Capítulo 4 (día 2)
—N-no puede ser — masculló Albino. La carta del asesino estaba en sus manos, aquél nombre podía llegar a ser... el del psicópata; no le importaba si decía que no era un psicópata, igualmente lo era— ¡Nos ha dicho su nombre! — gritó.
Guillermo lo fulminó con la mirada y argumentó:
—No nos ha dicho su nombre, nos ha dicho el de alguien más. Quizás el de la persona que no tiene ojo.
—Busquemos donde vive, entonces.
Junto a los otros oficiales que los habían acompañado a la escena del crimen, abandonaron el lugar; no sin antes llamar a la ambulancia y ordenarles a la policía científica que examinen el más mínimo detalle.
Cuando llegaron, fue acompañado por Cardona hasta su oficina para poder rastrear a aquella persona. Primero pusieron el nombre en el buscador del pueblo y les apareció el número de documento, el cual sirvió para rastrear su dirección donde, probablemente, residía.
No se encontraba muy lejos el domicilio, así que decidieron ir a hacerle una pequeña visita.
Lo que más les sorprendía era que, en su búsqueda, no habían encontrado su nombre en el hospital del pueblo ni en ninguna clínica privada. Si había perdido un ojo, necesitaba atención médica... y él pareció no tenerla.
Eso les dio motivos para ir rápido hacia él, no querían que nadie más muriese. Buscaron refuerzos y partieron.
—Me parece que tienes que doblar a la derecha— le indicó Álvaro a Guillermo, quien estaba conduciendo.
Su compañero le hizo caso, pero a las dos cuadras, exclamó:
—Estaba yendo bien, te confundiste— Giró hacia la izquierda y retomó por el camino de antes. Ese era el camino correcto.
—No sabía que conocías tan bien esta parte— dijo Albino, pero luego se arrepintió.
—Conozco la mayor parte del pueblo.
Tras unos veinte minutos de viaje, aparcaron enfrente de una pequeña casa que parecía estar cayéndose a pedazos. Las hierbas tapaban los escalones de la entrada, los cuales su pintura blanca parecía gris. Un tronco cortado todavía se encontraba allí, junto a sus ramas y las hojas que estaban esparcidas por todo el lugar. La madera de la casa estaba llena de moho y se veían rasguños.
Un perro empujó a Guillermo quien trastabilló y rápidamente desfundó su arma.
—Hey, tranquilo. Solo es un inofensivo perrito— lo tranquilizó su compañero mientras acariciaba al chucho. Le faltaba pelaje por algunas zonas y se le veían las costillas; estaba tan delgado que parecía que no había comido por semanas.
Le dio pena y pensó que se había asustado y por eso no lo había visto.
Aquella casa estaba un poco alejada de lo que era el centro del pueblo. De la calle principal salía un pequeño camino de tierra, el cuál conducía hasta aquí, en el medio de la nada. Seguía más para adelante y comunicaba con la casa de los Aldes, la familia con más dinero del pueblo debido a que el padre era el intendente.
En frente de la casa, había un bosque lleno de árboles y carecía de animales; por lo que no se podía cazar, además de que estaba prohibido. Cardona fue hacia el bosque, tal vez así descubría lo que había asustado al inofensivo perro; pero antes de partir, se lo comentó a su compañero.
—Si hay noticias, háblame a la radio. No tardaré mucho y si lo hago, vayan a buscarme— Tragó saliva y dijo—: Si hay un loco cerca, no dudará en matarme.
Albino asintió y fue a investigar el fondo de la casa.
Guillermo no le tenía miedo a la muerte y muchas veces estuvo a punto de conocerla. Una vez, le habían disparado en la espalda y estuvo internado por un mes porque había agarrado un resfrío y los médicos estaban preocupados.
Escuchó el crujido de unas ramas y se volteó hacia aquél lugar; pero no vio nada. Se dijo que probablemente era producto de su imaginación, igualmente no se tranquilizó. A lo lejos divisó una construcción... una cruz; fue rápidamente hacia allí para inspeccionar la zona, pero al llegar se dio cuenta de que no había ninguna cruz, no había nada.
Intentó tantear la cruz "invisible" pero no logró tocar nada. No había ninguna cruz, simplemente lo había imaginado. Retrocedió unos pasos pero se cayó al piso y desde allí abajo vio la calavera con la cual se había caído.
Su respiración empezó a ser agitada y su cordura parecía no hacerle caso. Cerró y volvió a abrir los ojos para ver si la calavera estaba allí y se dio cuenta de que era de verdad, no de utilería.
