👑 Capítulo 12
Las puertas del ascensor de comisaría se abren y un bostezo sale sin permiso de mi boca. Salgo hacia la primera planta y comienzo a caminar, con pasos cansados, en dirección al despacho de mi jefe. En cuanto llego, me posiciono enfrente de la entrada, pero enseguida me percato de que la puerta está abierta, por lo que puedo ver a Marshall y a Anton, otro compañero, hablando. Doy un par de golpes con mis nudillos en la puerta, con la intención de hacerme notar, cosa que consigo. Ambos ponen sus ojos en mí.
—Buenos días —les saludo.
—Buenos días —me los devuelve mi compañero con una agradable sonrisa en sus labios.
Sin embargo, Marshall no es así. Él ni siquiera me los da.
—Ven, pasa —me pide mi jefe, haciéndome un gesto con la mano para que haga lo propio.
Entro en el despacho y me acerco a ellos dos. El señor Meadows coge de encima de su escritorio un mono de trabajo de color verde.
—Ten, tienes que ponerte esto —dice entregándomelo.
Cuando lo tomo entre mis manos, lo observo con detenimiento; es el uniforme que usan los barrenderos.
—Axel tiene hoy uno de los trabajos sociales que debe hacer —explica—. Estará de barrendero en Duncan Plaza junto con otros delincuentes. Tú serás uno más de ellos. Anton te llevará allí. Si tienes alguna novedad, ya sabes qué hacer.
Asiento con la cabeza para hacerle saber que he entendido todo lo que me ha dicho.
—En marcha, Kelsey —dice Anton dándome un suave apretón en el hombro.
Este se dirige a la salida de la oficina, pero yo me doy la vuelta y le freno antes de que pueda irse.
—Dame un momento —le pido.
Él asiente como respuesta y, luego, se marcha. Me vuelvo a girar hasta que tengo a Marshall dentro de mi campo de visión. Él me mira con cierta curiosidad e impaciencia.
—Señor, Meadows... ¿Usted confía en Charlie? —La pregunta sale de mi boca con miedo, ya que no sé cómo puede reaccionar mi jefe ante la misma.
Esa pregunta lleva rondándome la cabeza desde la charla que tuve con el padre de Axel ayer. Marshall le conoce, a lo mejor puede darme alguna información que me ayude un poco a saber si debo o no fiarme de él. Aunque el comportamiento tan extraño que presenta, me dice que no confíe en él lo más mínimo.
Mi jefe cruza los brazos sobre su pecho y se sienta en el borde de su escritorio. Él me observa con una expresión de neutralidad en su cara, lo que hace que los nervios que tenía al disparar esa pregunta sean más notables.
—Por supuesto que sí —contesta de forma obvia—. Le conozco desde que empezó a salir con su mujer. Solíamos quedar los tres juntos con nuestro grupo de amigos. Es un buen hombre.
Entonces no hay de qué preocuparse o, al menos, eso creo.
—¿Por qué lo preguntas? —interroga, con curiosidad en sus ojos.
—Ayer Axel me dijo que no me creyese nada de lo que me dijese su padre —respondo encogiéndome levemente de hombros.
—Y tú vas y le crees a él —afirma, arqueando las cejas.
Pues...
—En realidad no creo a ninguno. —Niego con la cabeza.
—Del que menos te tienes que fiar es del muchacho ese —sentencia.
Me lo apunto para la próxima.
—¿Usted conocía al chico? —pregunto casi en un susurro, pero no llega a serlo.
Descruza los brazos y apoya las palmas de sus manos sobre la mesa, a ambos lados de su cuerpo.
—Sí. —Asiente levemente con la cabeza—. Fui a verle al hospital cuando nació, como ya te he dicho antes. Pero de eso hace ya mucho tiempo. —Le quita importancia.
—¿Y usted sigue hablando con Charlie?
—La última vez que hablé con él fue para decirle que colaboraría en el caso de su mujer. —Entrelaza los dedos de sus manos y las deja reposar sobre sus piernas—. Se supone que las preguntas deberías hacérselas a ese criminal y no a tu jefe.
Uy.
—Eh... sí, señor. —Agacho la cabeza en forma de disculpa.
El señor Meadows suelta un sonoro suspiro volviendo a ponerse en pie. Tras restregarse las palmas en sus pantalones vaqueros, posa su mirada en mí.
—Deberías irte ya. —Suelta de golpe.
—Sí, señor.
Dicho esto, aprieto las prendas de ropa contra mi pecho y me dispongo a salir de su oficina. Una vez fuera, diviso a Anton esperándome cerca del ascensor, por lo que comienzo a caminar hacia a él. Veamos cómo sale esto.
🐈
Mi compañero de trabajo aparca el coche patrulla al lado del parque que Marshall nos dijo, junto con otro que parece que pertenece a nuestra comisaría también. Sin decir absolutamente nada, me desabrocho el cinturón de seguridad y me dispongo a salir del automóvil. Una vez fuera, cierro la puerta y espero a que Anton haga lo mismo. Aprovecho su tardanza para estirar el mono de trabajo, ya que se me ha arrugado un poco debido a que esta es una talla algo más grande que la que uso.
