Así inicio nuestra felicidad
Hola! Solo quiero aclarar que lo de este capítulo sucede mucho antes del juicio, ojalá y os guste 7u7r
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Como cada noche; recorrió los pasillos de la mansión en completo silencio, viendo de soslayo la preciosa luna llena a través de un amplio ventanal, mientras los arboles se movían suavemente con el frío viento, después de todo estaban en noviembre y las temperaturas solían ser bajas en esas fechas. Claro que para un demonio como él, el clima era algo que le tenía sin cuidado.
Suspirando al ver que su reloj de bolsillo marcaba las dos de la madrugada, se detuvo frente a una amplia puerta de madera lacada que conocía muy bien, sujetando la manija al mismo tiempo que dudaba por una fracción de segundo, si debía entrar o regresar a su habitación a seguir planeando los deberes de ese día. Sabía que todo eso era absurdo, todo lo que creía sentir, simplemente era un deseo carnal que ansiaba satisfacer como muchos otros, no había más. Pero al mismo tiempo era diferente, ya que esta vez se tenía que contener… ¡Maldición!
Desde hace unos meses tenía la misma rutina, tal vez solo era una pésima costumbre, por lo que entró al cuarto de Ciel solo para arroparlo, observando su delicada figura cubierta por las finas sábanas. Su amo era levemente iluminado por los delicados rayos de luna, y por más que lo negara, comenzaba a tener sentimientos por Ciel, pese a ser solo su alimento. Sin embargo, aquellas ganas de protegerlo y cuidarlo no solo se debían al contrato, era algo más, algo prohibido y aberrante.
Todo se estaba saliendo de control. La situación era absurda e impensable, él, Raum un poderoso demonio y comandante de más de cuarenta legiones no podía haberse enamorado de un chiquillo mimado como Ciel Phantomhive. Mucho menos cuando él fue creado para traer iniquidad a los humanos, su propósito era regocijarse de su sufrimiento, maravillarse con aquella sed de venganza; de sus absurdos deseos y satisfacerse con aquel miedo que invadía su miserable existencia cuando estaba a punto de devorar sus almas. Solo son comida, no era correcto amarlos… se dijo, porque son de mundos completamente diferentes.
Los humanos son multifacéticos, frágiles e inútiles si se les compara con alguien como Sebastián. Tienden a cambiar de idea en segundos, mientras que un demonio vive durante milenios, guiados por una ideología antigua, ancestral e irónicamente sagrada. Se rigen por reglas inquebrantables, por lo que desear a un humano de forma afectiva era un crimen, uno de los peores. Lo sabía mejor que nadie… aun así lo deseaba.
Un demonio y un humano jamás podrían estar juntos. Raum había vivido milenios, aun así nunca supo de alguien que se haya enamorado tan patéticamente de un humano, así como él, y si lo existiera, lo más probable es que fuera ejecutado. Pero sus instintos por probar aquel frágil cuerpo, de apariencia sumisa —lo contrario a la actitud hosca de su Ciel—, que yacía en aquella cama eran demasiado fuerte. Era un deseo incontrolable que no tenía la menor intención de seguir reprimiendo, así que con sigilo se fue acercando.
Y con toda la delicadeza que poseía, se apoyó en el colchón, deslizando su mano desnuda entre aquellos mechoncitos de cabello, tan suave al tacto y con un delicioso aroma a fresas, el cual lo tentó a acercar su rostro para percibir mejor aquella sensual y provocativa fragancia; quedando a escasos centímetros del rostro de Ciel, sintiendo su respiración entremezclarse con la suya mientras esos sonrosados labios entreabiertos le invitaban a profanar su dulce boquita.
Era demasiado tentador. Malditamente erótico y seductor, como si el propio cuerpo de Ciel le atrajera en una muda declaración, sugiriendo que deseaba…, no, que anhelaba ser tocado por su frio tacto, besado y amado de toda forma posible. No podía negarse a esa pequeña orden, ¿qué clase de mayordomo sería si no satisfaciera los deseos de su amo?
De manera suave y extrañamente tierna poso sus labios sobre los de Ciel, sintiendo una extraña corriente eléctrica surcar todo su cuerpo. Era una mezcla dolorosa y placenterá, como cuando mil años atrás creó un vínculo con aquel ser… a quien perdió cien años después. Al mismo tiempo era tan jodidamente diferente, porque esa ocasión lo hizo por orden de su padre, esta vez fue una decisión propia besar aquellos rosados y tentadores labios. Solo quería probarlos, saciar su maldita necesidad de sentirlos; nunca pensó que crearía un vínculo inquebrantable con Ciel, mil veces más fuerte que cualquier contrato. Y pese a tener milenios, seguia siendo inexperto en ciertas cuestiones, claramente esa era una, porque mientras unos demonios crean un vínculo al beber la sangre del contrario, a otros les basta tener sexo... con él solo fue necesario un beso robado.
Sus ojos se cerraron, disfrutando de las múltiples sensaciones que aquel efímero y fugaz contacto le proporcionaba, hasta que una calidez inusual y abrasadora se instaló en su pecho, propagándose rápidamente por todo su cuerpo, dándole una sensación de paz y tranquilidad a su corrompida alma. Solo habían sido un par de segundos, sin embargo ese beso era tan significativo para él… para ambos. Irónicamente quedo a merced de ese frágil humano, jurando hacer hasta lo imposible con tal de verle bien, así le costara la vida; incluso buscaría su felicidad, aquella que creía perdida desde hace tres años.
Porque aquel sentimiento que se instaló poco a poco en su ser, realmente era amor. Aquella estúpida sensación que creía inexistente para un demonio le invadió por completo, le consumió e hizo de él un verdadero perro, uno dispuesto a ladrar y dar la patita a su amo en un acto de completa sumisión, obediencia y lealtad por aquel niño de solo trece años que dormía bajo su cuerpo. Tan ingenuo de lo que pasaba a su alrededor. Irónicamente se había enamorado de Ciel Phantomhive… su comida; un débil humano... y desde ahora, el amo de su patética existencia, de sus sentimientos y de todo lo que representaba ser él.
Todo era absurdo, tanto que le provocaba una inmensa rabia haberse enamorado de su contratista pero, cuando estaba a punto de apartarse de Ciel, sintió como esos cálidos labios se movían suavemente en busca de un contacto más íntimo que logro hacer palpitar su frío corazón. De manera lenta abrió sus ojos y contempló a su amo con las mejillas sonrosadas, la respiración agitada y aquellas manitas a escasos centímetros de su pecho, dudando en tocarlo.
Sebastián estaba molesto, mínimo, si se había enamorado de un patético humano quería a su amo, a aquel chiquillo indomable, necio, terco y orgulloso que no hubiera dudado en abofetearle por su atrevimiento. Pero ante él solo estaba un niño tímido y con los ojos cerrados, desesperándole con su maldita actitud sumisa y complaciente. ¡Él no era su Ciel! Solo era un crio que fingía ser adulto en ese mundo de mierda que tanto le había arrebatado, y muy a su pesar, nunca dejaría de sorprenderse con él, por lo que frustrado lo tomó de las muñecas con brusquedad, colocando sus manos por encima de su cabeza.
—¿Pretendes mancillarme, Sebastián? —Soltó lacónico, abriendo con pereza sus ojos—. ¿Romperás el contrato y dejaras salir tu verdadero ser: asqueroso y repugnante, cual vil demonio que eres…?
—Acaso, ¿no tiene miedo?
—¿De ti? —Inquirió con mofa en ese tono altivo que tanto amaba Sebastián—. Solo soy el contenedor de tu comida —espetó ladeando el rostro—, mientras consiga mi venganza lo demás no me importa.
Sus ojos se abrieron y su ceño se contrajo en un rictus de enfado, frustración e impotencia, y por primera vez quiso golpear a Ciel por decir esa clase de cosas. ¿Acaso no le importaba que tomara su cuerpo mientras obtuviera su venganza? Le cabreaba pensar que Ciel dejaría que cualquiera lo poseyera con tal de obtener algo tan estúpido, porque si no era él seria cualquiera. No era especial para ese niño, simplemente un medio, una pieza de ese juego llamado ajedrez, al cual podía manipular a su antojo… solo un juguete, un peón que busca proteger al rey, a Ciel.
Al mismo tiempo era demasiado triste, patético y malditamente molesto todo eso, todo lo referente a Ciel Phantomhive le comenzaba a sacar de sus casillas. Su Ciel se estaba ofreciendo por algo tan banal, como si no tuviera importancia, todo por una estúpida venganza sin sentido. ¿Se creía una ramera, una zorra? ¡¿Era eso?! Por lo que sus preciosos rubíes adquirieron un tono rosa fluorescente. Sin embargo al fijarse mejor en su joven amo, fue capaz de sentir el pequeño temblor que invadía todo su cuerpo y aquellas finas lagrimas que silenciosamente salían de sus ojos fuertemente cerrados… tenía miedo.
Aun es una situación como esa seguía siendo tan malditamente orgulloso, como para no admitir que temía de aquel que juró protegerlo y nunca mentirle. Sabía que no podría hacer nada contra la fuerza bruta de su demonio, aquel ser que lo salvo cuando creía todo perdido, mismo del que se había enamorado perdidamente, olvidando su origen y aquella naturaleza sádica que disfrutaba ver el miedo en los demás; y por primera vez fue consciente de la diferencia entre ambos. Él se había enamorado de un demonio que solo le tomaba como un objeto para satisfacer sus deseos carnales… o eso creyó.
—Lo lamento mucho… bocchan —murmuró, recargando su frente en el cuello de Ciel, cuya piel se erizo por completo ante el suave contacto sobre su cabeza, repartiendo mimos en un vano intento de consuelo.
—Nunca creí que fueras tan patético —desvió su vista hacia la ventana, sintiendo como su hombro se humedecía ligeramente—, Sebastián…
—Raum… —besó tiernamente el hombro de su amo—, mi verdadero nombre es Raum.
Desconcertado, buscó su mirada. No mostraba esa expresión socarrona, de mofa o burla. Muy por el contrario, se encontró con una mirada que interpretó como amorosa, aunque descartó aquella descabellada idea, Sebastián jamás podría amarle como él, tan solo quería su cuerpo… solo eso. ¡Joder! ¿Por qué todo era tan complicado?
—No me interesa —se removió un poco incomodo, al sentir el intenso calor que emanaba el cuerpo de Sebastián—. Haz lo que tengas que hacer y lárgate.
—En ese caso —sus dedos sujetaron con suavidad el mentón de Ciel, robándole un dulce beso, demasiado tierno para un demonio e incluso para el propio Phantomhive, cuyas mejillas se sonrojaron de manera exagerada—, déjeme amarlo.
—¡No juegues conmigo! —Le miró con odio golpeando su pecho para apartarlo.
—No estoy jugando…
—¿Pretendes que me trague ese estúpido cuento? ¿Amarme?, ¿tu, un demonio? No me jodas.
—Jure que jamás le mentiría.
—¡Entonces no lo hagas! —lo abofeteó—. Si vas a utilizarme hazlo y lárgate.
—Jamás haría eso… ¿No entiendes que me he enamorado como idiota de ti, Ciel?
—¿Por qué tendría que creerte?
—No tiene que hacerlo, pero realmente le amo… te amo, Ciel Phantomhive —sus rubíes se clavaron en los zafiros de Ciel, quien le mantuvo la mirada llena de incredulidad—. Yo un poderoso demonio me he enamorado de mi alimento, ahora soy completamente tuyo, un juguete, un peón o un amante
¡Mentiroso! Deseó gritar con todas sus fuerzas aún cuando necesitaba creerle, porque él también le amaba más que a su vida... "Raum" era su vida. Pero sabía que mentía…
—¿Te arrepientes? —Sintió una extraña opresión en el pecho, conforme observaba el rostro de su mayordomo, como si pudiera ser capaz de encontrar un rastro de mentira en sus palabras—. ¿Deseas… dejar de amarme?
—Jamás me arrepentiré de amarlo, bocchan. Jamás.
—Idiota —llevó sus manitas al rostro de Sebastián, sujetando sus mejillas para atraerlo y poder robarle un beso, tímido, suave e inocente—. Yo también te amo, estúpido demonio.
Sus labios torpes e inexpertos intentaban seguir el ritmo del beso que a cada segundo se volvía más pasional y demandante, sintiendo como la húmeda y caliente lengua de Sebastián se adentraba en su boquita, haciéndole soltar vergonzosos gemidos, buscando a su compañera de juego, enredándose con ella, justo antes de succionarla y separarse en busca de oxigeno.
—Mi Ciel —sus labios besaron con ternura el níveo cuello de su amo, descendiendo conforme desabotonaba aquel largo camisón, hasta llegar a sus botoncitos, los cuales saboreó con deleite, con mimo y suavecito, comenzando a despojarse de su ropa.
—Mmm ¡Ah~! S-Sebastián~
Raum se posicionó entre sus delgadas piernas, frotando con descaro su cuerpo contra el de su pequeño amante, que se removía entre suspiros necesitados. Lo deseaba y lo necesitaba con desespero; la temperatura que desprendía su cuerpo era insoportable y tan malditamente asfixiante. Aun así nunca haría nada que Ciel no deseara, por lo que tomó su mentón delicadamente y le obligó a verlo a los ojos, aquella incertidumbre reflejada en los orbes de Ciel, que parecían tintinear con desconcierto por cada acción de su parte le era tan provocativa, y tan sensual que volvió a asaltar sus labios con salvajismo, en algo que no podría ser considerado beso, sino un ultraje a su boca.
Todo dejó de tener sentido, qué importaba que Sebastián fuera un demonio y él un débil humano. Le amaba por igual y aquellas palabras le hicieron sentir protegido, amado y deseado de una manera que nunca imaginó. La distancia cada vez era menor entre ambos, aun así no era suficiente y comenzó a mover sus caderas, sintiendo como el sexo de Sebastián presionaba contra la tela de su pantalón, buscando liberarse.
Quería tocarlo, sentirlo y llenarse de él, saciar no solo sus instintos carnales sino también esa necesidad abrumadora de unirse con aquel pequeño cuerpo, cuyas manitas exploraban con torpeza su anatomía. Por lo que, con malicia deslizó su húmeda lengua por el contorno de aquella perfecta oreja, sonriendo ladinamente al lograr sacar un suave suspiro de los rosados labios del menor.
—Ciel, mi Ciel —se separó lentamente, comenzando a desasearse de toda prenda ante la avergonzada mirada del conde.
Le encantaba esa expresión infantil, con las mejillas sonrosadas y los ojos cerrados, evadiendo la vista de su cuerpo desnudo. Y con fingida inocencia se acomodó bajo las sabanas, atrayendo el cuerpo de Ciel, acurrucándolo contra su pecho terminando de desnudarlo, sintiendo su suave y tibia piel rosarse con la suya.
Lo último que quería era asustarlo y que le ordenara que le dejara tranquilo, después de todo seguían unidos por el contrato y le gustase o no tenía que obedecer las órdenes de su señor. Claro que eso no le impedía jugar un poco con él, incitarlo y tentarle a probar los placeres reservados solo para los adultos, total, Ciel exclamaba cada dos por tres que ya no era un niño, en ese caso comenzaría a tratarle diferente.
De manera inocente, se removió entre las sabanas, rosando el duro falo de su mayordomo, y con la curiosidad propia de un niño, lo tomó entre sus manos, cubriéndose con las sabanas mientras descendía de manera juguetona, hasta tener su rostro frente al miembro erecto de Sebastián. Caliente, palpitante y delicioso, tanto que no resistió sacar su lengua y comenzar a saborearlo, sorprendiendo a aquel demonio que dio un gracioso respingo.
Sus labios se paseaban libremente por toda la longitud de aquel enorme falo, saboreando especialmente la punta, de la cual salía un espeso liquido, descubriendo un sabor adictivo y extrañamente dulce. De hecho, todo Sebastián desprendía un aroma sensual, atrayente y cautivante, el cual percibió al deslizar su nariz desde el pecho hasta su sexo. No era un postre, aun así disfrutaría saborearlo lentamente.
