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Capítulo 11 (día 4)

Tras recibir el llamado, fueron hacia la casa de la señora que había encontrado la carta. Cuando llegaron los tres hombres, vieron a la señora vestida aún con la bata y con ruleros en el cabello canoso, a pesar de que ya eran las dos y media del mediodía. Ella fue corriendo hacia la patrulla desesperada, y agitando los brazos.

— ¡Me llegó la carta a mi buzón! ¡¡Me llegó la carta a MI buzón!! ¡¡¡Voy a ser la próxima en morir!!! — Con cada frase, aumentaba su tono de voz. Luego, irrumpió en llanto.

—Tranquila, señora. No le va a pasar nada si se tranquiliza.

La señora invitó a los tres policías a entrar, les ofreció limonada y galletas; pero a los hombres esto les pareció innecesario, ya que no tenían todo el tiempo del mundo y solo les importaba la carta. Con un tono de voz, un tanto brusco, Morales le dijo a la señora que les mostrase la carta; esta frunció el ceño y pareció enojarse, pero luego su rostro volvió a la nueva expresión neutral y los llevó de nuevo hacia el jardín delantero, donde se encontraba el buzón.

Albino tomó la carta y empezó a leerla.

Estimados oficiales:

Las muertes que han estado sucediendo y el no muy grato secuestro de Lucía Albino (que fue en contra de mi voluntad, pero lo tuve que hacer igualmente) NO SON AL AZAR, ni casualidad. El mundo no es tan perezoso para que estos maravillosos sucesos que yo estoy creando sean casualidad, porque yo, queridos amigos, tengo cuidado con cada uno de los detalles. No crean que tengo todo el tiempo del mundo, porque la verdad, no es así; pero igualmente me encanta hacer esto y como soy muy detallista y perfeccionista este es mi nuevo hobby.

Puede que sea una persona mala, pero igualmente disfruto esto. Tal vez ustedes supongan que es por venganza, porque si no ¿quién mataría a un niñito de seis años?

Seguramente están leyendo esta carta el jueves, el cuarto día de este "juego" de asesinatos; pero todavía faltan tres días para la navidad y tres asesinatos por cometer. La falta de imaginación para que estos crímenes sean geniales no es nula, porque mi mente puede crear tantas cosas que puede que asuste ¡y hasta un día escribiré un libro!

En cuanto a tu hija, Albino (que supongo que como tú eres el "líder" debes de estar leyendo esta carta), no es mi culpa que se meta donde no la llaman. Le inyecté algo para que no recordara lo que pasó, al igual que al niño de los Aldes y a Julio Castillo. Es algo inventado por mí ¡Jaja! Y muy fácil de hacer. A Julio lo hizo más fuerte y pudo seguir viviendo a pesar de lo que le pasó; pero Andrés, al ser un niño pequeñito, la sustancia lo mató. Igualmente les aseguro que no sufrió, porque eso te saca el dolor. Lucía casi la palma, pero pudo luchar. Por suerte no murió, porque me cae bien la niñata esa, y si moría no me lo perdonaría nunca... aunque recibió lo que merecía por entrometerse en asuntos que no son para niños.

En la carta anterior, les di una pista; y ahora también se las daré.

No soy un psicópata.

Posdata: Uno de ustedes morirá, tuvo suficiente tiempo para vivir; pero no es uno de los más viejos de la comisaría, es el más joven. Hoy, es su día de muerte. (Sé que no soy bueno haciendo acertijos, pero lo he intentado. No juzguen)

Albino abrió la boca en una gran "O" y se la pasó a su compañero Cardona, quien luego se la dio a Morales. Este último, dejó caer la carta al suelo y se tapó la cara con ambas manos mientras murmuraba: «no, no puede ser. Seré yo, seré yo». Era claro que el "acertijo" decía que el más joven que trabajaba en la comisaría sería asesinado, y ese era Nicolás Morales.

Le agradecieron a la señora y se fueron a la comisaría. Iban a ordenarle a alguien que vigilara al joven, para evitar que un loco lo asesinara y así quedarse más tranquilos de que Morales no corría ningún riesgo. Llegaron a las tres a la comisaría, y el que iba a vigilar al hombre llegaba en quince minutos más, por lo que los otros dos compañeros se quedaron con él. Ambos estaban preocupados, porque lo que menos querían era que muera alguien más y que la gente se descontrole nuevamente. Para Albino ya era mucho lo que estaba pasando, y le preocupaba su familia y todo el pueblo. Él era amigo de la mayoría de los habitantes que había en aquél no tan aburrido pueblo, y no iba a tolerar que un chistoso se pusiese a matar por diversión y venganza.