Cuando mi compañero ya está fuera echándole el seguro al coche para que nadie se lo lleve, me hace un gesto con la mano para que le siga. Ambos caminamos hacia el interior de Duncan plaza, dirigiéndonos así a otros dos policías más; estos hablan con cuatro chicos que llevan mí mismo uniforme, entre ellos se encuentra Axel. Todos ellos llevan entre sus manos una bolsa de plástico y una varilla metálica puntiaguda que se usa para recoger la basura del suelo pinchándola.
—Ya estamos aquí —avisa Anton en cuanto estamos a tan solo un par de pasos de ellos.
Los otros dos policías le saludan y a mí me miran con un indicio de sonrisa en sus labios. Confirmamos. Son de nuestra comisaría.
—Ya podéis empezar a dejar el parque limpio —les dice uno de mis compañeros
Los delincuentes, a excepción de Axel, sueltan quejas al escuchar la orden del policía. Sin embargo, no tardan en marcharse cada uno por un lado diferente para comenzar con el trabajo. El expresidiario que me interesa, se acerca a mí con las cejas arqueadas y una sonrisa divertida plantada en su cara.
—Estás en todos lados, princesita —comenta con burla—. ¿Qué es lo que has hecho para estar aquí?
—Hace una semana me pillaron cuando estaba por robar la sexta cartera del día —respondo sin más—. Hago esto para no entrar en chirona.
Me sorprendo a mí misma al ver cómo están empezando a salirme las mentiras tan fluidamente. Me he acabado acostumbrando, y no sé si eso es bueno o malo.
—No me extraña que te cazasen. Eres malísima en lo que haces. —Se ríe.
Alzo una ceja, indignada.
—Muy gracioso —digo un poco molesta.
No seré una ladrona de verdad, pero eso me ha fastidiado como si realmente yo fuese Kristen, la matona que roba carteras.
—Vosotros dos —nos llama la atención uno de los policías, haciendo que ambos nos giremos para poder verle—. Dejad la charla para luego y poneros a trabajar de una vez.
Noto como Williams coge una bocanada de aire y luego lo va expulsando de a poco.
—Adiós, princesita. —Dicho esto, el expresidiario se marcha a otra parte del parque.
—Kristen, ven aquí —La voz de Anton se adentra en mis oídos.
Me doy la vuelta y me acerco a él lo más rápido que puedo. Cuando estoy a su lado, él me da los mismos instrumentos de limpieza que tiene el resto y, a continuación, acerca su cara un poco a la mía.
—Te recomiendo que estés un rato recogiendo la basura de por aquí, más tarde intenta entablar conversación con Axel de nuevo —me aconseja en un susurro—. No le atosigues ahora, porque será entonces cuando sospeche. ¿Entendido?
—Entendido —confirmo.
Doy media vuelta y comienzo a caminar hacia una zona diferente a la que ha escogido el resto. Durante el trayecto, voy recogiendo los desperdicios que me encuentro y los voy metiendo en la bolsa de basura. Y he de decir, que son bastantes. La gente de por aquí no sabe lo que es una papelera, al parecer.
Estoy así cerca de media hora y la bolsa ya va por la mitad, por lo que decido empezar a buscar a Axel y ver si puedo sacarle algo más de información, pero ha desaparecido del mapa. A mi espalda se encuentran mis compañeros, vigilando al resto de delincuentes que hacen su trabajo a lo lejos. Sin embargo, por mucho que mire a mi alrededor, Williams no aparece en mi campo de visión.
Empiezo a caminar hacia los policías para poder preguntarles el paradero del expresidiario, pero apenas doy un paso y un grito me detiene.
—¡Niño! ¿¡Es qué tus padres no te enseñaron a tirar las cosas a la basura!?
Al oír este rugido de cabreo a mi derecha, me giro hacia dicha dirección, buscando con la mirada al dueño de esa voz. Y, tras unos segundos moviendo mis ojos de un lado a otro, el criminal que estaba buscando antes, aparece a unos cuantos metros de mí. Llega a ser un lobo y me come. Estaba tan cerca... y yo ni cuenta.
Axel observa con enfado y con el ceño fruncido a un niño de unos siete años de edad, quien le mira desafiante.
—¡Recógelo y tíralo a la basura! —vocifera Williams, pero esta vez, acercándose un poco al crío.
El expresidiario señala una bola de papel de aluminio que hay en el suelo a unos cuantos pasos de él, con la intención de que el niño haga una buena acción y la recoja. El muchacho sonríe maliciosamente y se pone las manos a ambos lados de su cabeza, para después comenzar a mover los dedos de las mismas mientras le saca la lengua, con la intención de burlarse de él y enfadarle más. Uy yuyui, esto se va a salir de control.
—Serás hijo de... —espeta este entre dientes.
Axel suelta la varilla de metal y la bolsa de basura que tiene en sus manos, para luego agacharse al suelo y coger la bola de papel de aluminio.
Corre, niño, corre.
