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Capítulo 9 (día 3)

No logró vivir. Tenía toda una vida por delante, pero solo logró disfrutar unos pocos años de esta maravillosa aventura. Llantos y murmullos lo despidieron, pero nada se pudo hacer; lo intentaron en vano, porque ya sabían que no iban a poder salvarlo y que siguiese viviendo normalmente como si no hubiese pasado nada. Cuando alguien muere, siempre hay gritos; de furia o simplemente suplicando de que no sea verdad, solo un sueño que parece real. Esta vez, los gritos fueron ambos. Ellos no tenían la culpa, simplemente no se pudo hacer NADA; decidió irse y dejar a todos tristes y llorando.

Todos lloraron, de tan solo pensar que un simple "asesino" le arrebató la vida a un pequeño niño. No tenía límites, lo que estuviera planeando o lo que hacía solo para divertirse estaba saliéndose de control.

La noticia de que el niño del señor intendente había muerto, conmovió al todo el pueblo e incluso a algunas partes del país que estaba muy informado sobre lo que ocurría en aquél pueblo, que ahora había recibido el absurdo nombre de "Alturas, el pueblo de la Navidad maldita". Claro que era una falta de respeto y no era para bromear lo que estaba pasand0, pero siempre había alguien que quería llamar la atención aunque lo haga con algo que fuese tan terrible.

La hora de la muerte de Andrés Leonardo Aldes fue a las dos de la tarde con cuarenta y cuatro minutos, cuando estaba siendo operado por unos huesos rotos. La noticia llegó unos diez minutos después a los padres, quienes estaban dándose un descanso mientras almorzaban junto al oficial Albino, quien ya estaba al tanto de la búsqueda de su hija; pero no demostraba su felicidad porque le parecía un poco inadecuado que festejase mientras una familia sufría la pérdida de su pequeño hijo. Un niño tan inocente, que al cielo se había ido.

El funeral iba a ser después de la Navidad, por respeto al ya difunto Peter, que era de la familia de Aldes, aunque solamente se habían visto un par de veces en las cenas familiares más grandes. La señora Aldes, parecía estar en otro mundo porque casi no hablaba ni se movía; aunque todos entendían el deteriorado estado de la señora que se desmoronaba apenas daba un paso. Ella quería hacer el funeral de inmediato, pero su esposo se lo impidió por la razón del respeto hacia Peter.

Andy fue tratado como cualquier otro muerto. Fue llevado a la morgue, donde esperaría hasta que lo enterrasen.

Albino había esperado en el hospital hasta que llegó Lucía, ya que su compañero y amigo Cardona le había dicho que no se preocupase, que la ambulancia ya estaba por llegar. Cuando llegó, fue el primero en ver el deteriorado estado de su hija que reposaba en la camilla y fue corriendo a su lado hasta que los médicos no se lo permitieron más y se tuvo que quedar en la sala de espera de ese piso que era el número tres. Se la veía en muy mal estado, y le preocupaba mucho. Su madre se había tomado el primer avión que traía al país, para luego tomarse un micro y llegar al pueblo; pero quizás tardaba HORAS.

Lucía fue trasladada a la habitación luego de dos interminables horas. Albino no había entendido muy bien lo que le habían hecho a su hija, pero lo que sí comprendió fue que ahora iba a estar mejor. No toleraría que el psicópata (que decía que no lo era) vea a toda la ciudad alarmada, y no quería que su hija se rindiera y se fuera junto al pequeño Andy.

Las horas pasaron mientras que estaba en la sala de espera ya que faltaba todavía para el horario de visitas. Cuando ya eran las siete, un médico se le acercó y le comunicó que ya podía pasar a ver a su hija, y si había algún otro familiar cercano vagando por el hospital, también podía entrar a la habitación; pero Albino le respondió que era el único. Los amigos de la chica no habían ido a visitarla por el imple hecho de que estaban encerrados en sus casas, bajo la protección de sus padre, e Iván estaba en el hospital con su padre, que había sido llamado para una revisión.

Entró a la blanca habitación y se encontró a su hija que lo esperaba lo más tranquilamente posible. No estaba viendo la televisión, sino que miraba muy atentamente a la pared blanca que tenía en frente; sus dos ojos color miel estaban muy bien abiertos, y no parecía para nada adormecida.

—Hija... estás bien.

La chica giró su cabeza hacia la puerta, donde se encontraba su papá.

—Él ha sido, papá— dijo con un tono de voz natural y el de una niña pequeña—. Él ha hecho que Andy y Peter muriesen y que Julio Castillo quede sin un solo ojo. Casi me mata, pero a ti te quiere y no ha querido dañarte.

Luego de decir eso, cerró los ojos lentamente por causa de la anestesia. Albino se quedó extrañado y llamó a uno de los médicos, quien le dijo que podía llegar a decir cosas sin sentido gracias a lo que le habían inyectado para que no sintiese el dolor.

Cuando salió del cuarto, se encontró con que Iván y Guillermo lo estaban esperando.

— ¿Cómo está tu hija? — preguntó Guillermo, dándole unas palmaditas en el hombro.

—Bien... muy bien. Está diciendo locuras, pero está bien— caminaron por el largo pasillo y cuando doblaron para ir a la confitería, le dijo—: Quiero saber sobre ese tal Morales.


Morales estaba en la comisaría, junto a otros policías. Él, en especial, estaba custodiando al Santa Claus del centro comercial. No entendía muy bien la causa por la que estaba allí encerrado, pero el simplemente recibía órdenes. El hombre que interpretaba al barbudo se llamaba Omar Sánchez, tenía cincuenta y un años y vivía solo en una casa cerca de la comisaría. Toda su familia lo había abandonado para irse a vivir a Estados Unidos, ya que él no había querido irse y no sabía hablar inglés como todos en su familia lo hacían.

Un hombre solo, que no había completado sus estudios, eso era. No un criminal, sospechoso de quien sabe qué. Fue a buscar una libreta y se sentó en una butaca, enfrente de aquél hombre.

—Omar Sánchez, ¿no es así? — El hombre tras las rejas asintió—.Usted es acusado de...

—No lo sé— respondió levantando los hombros—. Simplemente me dijeron que me tenían que tener en la mira, y me trajeron aquí. Mi jefe debe de estar furioso conmigo.

Morales asintió.

—Ya lo creo. Igualmente creo que mis compañeros le avisaron que lo habían detenido; pero ni yo sé el por qué.

—Es que... hay unos asesinatos y puede que piensen en mí; pero yo soy muy buena persona y nunca me atrevería a matar a alguien... me da asco la sangre.

—Comprendo—Escribía velozmente en la libreta, todo lo que decía Omar le interesaba, aunque fuese que le piscaba la espalda.

Permanecieron unos minutos en silencio, hasta que Sánchez lo rompió.

—La niña...—dijo—...Es Lucía Albino, ¿no?

—No sé de quién está hablando— lo miró extrañado.

—La hija del oficial Albino, ¿es Lucía Albino?

Morales asintió y le preguntó por qué quería saber eso.

—Él... va tras ella.




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