Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 2

Cuando los adolescentes salieron de la casa, sus ojos seguían fijos en el gran camión de mudanza que estaba estacionado en la vereda de enfrente. La pregunta todavía estaba suspendida entre ellos, ¿quién en su sano juicio se mudaría a Rincón Escondido?

Algunas gotas se descolgaban del cielo gris para mojar la calle y las aceras. Se quedaban como coronas de cristal sobre los pétalos de las flores en las macetas que había en ventanas y balcones. A lo lejos, las altas montañas se veían grises y borrosas tras la cortina de llovizna.

—¡Pero mira qué bonitas botas te has puesto, mala praxis! —gritó una voz justo cuando llegaban a una esquina. Todavía faltaban cuatro cuadras para alcanzar la escuela.

—¿Qué demonios? —preguntó Elías torciendo la cabeza a la derecha para ver a tres chicos que venían con sendas sonrisas insoportables dibujadas en sus rostros. Junto a él, Mar se había convertido en una estatua de piedra.

—¿No habrá sido tu madre la que mató esas vacas en el campo de McMillan? —dijo Antonio, el más bajo del grupo, con ojos pequeños y separados de la nariz—. Tal vez se equivocó de suero otra vez.

—¿Por qué no siguen camino, pedazo de idiotas? —cuestionó Elías sorprendido de su propia respuesta, sin terminar de creer lo que estaba escuchando. En el pueblo decían que la mamá de Mar había matado a su esposo administrándole mal un medicamento. Una cosa era el rumor y otra muy distinta era estar escuchándolo en voz alta—. Como si el día no estuviera feo, tenemos que verles la cara a ustedes.

—¿Y qué vas a hacer, nenita? ¿Desde cuándo tienes voz de hombre para defender a esta tipa? — preguntó Javier, alto y flaco como un palo.

Esos tres se creían la gran cosa, pero no eran nada sin su líder que -por alguna razón- no venía con ellos. Así y todo, bastaron esas dos preguntas para que Elías quedara fuera de combate. Era obvio lo que intuían. Los bravucones tenían buen olfato para cierto tipo de cosas.

—¡Vuelen de aquí, cuervos carroñeros! —exclamó una voz femenina salida de la nada al tiempo que un relámpago mostraba sus venas plateadas en el cielo. Mar y Elías no veían a nadie más en los alrededores ni podían salir del estado de asombro ante las cosas que habían escuchado. Sus tres compañeros se separaron y miraron por sobre sus espaldas. Pocos metros más adelante en el camino, Mía salía de un kiosco con sus rulos rubios asomando por debajo de la gorra de lana y unas botas de lluvia azules altas como las de Mar. Llevaba la tira del bolso sobre un hombro y lo aferraba contra la cadera— ¡Y puedo hacerles cosas peores!

Un trueno fuerte se dejó escuchar. Antes de irse corriendo entre risas, los tres chicos empujaron a Mía haciendo que su bolso se abriera y varios libros volaran por los aires. Ella se agachó para juntar los que pudo, maldiciendo por lo bajo ante la mirada de los dos amigos.

—Hey, gracias... —atinó a decir Mar y observó a la chica asentir con la cabeza antes de salir corriendo detrás de los otros. Tal vez en verdad los iba a hechizar.

—¡Qué situación desagradable! —comentó Elías y puso la mano en la espalda de su amiga.

—Espera un segundo... —dijo ella. Dio unos pasos hasta un cesto de basura de plástico que la municipalidad había instalado. Junto a él descansaba un libro de tapas rojas sin inscripción alguna—. Debe ser de Mía. Se lo daré cuando lleguemos.

Mar tuvo que quitar la protección de la mochila para guardar el libro dentro y volver a cubrirla. Las gotas de lluvia ganaron tamaño y fuerza, obligándolos a caminar más a prisa para evitar llegar empapados a la escuela.

—Te diste cuenta, ¿no? —comentó el chico al pasar y miró de reojo a su amiga—. Nos defendió a los dos.

—Si estás tratando de hacerme sentir culpable por juzgarla antes, lo conseguiste. Pero sigo pensando que es rara.

Elías sacudió la cabeza. No podía regañar a Mar. Se habían unido a un grupo de chicos que ingresaba corriendo al edificio del colegio y el tumulto le ahogaba la voz. Un aguacero volvía a azotar el pueblo cumpliendo con el pronóstico del noticiero local.

Ya en el último aula del pasillo, entre bostezos, cara de dormidos y cabellos mojados, los estudiantes de sexto año se disponían a comenzar el día de clases. Luego de que el profesor de Literatura hiciera su ingreso, la preceptora se presentó a dejar un borrador sobre el escritorio y a tomar lista. Con voces aburridas todos daban el presente, aunque el nombre de Juan Cruz Acosta fue dicho tres veces y no obtuvo respuesta. Elías y Mar, sentados al fondo de la clase, miraron a los tres bravucones del grupo esperando que ellos dieran excusas ante la ausencia de su líder. En el otro extremo del aula, sola en un escritorio doble, Mía Gutiérrez miraba como hipnotizada a través de la ventana los altos pinos del bosque al final del campo de césped verde donde practicaban deportes y tenían clases de educación física.

—Ahí tienes un sospechoso —soltó Mar en un susurro en el oído de Elías que dio un salto. Lo había tomado desprevenido—. No me sorprendería que encontraran en su casa ropa manchada de sangre de vaca.

—Deja que la policía haga su trabajo, Mar, y mejor recuerda Antígona porque el profesor está sacando el libro.

El salón se iluminaba con relámpagos que se negaban a morir. Elías y unos pocos de sus compañeros atendían al señor Hoffman que, como su amiga había dicho, estaba haciendo un monólogo sobre el libro que les había pedido leer. Junto al muchacho de ojos claros y rostro cubierto de pecas, Mar estaba concentrada en otro libro, uno de tapas rojas.

—¡Mía es una bruja! —anunció en un tono de voz más alto de lo esperado y Elías la golpeó en la pierna. Por suerte nadie la había escuchado.

—¿Qué dices? ¿Tú también con eso? Te recuerdo que nos salvó más temprano y por eso los tres idiotas se fueron.

—No estoy siendo mala, Elías. Mira esto... —susurró deslizando el libro hacia un costado. El chico abrió grande los ojos cuando leyó un primer título que rezaba Invocaciones superiores. La tinta oscura y espesa que colmaba las páginas dejaba un olor nauseabundo al tacto, algo que descubrió de mala manera.

Mar escondió el libro por temor a que el profesor se lo quitara o Mía pidiera que se lo devolvieran. Aguardaron a la clase de Educación Física para escapar a la biblioteca, donde estarían a salvo de ojos curiosos. Eran pocos los que visitaban aquel salón amplio y luminoso, donde la encargada la mayoría de las veces estaba ausente, porque quedaba cerca de la oficina de la directora. Ellos corrían el riesgo siempre, preferían un reto a soportar la clase de gimnasia.

Sabiéndose solos, hojearon el extraño tomo encontrando ritos, elementos y hierbas para usar en conjuros. El clima y lo que habían leído provocaron que se les erizara la piel.

—¡Carajo! —exclamó Elías cerrando el libro y lo escondió dentro de la carpeta—. No se lo podemos devolver.

—¿Qué? ¡Estás loco! No pienso andar acarreando algo así.

—Entonces, lo llevaré yo. Hay una cabeza de vaca dibujada al final de uno de los capítulos. ¿La viste? Quiero analizar esto con tranquilidad. Tal vez la gente no esté tan errada con sus comentarios...

—Bueno, ¿quién juzga ahora? — inquirió la chica entrecerrando los ojos.

El timbre de cambio de clase les recordó todavía que les quedaban varias horas de escuela. Elías guardó el libro en la mochila y se puso de pie en silencio. Mar lo observó con un gesto de duda tatuado en el rostro antes de encogerse de hombros y salir tras su amigo. No dijeron una sola palabra más acerca del tema.

Durante el resto de la mañana se dedicaron a observar a Mía. Se la notaba perdida, con los ojos puestos en algún mundo lejano. Tampoco podían negar que no se comportara de esa manera siempre. ¿Se habría dado cuenta que le faltaba el libro?

Tal vez era la sugestión, pero Elías sintió por un momento que ella lo miraba cuando todos los alumnos de la escuela se reunieron en el hall de entrada para saludar a la bandera y regresar a sus casas. Aunque no era a él a quien observaba. La puerta principal se abrió de golpe y el muchacho vio a su padre junto a otros dos policías atravesando el umbral de piedra antigua. Las entrevistas comenzarían más pronto de lo que pensaba.

—¡Genial! ¡Lo único que nos faltaba! Vámonos de aquí —dijo tirando de la mano de Mar que se había quedado viendo al sensual profesor de Educación Física.

Estaba seguro que su amiga se lamentaba de haberse saltado la clase donde un hombre con ropa ajustada y músculos marcados se ejercitaba a la par de sus alumnos. La decadencia del pueblo saltaba a la vista al contemplar la edad avanzada de la mayoría de los profesores de secundaria. Todo el que podía, escapaba buscando nuevo rumbos lejos de ese lugar perdido en medio de la naturaleza que lo citadinos consideraban ideal para las vacaciones. Elías creía que los únicos que se quedaban en Rincón Escondido eran los trabajadores rurales. Había poca oferta laboral allí.

—Buen día, chicos. Prometo que esto no demorará mucho —anunció el comisario Jeremías Blanco recorriendo el lugar con la mirada al tiempo que la directora se acercaba a saludarlo—. Estamos buscando información sobre Juan Cruz Acosta. Cualquier dato que puedan darnos sobre su paradero será bienvenido.

Los murmullos no se hicieron esperar. Alguien, incluso, rompió en llanto. Juan había escapado varias veces de casa, pero nunca antes la policía se había presentado en la escuela a pedir data.

—¡Sus tres mosqueteros deben saber algo! —el grito resonó en el hall. Elías podía jurar que era la voz de Mía disfrazada con un tono más grave.

La directora apretó los puños y elevó la voz para llamar la atención de todos:

—Mangulo, Roca y Bórmida, preséntense en dirección. Los demás, pueden retirarse.

Elías respiró aliviado cuando el tumulto de alumnos y docentes comenzó a salir ante la mirada inquisidora de su padre y sus subordinados. Sin soltarle la mano a Mar, abandonó la escuela sin verificar si Jeremías trataba de llamarlo o saludarlo siquiera. Si a su amiga la peleaban acusando falsamente a su madre, a él le deparaban insultos peores por ser el hijo del comisario del pueblo, que se había tomado muy enserio su trabajo y no dejaba pasar ninguna ruptura de la ley. Y este caso lo empeoraría todo: los Acosta tenían mucho dinero e influencia, habían invertido grandes sumas para transformar el pueblo en un punto turístico de la región de los lagos. Nadie iba contra el niño mimado que llevaba por nombre Juan Cruz Acosta.

Bajo el cielo nublado del mediodía, Mar y Elías retornaron a sus hogares tomados del brazo y con los rostros ocultos bajo las capuchas de sus impermeables. La lluvia había cobrado fuerza una vez más, como si acaso la angustia de la madre de Juan ante la desaparición de su hijo se trasladara a los cielos y obtuviera respuesta.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro