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«La tarde del día de ayer fue hallado en una zona baldía el cuerpo de un menor de edad varón, con claros signos de tortura, un estado algo avanzado de descomposición y desnudo, por lo que no se descarta una posible agresión sexual. La identidad del menor aún no se determina, debido a la carencia de documentación con el cuerpo. La ropa fue hallada algunos metros del cuerpo, el cuerpo técnico de medicina forense no ha determinado las causas exactas del deceso, pero se estipula un posible estrangulamiento».

—¿Todo bien, Alejo? —indagó su madre, mirándolo con preocupación.

Su mirada se había quedado pegada a la página del periódico, su expresión de completo horror había alertado a sus padres quienes lo observaban confusos. Alejandro se obligó a reaccionar y sonreír a la fuerza, con solo leer por encima una nota periodística con intensiones amarillistas, no podía sacar ningún tipo de conclusión. Las casualidades podían existir, pero, ¿a ese grado?

—Todo bien, madre, no te preocupes. —Tomó un largo sorbo de su café, esperando pasara el mal sabor de boca que le dejó aquella noticia.

—¿No se ven noticias así por ella en cachacolandia? —indagó su padre.

—No con niños, la verdad —contestó, dejando salir un suspiro—. ¿Cuál es la tarea de hoy?

—Dejar el desván impecable, tan brillante como tacita de té —se burló su padre, tratando de aligerar el ambiente.

—¡José! Está de visita, no abuses —le riñó su esposa.

—Pues que sirve de algo, ¿no? —se encogió de hombros.

Aquella conversación había calmado un poco su ansiedad, el cambio de tema de momento era crucial para no delatarse con sus padres. No creía que estuviesen en edad para enterarse de algo así, menos si un miembro de su familia está relacionado con eso. Un infarto al pobre corazón de sus padres no estaba en lista.

—¿Harás lo mismo cuando Anto y Nico vengan a casa? —continuó su madre.

—No, esos ya están viejos, más que este —se rio a carcajadas, seguido con mucho disimulo por Alejandro.

—Señor, sigo siendo joven —replicó este.

—Pues ese joven no me dijo lo mismo ace un rato. —Entre risas, se levantó dado por terminado su desayuno en familia—. Mueve el trasero, al desván.

—Sí, como diga, abuelo —se burló, con una idea surgiendo en su mente y dirigiéndose a su madre—. ¿Puedo quedarme con esto?

—Claro, cielo.

—Ya colecciona periódicos, cosas de viejitos. —Y volvió a carcajearse.

Subió a su habitación colocando el cerrojo tras de sí, no podía permitir que entrase alguno de ellos mientras tuviese el diario en sus manos. Debía cuidarse, cuidarlo y mantener todo en completo secreto de momento. Podía ser solo una casualidad, podía incluso ser una broma de mal gusto, pero en su interior algo le decía que, aunque no tuviese nada que ver con esa noticia del periódico, todo lo que allí había era real. de serlo, tenía evidencias de un asesino serial en sus manos, pero, ¿quién era?

El diario estaba en esa casa, entre los montones de cosas sin usar de sus padres, pero era tan viejo que no podía ser de ellos. ¿Su abuelo? ¿Cómo podía un hombre con demencia hacer todo eso?

5 de octubre, 1954.

Tan solo aquella segunda entrada tenía más de sesenta y cinco años, en esos días pudo ser un hombre vigoroso y lleno de energía, un hombre de gran imponencia y sabiduría. No lo podía saber, todo lo que recordaba de él eran borrosas y escasa, pequeños momentos de juegos donde sabía que era su nieto, otros donde lo confundía con su padre y lo miraba con recelo desde lejos. Jamás entendió eso, pero nunca se puso a pensar, ¿qué clase de hombre fue su abuelo?

Leyó la noticia completa, volvió a leer la primera entrada del diario y siguió viendo las similitudes. Eran demasiado claras para ignorarlas, pero al mismo tiempo, tan diferentes que podía ser una simple casualidad. Al fin y al cabo, era solo una noticia, trágica, pero no relacionada con eso. Aun así, subrayó del periódico algunas cosas de interés y lo guardó en lo profundo de su cajón.

Salió de su habitación encontrándose casi de cara con su padre.

—¿De casualidad no has visto cosas... —dijo su papá, haciendo una pequeña pausa— interesantes en el desván?

—¿Cosas como qué exactamente? —indagó Alejandro preocupado.

—Cosas en general, salvables, que se puedan usar —explicó—, tu madre quiere ver si hace una donación a la iglesia.

—Ah, no que recuerde, por ahora —contestó aliviado—, hay tantas cosas ahí.

—Bueno, ya tienes una nueva tarea —sonrió amplio y maquiavélico.

—Pero...

—¡Buena suerte!

Suspiró, las bromas de su padre jamás pararon y estaba completamente seguro que seguirían pasando los años y no se detendría. Sonrió, muy en el fondo había extrañado esa familiaridad.

Sacó su tapabocas y subió al desván, un escalofrío le recorrió el cuerpo completo. Seguía siendo el mismo lugar cutre y tenebroso que conoció, pero ahora con un monstruo real y peligroso que pudo haberse refugiado allí para escribir su diario. Peor aún, la sensación de seguir merodeando su hogar y el de sus padres lo puso nervioso. Respiró profundo y empezó a hacer su labor.

Con mucho cuidado y atención, fue recogiendo todo trapo y objeto rescatable separándolo de la verdadera basura del lugar. Así mismo, como pudo observó cada rincón y cada caja en busca de la llave. Seguía sin saber cómo podría ser, pero en su situación sin señal de nada, cualquier cosa sería bien recibida. Sin embargo, la hora del almuerzo había llegado y nada había aparecido más que cuatro cajas llenas de ropa y juguetes para donar, y cantidades singulares de basura.

La fatiga, el calor y un creciente dolor de espalda lo obligaron a bajar, el delicioso aroma de la comida estaba llamándolo en cuanto puso un pie cerca de la sala. Su madre se encontraba tarareando una melodía mientras terminaba de cocinar, su padre no se veía por ningún lado, pero alcanzó a escuchar murmullos fuera de casa.

—¿Tienes hambre, mijo? —indagó su madre sin darse la vuelta.

Había estado de espaldas a él, aparentemente concentrada en su labor, sin embargo, logró percibir su presencia aun sin mirarlo.

—Bastante, sí —contestó.

—Me alegra —dijo y giró sobre sus pies—, pon la mesa, ya casi sirvo el almuerzo.

Su mirada ceñuda le advirtió que hablaba en serio, por lo que se dirigió al baño sin decir más nada. Lavó sus manos y regresó, buscando la vajilla y demás. En su cabeza, las escenas de una infancia un poco confusa aparecieron como destellos. Sus hermanos mayores siempre se encargaban de esa parte, acomodar la mesa y ayudar a su madre a preparar todo mientras su papá llegaba. Casi podía imaginárselos ahí mismo caminando a su alrededor, riendo y conversando entre ellos como cualquier otra familia.

Era curioso, muchas cosas de su niñez se habían esfumado de su memoria sin una razón aparente, pero había destellos que no comprendía respecto a su familia, más con una mezcla de desazón y confusión. Entre ellas, algunas de esas llegadas empezando el atardecer con extrañas expresiones en sus rostros, tanto de su padre y abuelo. Ambos eran muy parecidos físicamente, pero había algo en los ojos de su papá que lo diferenciaba por completo, como si una parte de su alma saliera a través de ese brillo inteligente que siempre refulgió en sus pupilas.

—¿Ya estamos listos? Me muero de hambre —exclamó su padre desde la sala con un suspiro de cansancio, encontrándolo casi espatarramado sobre su sofá—. ¿Aja? Esta servidumbre si es lenta, ni porque le pagamos.

—No me pagas, me tienes de esclavo —se quejó, viendo la deslumbrante sonrisa burlona de su padre.

—Aún no sabes lo que es ser un esclavo de verdad, mi querido hijito —replicó sin dejar de sonreír.

—¡A comer!

Se dirigieron al comedor en silencio, pero aquella mirada y sonrisa no se fue de su memoria. Su padre ya no sonreía, pero sabía que era la misma de aquellos días, la cosquilla que causó en su memoria dejó un sabor extraño en su boca. Aun así y por más que luchó, el recuerdo no apareció completo, solo se esfumó tan rápido como apareció.

La imagen de su abuelo relacionada a aquello no se despejó, sabía que detrás de esa mente adormecida por la demencia se escondía algo demasiado turbio como para querer desenterrarlo en ese momento. Son embargo y dadas las circunstancias, sabía que tendría que hacerlo en cualquier momento, ya sea para saciar su estúpida curiosidad o para pagar el precio por ella.

Comieron entre risas y conversaciones triviales, cosas normales teniendo en cuenta el extraño sentido del humor de su padre. Al terminar, ayudó a su madre a recoger la mesa y limpiar la vajilla mientras su padre revisaba su arduo trabajo. Caja tras caja, clasificó por categoría lo que podía donar y a quienes, marcando las cajas con rotulador. Todo perfectamente ordenado, maní que jamás había dejado y que nunca haría.