A continuación, alza el brazo con la bola en su mano, con el propósito de tirársela al muchacho. Pero antes de que continúe con la acción, tiro mis herramientas de limpieza al césped y corro hacia él como si la vida del niño peligrara. Cuando el crío ve las intenciones del chico que tiene enfrente, corre en dirección contraria, asustado.
—¡Axel! —chillo su nombre a la vez que le agarro el brazo para frenarlo.
Este más cabreado aún por haberle parado, gira su cabeza hacia a mí bruscamente. Cuando me ve, no tarda en hacerme saber que eso le ha molestado, ya que la expresión de su rostro se endurece.
—¡No puedes agredir a un niño! —exclamo.
—¡Pero si es una maldita bola de papel! —objeta, deshaciéndose de mi agarre de forma brusca.
—¿¡Y qué!?
—¡Pues qué no voy a agujerearle la cabeza con un papel! —Pone la bola justo enfrente de mi cara.
Alejo mi rostro al instante y luego, sin dudarlo un segundo, le quito el papel de aluminio de la mano.
—Hay motivos suficientes para denunciarte si agredes a un menor —le hago saber, mostrándole la bola—. Además, te están vigilando. No creo que ellos opinen lo mismo que tú. Conseguirán que te sancionen.
Desvío la vista hacia mis compañeros para hacerle ver que estos no le quitan los ojos de encima, por lo que se puede meter en un lío importante. Cuando vuelvo la mirada hacia Axel, veo como él traga saliva.
—¿Sabes? También los hay por acoso —comenta en un susurro, fijando sus ojos en los míos.
Williams relaja la expresión de enfado de su rostro y, luego, posiciona sus manos a ambos lados de su cadera, como si me estuviera echando en cara algo. ¿Y a qué viene eso ahora?
—¿Y eso qué tiene que ver? —cuestiono.
Ruedo los ojos a la vez que suspiro y cruzo los brazos sobre mi pecho. Esto provoca que el expresidiario baje la mirada hasta los mismos. Ajem, los ojos los tengo más arriba.
—Tiene mucho que ver. —Vuelve a subir la vista hasta mi cara—. Hay una acosadora justo en mis narices —afirma.
¿Me está llamando acosadora? ¿¡Me está llamando acosadora!?
—¿Perdona? —Arrugo la nariz y arqueo una de mis cejas, indignada.
Esto ya pasa de castaño a oscuro.
—Que me acosas —repite entre dientes.
Williams acerca su cara peligrosamente a la mía, como si fuese un perro rabioso y me fuese a morder por tocarle las narices.
—¡Eso te lo has inventado! —aparto su cara hacia atrás con mi mano, cosa que no parece gustarle, ya que suelta un pequeño gruñido de odio.
—Ah, ¿sí? —Alza ambas cejas mientras deja caer sus brazos a ambos lados de su torso.
Aprieta los puños. Creo que le he cabreado.
—Sí —respondo firme, intentando controlar la tembladera de mis rodillas.
—¿Entonces por qué me seguías el día que salí de la cárcel? —inquiere mientras da un paso hacia mí, provocando que yo lo retroceda—. Ah, ya me acuerdo. Porque intentabas robarme. Y dime, ¿por qué fuiste a la fiesta cuando te dije que no lo hicieras? Ah, espera, también lo sé. Porque eres masoquista. ¿Y por qué escuchaste la conversación con mi padre?
Mierda.
—Por cotilla —continúa diciendo.
Abro los ojos de par en par, sorprendida.
—El estruendo que montaste al darte con la mesa dejaba muy claro lo que estabas haciendo. Por no hablar de la cojera que tenías al andar —me explica al ver mi cara de confusión.
Ya sabía yo que el golpe lo habían escuchado hasta los vecinos.
—Y, por último —agrega—. No me explico cómo llegaste al colegio de mi hermano. Y ahora, mira, estás aquí otra vez. ¿Quieres más pruebas de que eres una acosadora?
Eh... no tranquilo, no hace falta.
—Pues... —murmuro, sin saber cómo contraatacar.
Axel alza las cejas de nuevo, esperando respuesta.
—No —contesto soltando un suspiro de derrota—. Pero no es mi culpa que los de trabajos sociales me hayan puesto aquí contigo. Son solo coincidencias.
Este frunce ceño.
—Mira, vete antes de que me dé por ponerte una orden de alejamiento. O mucho peor. Matarte. —Dicho esto, se agacha para recoger sus herramientas de trabajo.
—No eres capaz —me atrevo a decir.
—¿De qué? —pregunta una vez que ya se ha incorporado—. ¿De matarte? ¿O de ponerte una orden de alejamiento?
—D-de ninguna de las dos cosas. —Trago saliva, nerviosa.
—Tú espera. Queda mucho día por delante.
Al decir esto, Axel me sonríe de medio lado, maliciosamente. Después, sin esperar a que yo diga algo, se da la vuelta y comienza a alejarse de mí.
Ah, pues qué bien, oye. Ahora tengo que esperar hasta mañana para saber si me denuncia o directamente me mata.
Qué bonita la vida, eh.
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