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Capítulo 14

—Así que Isaac va a estar pendiente de ti, Elías —dijo Leo con esa mirada de oro que podía dejar a cualquiera embobado y transportarlo a otro mundo. El pecoso daba gracias de que no le atrajeran los chicos más grandes, sino hubiera molestado a su amiga sintiendo interés por él o profiriendo halagos a ese ejemplar de hombre—. Yo voy a hacerme cargo de Mar... Y de su mamá obviamente. Todas sus familias van a estar a salvo. Y no es un tema abierto a discusión.

Antes de ingresar a su casa, Leo les había informado con esa voz rasposa que invitaba al peligro, que extremarían los cuidados para con ellos y no estaba dispuesto a recibir quejas. Mar le había dado un vistazo rápido a Elías, levantando las cejas de forma exagerada y el chico sabía la fuerza que ella estaba haciendo para no sonreír complacida con la novedad.

Elías notó que lo que habían hablado en el porche de entrada se hizo en tono de voz bajo como si no quisieran que alguien los escuchara. Él sabía que ese alguien tenía nombre y apellido: Helena Pietro. Había visto a la menor de los demonios en acción y escuchado sus aterradores gritos cuando se frustraba por algo. También había observado cómo la mano de Isaac se había transformado de un momento a otro en algo horripilante y oscuro. ¿Cuáles serían sus formas completas? Le daban escalofríos con tan solo pensarlo.

Con un saludo de sus cabezas, los apuestos hermanos desaparecieron detrás de la puerta y el llamador se golpeó contra la madera tres veces. Eli entendió que tal vez el significado de esa mano dorada apuntando hacia abajo realmente tenía que ver con ellos. El infierno estaba en la Tierra.

—¡No puedo creerlo! —el chillido de Mar no se hizo esperar y explotó en su oreja mientras la acompañaba hasta su casa. Eran tan solo unos pasos. Estaba atardeciendo y el cielo era un manto de tonos rosas y naranjas. Habían perdido casi todo el día sin darse cuenta —. ¡Qué guardaespaldas nos conseguimos! Ya me suben los calores.

—¿Te das cuenta que estás celebrando el desastre?

—¿Qué? Festejo semejante determinación del papito Pietro de querer cuidarnos.

—Nos cuidan de una cosa horrenda que está matando jóvenes y viejos, Mar.

—Bueno, el demonio ese anda suelto igual, con o sin los hermanitos. Así que es preferible tener guardianes. No me opondré a nada que diga Leo —comentó ella a modo de broma levantando sus cejas repetidas veces y Elías tuvo que perder su seriedad para reírse —. Ese es el chico que me gusta. Has estado muy serio últimamente, Eli.

—¿Por qué será? —pretendió rascarse la barbilla mirando hacia arriba—. ¡Ah, sí! Vimos cómo mataban a Don Cosme y Mía parecía una marioneta sin vida. ¿Ya te olvidaste?

—Lo sé... Tal vez trato de borrar esas imágenes con otras cosas. Ahora solo quiero una ducha caliente y ver Netflix.

—Una ducha fría te vendría mejor, amiga.

—¡Elías! —la voz de su madre flotó en la brisa y giró para verla parada en el umbral de la puerta cruzando la calle, como si fuera una aparición.

—Bueno, adiós a los planes de quedarme en tu casa. Iré con mamá —comentó el chico. Dejándole un beso en la mejilla a su amiga, se fue caminando a paso lento.

Ya en su casa se encontró pensativo debajo de la ducha caliente. Las imágenes de las horas anteriores se repitieron en su mente como las escenas de una película en blanco y negro y las palabras que había dicho Leo se dibujaron con tinta imaginaria sobre los azulejos del baño. ¿De qué manera iba a cuidarlo Isaac? Había estado tan silencioso luego del beso y las caricias del día anterior, distante como una galaxia perdida en el universo. Tal vez ellos mismo sabían que era una pésima idea involucrarse de manera más profunda y sentir algo. Por lo que había escuchado, les urgía volver a su mundo y ellos eran la clave para que lo lograran.

De vuelta en la cocina, su madre flotaba como un hada por el lugar horneando una pizza. Solía traer masa que sobraba en la panadería para crear más delicias para la cena. El muchacho se sentó acomodándose el pelo húmedo y la observó trabajar bajo la cálida luz de la lámpara.

—Eli, llamó papá... Dijo que Don Cosme está desaparecido —comentó Analía negando con la cabeza mientras le daba la espalda. Estaba poniendo queso sobre la pizza—. Yo no puedo creer en lo que se ha transformado Rincón Escondido. Por eso no quiero que salgas más que para ir a la escuela y regreses directo a casa, siempre junto con Mar. Vi que esos muchachos Pietro los acompañaban. Espero que sean de confianza.

—Sí, mamá... —replicó el pecoso, tragando fuerte. ¿Qué desastre de sangre, plumas y gallinas muertas se habría encontrado su padre en la casa del anciano? Por suerte no quedaban rastros del demonio ni del pobre viejo porque aquello podría producirle terribles pesadillas a cualquiera—. Justamente ellos propusieron vigilarnos entre vecinos y estar pendientes unos de otros. Dijeron que iban a cuidar la cuadra.

—Me parece una buena idea. Se ven bastante fuertes. ¿El más chico va contigo a la escuela?

Su madre metió la pizza al horno, limpió sus manos con un repasador a cuadros y se sentó junto a él sirviendo Coca Cola en dos vasos. Elías sonrió, ella siempre compraba esa gaseosa en envase de vidrio. Sabía cuánto le gustaba. Era una tontería, pero creía que el sabor era más intenso y delicioso.

—Sí, tendrá que rendir algunas equivalencias, pero es bastante inteligente y yo le he ayudado con algunas cosas que habíamos copiado en las materias.

—Y te gusta el chico ese, ¿no?

Elías casi soltó el vaso que recién había llevado hasta su boca. Una sensación de nervios despertó en su estómago, el frío le recorrió el cuerpo haciéndolo estremecer.

—Mamá, no...

—Mi amor... —sus ojos se llenaron de lágrimas. Estiró la mano para acariciar la mejilla de su hijo con tanta ternura que le generaba calor—. Soy tu madre y sé que no debo presionar en estos temas, pero tienes diecisiete años... He querido hablar contigo de esto hace tiempo porque siento...

—¿Que no soy normal como el resto de los chicos de este pueblo? No juego al fútbol ni presento novias todos los meses —soltó el joven sin entender porqué reaccionaba de esa manera, tan a la defensiva cuando ella no lo estaba atacando. Le pesaban las expectativas, eso que los padres siempre esperaban que los hijos fueran y él no era como los demás, no iba a traerles una novia o nietos a almorzar los domingos. Por eso extrañaba a su hermana. Con Carla podía hablar de todo de manera tan natural.

—¡Eli! ¿Cómo dices algo así? ¿Crees que soy ese tipo de madre que no comprende a sus hijos? Yo sé que no compartimos mucho tiempo juntos como familia por nuestros trabajos, pero quiero que sepas que te acepto como eres, que si hay algo que te hace vivir triste o por alguna razón te sientes incompleto, es hora de que vivas como quieras...

Elías suspiró profundamente y mordió su labio inferior. ¿Por qué no contarle? Ella prácticamente le estaba abriendo su corazón y creando el ambiente para él. Se lo había dicho a su hermana y a Mar también.

—Soy gay mamá. Lo sé desde que tengo uso de razón y he tratado de no dar pistas, aunque se me hace cada vez más difícil —explicó rompiendo en llanto y su madre lo abrazó sin decir palabra alguna. Movió la mano en círculos sobre su espalda, acariciándolo para reconfortarlo.

—¿Cómo no te va a ser difícil, cariño? Eres adolescente, todos están viviendo sus emociones y tú, las contienes. No tienes que decir nada. Papá lo entenderá. ¿Sabes qué es lo único que nos preocupa acerca de lo que eres?

—¿Qué? —preguntó entre sollozos mientras olía que algo se quemaba.

—Que en este pueblo de mierda te puedan discriminar como ya lo hacen con todos. O lastimarte por eso. Nunca lo permitiremos.

