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Capítulo 10 (día 4)

La madre de Lucía hacia media hora que había llegado al pueblo y ya estaba de camino al hospital. Había tardado en ir debido a que se había bañado ya que estaba toda sudorosa, y se había puesto presentable para ver a su familia por primera vez en mucho tiempo. Se tomó un taxi y con aire acondicionado, por lo que cuando salió, sintió todo el calor de golpe y no daba más; pero se mentalizó de que debía ser fuerte y la única que estaba gravemente enferma era Lucía, no ella.

Entró al gran edificio y preguntó por Lucía Albino, le contestaron que se encontraba en la planta tres, habitación treinta. Eran las seis de la mañana, el primer horario de visita. En la recepción del tercer piso, se encontró a su marido charlando con los dos Cardona; le sorprendió ver a Iván tan grande, ya que hacía mucho que ambas familias no se juntaban a cenar desde que la mujer de Guillermo se había mudado con su madre muy enferma.

La sorpresa que se llevó al ver a Guillermo con esa barba es difícil de explicar. Se preguntaba cómo no tenía calor; pero al parecer, él lo llevaba muy bien y le gustaba tener ese estilo.

Se sentó al lado de su marido y saludó al resto del grupo.

—Pero Guillermo, ¡tienes una barba que asusta! — rió.

—Me la he dejado crecer para... ya sabes, probar nuevos cambios— rió el también, y el resto del grupo.

Álvaro y Rita (que ese era el nombre de su esposa) se despidieron de los Cardona y fueron a visitar a su hija. La encontraron durmiendo plácidamente, como si fuese un angelito. Rita pensó que no era la mejor situación para comentar los cambios de Lucía, quien antes tenía el cabello corto y ahora lo tenía más largo, quien ya casi llegaba a los pies de la cama, a quien no la había visto crecer. La entristecía pasar tiempo fuera de su hogar, pero a ella le gustaba viajar; pero a su marido no, a él le gustaba quedarse en un lugar para toda la eternidad. Lucía ya tenía a sus amigos aquí, y además este era su hogar. Se prometió tomarse un tiempo sin trabajar para descansar junto a su familia.

Rita era una mujer muy preciosa con sus cabellos dorados y sus ojos avellanas. Era alta y muy delgada, aunque le gustaba mucho la comida y siempre probaba nuevos platillos; pero de tanto ir y venir de un lugar a otro, le hacía mantener la forma. Su cara estaba habitada de pecas, y llevaba unos anteojos que, dependiendo del vestuario que llevase puesto, los cambiaba según su color. Los padres de Lucía se habían conocido cuando tenía veinte años en este mismo pueblo, ya que ambos nacieron en Alturas; eran grandes amigos, pero finalmente fueron una pareja y a los tres años de haberse puesto de novios, se habían casado. Rita siempre recordaba que justo después de haber dicho el «sí, acepto», a su esposo lo habían llamado de que había un asalto en el supermercado con mano armada. Por suerte, Álvaro había dicho que no podía y luego vino la fiesta, donde amigos, conocidos y familiares habían bailado junto a ellos. Amaba ese pueblo, pero ya le cansaba.

Volviendo a Lucía, la habían tenido cuando ella tenía veinticinco años; por lo que ahora ya tenía treinta y nueve, a pesar de que no se notaba ninguna arruga en su bello rostro.

La incertidumbre de saber todo sobre su hija, hacía que desease que se despertara rápido; pero la comprendía, ya que había pasado un momento difícil y un loco la había secuestrado. De tan solo pensar qué habría pasado si Guillermo no la hubiese encontrado...

Unos minutos después de haber entrado en la habitación, Lucía abrió los ojos.

— ¡Hija, por fin despertaste! — Celebró su madre abrazándola—Pensé que me iba a ir sin verte los ojos de nuevo— rió. Era una mujer que bromeaba en cualquier momento.

—Tenía sueño— fue el único comentario de Lucía, ni siquiera saludó a su madre o dijo cosas incomprensibles como había pensado su padre.