Aprovechó aquel momento de distracción de sus padres y regresó a su habitación, donde se encerró y volvió a leer el diario. Aquella advertencia y primera entrada le seguían causando confusión, no quería sacar conclusiones apresuradas sin tener más información, pero no podía sacarse esa idea de la cabeza. Volvió a leer también el reporte del periódico, pero no se quedó solo con eso, busco en internet desde su computadora más información del caso.

Se había revelado poco sobre los detalles, pero si se adentraba lo suficiente podía llegar a blogs donde comentaban al respecto. Los detalles e imágenes que logró encontrar le apretujaron el estómago, era solo un niño de unos diez años, con toda una vida por delante arrebatada por algún infeliz. Según eso, había sufrido más de lo que pudo imaginar, mucho más que el niño de la primera entrada del diario. Por un lado, el alivio volvió, no tenía nada que ver con esto, pero, por otra parte, el modus operandi le era reconocible,

En sus años de pregrado, recordó una monografía que había hecho sobre asesinos seriales, por ello quizá le era familiar, pero tampoco era posible. Eran sujetos que estaban muertos o encerrados en la cárcel, pudriéndose en la oscuridad de sus celdas de alta seguridad. Eran monstruos sin corazón, sin moral ni ética, y algunos de ellos tenían tantos años como su abuelo. Era imposible, ¿cierto?

—¿Alejo? —llamó su madre—. ¿Qué haces, cielo?

—¡Voy!

Cerró todo y regresó a la cocina, tras la ventana que ventilaba aquella habitación pudo ver el cielo naranja dando paso a la oscuridad de la noche. ¿tanto tiempo pasó leyendo en su cuarto?

—Solo estaba leyendo, ¿necesitas algo? —indagó como si nada.

—Ya es hora de cenar, pero aun no termino así que necesito que me hagas un favor, tu padre salió a llevar las cajas a donación —explicó.

—Dime.

—¿Podrías preparar a tu abuelo para bajar? No puede quedarse mucho tiempo encerrado, ya sabes, hay que distraerlo. —Se encogió de hombros.

—Claro, ya voy.

Subió nuevamente y entró a la habitación de su abuelo, el verlo tan perdido aun le encogía el corazón de cierta manera. Sin embargo, la sensación de escalofrió aun persistía cada vez que se acercaba a este. Dejó eso de lado y se puso manos a la obra. Busco en su escaparate toallitas húmedas, con eso no lo limpiaba del todo, pero hacía algo para refrescarlo. Entre su ropa, trato de buscar algo adecuado y fresco para que pudiese estar un rato en la terraza, mirar lejos a algo con vida fuera deesas paredes podía hacer algo para mejorar su estado mental.

Sacó una camisa, un pantalón y sus zapatos. Sin embargo, entre estos últimos encontró una nota amarilla, la letra que allí había mecanografiada era igual de pulcra que la advertencia del diario, y junto a esta, una extraña llave color cobre con extraña forma. Era la llave.

Su corazón se detuvo por un segundo, su respiración se volvió errática y sus manos empezaron a temblar con nerviosismo. Estaba a espaldas de su abuelo, este no podía mirarlo ni si giraba la cabeza, pero, aun así, sintió el peso de su presencia como un enorme monstruo colosal que lo perseguía.

«La curiosidad es un arma de doble fijo, puede ser la que mate al gato por ceder a su tentación, o puede ser la que le de las herramientas para saber quién sigue en el juego. Tic Tac, empieza el conteo»

Respiró profundo y se guardo ambas cosas, termino por preparar a su abuelo entre manos temblorosas y el palpitar incesante de su corazón en su pecho. En la cena, a duras penas pudo disimular el palpitar de su persistente temor y los pensamientos que acribillaron su cabeza. No podía solo olvidarlo, pero tampoco podía evitar hacer relaciones entre una cosa y la otra. La llave estaba entre sus cosas, ¿Cómo era posible? ¿acaso sus padres nunca revisan sus cosas cuando lo preparan para salir?

Eso no podía ser solo una casualidad, alguien había puesto esa llave ahí antes que el entrara, pero, ¿quién?

El asesino aun rondaba por ahí, estaba seguro.

Tarde pero llegué

Este cap debió llegar ayer pero recién pude terminarlo, así que aquí está

Espero les haya gustado, me cuesta la verdad, tenia rato que no escribía algo tan crudo como esto y si romance

Más adelante estaré llorando por ello, porque aun no presento todos los personajes

Muajajajaja

Leo teorias, sé que las tendrán

Los quiero mis pulguitas preciosa.

Deséeme suerte

Dia cero sin crisis de ansiedad.

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