—¡Mamá! —exclamó el pecoso soltando una de esas carcajadas raras que están mezcladas con llanto. Nunca la había escuchado hablar así—. Se quema la pizza.

—¡Mierda! —ella también se rio.

A los pocos minutos tenían una comida deliciosa sobre la mesa. Su madre abrió un vino dulce, sin dejar de mirarlo. Era como si hubiera descubierto a su hijo o lo viera en una luz diferente.

Pasaron la cena charlando del día a día, sin darle importancia al tema en cuestión. Luego de eso, el joven subió a su habitación y miró el cielo estrellado desde el pequeño balcón lateral que tenía el cuarto. Rogaba que su padre estuviera bien. Cuando bajó la vista, observó luz en una de las ventanas de la casa de los Pietro que daba al patio. Isaac estaba allí, observándolo con el torso desnudo. En el punto justo donde se unían sus pectorales, colgaba su collar negro. Todavía no sabía que había al final del cordón. Él le sonrió, levantando una mano y el otro chico también lo saludó. Por más raro que fuera todo, Eli se sintió feliz esa noche. Era consciente de que las sombras jugaban por todos lados amenazando con nuevas escenas de sangre y ojos sin vida.

En un claro del bosque en la base de las montañas, una fogata ardía con fuerza soltando chispas naranjas que se elevaban a los cielos. El crepitar de la madera que estaba siendo consumida por las llamas era la música de la noche. Completaban la melodía el ulular de los búhos y un coro de grillos.

La fogata era el corazón ardiente de una estrella de cinco puntas. Un pentagrama trazado con prolijidad con polvo de tiza molida. Había cinco personas, cada una ubicada en una punta de la estrella. Era imposible distinguir los rostros de esa gente gracias a las capuchas negras de las túnicas que llevaban puestas. Apenas alcanzaban a verse los símbolos que se habían pintado con rojo en las mejillas y debajo de la boca. Era sangre. El líquido vital de una persona que se encontraba observando el cielo, aunque sus ojos estaban quietos y no podían contemplar la belleza del firmamento. Su mirada veía directo al otro mundo. Junto al cuerpo uniformado y sin vida, una mujer lloraba. Estaba encerrada en un cuadrado de azufre. Los moratones azules de su rostro daban cuenta de la violencia con que la habían tratado. Sobre la cabeza le habían puesto una corona de espinas que se le clavaba en la frente y esos rasguños en la piel lloraban sangre de un color rojo tan vibrante como el de las cruces invertidas que lucía en los antebrazos, creadas por uno de los encapuchados con una daga afilada.

La llama que ardía sobre los leños no era normal, solo pretendía serlo. Ante una palabra del que dirigía la reunión, el fuego tomó un color verde y se alzó en altura superando sus cabezas. Con el ruido incansable de un crepitar antiguo, a veces tomaba formas. Parecía un lobo inmenso por momentos y a veces, prefería mostrarse con aspecto leonino. Un rostro de sonrisa espeluznante se dibujó en tan extraña hoguera.

Las cinco personas comenzaron a recitar palabras de un lenguaje tan antiguo como prohibido. Primero en un suave murmullo, luego en una fuerte oleada. La mujer atrapada también lo hizo mientras formaba dibujaba símbolos en la tierra con sus dedos manchados de sangre. Parecía una batalla de frases que trataban de quitarse poder. Pero el fuego es fuego y lo puede con todo. Como una flecha de luz salió despedido desde el pentagrama y atravesó por el pecho a la mujer. Sus ojos se llenaron de verde intenso y se elevó unos centímetros del suelo, levitando como una santa con corona de espinas, antes de caer con fuerza contra el suelo. La poderosa entidad había encontrado un buen huésped esta vez.

El pueblo dormía ajeno al peligro que había tomado cuerpo en el bosque y pretendía arrasar con todo sin mostrar piedad ni clemencia por nadie. Alguien, sin embargo, supo de lo ocurrido. Alguien con sed de pelea y ansias de lucha. Helena sonrió en la oscuridad del sótano que había convertido en habitación. Poco le quedaba a aquella entidad milenaria para regresar al calabozo del que no debería haber escapado jamás.

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