Sebastián acariciaba con descaro el cuerpo de Ciel, mientras su mirada se volvía de un tono rosa fluorescente a causa de la excitación. Sobre todo cuando sintió aquellos húmedos labios apresar su miembro, iniciando un delicado mete y saca, apoyando una de sus manos en la base para no atragantarse. No lo podía evitar y sujetó con fuerza el cabello de su pequeño conde, imponiéndole un ritmo mucho más rápido y delicioso.
—Ladea un poco la cabeza —ordenó entre gemidos, satisfecho al ver como su niño obedecía sin rechistar y se metía un poco más de su miembro a la boca, comenzando a masajear sus testículos.
¡Joder! Que lo hacía realmente bien, y aquella vista que le proporcionaba Ciel al masturbarse mientras le hacía sexo oral era simplemente asombrosa, por lo que no tardo en venirse en su boca, escuchando como tragaba toda su esencia con un poco de dificultad antes de lamer los restos que quedaban en sus labios de forma erótica.
Como si de un felino al asecho se tratara, Ciel trepó de manera sensual por el cuerpo de Sebastián, acomodándose sobre él a horcajadas, quedando su rostro a escasos centímetros de los labios del mayor, moviendo las caderas sobre aquel falo que presionaba contra sus nalgas, gimiendo cuando uno de los dedos de su amante se deslizo por su entrada, acariciándola y haciendo una pequeña presión.
—Detente —ordenó llevando la mano de Sebastián a su miembro para que lo masturbara, sonriendo de manera altiva al ver un atisbo de duda e impresión en esos enigmáticos rubíes—. Si vas a tomarme, lo harás como el demonio que eres.
No esperó respuesta, tampoco la necesitaba. Tomó el miembro de Sebastián, posicionándolo en su entrada auto penetrándose. Sus labios se separaron incapaz de gritar y sus ojos se cristalizaron al sentir como era llenado por completo, aferrándose a su demonio, cuya expresión era de terror, imaginando que le había hecho mucho daño, pero como no hacerlo si fue perfectamente capaz de percibir el ferroso aroma de la sangre de su amo.
—Ciel —Le atrajo hacia su cuerpo, uniendo sus labios de manera dulce con los del menor cuyas lágrimas caían libremente sobre su rostro—. Jamás he deseado hacerte daño.
—Solo bésame… idiota.
Cerró los ojos, disfrutando de invadir la dulce boquita de su amo mientras lo masturbaba, esperando a que se acostumbrara a su intromisión, ya que lo último que quería era dañarlo aun más, suficiente había tenido con la impudencia de su bocchan. Sin embargo sabía que no resistiría mucho, ya que su hombría estaba siendo apresada de manera deliciosa, por lo que cuando Ciel comenzó a mover sus caderas invirtió posiciones, dejándolo bajo su cuerpo, e iniciando un delicado vaivén, saliendo casi por completo antes de volver a introducirse en esa caliente cavidad que era solo de él.
Complacido, observó aquella inocente expresión transformarse en una de infinito placer conforme aumentaba el ritmo de sus estocadas, dando en el lugar exacto, envolviendo a su amado niño en una intimidad cegadora; quien embriagado en el éxtasis y a punto del orgasmo se aferró a su ancha espalda, clavándole las uñas de manera dolorosa, pidiendo por más placer que no le iba a negar.
—Malditamente estrecho —gimió al sentir como su amo llegaba al orgasmo. Solo hicieron falta un par de estocadas más, culminando en el interior de Ciel, llenándolo por completo tras un gruñido gutural—. Te amo, te amo tanto —ronroneó con la respiración agitada, apartando unos mechoncitos de cabello de la frente del pequeño Phantomhive, depositando un beso.
—También te amo.
—Me sorprende como bocchan se sonroja por dos simples palabras, pero me monta y se auto-penetra sin el menor rastro de vergüenza.
—¡Cállate!
—¿Por qué? —Cuestionó ensanchando su sonrisa socarrona.
Pese a todo le seguía divirtiendo molestar a su amo, aunque ahora era mucho más que eso. Sebastián no podía negar que estaba feliz, sin embargo no podía quitarse esa preocupación por amar a su contratista, no era arrepentimiento, tan solo era inquietante el hecho de que en cualquier momento fueran descubiertos por otro demonio… claro que eso no pasaría, ya que se aseguraría de cuidarlo aun más, y haría hasta lo imposible porque su secreto siguiera a salvo, por él, por Ciel… por ambos.
