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Capítulo 16

Luego de su orden, las patrullas comenzaron a alistarse para llevar a cabo el rastrillaje. El hombre de mirada profunda se tomó un segundo para enviarle un mensaje a su esposa y pedirle que se cuidara mucho.

Los equipos de la policía local eran comandados por Jeremías Blanco, quien conducía el primer auto que iba en caravana con dirección a la zona de los bosques. Iba a exponerse a ser devorado por raíces y arbustos en la oscuridad absoluta que antecedía al amanecer. No faltaba mucho para eso, pero cualquier cosa podía ocurrir en el pueblo y tenía pruebas de sobra para afirmar aquello. Pensó en Lorena, le era imposible sacársela de la cabeza. Recordó el día que siendo más joven llegó hasta su casa a pedirle consejos de si debía emprender una carrera en las fuerzas. Él y su padre habían sido grandes amigos en la secundaria. Y ahora ella era su compañera, una mujer fuerte e inteligente, que tal vez estaba escondiéndose de la posible amenaza o quizá ya iba de camino a la jefatura y todo aquel despliegue era solo una exageración. Luego se reirían contando la anécdota con cajas de pizza abiertas sobre la mesa de investigaciones y restos de cerveza en el fondo de los vasos.

El joven oficial que había estado de turno con Sáenz indicó el punto exacto donde la había perdido y donde a él lo habían golpeado. Todos los vehículos se detuvieron allí. Con linternas que emitían columnas de luces blancas inspeccionaron el lugar por varios minutos hasta que Jeremías encontró algo. Sobre la tierra junto a la ruta de asfalto, dio con dos líneas gruesas e imperfectas en paralelo que desaparecían al llegar al césped.

—Parece como si hubieran arrastrado a alguien —indicó el comisario iluminando la zona exacta y otros expertos se reunieron a su alrededor—. Deberíamos probar con los claros cerca de la montaña.

—Estoy de acuerdo —asintió una mujer fijando la mirada en las huellas—. He visto muchas de estas marcas. Generalmente son los pies de personas arrastradas. Es imposible que sean las ruedas de algún vehículo por la poca separación que hay entre ellas.

El resto del equipo también estuvo de acuerdo. De una camioneta negra bajaron a un perro de pelaje marrón que estaba entrenado para hacer rastreos y le dieron a olfatear una parte del uniforme que la joven policía acostumbraba a usar. Lorena siempre dejaba esa camisa de mangas cortas en un perchero en la esquina de la oficina. Aquello le revolvió el estómago a Jeremías porque le parecía apresurado el proceso de buscarla con el animal como si estuviera muerta. Ella solo estaba desaparecida, pero uno nunca era consciente del peligro hasta que no le tocaba de cerca. Además, se requería celeridad si no deseaba que se metiera la gendarmería o la policía federal en el asunto.

El animal de pelaje corto y ojos negros, ladró dos veces e hizo fuerza para impulsarse hacia adelante, llevándose con él a su entrenador que apresuró sus pasos detrás de él. Antes de perderse en el bosque y atravesar la primera línea de árboles, la radio de Jeremías comenzó a hacer ruido. La tomó rápidamente y presionó un botón.

—Aquí el comisario Blanco —su voz sonó grave y seria.

Unas descargas se dejaron escuchar y luego la voz de Guzmán se hizo presente. Parecía dubitativo.

—Jefe... Cuando vuelva... tiene que ver algo en la computadora de Lorena.

—Vamos, Guzmán. Sin rodeos. El resto del equipo ya está en el bosque y debo ir con ellos. ¿Qué encontraste?

Observó los haces de luz jugar entre los troncos de los altos árboles como si fueran luciérnagas en una noche de verano.

—Es muy raro. Estaba investigando ritos satánicos. Cuerpos vaciados de su sangre y... marcas sobre la piel, como las que encontramos en las víctimas de los asesinatos. También hay artículos acerca de desapariciones misteriosas luego de posesiones de entidades malignas... No sé, comisario. Nunca había visto este tipo de cosas. ¿Me disculpa si le digo que no creo en esto y me parece una tontería?

—Estoy seguro de que Lorena creía menos que tú en brujería, pero por alguna razón estaba investigando eso. Sigue viendo qué más tiene entre sus archivos y verifica qué llamadas telefónicas hizo en los últimos días. Debo irme. Gracias, oficial.

Ajustó su radio en el cinturón de cuero ancho que le ceñía la cintura y secó el sudor de su frente antes de adentrarse en el bosque. Sentía la camisa empapada en la zona de la espalda y no era un día caluroso.

Era un mundo de sombras allí adentro. Se sentía un intruso, observado por ojos invisibles de criaturas que atacarían ni bien él bajara la guardia. Los sucesos que habían estado ocurriendo en Rincón Escondido estaban jugando con la mente de todos y sugestionándolos. Respiró profundo antes de enterrar sus emociones y poner otra vez su semblante duro y serio. Él debía llevar compostura y equilibrio a todos. El jefe de la policía no podía derrumbarse como un simple chiquillo ante una prueba difícil.

Mientras observaba el suelo cubierto por un colchón de hojas, tratando de encontrar algo, alguna pista u objeto que les indicara un camino a seguir, el perro comenzó a ladrar de manera incontrolable y no se detuvo. Su cuidador lo sostenía por la correa con mucho esfuerzo usando las dos manos.

—Comisario, ¿lo seguimos? —preguntó el hombre y Jeremías asintió. Comenzaron a perseguir al can amaestrado en un zigzag entre árboles, agachando la cabeza cuando las ramas puntiagudas amenazaban con lastimarles los ojos. Podía escuchar las respiraciones agitadas de todos y los ladridos del animal.

Luego de varios minutos dieron con un claro. La atención del comisario se fue directo a una marca de tizne grande en el centro. Parecía que alguien había acampado allí y también había hecho una fogata. Inspeccionaron la zona y el perro tiró con fuerza soltándose de la correa. Fue directo hasta un punto a unos metros de la marca quemada en el suelo. Comenzó a escarbar en una porción de tierra revuelta y húmeda.

—Aquí hay rastros de polvo —dijo la mujer encargada de la parte científica, agachada en el suelo, mirando la sustancia que movía entre dos dedos enguantados de látex—. Parece azufre, pero necesito hacer algunas pruebas para garantizarlo. También hay muestras de un polvillo diferente, de característica arcillosa. Apuesto a que se trata de tiza, aunque falta corroborarlo.

La sensación de intranquilidad volvió a presentarse en el estómago de Jeremías. En sus pensamientos, volvió a escuchar las palabras de Guzmán. ¿Con qué motivos alguien podría usar esos elementos en medio de un bosque?

—Encontró algo. ¡Hay un cuerpo bajo la tierra! —exclamó uno de los oficiales jóvenes mientras el adiestrador de perros volvía a sujetar a su animal y lo apartaba.

Jeremías se agachó junto al can para acariciarlo y felicitarlo. Tenía sentimientos encontrados con respecto a celebrar junto a un muerto. Tragó fuerte y se acercó despacio, poniéndose sus guantes mientras tres oficiales quitaban la tierra. No se habían esforzado mucho en esconder el cadáver de... Lorena. Era ella, su rostro y sus ojos abiertos. Su mirada estaba perdida en un punto lejano que nadie sería capaz de ver. El equipo logró quitarle toda la tierra de encima. La habían dejado desnuda, con un corte horizontal en el cuello y dos tajos similares en las muñecas. No le fue difícil suponer que no tenía una gota de sangre.

El comisario se quitó la chaqueta y la usó para cubrir el cuerpo carente de vida. Incluso se permitió extender la mano y mover un mechón de cabello del rostro de mujer como si fuera lo más normal del mundo. Hubiera querido decir que lo sentía mucho, que todo eso era una mierda, pero las palabras no le salían, se le quedaban atoradas entre los dientes. Solo se sentó junto a su compañera, como si se dispusiera a contarle algo y sostuvo una de sus manos entre las suyas. Escuchaba a los demás hablar como ecos distantes, incapaz de sentirlos andando de verdad a su alrededor. Iba a quedarse ahí hasta que viniera la ambulancia, como si todavía hubiera posibilidades para Lorena. Tal vez despertara y no quería que se descubriera sola y desnuda en medio del bosque. Iba a estar allí para ella.

El sol comenzó a escalar el cielo de manera tímida por detrás de las montañas y algunos rayos tibios se colaron entre las copas de los árboles. Para algunos, un nuevo día comenzaba y para su compañera, la vida terminaba. En ese momento, sosteniendo su mano fría, ansió el abrazo de su esposa y la mirada dulce de su hijo. No había podido poner a salvo a Lorena, pero no permitiría que nada le pasara a Elías o Analía. Lo prometió con esa lágrima que le rodaba por la mejilla.

Mía se metió a la cama a altas horas de la noche con la novedad de que no tendrían clases al día siguiente y el viernes tampoco. Habían dado el anuncio en todos los medios locales y en la página de Facebook del colegio. Bueno, al menos una cosa buena entre tanta locura. Nunca pensó que todo se volvería tan siniestro en un pequeño pueblo perdido entre las montañas. Odió una vez más la decisión de sus padres de mudarse allí. Añoraba regresar a la ciudad donde los muertos eran gente que no conocía y no se relacionaban con ella.

Por supuesto que no logró conciliar el sueño. No sabía dónde estaba su madre. La alegría por el regreso del líder de la familia Gutiérrez se había opacado con la ausencia de Tatiana y cuando él le propuso no reportarlo con la policía, Mía aceptó sin dudarlo. Tenía sus propios medios para dar con el paradero, aunque su padre le había dicho que no debía preocuparse por nada, pues él saldría a buscarla y retornaría con ella sana y salva. Se lo había prometido con una gran sonrisa en el rostro y la joven no dudó en creerle. Fabricio Gutiérrez era capaz de todo por proteger a la familia. Lo vio irse al anochecer y aunque trató de entregarse a los brazos de Morfeo, no lo había conseguido.

Alrededor de las dos de la mañana se levantó a buscar un vaso con agua en la cocina y sintió ruidos en la puerta principal que la pusieron en alerta. Luego de beber un sorbo, dejó el vaso sobre la encimera y con cuidado fue hasta el marco sin puerta que separaba los dos salones. Asomó la cabeza por detrás del muro de cemento para ver a su padre ingresar con su madre de la mano al living. Inmediatamente la joven salió disparada hasta donde ellos estaban y abrazó a su madre con fuerza. Fabricio había cumplido con su palabra y las horas de angustia y miedo se disolvieron entre la emoción del reencuentro. ¡Pensar que había estado tan desesperada al regresar a casa y no encontrar a Tatiana por ningún lado! Estaba intentando un hechizo cuando su padre llegó cargando un bolso y arrastrando su maleta de viaje. Él la contuvo con gesto tranquilo, tan confiado del bienestar de su mujer, que Mía no pudo más que enterrar sus temores y aguardar paciente el proceder de su padre, quien adujo que pensaba hacer uso de su amistad con el intendente y otros contactos importantes para garantizar su promesa.

—Te dije que la encontraría —el hombre apretó con cariño el brazo de su esposa y sonrió orgulloso—. Cuando tú eras una bebé, Mía, ella solía dar esas largas caminatas preocupándome de la misma manera. Pero ya sabemos cómo es tu mamá, ¿no es así? El don de las mujeres de esta familia las vuelve un poco... inestables, en esas cabecitas raras que tienen ustedes.

Mía escuchó esas palabras como si vinieran de otra dimensión. Solo podía pensar en el alivio de ver a su madre con vida en un lugar donde estaban pasando las cosas más terribles, aunque lo que su padre había dicho no sonaba en absoluto bien. Si Mar estuviera allí seguramente tendría algo para decir. Mar... y Elías. Habían estado en su casa antes, ya no tenía noción del tiempo. Era como si hubiera borrado el recuerdo con toda la preocupación por la desaparición de su mamá.

—¿Estás bien, mami? —interrogó la muchacha levantando el rostro para ver a la mujer que le sonreía. Tatiana bajó su cabeza para dejar un beso en la frente de su hija.

—Sí, nena. Solo perdí la noción del tiempo. ¿Sabes una cosa? Quería saber algo más acerca de los Pietro y fui hasta su casa. Supongo que algo habré sentido porque mi mente y mis poderes se confundieron... No quiero que te acerques a ellos. Son peligrosos —comentó de manera tajante y Mía no supo de dónde había sacado todo eso.

Era como si hubiera salido por un helado y se olvidó de ver el reloj. Odiaba que sus padres se tomaran las cosas con tanta calma a veces.

—No creo que sean peligrosos, mamá...

—Mía —interrumpió su padre con voz grave—. Si tu madre, que sabe mucho más que tú de estas cosas, dice que no te acerques, no lo harás. Ahora, todos a la cama. Ha sido un largo día. Más bien, está comenzando uno nuevo.

Fabricio le sonrió otra vez, llevándose a Tatiana con una mano apoyada en la espalda de la mujer y Mía supo en ese preciso instante que no podría dormir ni una hora. Ella no tendría los poderes de su madre, ni se le comparaba, pero había algo en el color de sus ojos y en lo mal que estaba arreglado el pañuelo en su cabeza que le decían que esa no era la vidente que conocía. La semilla de la duda comenzó a germinar en lo profundo de su pecho. Necesitaba descubrir lo que estaba sucediendo, aunque no sabía a quién recurrir. No confiaba en nadie del pueblo y nadie la entendería, atrofiados como estaban con sus creencias anticuadas que se veían agravadas con las desapariciones y muertes que estaban sacudiendo el lugar. ¿Y si sus nuevos vecinos tenían oídos para sus temores y respuestas a sus preguntas? Recordó la prohibición de sus padres y supo exactamente lo que tenía que hacer.

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