Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

⚠️4⚠️

Se dio por vencido, no esperaba tener que hacer nada importante ese día así que solo se limitó a escribir una pequeña nota y pegarla en la puerta de su cuarto. Dormiría, no estaba en edad para pasar de largo la noche sin consecuencias, por más que su padre bromeara con ella era más en serio que chiste. No se llega al tercer piso invicto.

«Migraña, favor no molestar, dormiré un rato».

Esperaba fuesen conscientes y le dejaran dormir todo lo que su cuerpo necesita y podía, tampoco esperaba dormir de ahí a la noche, no estaba acostumbrado a dormir de día. De todos modos, cuando el cansancio es grande no hay poder humano que pueda con ello, y tan solo tocar la almohada se rindió ante el sueño. Despertó cerca de las once de la mañana, el olor de la comida entraba por las rendijas de su cuarto, o tal vez la fatiga de no haber comido desde la tarde anterior fue lo que lo hizo reaccionar.

Se duchó con calma, estiró su cuerpo y se sintió un poco mejor, al abrir la puerta, una nota en respuesta a la suya estaba adherida a esta.

«Pastilla, por favor trágatela, y deja de leer de noche. Mamá».

Se rio ante ello, algo del sentido del humor de su padre tuvo que habérsele pegado después de tantos años de matrimonio. Y, aun así, se sintió regañado. Se encontró con ella en la cocina, donde meneaba la comida mientras tarareaba. Se dio la vuelta al sentirlo entrar y colocó un plato humeante en el mesón, su caldito de pollo mata enfermedades.

—Buenas noches, al parecer aún debo verificar que el niño se haya ido a dormir durante la noche —le amenazó—. ¿Me obligarás a hacerlo?

—No, señora —contestó entre risillas.

—Trágate eso y ojalá te quemes por chistoso —le riñó.

—Yo también te quiero mucho, madre.

Se sentó suspirando y sintiendo el cerebro palpitarle dentro del cráneo. Frente a él, el vapor del plato le calentaba el rostro, pero le distraía de los demás dolores. Tomó un par de sorbos, no sin antes soplar cual velas antes de beber. Claras, sustanciosas y deliciosas, como siempre cuando cocinaba su madre, don que nunca heredó ni por accidente.

Trató de no pensar en nada de momento, tantas cosas que hacer y muchas por resolver, pero el dolor debía mitigar antes de seguir y enredar las cosas. Miró lejos, más allá de la sala y la puerta que daba a la calle. En la terraza, su abuelo estaba sentado en la mecedora tan quieto que cualquiera se preocuparía por su estado, solo recibiendo el aire y respirando por inercia. Una presión en su pecho le hizo sentirse contrariado, de cierto modo le acongojaba ver a su abuelo en ese estado, pero toda la situación que estaba viviendo no le permitían ver con buenos ojos a ese mismo hombre. De no ser por esa enfermedad, ¿qué podría estar haciendo?

—Tiene más de noventa, cálmate —susurró para sí mismo, volviendo a su sopa.

—Tal vez no lo recuerdes, pero solía ser un hombre bastante vigoroso pese a su edad, incluso estando tú pequeño podía correr como si fuera un adolescente —dijo su madre, con la mirada fija en su abuelo—. No me acostumbro a verlo así tan...

Por un segundo se puso nervioso, había jurado que su madre escuchó su susurro, pero al parecer solo había notado su ensimismamiento al observar a su abuelo. Solo eso, nada más. Suspiró para sus adentros.

—¿Lo conociste sin... su enfermedad? —indagó, la curiosidad era su única fuente de información.

—Claro que sí, cuando conocí a tu papá él era joven y fuerte, se le veía tan lleno de salud que fue extraño verlo tener los primeros síntomas, y sin embargo... —titubeó con tristeza reflejada en su rostro—. Cuando quedé embarazada de Anto las cosas se pusieron feas, empezaron sus cuadro psicóticos y violentos.

—¿A qué te refieres con violentos? —preguntó alarmado.

—Hubo una vez que intenté darle su medicación, estaba un poco alterado porque no recordaba donde estaba y no veía a sus hijos como los recordaba, así que... —Poco a poco fue descubriendo su antebrazo, allí, una cicatriz que siempre vio volvió a brillar sobre su piel, una triada de largas líneas arrugadas—. Al parecerme vio como una amenaza y me atacó, tuvieron que agarrarlo entre varios y sedarlo al punto de la inconsciencia.

—¿Eso... lo hizo él? —volvió a preguntar con la sorpresa en el rostro.

—Tiene más fuerza de la que crees, mijo, vivir del campo da bastante resistencia —comentó, y volvió a lo suyo en la cocina.

Aquello le dejó muchas incertidumbres y temores, si era capaz de salir con esos arrebatos de ira tan descabellados por la enfermedad, ¿qué más podía hacer? Una duda más apareció en su cabeza.

—¿Ha vuelto a suceder? —preguntó—. Los ataques, quiero decir.

—Un par de veces, el médico tuvo que recetar un sedante muy potente de emergencia para esos momentos, porque se estaba volviendo un peligro incluso para él mismo —contestó con pesar—. Tu padre detesta usarlo, no sabe cuales son sus efectos secundarios, pero es eso o arriesgarnos a que haga algo peor. Estando tus hermanos tan pequeños y cerca de él, no quiso arriesgarse.

Se terminó su caldo en completo silencio y cavilaciones, con aquella información muchas dudas sobre su familia y orígenes le dieron que pensar. Pocas veces se había detenido a pensar en ello, las diferencias entre sus padres son notorias, aunque tengan la edad que tienen, se notaba que fueron criados en lugares y formas diferentes. Sin embargo, las fechas no le estaban cuadrando mucho. ¿Hace cuanto se conocían realmente sus padres?

Regresó a su habitación y rebuscó entre sus cosas viejas, un pequeño álbum de fotos que había conservado durante su adolescencia donde pegó muchos recuerdos de su infancia. Entre aquellas imágenes, algunas pertenecían a la boda de sus padres y los nacimientos de sus hermanos. Su abuelo aparecía en casi todas, incluso las más antiguas de ellas, se veía como un hombre imponente y de carácter, pero lleno de vitalidad y cordura. Tan diferente a los despojos que quedaban de él.

Había algo en todo ello que no le cuadraba, las fechas. Sus padres se conocieron hace sesenta años, de casado llevaban cincuenta y cinco, pero el último asesinato registrado tuvo lugar hace cincuenta años casi, por lo menos según reportes periodísticos y policiales; sin embargo, sus padres ya vivían en Barranquilla desde antes del matrimonio de ellos, ¿cómo era posible que pudiese suceder todo eso con su abuelo allí también? La geografía no mentía, la distancia entre una ciudad y otra era enorme. Se imaginaba muchas maneras, incluso para la época, pero la evidencia fotográfica le ponía en duda muchas de sus teorías.

Trató de hacer una cronología de su familia, un enredado árbol genealógico y poder comparar una cosa con otra, aunque para tener exactas todas las fechas debería leer el diario hasta el final. La verdad absoluta se encontraba entre esas amarillentas hojas, el rastro de sangre y destrucción que dejó aquel sujeto hace medio siglo.

—¿Por qué siento que algo falta aquí? —susurró para sí mismo.

—¿Dijiste algo, cielo? —indagó su madre, asomada a la puerta de su habitación.

—Eh... No, nada. —Sonreí—. ¿Dónde está papá?

—No estoy segura, diligencias dijo —contestó, entre dudosa y pensativa—. Pero a esta hora ya se debió haber quedado chachareando, ¿lo necesitabas para algo?

Sí, pero no se sentía seguro de decir o preguntar algo al respecto, porque, ¿qué razones tendría para tener curiosidad sobre su pasado tan de repente?

—No, solo me extrañaba no escuchar sus chistes malos.

—No lo invoques, por favor —se burló su madre.

Respiró profundo, no se le ocurría alguna otra manera de tener es información y las fotos no hablan por sí solas. Necesitaba sí o sí hablar con alguien, preferiblemente que tuviese la información de primera mano, y eso solo lo podía obtener de los mismos implicados. ¿Su madre sería una mejor opción?

—Por cierto, cielo. —Su madre había regresado, interrumpiendo sus pensamientos—. No creo que tu padre llegue pronto, ¿podrías ayudarme con tu abuelo? Hay que darle el almuerzo, pero tengo que seguir lavando la ropa.

—Claro, ya bajo.