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—Mi señor —Lucifer miró a aquel viejo demonio que le reverenciaba y con un simple gesto le indico que hablara—. Le ha llegado esto.
Con fingida molestia tomó aquel rollo que le ofrecía el demonio, el cual pertenecía a uno de sus más leales súbditos. Ya que hace seis años que su hijo se marcho con los humanos —en busca de almas de calidad—, y curioso por lo que pudo haber entretenido a Raum con esos seres, envió a Dante para que investigara. Reconocía que era extraño que se quedara más de dos meses, después de todo odiaba convivir con los humanos.
Lucifer recordaba a la perfección su expresión de fastidio la primera vez que regreso. Exclamaba que eran criaturas estúpidas, inferiores y demasiado ambiciosas, las cuales solo servían para alimento. Cuánta razón, pero esos absurdos ideales que tenían lograban que sus almas se tiñeran de venganza u odio, haciéndolas más exquisitas.
Con una sonrisa ladina se dispuso a leer, y conforme pasaban los segundos una aura obscura y demasiado intimidante se iba formando a su alrededor, creando una onda expansiva que destrozaba todo lo que estuviera a su alrededor.
—¡¡Astaroth!! —Bramó encolerizado.
No pasaron ni dos segundos, cuando frente a él apareció una figura encapuchada, quien le reverencio, recibiendo el rollo que Lucifer le arrojo con violencia. Y al igual que su padre un aura obscura lo empezó a rodear. Era imposible que su estúpido y odioso hermano menor se haya enamorado de uno de esos humanos que decía odiar. Pero el texto escrito en sangre era demasiado claro, lo peor de todo es que según lo que venía, ya llevaba tres años al lado de un inmundo ser inferior, lo cual era un crimen que se pagaba con la muerte.
—¿Qué es lo que desea hacer, padre?
—Mata a ese humano, al tal Ciel Phantomhive.
—¿Desea que traiga a Raum?
—No quiero verlo por ahora —espetó—, déjalo que piense sobre la idiotez que cometió, después de todo un demonio no se puede enamorar. Solo es cuestión de tiempo que se dé cuenta que solo era un capricho absurdo.
—Como ordene.
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Con pereza se estiro en su asiento. Malditos papeles, últimamente tenía demasiado trabajo acumulado, pero todo era culpa de Sebastián y sus incontenibles ganas de meterlo en la cama, claro que no era algo que le molestara, lo único malo es que el papeleo iba en aumento y era demasiado tedioso, afortunadamente estaba por terminar.
—Bocchan, la comida esta lista.
Levantó la vista observando a su apuesto mayordomo, quien a pesar del tiempo seguía luciendo exactamente igual que hace seis años que le conoció, mientras él era un chico de dieciséis, y muy a su pesar no había crecido mucho, su cuerpo seguía siendo delgado, o en palabras de Sebastián: sensualmente flexible.
—Ven aquí y dame un beso —demandó sonriente.
Los últimos tres años habían sido los mejores de su vida. Realmente era feliz al lado de su demonio, quien a pesar de todo le ayudo a conseguir su venganza dos años atrás, pero en vez de tomar su alma le juro amor eterno. A la fecha se sigue sonrojando al recordar aquello, pero como no hacerlo si el idiota de Sebastián se arrodillo frente a él, extendiéndole una hermosa cajita de terciopelo negra, la cual contenía un precioso anillo, la banda era de platino y en el centro tenía un magnifico diamante azul, rodeado de rubís
—¿Es una orden? —cuestionó juguetón.
—Si no te quieres quedar sin sexo un mes, vendrás y harás lo que te digo.
—Yes, mi lord.
Con una sonrisa ladina, se acercó a Ciel, juntando sus labios en un suave beso, introduciendo su lengua poco a poco en aquella dulce boquita que jamás se cansaría de probar. Separándose solo cuando el aíre fue necesario.
—Merezco una recompensa, ¿no lo cree así, bocchan?
—Puede ser —rió—. ¿Qué clase de recompensa?
