Capítulo 18
El viernes amaneció con cielos cubiertos. Rincón Escondido se había sumido en las sombras y nadie se había imaginado siquiera que algo así pudiera ocurrir. Mía se despertó con una sensación rara en el pecho, algo que la tenía intranquila. Obviamente, no había podido dormir bien luego de lo que había sucedido el día anterior.
Cuando llegó a la cocina para desayunar, su padre ya no estaba. Tatiana se encontraba tarareando una canción que estaban pasando en la radio. ¿Habían vuelto los 90's? ¿Quién sintonizaba las estaciones de radio esos días?
—Hola, nena. Espero que hayas dormido muy bien —comentó la mujer con una sonrisa enorme mientras sacaba tostadas de la máquina y las soltaba sobre platos antes de quemarse los dedos. Había puesto sobre la mesa unos recipientes con mermelada y manteca, panes en una canasta, fiambres y quesos. El aroma a café era fuerte y lo inundaba todo. También había jugo exprimido en una jarra.
La joven de cabellos enrulados se sentó en silencio y observó el exterior por los grandes ventanales. La misma sensación que había tenido hacía unos días se apoderó de ella. Pudo verse de pie en el marco de la puerta. Había cosas diferentes y otras idénticas, como la presencia de las dos mujeres en la cocina y los árboles meciéndose afuera en la misma forma que cuando había tenido el pálpito de que algo iba a suceder. El vapor que salía de las tazas ascendía hacia el cielo raso de manera extraña. Algo no andaba bien allí.
—¿Qué pasó? —cuestionó la chica mirando fijamente a su madre que se dio vuelta para verla. Su expresión se veía confundida—. Dormiste todo el día de ayer. Me hiciste preocupar.
—No fue nada. ¿Por qué lo preguntas, cariño? Descansé como hace mucho no lo hacía y ya ves, me levanté con tanta energía que preparé este desayuno para nosotras. Digno de un hotel.
—¿Qué pasó el martes, mamá? ¿Dónde estuviste el miércoles? Te busqué por todos lados y...
—No sé qué quieres decir. Ahora, bebe ese café o va a enfriarse.
—¿Dónde está papá? Pensé que querría pasar más tiempo con nosotras cuando por fin se nos unió.
—Está trabajando. Fue a la municipalidad para comenzar con los proyectos turísticos que tienen pensados para atraer más gente de las ciudades cercanas.
—¿En serio estás bien, mamá? —Mía no podía entender que ella no le contara nada de lo que había sucedido en todas esas horas que había estado perdida. Parecía que no hubiera pasado nada fuera de lo normal y eso no era lo que había dicho cuando llegó.
—¿Y por qué no iba a estarlo? —su tono de voz fue cortante y prácticamente arrojó el plato con tostadas sobre la mesa y algunas se salieron de él—. ¿Qué te pasa a ti? Estamos todos juntos. Sí, tu papá salió a trabajar, para que tengamos esta casa y otros lujos. ¿No puedes estar una vez feliz por nosotros? Ni siquiera tienes clases y estás bastante preguntona. Lo haces en un tono que no me gusta. No entiendo que quieras buscar problemas en una mañana que empecé positiva.
La joven se sintió por completo fuera de sí. Más bien, Tatiana lo estaba. ¿Qué eran esas reacciones? Mía tuvo que tragar fuerte para enviar hacia atrás el nudo en la garganta que se le había formado e hizo fuerza para que el ardor en sus ojos no se transformara en lágrimas. Su madre nunca la había tratado así. De la nada, la mujer se puso a cantar otra vez con una sonrisa en los labios.
La chica terminó de desayunar en silencio. Recordó que su madre había dicho algo, que había ido a investigar a los Pietro. Supo en ese momento lo que tenía que hacer. Alguien había cambiado a su mamá por otra y ella les iba a exigir respuestas.
El acceso a la oficina del intendente de Rincón Escondido estaba restringido. La secretaria en planta baja tenía preparado el discurso que anunciaba que Carlos Martínez estaba en una reunión muy importante y no podía ser interrumpido. En esa misma oficina estaban su esposa, Marga, junto a David y Rita Acosta y Fabricio Gutiérrez. Pero no era Carlos quien ocupaba el sillón de cuero negro con respaldo alto ni llevaba la voz cantante. El padre de Mía estaba sentado ahí, moviendo un vaso ancho de cristal que contenía whisky. Los demás lo miraban desde el otro lado del escritorio de madera con un dejo de respeto.
—Mañana por la noche hay luna llena. La entidad sigue contenida en el cuerpo de mi esposa, pero debemos encontrar otro huésped. Mi hija no tardará en darse cuenta de que algo va mal —dijo el hombre que demostraba su poder al mirar a los demás de forma siniestra y ocupar el lugar central— Y no olviden que esos hermanos, los Pietro, no son lo que parecen. Si ellos descubren quién soy o entienden lo que hicimos con Tatiana, no se detendrán hasta eliminarnos. Saben que la entidad se fue a otro cuerpo, resta que descubran dónde.
—Todos hicimos sacrificios, la entidad está bien en el cuerpo de la bruja esa —comentó el intendente—. Con el poder que tienes no debería importarte lo que pase con ellas.
—Ustedes invocaron a esta cosa que vive en mí ahora y habla por mí la mayor parte del tiempo. Así que no quiero que mi esposa tenga que cargar con lo mismo. Supongo que en algún momento mi propia entidad me abandonará y quiero seguir teniendo a mi familia. Además, ustedes saben qué sucederá con el cuerpo que contenga a la entidad mayor cuando hagamos el rito.
—¿Y a quién propones? —cuestionó Marga, cruzándose de brazos—. Tenemos a la prensa invadiendo el pueblo. Es un lugar chico para tantos asesinatos en tan poco tiempo. ¿A cuántos más tenemos que matar? Tampoco es que la entidad ya cruzó definitivamente y nos estamos llenando de oro y privilegios.
—Nuestro hijo... Juan Cruz... —titubeó Rita, tomando el brazo de su esposo. Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Ni siquiera sabemos qué le sucedió, pero no me gustaría que otros padres pasen por lo mismo. ¿No son suficientes los animales?
—Pero ustedes no dijeron nada cuando murió esa parejita que ayudó al viejo... —la voz de Fabricio era burlona. Bebió un poco de lo que había en su vaso y los miró entretenido—. No saben nada, ¿verdad?
—¿A qué te refieres? —cuestionó David.
—¡Basta! —gritó Carlos y su esposa lo retuvo desde el brazo. Parecía dispuesto a arrojarse sobre el hombre poseído en cualquier momento.
—¿Qué saben ustedes dos? ¿Por qué te pones así? —la expresión de Rita no demostraba otra cosa más que sorpresa.
—Tu hijo murió por culpa de Carlos y Marga. Les pedí un sacrificio mayor y bueno, obviamente no me entregaron a su propio hijo. Así que lo hicieron con uno ajeno, pero cuyos padres eran parte de esta cofradía.
Rita estalló en llanto y su esposo tuvo que sostenerla. Se desvaneció al instante y él, con las manos temblando, tuvo que recostarla en un sofá junto a la pared.
—¿Es eso cierto, Carlos? ¿Ahora nos traicionamos entre nosotros? ¡Mi hijo, maldita sea! ¡Eres un pedazo de mierda!
—¡Ay por favor! ¡Tú no eres trigo limpio, David! ¿O te olvidas de esos que no fueron encontrados cuando iniciamos esta basura? Eran unos drogadictos sin familia, pero los matamos por esta causa. ¿Esos no te preocuparon? —el tono frío de Marga al hablar de esas muertes podía helar a cualquiera. Bien podría haber sido ella la poseída y no Fabricio, con esa actitud tan distante y maliciosa que mostraba.
—No sé porqué tanto sentimentalismo barato. En el nuevo reino, tu hijo podrá volver a la vida. No te preocupes —agregó Carlos como si aquello fuera un juego. Mataban y luego devolvían la vida como dioses.
—Esos temas de traiciones y lealtad los tienen que resolver entre ustedes —el padre de Mía se puso de pie y terminó de beberse el whisky—. A mí me interesa que mañana por la noche, en el punto máximo de luna llena, estén presentes en el claro junto a la montaña. Y necesito a Jeremías Blanco. Estoy seguro de que tiene la fuerza perfecta para recibir a la entidad y ser un portal.
Con una sonrisa tenebrosa Fabricio abandonó la habitación, no sin antes dedicarle una mirada burlona a Rita que todavía estaba desmayada. Se habían metido en algo que no podían controlar, pero ninguno admitiría que se habían equivocado.
Mía subió el cierre de su chaqueta impermeable. En aquel lugar el verano parecía desenvolverse bajo agua y en cualquier momento empezaría a llover de nuevo. Salió de la casa con mucha determinación y caminó rumiando su enojo. Como si no fuera suficiente con que le hicieran bullying tratándola de bruja y riéndose de ella todo el año, ahora Mar y Elías habían robado su libro y traído a esos demonios, quienes a su vez habían jodido la cabeza de su madre. Estaba segura de que algo no andaba bien y ellos eran los culpables. Lo confirmó al ver una decena de cuervos que volaba sobre la casa de los Pietro. Respiró profundo y se paró frente a la puerta. Entrecerró los ojos mirando el llamador dorado que imitaba una mano, pero ni siquiera lo utilizó. Con el puño golpeó repetidas veces la madera hasta que le dolieron los dedos.
La puerta se abrió de par en par y un rostro aburrido la miró de arriba abajo. Era Helena, la menor de los hermanos, que se cruzó de brazos mientras la contemplaba con esa expresión que demostraba irritación constante.
—¿Por qué tanto alboroto? ¿No te enseñaron modales? —inquirió con una voz profunda que no tenía conexión con el cuerpo frágil que ocupaba.
—Mi madre vino el miércoles a investigarlos porque sospechaba de ustedes y volvió muy rara. ¿Qué le hicieron? —exigió la rubia—. Y no me vengas con cuentos. Sé que son demonios. Mar y Elías los invocaron con un libro que es mío, de las mujeres de mi familia. Así que si a alguien deben respeto es a mi madre y a mí.
—¿Tu madre? ¿La que dicen que es bruja? —Helena puso los ojos en blanco—. Nunca vino por aquí. No sé con qué cuentos te fue ella, pero te aseguro que no tengo razones para mentirte. Poseo ojos en varios lugares del pueblo y mantengo esta casa vigilada cuando yo no estoy. Ella nunca vino a vernos. Ni siquiera anduvo cerca.
—Entonces, ¿por qué dijo eso?
La otra chica no la dejó terminar con sus teorías. La tomó de las manos y la arrastró hasta adentro de la sala con una fuerza increíble. Mía se sorprendió de las habilidades de ese cuerpo en apariencia débil. Pero no debía olvidar que se trataba de un demonio y al comprenderlo, empezó a tenerle miedo. ¿Quién la había mandado a meterse en ese lío?
Helena la empujó contra una pared sin remordimientos, haciendo que su espalda se estrellara contra el concreto y sintiera el impacto como una vibración en todos sus huesos. Con premura, le envolvió el rostro con las manos y dejó de respirar. La joven vio cómo las cuencas de los ojos de la menor de los Pietro se llenaban de negro por completo. Era como si una especie de tinta espesa le cubriera la mirada.
La rubia se vio transportada hacia otro lugar. Era su vida, lo que había pasado los días previos. Le dio vergüenza que Helena violara así su mente y sus pensamientos. Sintió que la piel le ardía de puro enojo por aquella intromisión que ocurría sin su permiso.
En un instante se vio bebiendo agua, en las horas de la noche donde hay más oscuridad y la puerta principal de su casa se abrió con un chirrido, una imitación perfecta de lo que había escuchado. Dos cosas ingresaron al living pues eso que estaba viendo no eran personas. No lo entendía, sabía muy bien que sus padres la habían sorprendido con su llegada, pero no veía el rostro dulce de Tatiana ni los ojos de Fabricio. Eran una mancha negra de humo, algo oscuro como una capa que los estaba cubriendo.
De repente Helena la soltó y cayó al suelo de rodillas. Mía se sentía agotada y se quedó pegada contra la pared. Las piernas le temblaban y parecía que se caería en cualquier momento. La demonio dejó salir dos lágrimas negras de sus ojos y luego estos volvieron a la normalidad. En el patio los cuervos graznaban de tal manera que podían escucharlos desde el interior de la casa.
—Nosotros no le hicimos nada a tu madre. Tu papá... Él lleva al traidor en el cuerpo y expuso a tu mamá a recibir algo horrible en el suyo. Necesito que te vayas de mi casa. Tengo que hablar con mis hermanos. ¡Vete! Regresa a tu casa y has de cuenta que no hablaste conmigo. Ellos no deben sospechar de ese encuentro. Lo resolveremos, te lo aseguro.
—¿Piensas que me vas a decir todo eso y me voy a ir así como si nada? ¡Ni lo sueñes! —comentó Mía tratando procesar lo que acaba de oír—. Se trata de mis padres...
—¡Maldita sea! ¡Cómo detesto a los humanos! —Helena sabía que no podría librarse de Mía. Siendo sincera, no era conveniente dejarla ir. Podía serle útil de alguna manera, aunque odiaba la idea de tener una tercera humana a quien cuidar. Al menos esa realmente tenía dones paranormales. Si de algo estaba segura era que, cuando volvieran a su plano, iba a comenzar con una petición de nunca acudir a llamados de ritos mundanos. Habían agotado su paciencia.
El teléfono en la oficina de Jeremías Blanco no dejaba de sonar. Quien estuviera del otro lado era insistente. El comisario se despertó dejando caer papeles desde su pecho al piso y estos se esparcieron por doquier. Una vez más en lo que iba de la semana, se había quedado dormido leyendo informes y repasando pistas luego de entrevistar a Camila y comprobar que lo único que la mantenía encerrada era la presunta arma homicida. Su intuición le decía que mantener a la madre de Mar bajo custodia en la comisaría era una buena manera de protegerla de quien fuera el verdadero asesino. Por algún motivo, el monstruo que él perseguía había decidido ocultar sus huellas inculpando a su amiga.
El timbre del teléfono resonó por milésima vez y el padre de Elías supo que si no atendía, nadie más lo haría. Cuando se puso de pie se dio cuenta que llevaba la camisa desabotonada y el cinto desprendido, pero no le importó.
—Jefatura de policía.... Habla el comisario.
—Tengo información para usted acerca de los misteriosos asesinatos y tiene que ver con gente importante de Rincón Escondido. No voy a darle mi nombre, pero puede encontrarse conmigo esta noche en el muelle del lago. Lo veo a la medianoche, venga solo. No quiero exponerme a más personas.
La comunicación se cortó. Jeremías conocía el lugar. Era el único muelle en el lago principal del pueblo. No sabía qué pensar sobre ese llamado, pero tampoco quería descartar nada. Tal vez la gente se estaba animando a hablar. Por el tono de voz, parecía que su interlocutor misterioso era una mujer entrada en edad. Colgó el teléfono y se dirigió a la ventana para observar el cielo oscuro y las nubes negras que se paseaban por la cima de las lejanas montañas. Lanzó una plegaria silenciosa aunque no fuera un religioso practicante. Quería que todo aquel desastre terminara pronto para volver a su casa y abrazar a su familia. En esos días había estado dándole vueltas a una idea que iba tomando fuerza en sus pensamientos a medida que la sangre corría por el pueblo. Pensaba dejar la policía para ayudar a Ana con la panadería. Al fin y al cabo, así se habían conocido, con el aroma a pan recién horneado en el aire y las masas dulces sobre la mesa. Añoraba todo eso y no estaba dispuesto a permitir que la oscuridad le robara ese rayo de luz.
Para el mediodía, la tormenta había estallado sobre el pueblo. Rincón escondido tenía las horas contadas y todo parecía recaer en manos de tres demonios contenidos en cuerpos humanos; tres criaturas invocadas por dos adolescentes que habían decidido jugar con un libro prohibido unos pocos días antes, sin imaginar todo lo que ocurriría luego. Nadie en su sano juicio habría soñado siquiera en algo como aquello.
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