—Gracias, te compensaré en la cena.

Se marchó con una sonrisa de alivio en el rostro, dejándolo a él con una sensación extraña de preocupación. Los arrebatos de ira eran peligrosos al parecer, aunque a esa altura de su vida no estaba del todo seguro de que tanto daño podría hacer. Su movilidad era limitada, no sabía cuanto tiempo llevaba postrado sin mover un solo músculo, más allá de los necesarios para trasladarse de su silla de ruedas a la mecedora o la cama. No debería preocuparse, pero tampoco bajaría la guardia.

Bajó a la cocina, allí encontró un plato servido y tapado. Era una especie de sopa un poco espesa, con verduras y pollo desmenuzado casi hecho puré. No humeaba, pero se sentía un poco caliente al tacto. Esperó un par de minutos, mientras, sus pensamientos seguían haciendo cálculos sobre fechas y tiempo, y una idea descabellada apareció de la nada. ¿Y si le preguntaba a su abuelo? ¿Qué tanto podía pasar?

Tenía dos opciones: la primera sería un completo silencio a modo de respuesta, no podía esperar que en su estado le relatara con pelos y detalles exactos su vida entera, mucho menos que confesara ser un pedófilo y asesino serial; y la segunda opción, la más improbable, obtener algún tipo de reacción de su parte que puede incluir uno de sus arrebatos de ira. ¿Y si dentro de ese caparazón oxidado aun se encontraba ese hombre inteligente que una vez fue? Sería peligroso dejarse ver tan evidente con sus preguntas, mucho más ante su principal sospechoso.

—Buenas tardes, abuelo —saludó con cortesía, entrando a la habitación donde reposaba—. ¿Cómo se encuentra? ¿Vio algo interesante esta mañana?

Sabía que no le contestaría, su mirada estaba fija en el espacio vacío sin siquiera mover un dedo, como una estatua demasiado realista.

—Es hora de almorzar, espero tenga hambre porque mamá podría enojarse, ya sabe cómo es —continuó hablando, de alguna forma quería sacarlo de su letargo.

Se sentó a un lado en la cama, colocando la bandeja sobre sus piernas y mirándolo fijamente al rostro. Seguía sin moverse. Removió un poco la sopa, esperando que el poco calor que quedara saliera a través del vapor, tampoco esperaba quemarlo.

—Abuelo, ¿me escucha? —preguntó, mirando con atención sus gestos—. ¿Me reconoce, sabe quién soy?

Lo vio apretar la mandíbula, pero nada más que eso. Ya era un avance, uno que le emocionó y al mismo tiempo, llegó a preocuparle.

—Debe comer, así que por favor abra la boca —sugirió, llevando una cucharada a su boca.

Con aparente esfuerzo, ladeó la cabeza fijando sus ojos en Alejandro. Un brillo de rabia cruzó por ellos, algo de comprensión y entendimiento, o por lo menos eso creyó haber visto en él.

—¿Todo bien? —preguntó.

Silencio, solo un leve fruncimiento del ceño, tan ligero que casi fue imperceptible. Lo vio abrir la boca, solo un poco, lo justo y necesario para alimentarse. Y así lo hizo, sin más problemas ni movimientos, pero aumentando el ceño fruncido y sin apartar la mirada de Alejandro. Se sentía incomodo, en especial cuando empezó a escupir la comida.

—Por favor, debe comer, no escupirlo —se quejó, limpiando su boca con un pañuelo.

—Jis... —murmuró.

—Si no quiere, solo...

—Jise... —gruñó.

Alejandro quedó por un instante paralizado, no eran solo escupitajos adrede, estaba tratando de hablar y, por ende, la comida salía de su boca al no poder controlar sus movimientos. De momento, no eran más que gruñidos y murmullos inteligibles, pero tenía seguro que estaba molesto por algo. ¿Estaba tratándolo mal de alguna manera?

—¿Quiere decirme algo? —indagó con cautela, sin dejar de mirarlo con profunda curiosidad.

Silencio, volvió a cerrar la boca sin dejar de observarlo con fastidio. Ya le era muy obvio, no le gustaba su presencia allí.

—Lo siento si le incomodé, pero debe comer de todos modos —expresó Alejandro.

