto hacia atrás y que mi corazón comience a latir muy aceleradamente. Me dispongo a caminar hacia la entrada trasera del primer edificio, con pasos rápidos e igual o incluso más temblorosos que antes.

El corazón me late tan fuerte que lo siento hasta en la cabeza, tengo la sensación de que me saldrá disparado por la boca de un momento a otro. Me armo de valor para seguir con mi camino sin darme la vuelta y sin salir corriendo, cosa que logro.

Una vez que he llegado a la entrada, agarro el arma con fuerza, sin sacarla de su sitio. Bajo los tres escalones y camino hacia el pasillo que está vertical a mí, para después girar a la izquierda. De esta forma, acabo en la pista. Jayden aparece en mi campo de visión a unos metros de mí. Está de cuclillas en el centro del lugar junto con cinco chicos más. Todos ellos se encuentran mirando lo que hay en el interior de unas cuantas cajas que hay a sus pies.

—¿Está todo? —pregunta el dilatas alzando la mirada hacia uno de los chicos.

—Sí. Listo para mañana —contesta este.

—Perfecto —comenta para sí mismo mientras se incorpora—. Pues retiradlo de aquí. Los policías peinarán el lugar por la muerte de la chica y no pueden encontrar nada de esto.

Arrugo la nariz ante sus palabras. Me voy acercando a ellos con cautela, apartando la mano de la pistola; no me gustaría que alguno de los presentes notase que vengo armada. Antes de llegar hasta donde están ellos, me paro a un par de metros, dejando una distancia prudencial entre ambas partes.

—Jayden —pronuncio su nombre.

Esto hace que el dilatas se dé la vuelta en el acto para poder verme. Él cruza los brazos sobre su pecho y me observa expectante, sin decir absolutamente nada. Los demás chicos ponen sus ojos en mí, un tanto curiosos. Les echo una rápida mirada y luego la vuelo a posar en Jayden, a la espera de que hable. Pero al darme cuenta de que no tiene intención de ser el primero en hablar, lo hago yo.

—He venido a hablar contigo —prosigo.

Cierro los puños con suavidad, como un acto de nerviosismo. Jayden me muestra una sonrisa felina que logra ponerme los pelos de punta.

—No has venido a hablar. Has venido a negociar —me corrige con soberbia—. Chicos, llevaros las cajas al local —les dice a sus compañeros sin girarse a verlos.

Su mirada está tan fija en mí que siento que me va a taladrar. Los jóvenes hacen lo que él les ha ordenado. Cada uno coge una caja entre sus brazos y, luego, se aproximan a la salida que tienen a su espalda hasta desaparecer así de mi vista. El dilatas da un paso hacia a mí, mordiéndose el labio inferior mientras una sonrisa se va haciendo presente en sus labios otra vez.

—Vamos al grano, señorita policía. Guardaré silencio si haces la iniciación para entrar en nuestro grupo —propone.

—¿Por qué la iniciación, precisamente? —indago.

Él no responde, simplemente se limita a sonreír como viene siendo costumbre.

—¿Solo tengo que hacer la iniciación? —cambio de pregunta.

—Así es. —Asiente.

—¿En qué consiste?

El silencio es lo único que me da como respuesta, y eso logra ponerme más inquieta. Meto mi labio inferior en el interior de mi boca, al mismo tiempo que desvío la mirada del dilatas, pensando bien en lo que voy a hacer.

Si Axel se entera de la verdad, habré fallado en mi primer trabajo, lo que significa que no me asignarán un caso en condiciones. Y, teniendo en cuenta que es mi sueño, no me gustaría que pasara eso. A parte de que ya no podré investigar acerca de los asesinatos que se supone que el expresidiario ha cometido, y eso tampoco me hace mucha gracia. Quiero demostrar su inocencia cueste lo que cueste. Y si eso significa meterme de lleno en un problema del que, posiblemente, luego me cueste salir por mi cuenta, lo haré. Y no mencionemos a los jefes, ellos son los que más me preocupan.

—Está bien —accedo.

Ensancha la sonrisa de oreja a oreja en su rostro.

—Te espero, entonces, mañana a las once de la noche en el local que hay en Fifth Street —me dice descruzando sus brazos—. Ya sabes, la calle que está al lado del paseo marítimo.

—De acuerdo.

—Ah, y recuerda mantener el pico cerrado. Si alguien más de la policía se entera, lo pagarás caro. Tú y tus compañeros.

Dicho esto, Jayden me da la espalda y camina lejos de mí.

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