Capítulo 16 (día 5)
Traigan como mínimo diez patrullas— ordenó Guillermo a través de la radio.
—Señor, no podemos mandar tantas— le contestó un policía de la misma manera—. Ya muchas están rastreando el pueblo pero no podemos mandarles diez a ustedes. Como máximo les puedo mandar tres.
Guillermo finalmente cedió y se lo fue a comunicar a Albino. Este solamente asintió, aunque su compañero no le había preguntado nada.
Rápidamente, se subieron a la patrulla del hombre y se fueron directamente hacia el bosque, con o sin patrullas. A mitad del camino, Cardona recibió un mensaje en su celular y al abrirlo, se quedó perplejo; no debían estar juntos. Sin avisarle nada al conductor, se bajó del automóvil cuando los detuvo un semáforo y se fue corriendo por el camino contrario al que estaban yendo.
Álvaro siguió adelante porque le daba igual lo que le ocurría a su compañero, ni siquiera le importaba algo, solamente la salud de su hija... y quizás un poco la de Iván. Ya estaba por llegar al bosque cuando se dio cuenta que le faltaba nafta, pero no fue a recargarla y le importaba muy poco si lo perseguían y se tenía que subir y arrancar rápidamente. Es más, hasta tenía ganas de morir si era posible.
Estacionó antes de llegar al camino de tierra el cuál conducía a la casa de ese tal Julio Castillo y a la mansión de los Aldes. Pobre familia, pensó; le daba mucha pena por lo que estaban pasando a dos días de la navidad, donde las fiestas deberían de ser divertidas y geniales por la reunión general que tenías con la familia, ¡y cómo olvidarnos de los regalos! Caminó por el sendero de tierra hasta llegar al bosque y una vez allí, abrió la mochila que había llevado. Ya debían de ser pasadas las cuatro de la mañana, pero igualmente parecía como si fuesen las doce debido a la completa oscuridad.
Había llevado una linterna para alumbrar el camino, así que trató de encenderla, pero se dio cuenta que no tenía pilas. Maldijo por lo bajo y la volvió a guardar bruscamente. Por suerte, había llevado fósforos, así que decidió encender uno y con eso guiarse. El camino ya estaba empezando a desaparecer, así que planeó ir todo derecho para no perderse, igualmente tenía consigo su celular el cual tenía un mapa. Recordaba cuando era pequeño y no había tanta tecnología, por lo que debía usar una brújula o un mapa. Se rió al pensar en esas épocas y recordó que él tenía un escondite secreto en ese mismo bosque de Alturas.
Ya se había olvidado de Guillermo, en su cabeza solo estaba el pensamiento de ir a esa cueva donde solía esconderse cuando su madre lo llamaba para que se vaya a bañar. Álvaro no vivía muy lejos de allí cuando era niño, y es más, el bosque era mucho más pequeño. Cierta parte de este era "artificial" para decirlo de una manera, ya que varios habitantes de Alturas en el mil novecientos, plantaron árboles para celebrar el año nuevo. No eran súper grandes, pero lograban no dejarte ver a lo lejos.
Muy apurado se dirigió a esa cueva donde siempre se escondía. Recordaba que no era la misma en la que su compañero encontró al niño de los Aldes y a Julio Castillo, quien todavía se estaba recuperando de aquella "droga" que el psicópata le había inyectado o hecho ingerir. Los médicos que atendieron a su hija, le habían sacado sangre a esta para poder analizar lo que el asesino le estaba inyectando a sus víctimas. Todavía la respuesta no se había descubierto, pero esperaba que pronto sea algo de lo que puedan hablar sabiendo de qué se trata.
Ya no necesitó más el fósforo cuando llegó a la mitad del bosque. Recordaba que su refugio quedaba en la otra punta, así que se sentó en una roca y empezó a comer un sándwich que había llevado por si tenía hambre. Sí, sin duda parecía como cuando era más pequeño.
Siguió caminando por el bosque y allí se encontró el gran hueco entre la piedra. Era una especie de pequeña montaña de ese material y en ella se encontraba un arco con una gran profundidad que daba lugar a una especie de pasillo que quizás había despejado alguien hacía muchísimo tiempo atrás. Sin más rodeos, se adentró en él. No tenía por qué caminar agachado, ya que era un poco más bajo que el techo y no llegaba a rozarlo.
Tuvo que acostumbrarse a la oscuridad por un rato, hasta que pudo encontrar la caja de fósforos en la mochila. Había sido tan tonto de no haberlo hecho antes cuando se encontraba fuera de ese lugar tan oscuro. Prendió una y se asustó al ver el cuerpo de Iván tirado en el suelo. Se agachó para quedar a su altura y lo sacudió un poco; también lo llamó por su nombre, pero el niño parecía estar sumergido en un profundo sueño. Lástima que se había tomado toda la botella de agua, sino se la tiraría encima para que se despertara.
Estuvo unos diez minutos sacudiéndolo y llamándolo, pero aún seguía en ese estado. Decidió voltearlo porque había empezado a oler el aroma metálico de la sangre y empezar a sentir un líquido que manchaba su mano. Deseó que no fuera cierto, pero lo era.
Rita se encontraba charlando animadamente con su amiga Marina en el living de la casa de esta última. La madre de Lucía le estaba pidiendo consejos a la otra señora sobre qué hacer en esa situación, debido a que era psicóloga.
—Lo único que debes hacer, es tranquilizarte. Si no te tranquilizas, no podrás hacer nada más que estar nerviosa— le recomendó.
La mujer asintió, aunque sabía que era imposible. Ya se le habían acabado las lágrimas, aunque quería seguir llorando. También se preguntaba dónde se encontraba su marido, pero no le importaba en absoluto; lo único que quería era ver a su hija sana y salva. Luego de despedirse de su amiga, se fue a su casa caminando ya que quedaba a menos de dos cuadras. Por el camino, se encontró a Guillermo.
—Lo siento mucho, señora.
—También lo siento por usted y por su esposa que estaba muy lejos. Espero que los encuentren pronto y a ese asesino también— dijo Rita, casi dejando escapar una lágrima.
—Tengo esperanza, sí. ¿Quiere que la acompañe hasta su casa? — se ofreció.
Rita asintió. Mientras tenga con quien charlar, era feliz.
Al llegar a la casa, lo invitó a tomar algún refresco por el calor que hacía en la calle. Él aceptó cordialmente. Después de charlar un rato, él la retó a jugar a una partida de cartas, a lo que ella le respondió que sí mientras ser reía. Hacía mucho que no jugaba y ya había perdido la práctica que tenía y un poco ya no se acordaba de cómo se jugaba.
Cuando Guillermo le ganó sin trampas a la señora Albino, se despidió dejando que Rita pudiera dormir la siesta plácidamente sin que nadie rondara por la casa, aunque muy bien no iba a poder dormir sabiendo que su hija estaba desaparecida y, para colmo, su esposo no había estado en casa para el almuerzo.
Ya se estaba por dormir cuando sintió como alguien abría la puerta trasera de la casa, pero no logró levantarse porque alguien la empujó y le tapó la visión, al mismo tiempo que le ataba las manos y la metía en una bolsa.
Alumbró con el fósforo al chico, y pudo ver como alguien le había cortado parte del cuello, haciendo que perdiera muchísima sangre del lado derecho, donde estaba el corte. No podía creerlo, no podía creer que estaba muerto. Unas lágrimas escaparon y se deslizaron por sus mejillas y otra vez estaba gritando, pero el nombre de Iván.
Se preguntaba cómo se lo comunicaría a su compañero Guillermo, también pensaba si su hija seguían aún con vida. Esto era una terrible pesadilla de la que quería despertar y olvidarse de todo esto, como con todos los sueños que siempre se desvanecen; pero no, esto era más real que todas las muertes que ya ocurrieron.
Esta navidad iba a ser muy triste para todos.
Se dio cuenta que la persona que había matado a Iván era zurda, al igual que el "no soy un psicópata" así que lo más probable era que se trataba de este mismo.
Álvaro tuvo una leve sospecha de quién se podía tratar de aquél asesino sin piedad, pero no podía creer que le haya tomado la vida a Iván. No, no podía ser él...
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