El guardia llegó, y ambos compañeros se fueron a sus respectivas casas debido a que esa semana ya estaban teniendo mucho trabajo y se encontraban estresados.

Cuando Álvaro llegó a su casa, se encontró a su hija esperándolo sentada en el sillón.

— ¿Qué haces aquí? — Le preguntó enfadado— ¡Tendrías que estar en el hospital!

Lucía bajó la mirada al suelo y apenas abrió los labios.

—Me escapé— espetó, aún con la vista baja.

La cara del padre se tornó de un rojo de ira y avanzó hacia ella, hasta que la madre se asomó desde la cocina y lo saludó alegremente.

—Esta niña...— rió— No me acordaba que era tan chistosa, la fui a buscar. Los médicos dicen que ya está bien y tiene que tomar dos pastillas al día; ya las tengo aquí.

— ¡Pero si esta mañana estaba destrozada! — Exclamó aún sorprendido.

— ¡Oh! — rió nuevamente Rita, tapándose la boca y bajando el tono de voz para que su hija no la escuchara— Le inyectaron algo.

El hombre levantó las cejas y caminó por el pasillo que llevaba a la habitación donde él dormía solo, cuando su esposa estaba trabajando. Cerró los ojos y se durmió al instante, ya que estos días apenas pudo descansar y estaba despierto gracias al café y las bebidas energizantes que se compraba en el quiosco que estaba cerca de la comisaría.

Sintió como su mente ya no estaba aprisionada por la certeza de que gente iba a morir; ahora, en esos momentos, él no se sentía un "héroe" que evitaría sucesos atroces.

La madre de Lucía se descostillaba de la risa, mientras que la chica la miraba extrañada. Sabía que su madre era una persona extrovertida y se reía por cualquier cosa; pero veía innecesaria esa risa.

La risa de la madre cesó y se sentó al lado de su hija abrazándola y diciéndole lo mucho que la quería y que no se perdonaba que no hubiera estado siempre con ella. Estuvieron un buen rato así, hasta que Lucía se alejó y subió escaleras arriba, hacia su habitación. Ayer había sido la cena, y había dejado la notebook en la sala de estar; pero cuando volvió del hospital, la volvió a esconder detrás de su armario para seguir tratando de adivinar la contraseña, ¡total, ya sabía cómo eliminar las fotografías que la máquina le sacaba!

Una vez más, la sacó de su escondite y prendió la radio a todo volumen, para que su madre pensara que estaba escuchando la música que el canal de esta pasaba. Se sentó en el escritorio y se recogió el pelo, para no tener calor ya que hacía treinta grados como mínimo. Se puso a pensar, hasta que se dijo que las dos personas que él amaba eran ella y su madre, así que probó poner "Rita y Lucía" y viceversa pero no funcionó. Se dio cuenta, que en el cartel que anunciaba que debía poner una contraseña decía:

«Este archivo está Restringido, por lo que debes poner La contraseña Aquí, señor Albino»

¡Esa podía ser la contraseña! Probó poniendo «rlaa» pero apareció la gran cruz roja en la pantalla. Esta vez, puso «rlalbino» y contempló lo que tanto había deseado y esperado con ansias. La cruz, se transformó en un gran tick verde y dio paso a las letras del archivo. Bajó la vista hacia donde indicaban cuantas eran y se dio cuenta que rodeaban la cifra de cinco mil. Maldición, pensó, para estar bien informada deberé leer todo esto. Estaba claro que su padre no dormiría una hora para ella tener suficiente tiempo para leer completamente el documento. Empezó a leerlo, hasta que sonó el timbre del teléfono fijo y bajó las escaleras para atender. Según había escuchado minutos antes, su madre se había ido a comprar la cena.

Su padre le ganó, porque él atendió antes al teléfono. Su rostro se transformó en una expresión de enojo y colgó con fuerzas. Salió corriendo hacia el cuarto se puso su uniforme y se fue sin decir ni una sola palabra.

Ya le había llegado la hora a Nicolás Morales.



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