Y gritó lo más alto que pudo, lo más alto que sus cuerdas vocales le permitían. Nunca antes había gritado de esa manera, un grito de horror que heló la sangre de Álvaro cuando lo escucho. Fue un grito tan alto que todos los policías que estaban en esa zona lo escucharon, y fueron en busca de él. Las aves que estaban en sus nidos que se encontraban en los inmensos árboles del bosque volaron despavoridas; huyendo de aquél grito de aquél hombre ordinario que estaba asustado, por primera vez en mucho tiempo.
Los policías lo encontraron tirado en el suelo, con los ojos bien abiertos y con la cara de haber visto un muerto, aunque no había nada a su alrededor. Llamaron a una ambulancia y se lo llevaron al hospital, le diagnosticaron que estaba en shock y que debía quedarse allí por un par de horas.
Mientras que Guillermo encontraba esa calavera, Álvaro investigaba la casa.
Era de un solo ambiente y adentro solo se encontraba un retrete, una cocina y una pequeña heladera, un sillón y un catre plegable de color verde. El olor a muerto que había en aquella sala era impresionante y el hombre nunca había olido alguno así. Le agarraron ganas de vomitar, pero se aguantó para no perder su honor que había crecido con el paso de los quince años que llevaba en la estación de policías.
En la parte trasera del sillón, había un gran hueco que daba lugar a una no muy grande caja. Al abrirla, pudo observar como una libreta estaba cubierta de gusanos. Otra vez, le agarraron las ganas de vomitar, pero se contuvo. Se puso en las manos unos guantes, que siempre llevaba consigo, tomó la libreta para ver su contenido; en las hojas no había nada escrito, salvo en la última que decía:
¡Centro comercial "Alturas" te invita a sacarte una foto con Santa Claus!
De lunes a domingos, desde las 4:30 pm hasta las 9:30 pm.
¡También puedes dejarle tu carta!
Se llevó la libreta consigo y se fue afuera. El olor a muerto de aquél lugar ya le estaba haciendo doler la cabeza y el aire limpio del bosque le daba cierta paz.
Al minuto y medio de haber salido de ese chiquero, escuchó el grito que todos escucharon e inmediatamente fue corriendo hacia dónde provenía; pero uno de la policía científica no lo dejó y le ordenó que entre en su patrulla. No entendía por qué se lo estaban llevando a él, hasta que lo vio; unas llamas intensas se observaban en el bosque, las sirenas de los bomberos se escuchaban a lo lejos. El fuego quemaba la madera de los árboles, haciendo que algunos se cayeran y otros simplemente aguantaran hasta que los consumiera enteros.
También vio como sacaban a su compañero Guillermo Cardona de la vegetación, y como una ambulancia se lo llevaba.
Tras haber llamado a la policía, esperanzada de que su padre la atendiera, fue al centro comercial para ir a almorzar. Tenía ganas de pasear, así que se puso ropa nueva y se fue caminando ya que no quedaba muy lejos. Aquél lugar era muy grande y uno de los edificios más antiguos del pueblo, además de la escuela y la gran casa que estaba en frente de la casa. Iba allí cada fin de semana con sus amigos o sola; para ver una película o para comprar ropa; para almorzar o para tomar un helado. En el patio de comidas, había lo que deseabas; además de comidas rápidas, también había restaurantes por lo que también estaba bueno.
Decidió ir sola por dos motivos; primero porque seguramente sus amigos le dirían que no, y segundo porque quería pasar tiempo sin compañía de algún conocido.
Al llegar, vio el gran trono de Santa Claus, y en él estaba sentado este. Se lo veía con cara de aburrimiento ya que no había ningún niño a su alrededor. Se le ocurrió una idea para matar el aburrimiento, así que se acercó al Santa y se sentó en su rodilla.
—Venga, ¡sonríe! —dijo apretando el botoncito de la cámara del teléfono. La foto había salido bien y el hombre disfrazado había sonreído— Gracias.
Lucía escuchó el ruido de las sirenas de policía y se fue corriendo a una tienda de ropa para adultos. No sabía por qué se escondía, hasta que escuchó la voz de su papá; pero no pudo aguantar más y fue a saludarlo, desde hacía mucho que no lo veía.
— ¿Pero qué haces aquí? — Fue el grato saludo de su padre—. Pensé que estabas en casa.
—Estaba en casa— dijo con sarcasmo—, pero vine aquí para almorzar. Tal vez porque tengo un padre que no me cocina y nadie nunca me enseñó— lo regañó, aunque era cierto. Como su madre se ausentaba mucho y su padre apenas podía mantener la casa en pie, ella no sabía nada de nada sobre asuntos domésticos—. ¿Qué está pasando?
—Estamos en medio de un caso, ve a comer y luego hablamos.
Lucía estaba a punto de quejarse, pero su padre volvió a donde estaban sus demás compañeros. Si era cierto que luego le iba a contar lo que estaba sucediendo, iría a comer sin chistar.
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