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Capítulo 22

El sábado amaneció con el cielo cargado de nubes que lloraban sobre el pueblo. Mar despertó con el arrullo del agua que golpeaba contra los cristales y el techo de la cabaña. Por un momento, la oscuridad que reinaba en su habitación la hizo dudar, aunque poco tardó en comprender que algo obstaculizaba la claridad que intentaba atravesar el ventanal. Recostado contra el marco de madera, Leo observaba el paisaje de árboles y montañas que se mostraban con tonos verdosos revitalizados por la lluvia. Las gotas se transformaban en serpientes de agua y se deslizaban por el cristal hacia abajo.

"Todo va en picada", pensó Mar, "y el cielo parece saberlo".

La joven contempló al mayor de los hermanos Pietro en silencio. Él parecía alguien normal, tan vulnerable y común como podía serlo cualquier humano. Las sombras que dibujaba la luz al jugar con las curvas de sus músculos lo presentaban como un muchacho atlético y en buen estado físico, pero nada evidenciaba la naturaleza que escondía. La oscuridad en él no dependía del demonio que lo manipulaba. Mar lo sabía bien. Esa criatura que quedaba embelesada con el amanecer o se perdía durante horas escuchando los sonidos de la naturaleza, esa que la acariciaba con devoción y se estremecía con cuando ella le devolvía el gesto, no era una entidad oscura. ¿Cómo podía Leo amar las melodías que producía con su violín y ser un demonio a la vez? Era una criatura temida por muchos y aun así, allí estaba, en su habitación cuando nacía el alba. No encajaba en el mundo terrenal, así como Elías y ella no encajaban en Rincón Escondido, pero eso no lo convertía en alguien malvado.

Lo vio girarse hacia ella y sonreírle con un dejo de nostalgia en la mirada. Puede que estuviera pensando en su familia y el hogar que tanto anhelaba. Tal vez le preocupaba lo que habría de suceder por la noche. Sin embargo, él se limitó a sentarse junto a Mar antes de darle un beso suave en los labios.

—Voy a extrañar mucho todo esto —murmuró el demonio y le acomodó un mechón de cabello detrás del hombro. Al parecer, era momento de confesiones importantes—. Voy a extrañarte, Mariana. En verdad espero que tengas una vida extensa y feliz.

—Ambos sabíamos que esto tenía fecha de caducidad. Se supone que ahí radicaba la gracia. Saborear lo efímero y vivirlo como tal. Pero... —ella se detuvo, haciendo el esmero por dejar pasar el nudo que presionaba en su garganta. Entendía que los sentimientos no solo nublaban el juicio de los simples humanos sino también de entidades oscuras. ¡Qué cosa rara y poderosa era el corazón!—. Pero mentiría si digo que no voy a echarte de menos.

—Elías vendrá a media mañana y yo me iré a casa para terminar algunos asuntos pendiente con mis hermanos. ¿Qué quieres hacer mientras tanto?

—¿Qué te parece si me abrazas y hablamos un poco? Tengo algunas preguntas y...

—Eres muy curiosa —le rodeó la cintura con los brazos y respiró el perfume que escapaba de su cabellera—. Por lo general, los humanos piden saciar sus más oscuros deseos y luego pagan su parte.

Mar sonrió.

—No soy un caso típico. Tú tampoco.

—Llevas razón —su mirada ambarina reflejó el rostro de rasgos suaves de la muchacha—. Dime qué te preocupa.

Ella respiró profundo antes de comenzar a hablar. Había dudas que resolver y el tiempo apremiaba.

Elías esperó a que su madre saliera hacia el trabajo antes de bajar a desayunar en compañía de Isaac. Habían pasado buena parte de la noche hablando y sentían que ni teniendo toda la vida por delante sería suficiente.

—¿Hay...? —el pecoso titubeó. Estaba preparándose una taza de café con leche cuando la pregunta escapó de sus labios—. ¿Hay posibilidad de que regreses? Digo... ¿Hay alguna forma de hacer que la invocación sea específicamente para convocarte a ti y no a otro demonio?

Isaac se giró a mirarlo.

—La hay, pero para eso necesitas un conjuro especial. Tiene su truco, claro. Para garantizar mi regreso necesitas saber mi verdadero nombre.

—Y no piensas decirlo.

—No puedo —admitió desviando su mirada de ojos azules—. No debo hacerlo. Me esperarían graves problemas en mi mundo si lo hago. De más está decir que Helena se daría cuenta al segundo que mi nombre dejara mis labios y estallaría de furia.

Elías asintió. Dejó la taza de café sobre la mesa y abrazó a Isaac con dulzura.

—No haría nada que te pusiera en peligro ni a ti ni a los tuyos. No voy a pedir tu nombre. No puedo exponerte a ningún riesgo —comentó el muchacho regalándole una sonrisa tímida.

—Me alegra saber que lo entiendes.

El demonio de ojos azules acercó sus labios a los de Elías y lo besó. Le quedaban pocas horas antes del suceso que terminaría regresándolo a su hogar junto a sus hermanos. Si tuviera la habilidad de detener el tiempo, aquel sería otro cantar. Debía contentarse con lo vivido y evitar las quejas. El humano que lo hacía estremecer merecía algo mejor que un berrinche. Solo se permitiría caer en alguna crisis de angustia al volver a la seguridad de sus aposentos, donde nadie podría ver qué tanto lo había afectado su paso por el plano mundano.

Con determinación, el pecoso dejó a un lado su actitud conservadora y empujó a Isaac contra la encimera de la cocina al tiempo que le levantaba la camiseta. Prefería correr el riesgo de ser encontrado in fraganti por su madre, pero disfrutar de ese tiempo que aún tenía a su favor. Podía bajar la guardia y ser un poco más como Mar, moviéndose por impulso y sin pensar demasiado en el asunto. La perspectiva de saber al muchacho rubio yéndose de su vida al caer la noche le dio el empujón que le faltaba. Quería saborearlo, ahogarse entre sus besos y jadear extasiado por sus caricias. Se lo merecían. Se merecían el mejor de los recuerdos sabiendo que ya no volverían a verse.

En la oscuridad tormentosa de la mañana, Leonardo deslizó el filo de sus dientes por el hombro de Mar, robándole un gruñido. Ella se movía de manera rítmica sobre él, aprovechando los últimos minutos de intimidad. Por momentos su cabellera oscura cubría al demonio, embrujándolo con su aroma a frutos rojos.

Para Leo, cada instante era único y se iba grabando en sus recuerdos con un sabor agridulce que no sabía explicar. Mar podría estar con otros hombres, era lógico que su vida seguiría con la normalidad que merecía una vez que sus hermanos y él regresaran a su plano. Pero el demonio sabía que ya no volvería a sentirse así. La piel ardiendo, sudorosa, bajo las caricias de alguien que entendía –tan bien como él– que aquello no podía convertirse en una relación seria, la respiración entrecortada a fuerza de ese baile exquisito que coreografiaban sus cuerpos desnudos y la voz reducida a gemidos que resonaban casi al unísono, generaban en el mayor de los Pietro una mezcla de emociones que jamás había creído poder experimentar. Reconocía que no sentía la misma atracción por otras mujeres del pueblo, aunque dudaba que aquello se tratara de amor. Era una conexión, no podía negarlo. Un lazo que se cortaría en unas horas y ya no volvería a generarse bajo ningún concepto.

—¡San-ti-si-mo Di-os! —gritó Mar y Leo no pudo más que sonreír mientras un estremecimiento de placer lo recorría por completo.

—Solo alguien como tú podría decir algo así en este momento —replicó él con voz ronca. La joven se recostó sobre su pecho—. Voy a extrañar mucho todo esto.

—Yo igual.

—¿Te refieres a...?

—Quiero poder recordarte, Leo —lo interrumpió ella.

El demonio de ojos ambarinos apretó el abrazo, estrechando a Mar contra su cuerpo, y la besó con una pasión que ya no pensaba contener.

El timbre de entrada los obligó a separarse. A regañadientes, Leonardo se vistió con las mismas prendas que había usado la noche anterior mientras Mar se calzaba una muda de ropa deportiva. Bajaron la escalera juntos, aunque ella se adelantó para atender el llamado.

Al abrir la puerta, la muchacha ahogó un grito de sorpresa al descubrir a Isaac y Elías besándose contra el umbral del living. Era evidente que ellos no se habían percatado de su presencia, porque no daban muestra de cortar el momento ni se veían preocupados por la escena al aire libre, aunque a esa hora y con la lluvia cayendo con estrépito, pocos curiosos podían andar por la zona.

Leo abrazó a Mar por la espalda y cerró la puerta con cuidado. Ella se giró para mirarlo sonriendo.

—¿Viste lo mismo que yo? —inquirió, sin terminar de creer lo que sus ojos habían captado.

—Sí. Deberíamos interrumpirlos como ellos hicieron con nosotros —bajó el rostro hacia ella y respiró una vez más su perfume—, pero prefiero aprovechar el rato extra.

Mar lo tomó por la nuca y le mordió el labio inferior, haciéndolo gemir. Él la empujó contra la puerta y arrimó el cuerpo al de la joven, atrayéndola por la cintura. El beso nació suave y ganó fuerza a medida que ambos deseaban volver a la comodidad de la habitación que habían abandonado hacía unos pocos minutos.

El timbre volvió a sonar y Leo resopló mientras se alejaba de Mar. Ella se acomodó la ropa y abrió.

—Nos vemos luego —saludó el demonio, tomando a su hermano del hombro.

Los Pietro se retiraron a su casa al tiempo que Elías entraba al hogar de la familia López.

—Agradece que eres mi mejor amigo y te quiero con el alma —dijo Mar al cerrar la puerta—. Sino, ya te habría dado mi mejor golpe en tu entrepierna.

—Los interrumpimos, ¿verdad?

—¡Y no conforme con eso, te diste el gusto de besarlo en plena calle!

—¡Nos viste! —el pecoso miró a su amiga con gesto de espanto.

—Los vimos, querrás decir. Quedaban muy tiernos, a decir verdad. Formarían una linda pareja, si no fuera porque, ya sabes, él es un demonio.

—Leo y tú también... —Elías dejó la frase a medias al ver que Mar desviaba la mirada—. Asumo que no preparaste nada para almorzar. ¿Quieres que cocine?

Ella sonrió, agradeciendo el cambio de tema de su amigo.

—Eres muy bueno preparando cosas ricas. ¿Te imaginas un futuro como chef?

El muchacho le devolvió la sonrisa encaminándose a la cocina.

—Es una alternativa interesante —reconoció abriendo la heladera y revisando su contenido.

—¿Tu mamá comerá con nosotros?

—No. Estos días aprovecha el almuerzo para compartir tiempo con papá. Total, ella y yo tenemos la cena para ponernos al corriente.

—¿Y tú? ¿Has hablado con él? ¿Cómo llevas todo este asunto de no verlo?

Elías se volvió hacia Mar y respiró profundo antes de responder:

—Para ser sincero, he evitado el asunto. Entre lo que está sucediendo con los asesinatos, que mi padre esté en plena investigación me preocupa y mucho. Ya sabemos lo que sucedió con su compañera, Lorena, y eso no me deja nada tranquilo.

—Leo dijo que hoy resolverán todo.

—Sí. Además, ellos se irán esta misma noche... me siento egoísta. He pensado en Isaac tanto o más que en mi padre.

Mar asintió.

—Yo estoy peor que tú, Eli. Mi madre está presa y en vez de pasarme día y noche preocupada por su regreso, he cuidado de pasar todo el tiempo posible junto a un demonio sexy y carismático.

—Sabes que tu mamá está bien y que la liberarán en unos días.

—Pero eso no quita que caí rendida ante una criatura de la oscuridad —Mar se encogió de hombros.

—¡Eso ni tú te lo crees! —Elías rompió a reír—. Ni Leo es el villano del cuento ni tú caíste a sus encantos. Yo diría que lo hiciste sucumbir y él se dejó con gusto.

Su amiga se unió a las risas.

Estando junto a Elías, Mar sabía que nunca podía estar triste ni de mal humor. Él le iluminaba el día, incluso uno como ese, gris y lluvioso. Corroboró, entonces, que algunas personas, o criaturas, pueden ser pasajeras en la vida, pero los verdaderos amigos, esos que están conectados por un fuerte lazo, se quedan siempre. Ellos superarían a los hermanos Pietro y encontrarían un futuro lejos del pueblo, aunque parecía faltaban milenios para que eso sucediera.

En la calidez de aquella pequeña cocina donde dos amigos charlaban con entusiasmo, nada auguraba lo que habría de ocurrir. Rincón Escondido se convertiría en un vórtice de sangre y la muerte caería sedienta, reclamando su trono en el lugar. Solo tres demonios tenían intención de hacerle frente, tres jóvenes que se preparaban para mostrar lo que era la verdadera oscuridad.

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