Sintió como era levantado por Sebastián, quien sin perder tiempo le sentó en el amplio escritorio de caoba, acomodándose entre sus piernas.
—Esta me agrada —deslizó su lengua por el cuello de Ciel.
—Así que era cierto —se escuchó una gélida voz, y sus sentidos fueron asaltados por un desagradable aroma a azufre—. Te encaprichaste con un patético humano, Raum.
En el alfeizar de la puerta se encontraba un hombre de aproximadamente veinticinco años de edad, alto, fornido, de cabello negro y ojos azules, quien sostenía una enorme espada como si no pesara. ¿En qué maldito momento llegó?
—Astaroth —musitó colocando a Ciel tras de sí—. ¿Qué es lo que quieres?
—Deberías saberlo —un fuerte viento arrojó a Sebastián al otro extremo de la habitación, mientras unas gruesas cadenas lo mantenían sujeto al suelo, completamente inmóvil—. Padre me envió a matar a ese estúpido humano, pero primero me divertiré contigo, Raum. ¿Sabes? Sigo sin creer que te hayas enamorado de un humano, ¡Eres una vergüenza para nosotros! Aun no entiendo porque padre te quiere con vida —lo golpeó con la empuñadura de la espada—. Siempre fuiste su favorito…
Sebastián le miró desafiante, sabía que encadenado no podría hacer mucho, sobre todo porque Astaroth era un maldito tramposo que jamás pelearía de frente con él. Pero lo que más le preocupaba era Ciel, quien seguía inconsciente debido al golpe de la cabeza, ya que el viento de su hermano lo arrojo contra un estante que afortunadamente no se rompió.
—¿Acaso tienes miedo de soltarme? —le ínsito, clavando sus rubíes en la gélida mirada de su hermano mayor. Muy a su pesar estaba consciente de que no sería capaz de ganarle, al menos no con Ciel cerca, ya que temía hacerle daño en el proceso—. No me digas que tienes miedo de que te mate, hermanito…
Sus orbes azules, observaron con desprecio a Raum. Tomó su espada y se la clavo en el hombro con fuerza, sacándole un agudo grito de dolor.
—Parece ser que aun no entiendes tu posición —volvió a levantar su espada, esta vez con la clara intención de matarle—. Despídete del mundo mi querido y estúpido Raum.
¡No podía morir! Aun no, mucho menos cuando juro proteger a Ciel. Volvió a su verdadera forma, intentando librarse de aquellas malditas cadenas, solo un poco más, ¡solo un poco! Sin embargo el golpe final nunca llego. Desconcertado levantó su rostro, que fue salpicado de pequeñas gotitas de sangre… y entonces su mundo se detuvo.
—¡¡¡Ciel!!!
Finalmente las cadenas cedieron, justo a tiempo para sostener el cuerpo de su joven amo, el cual tenía una enorme herida que le atravesaba el pecho, formando rápidamente un charco de tibia sangre a sus pies.
—¡No lo puedo creer! —Se escuchó una risa psicótica proveniente de Astaroth, que se sujetaba el estómago, riendo a carcajadas—. ¿Es en serio? ¡Ustedes dos son tan malditamente patéticos! ¡¡Raum!! Al menos hubieras intentado protegerle si tanto le amas, pero mira, lo dejas morir frente a ti —sujetó su cabeza en pose dramática—. ¡Patéticos! Eso es lo que son. Tsk, pensé que me darías un poco más de diversión, pero no tiene caso, ese estúpido humano morirá dentro de poco.
Su presencia desapareció, así como aquel nauseabundo olor a azufre.
—Sebastián…
—¿Por qué mierda lo hiciste? —Bramó desesperado, intentando contener la hemorragia.
—No sé… —tosió un poco de sangre—. Mi cuerpo se movió solo… cuando me di cuenta ya está frente a ti…
—¡Maldición! —Gritó con desespero—. Por favor no te duermas… quédate conmigo, Ciel.
El pequeño Phantomhive levantó su mano, acariciando la mejilla de su amado demonio… era tan cálida, como él, por lo que no pudo evitar sonreír.
—Te amo tanto… Raum.
~ * o0O0o ♦ o0O0o * ~
Continuará
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