Se quedaron un rato en silencio, hasta que ella dijo:

—Tuve un sueño, estabas vos, papá. Me mirabas como si fuese una loca.

Álvaro la miró extrañado.

—Ayer te vine a visitar, estabas despierta pero medio adormecida por la anestesia. Dijiste cosas raras, pero fue por lo que te inyectaron.

Lucía pronunció un «ah» y volvió a cerrar los ojos. Ellos se fueron de la habitación y se lo comunicaron a la enfermera que estaba a cargo de ella.

Salieron del hospital y fueron a comer a su casa. Ninguno de los dos sabía cocinar, por lo que pidieron una pizza y se sentaron a comerla en completo silencio. No había mucho de qué hablar, solo de los viajes de su esposa; pero eso no le importaba en lo absoluto. Terminaron de comer, y él fue llamado para ir a la comisaria, mientras que ella iría a l agencia de turismo y pediría un mes de vacaciones, porque después de todo, se lo merecía más que nadie.

Cuando Álvaro llegó a la comisaría, se encontró a Morales y a Cardona charlando muy animadamente. Todavía no confiaba mucho en Morales, puesto que el intendente se lo había comentado. Lo había visto muchas veces, había ingresado hacía tres años; pero solo trabajaba ordenando los papeles de la bóveda, y por esa razón no se lo conocía tanto. Estos seguían charlando, sin darse cuenta que estaba él, pero en un momento empezaron a elevar la voz.

Llamó la atención de ambos policías, y estos se dieron la vuelta asustados.

—Se-señor, me estaba explicando por qué Omar Sánchez está encerrado.

—Es simple— casi lo interrumpió Cardona—.Un niño nos ha dicho que era un hombre con barba, parecido a Santa Claus y él fue el primero que se nos ocurrió. Tiene un expediente un poco largo, principalmente porque fue detenido como unas veinte veces por conducir borracho, y una vez casi ahorca a una señora la cual no le quiso dar una moneda. No es un muy buen hombre, que digamos; además es un vagabundo.

—Pero nada de eso lo incrimina, señor— lo inmutó el joven.

—Últimamente, estuvo vagando por la zona de la casa de los Aldes y la de Julio Castillo... por cierto, ¡es increíble que haya sobrevivido tanto cuando le clavaron algo en el ojo hasta sacárselo! Nunca nadie había visto algo así de espantoso.

—Seguramente— se integró Albino a la conversación— le inyectaron alguna droga o algo. Eso nos lleva a algún científico o alguien que haya estudiado química. Probablemente, sea lo segundo.

—El asesino tiene sed de venganza. Primero le quita el ojo a Julio Castillo, luego se lo manda a la familia Bartel quienes horrorizados, deciden llamarnos. Luego, sucede un asesinato, el de Peter al quien se lo encontró con una gran herida en el cuello y un disparo a centímetros del corazón, el cual causó su muerte. Por último, va tras la familia Aldes y deja a Andy casi muerto, en una cueva en la cual el aire es escaso, pero eso no bastó para matarlo, debe de haber algo más.

»Albino, también está su hija, la cual fue secuestrada. Puede que haya sido solo por entrometerse; pero también fue herida, seguramente alguien la empujó e hizo que se cayera sobre algo porque según los médicos, tenía unos cuantos huesos rotos y detectaron una especie de sustancia no muy común en su organismo. Sin duda, el culpable estudió medicina o algo así— concluyó Morales.

Ambos policías asintieron.

—Muy buena deducción, pero te faltó que algo está conectado con todos los asesinatos, secuestros o "regalos"— agregó Álvaro—; pero no sabemos que es ese algo.

El sonido del teléfono, interrumpió la emocionante conversación que estaban teniendo. Guillermo corrió hacia él, ya que estaba un poco alejado y atendió.

—Comisaría.

Ambos hombres veían como la natural expresión de Cardona se transformaba en una de alteración. A cada minuto asentía, y decía «sí, sí. Tranquilícese que ya vamos hacia allá». La conversación duro unos diez minutos, luego él se acercó y les dijo:

—Una nueva carta de ese tal "no soy un psicópata".



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