Continuó con su labor, escuchándolo solo emitir suaves gruñidos sin escupir la comida. Sin embargo, al terminar y empezar a recoger todo el desastre, volvió a intentarlo. Suaves murmullos sin sentido, mezclados con gruñidos de enfado y un tic ligero en sus manos. No podía moverse, ¿por qué?

—José... —murmuró con rabia—. José...

—¿Quiere que llame a mi papá? —preguntó extrañado.

—As... —borboteó—. As...

—¿Qué? —Se acercó a él para tratar de entender lo que decía, pero no podía más allá de suaves gruñidos de frustración.

En su rostro, la desesperación y la rabia iban en aumento, demostrando lo enjaulado que debía sentirse dentro de su propio cuerpo en ese estado. Sin embargo, era lo más expresivo y comunicativo que había visto en su abuelo desde que llegó, una chispa de miedo se encendió dentro de él.

—¿Terminaste, Ale...? —Entró su madre, dejando la frase a medias al ver la expresión de su suegro—. Alejo, aléjate ahora, despacio.

—No creo que pueda hacer mucho —contestó, pero, aun así, se levantó con cuidado llevándose consigo todos los utensilios.

—No me arriesgaré. —Del cajón contiguo a la cama, sacó una cajita metálica donde había una jeringa ya preparada.

Con rapidez, su madre le inyectó el líquido transparente en el brazo de su abuelo, quien en ningún instante apartó la mirada de él. Poco a poco, sus ojos se fueron cerrando pese a su resistencia, aun así, no pudo sostenerse por mucho tiempo. Se quedó profundamente dormido.

—¿Exactamente qué pasó? —indagó su madre con más calma, saliendo de aquella habitación.

—No lo sé, alcanzó a decir el nombre de papá, pero no logró gesticular más de eso —contestó pensativo—. ¿Había pasado algo así antes?

—Más de las que me gustaría —suspiró.

—¿Qué... medicamento era ese? El que le inyectaste.

—El sedante que te mencioné, es horrible verlo así pero peor sería dejarlo desatarse —comentó su madre.

Alejandro solo la siguió en silencio, la rigidez en sus hombros era tan visible que casi parecía ver un ladrillo caminando. Aquellos momentos eran peores de lo que imaginaba si lograban que su madre entrara en ese estado.

—A parte de eso, ¿hay algún otro síntoma cuadro psicológico con la demencia? —se atrevió a preguntar Alejandro, la curiosidad podía más que él.

—No que sepa, según el psicólogo hay demasiados síntomas que es casi imposible encajar los específicos para su enfermedad —explicó con la mirada perdida—. Pero los básicos, por así decirlo, los presenta todos de manera casi crónica.

—¿Te ayudo en algo más? —Desvió el tema.

—No, cariño, así esta bien, ve a descansar —contestó con una sonrisa.

Se dirigió a su habitación conectándose de nuevo en su laptop, esta vez en busca de artículos científicos y médico sobre aquella enfermedad. Tenía una ligera idea de lo que se trataba, pero había cosas que no le encajaban en todo su cuadro sintomático. Al parecer, era normal tener cambios de personalidad con la enfermedad, pero no era tan común los arrebatos de ira descomunal como lo que había contado su madre. Por otro lado, más allá de problemas motores, no decía anda de parálisis completa.

Nuevas dudas surgieron. ¿Qué medicamentos eran los necesarios y qué efectos tenía? ¿Acaso el sedante provocaba a largo plazo esa parálisis?

Tal vez, y solo tal vez, así como tuvo ese lapsus de lucidez al verlo, ¿podría tenerlos con mayor precisión y duración para moverse más allá de un ligero tic? Aquella frase volvió a su cabeza, «tiene noventa años, ¿qué tanto puede hacer?». Pero ahora, con lo sucedido y las incongruencias sobre su enfermedad, empezó a dudar sobre ello.

Empezamos modo médicos

Lo que uno termina aprendiendo siendo escritor, eh?

En fin, mis pulguitas, qué tal el capitulo?

Mantendré ese largo de caps para este libro y siempre habrá una nota del diario post capitulo.

Ahora, que creen que pase de aquí en adelante?

Estoy yendo bien o lo creen lento?

Leo sus opiniones, pueden ser sinceros, mis pulguitas, no los torturare después, tranqui.

(Sí muerdo, muajajaja)

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro