Capítulo 13
Aquel miércoles por la mañana transcurrió en cámara lenta para Mar. El salón de clases parecía vacío, faltaban las voces y burlas de sus compañeros asesinados y los que sí se encontraban presentes guardaban silencio. El miedo se palpaba en ese grupo de adolescentes prontos a graduarse de la secundaria. Así y todo, nadie mostró preocupación por la ausencia de Mía Gutiérrez. La rubia que todos señalaban como bruja era de esas personas que jamás se perdía una clase, pero ni los profesores ni la preceptora manifestaron interés por la muchacha. Mar temía que el encuentro que habían tenido el día anterior estuviera relacionado de alguna manera, mas no pensaba admitirlo en voz alta.
A su lado, Elías se notaba incómodo. Nervioso, mejor dicho. Cada vez que Isaac volteaba desde su asiento y lo miraba en silencio, el pecoso trataba de evitar el contacto visual, pero le resultaba inevitable. Era obvio que se atraían mutuamente y que a su amigo le importaba más de lo que reconocía. Al parecer, la charla del día anterior acerca de no crear ataduras porque pronto se irían a la ciudad no había surtido efecto. ¿Pero qué pretendía lograr su amigo con un demonio?
Al tocar el timbre que anunciaba el fin del día escolar, se encontraron con Helena, que los esperaba con tal pasividad que resultaba aterradora. Debía de ser una criatura terrible en su mundo.
—Leo ya me dio indicaciones —dijo mirando a los alrededores.
Habían caminado hasta alcanzar la sombra de uno de los árboles de la plaza que se ubicaba frente a la escuela, en el centro mismo del pueblo, y podían ver cómo los demás estudiantes se alejaban hacia sus casas. En unos minutos ya no habría movimientos en la zona. El hecho de que en Rincón Escondido solo hubiera una institución de cada nivel educativo y que todas se limitaran a funcionar en el turno mañana, daba cuenta de lo pequeño que era aquel lugar. Pequeño y aburrido, así lo veían Elías y Mar desde hacía años y por eso mismo pensaban escapar lejos, a la urbanización y la modernidad de la capital.
—¿Perdón? —Elías atrajo la atención de su amiga—. ¿De qué hablas? Pensé que regresaríamos a casa.
—Los acompañaremos a sus hogares, claro que sí, pero primero tenemos trabajo que hacer —Helena sonrió con malicia.
—¿Trabajo?
—Necesitamos que nos lleven a la casa de ese anciano que vive frente a la escuela...
—¿Cuál de todos? No sé si te diste cuenta, pero en este pueblo, la mayoría son ancianos —Mar interrumpió a Helena con gesto de burla.
La menor de los Pietro siseó y su hermano intercedió.
—Es alguien que usa una bomba de oxígeno y camina con andador o bastón —explicó el muchacho evitando posar sus ojos azules sobre Elías—. Debe ser bastante querido por la comunidad, tanto como para que Antonio y Juana lo hayan ayudado con las bolsas de las compras el día que desaparecieron.
—Te refieres a Don Cosme. ¿De verdad? ¿Sospechan de él? —la muchacha negó con un movimiento lento de su cabeza.
—Ya se los dijimos, todos son culpables hasta que se demuestre lo contrario.
—Pero Don Cosme...
—Que lo veas viejo y desvalido no garantiza que esté libre de ser poseído por una entidad oscura —Helena se encogió de hombros—. Míranos. ¿Creerías que somos demonios?
Mar se guardó la respuesta, aunque su rostro lo decía todo.
—¿Pueden indicarnos dónde vive? —insistió Isaac.
Elías señaló con la mano derecha al tiempo que hablaba:
—En aquella casa de muros verdes. Enviudó hace años, nunca tuvo hijos. Trabajó toda la vida como portero de la escuela, por eso sabe que ningún chico del pueblo dudará en brindarle ayuda si la pide.
Los hermanos Pietro se observaron en silencio.
—Bien —Helena respiró profundo y miró a los alrededores—. Iremos juntos, entraremos a la casa con cualquier excusa y ustedes buscarán resguardo mientras nosotros nos hacemos cargo de la situación.
—¿Van a matarlo? —Elías supo la respuesta ni bien expresó la pregunta y se sintió idiota por haber pronunciado esas palabras.
—Una persona de edad avanzada y con problemas de salud no sobreviviría a la criatura que estamos buscando —Isaac hablaba con la vista fija en un punto lejano—. Ni siquiera un joven de tu edad lo superaría.
Helena comenzó a caminar hacia el lugar indicado, sin esperar a ver si los demás la seguían siquiera. Su hermano suspiró por lo bajo antes de salir a paso rápido para alcanzarla, no sin antes volverse hacia los dos amigos que contemplaban la escena sin entender por completo lo que estaba a punto de suceder.
—Andando —urgió el demonio. Mar y Elías lo siguieron en silencio.
Al llegar al frente de la casa de Don Cosme, los cuatro jóvenes se miraron unos a otros. Al final, fue Mar quien dio un paso adelante y pulsó el timbre. Conocían al anciano desde pequeños y sabían que la puerta no tenía seguro. La costumbre para quienes lo visitaban consistía en anunciar su llegada y entrar directamente. La muchacha de cabellos oscuros giró hacia Elías, dudando. Al ver que él le respondía con un leve movimiento de la cabeza, ella accionó el picaporte y abrió la puerta con lentitud.
—¡Buenas! —gritó, segura de que Don Cosme a esas horas debía de andar por el patio, donde acostumbraba a almorzar aprovechando el fresco de los árboles que colmaban el lugar. Al menos, así sucedería si siguiera siendo humano.
Mar hizo el amague de atravesar el umbral y Helena la detuvo. Ella y su hermano pasaron primero, constatando el lugar y los riesgos que podían representar para los humanos que los acompañaban.
Al ver que todo estaba despejado, permitieron que Mar y Elías ingresaran a la sala que funcionaba como living. Colocaron el seguro a la puerta para evitar invitados no deseados y avanzaron hacia la luz que atravesaba la puerta del patio, abierta de par en par.
—¿Quién anda ahí? —la voz rasposa y grave llegaba desde la punta más lejana de la casa, donde se ubicaba un pequeño gallinero.
—Don Cosme, soy Elías, Elías Blanco. Vinimos con Mar y unos amigos a visitarlo y ver si necesitaba algo... hace días que no lo vemos y nos preocupaba. Ya sabe, con todo lo que anda sucediendo en el pueblo —el muchacho no sabía de dónde había sacado la fuerza para decir todo aquello mientras el grupo avanzaba en dirección al galpón que hacía las veces de gallinero.
Antes de abrir la puerta de alambre tejido, los hermanos Pietro extrajeron sendos cuchillos de entre sus ropas. Helena deslizó el filo desde la sangradura de su brazo izquierdo, hasta alcanzar la zona de la muñeca. El hilo de sangre comenzó a bajar por la mano con un tono oscuro, casi negro. Abrió y cerró la mano varias veces, hasta que se formó una especie de hilo fino. Mar estaba segura de que no debía tener nada de inofensivo.
A pocos pasos, Isaac había hecho algo similar, aunque en su caso las heridas eran varias, nacían en la muñeca y recorrían cada falange, hasta llegar a la punta de los dedos. Su mano derecha nada mostraba de humana. Parecía, en cambio, que llevara puesto un guante con afiladas garras oscuras. La humedad en la piel daba cuenta de que era sangre lo que la cubría, sangre tan oscura como la de Helena. Elías no podía apartar la mirada del demonio, incapaz de creer lo que estaba viendo. El rostro calmo de ojos azules y cabellos rubios parecía no dar cuenta de la bestialidad que mostraba la mano.
—Quédense afuera. Nosotros nos haremos cargo —murmuró el demonio mientras su hermana abría la puerta del galpón.
Por instinto, Mar se agachó y tomó a Elías, jalándolo con fuerza y señalando hacia un lateral del precario edificio, donde un amplio ventanal permitía el acceso de luz natural al interior del gallinero.
A gatas alcanzaron el borde de la ventana y trataron de ver lo que sucedía dentro.
Helena olfateó el aire cálido que inundaba el pequeño espacio que constituía el gallinero. Podía captar un rastro a óxido muy marcado, que no provenía de las heridas que se habían causado su hermano ni ella. Ese olor se mezclaba con otro más fuerte y putrefacto, algo que para un humano habría resultado repulsivo por completo, aunque para ella solo le traía recuerdos de su hogar. El piso cubierto de plumas y manchas rojizas daba muestras de la masacre que había ocurrido, incluso antes de dar con el anciano.
El viejo estaba de espaldas, con la columna arqueada hacia adelante, como si estuviera abrazando algo. A un costado se alcanzaba a ver el tanque de oxígeno y el andador tirados en el suelo. Un sonido acompasado musicalizaba la escena. La demonio no precisaba acercarse para adivinar lo que estaba ocurriendo.
—¡Da la vuelta y levanta las manos! —ordenó Isaac, rodeando el lugar al tiempo que Helena lo imitaba cubriendo espacio por la pared de enfrente.
Dos Cosme comenzó a reír y giró hacia ellos sin liberar lo que cargaba. En sus manos, una gallina aleteaba decapitada. Un manojo de plumas y sangre cubría el rostro y cuello de anciano, que masticaba frenético los restos de la cabeza del animal. A su alrededor, los cadáveres de decenas de aves estaban desparramados de tal manera que no se alcanzaba a ver el suelo.
—Es hora de que regreses a donde corresponde —el muchacho extendió sus garras oscuras—. Puedes venir por las buenas o igual te llevaremos por las malas.
El hombre dejó el caer el cuerpo sin vida de la gallina. De pronto, ya no caminaba con dificultad ni a paso lento, tampoco iba encorvado. En cambio, se desplazaba con una rapidez sobrenatural y la espalda erguida lo mostraba como una persona joven vistiendo el cuerpo de alguien que llevaba demasiadas décadas a cuesta.
—¿Quién diría que dos de los grandes cruzarían a buscarme? Me siento halagado —carcajeó al tiempo que se lanzaba sobre Isaac y lo golpeaba de lleno en el estómago.
El rubio se defendió hundiendo sus zarpas en las costillas del viejo. Un crujido resonó en el galpón seguido de un alarido ensordecedor. El demonio había logrado partirle las costillas a su contrincante, que no dejaba de golpearlo a pesar del dolor que experimentaba.
Helena saltó sobre la espalda del viejo y le rodeó el cuello con el cable que había creado en su mano izquierda. Tomó el extremo libre y tiró hacia atrás con afán de asfixiar al humano y limitar la existencia de la criatura que lo poseía.
El anciano intentó erguirse. Comenzó a dar manotazos para quitarse de encima a la muchacha que no aflojaba en su agarre por mucho empujón que Don Cosme diera.
—¡Vayan y abran la puerta! ¡Leo está afuera! —gritó Helena a sabiendas de que Mar y Elías miraban a través de la ventana.
A los pocos segundos, el mayor de los Pietro apareció cargando una mochila de la que comenzó a sacar todo tipo de objetos.
Mientras Helena seguía batallando con el humano e Isaac lo atacaba en los puntos sin defensa, Leonardo abrió una caja y volcó su contenido en el suelo formando un triángulo. Elías y Mar reconocieron el polvo amarillo, ellos ya habían usado azufre molido al invocar a los demonios que se hacían pasar por los hermanos Pietro.
Leo sacó una navaja y se lastimó las puntas de los dedos índice y mayor de ambas manos. Sus hermanos seguían luchando por controlar al anciano cuando el mayor de la familia comenzó a trazar símbolos en el suelo con su propia sangre, en torno a los laterales del triángulo. Estaba por cerrar el entramado de dibujos cuando Don Cosme lanzó contra una pared lateral a Isaac antes de agacharse con rapidez y voltear a Helena, de manera que quedaron frente a frente. De una patada en el pecho, empujó a la muchacha y la estampó contra una jaula llena de gallinas que no dejaban de aletear, nerviosas.
—Apuesto a que pensaron que iba a ser más fácil —comentó escupiendo al suelo. Su saliva era oscura, tan oscura como la sangre que cubría su ropa ahí donde Isaac y Helena lo habían atacado—. Estos cuerpos inútiles limitan nuestra fuerza y poder. Son demasiado vulnerables, no pueden negarlo.
Leonardo no le respondió. En cambio, sus labios se movieron dando lugar a una plegaria. Un idioma tan antiguo como el propio demonio que recitaba un conjuro para enviar de regreso a su reino a la criatura que pretendía instalarse en el mundo de los humanos.
El anciano se le acercó a paso lento. La pérdida de sangre también mermaba sus fuerzas por mucho que odiara admitirlo. Era un cuerpo demasiado débil para contener a alguien con su poder.
—No pienso volver —su voz se ahogaba entre hilos de sangre—. No voy a volver.
Leo negó con un movimiento de la cabeza sin dejar de rezar. En una suerte de baile de idas y vuelta, había logrado que el viejo llegara a los bordes de un lateral del triángulo. La desesperación por ver cómo estaban sus hermanos lo tentaba, pero debía cumplir con su trabajo primero.
—No... no iré —Don Cosme cayó de rodillas sosteniéndose el costado más herido, como si así pudiera frenar el sangrado.
El mayor de los Pietro aprovechó para sacar un encendedor de su bolsillo. El azufre largó llamaradas azules al tiempo que se generaba una nube de vapor dulce y sofocante. Incluso Mar y Elías captaron el aroma desde afuera del galpón.
—Solo con... tu sangre... no... no alcanza —la risa del viejo se apagó por un estertor angustiante—. Yo... me salvaré... pero... a la chica... no... no podrán... salvarla.
El fuego atrapó el cuerpo casi sin vida del anciano. Leonardo lo observó consumirse mientras se acercaba a Helena, que yacía inconsciente. Más cerca de la puerta, Elías y Mar se encargaban de Isaac.
Con esfuerzo, los amigos cargaron al demonio de ojos azules hasta el centro del patio. Pocos pasos más atrás, Leo los seguía llevando en brazos a su hermana.
Acomodaron ambos cuerpos sobre el césped. La brisa cálida de la tarde los cubría de sudor. El gallinero, en tanto, emanaba nubes oscuras al cielo.
—Debemos irnos. La policía llegará en cualquier momento y... —Elías hablaba nervioso.
—Solo ustedes pueden verlo —el demonio respiró profundo—. Elevé un conjuro para que nadie más capte lo que ocurrió. Para cuando termine de consumirse el fuego, nada quedará de ese hombre.
—Pero tarde o temprano alguien dará voz de alarma por su ausencia.
—Con tantas muertes en el pueblo, una más no será problema —Leonardo fijó su atención en Mar, quien observaba un punto en la distancia y no parecía escucharlo. Él extendió una mano y le acarició rostro— ¿Estás bien?
Ella reaccionó al contacto con un estremecimiento.
—¿Estás bien? —repreguntó Leo.
—¿Qué pasará con ellos? ¿Están...? —la joven señaló a los demonios que yacían en el suelo.
—No te preocupes, ya lo tengo resuelto —el mayor de los hermanos corrió hacia el gallinero y regresó con la mochila que había dejado olvidada. Extrajo una botella con un líquido transparente—. Despertarán como nuevos.
Leonardo se mojó las manos con el contenido de la botella, que se mezcló con la sangre que seguía fluyendo de las heridas en sus dedos. Primero se arrodilló junto a su hermana, le tomó el brazo izquierdo y deslizó con cuidado sus manos por sobre las marcas negruzcas al tiempo que murmuraba palabras que ni Mar ni Elías podían entender. El cuerpo de Helena reaccionó cerrando la herida de manera casi instantánea. Los rastros de sangre se evaporaron en una nube plateada que desapareció sin dejar rastro. Sin esperar a que abriera los ojos, Leo se volvió hacia Isaac.
Una vez más, el demonio empapó sus manos con el líquido de la botella hasta que se formó una mezcla oscura. Con la mano derecha tomó la garra de su hermano, estrechándola, en tanto con la mano izquierda le acariciaba el antebrazo, cubriendo la zona donde las zarpas demoníacas usurpaban lugar en el cuerpo humano. Elevó otra especie de plegaria mientras Helena se incorporaba a pocos pasos de él. Mar la ayudó a ponerse de pie, Elías solo tenía ojos para Isaac. La oscuridad de la garra retrocedió hasta dejar a la vista piel clara y suave. Otra nube plateada se elevó, perdiéndose en el aire.
—Dime que lo eliminamos y ya podemos regresar a casa —urgió Helena atrayendo la atención de todos.
—No estuvimos ni cerca —Leonardo se irguió con gesto cansado y se enfrentó a su hermana—. Huyó. Ahora debemos buscar el nuevo receptáculo donde se esconde.
Elías volvió la mirada hacia Isaac, que seguía sin reaccionar.
—¡Por favor! ¿Cómo pudiste permitir que escapara? ¡Eres un príncipe, idiota, no un simple demonio de rango bajo! —la voz aguda de la menor de los Pietro resultaba insoportable.
—¡Sabes que no tenemos el mismo poder que en nuestros dominios! —gruñó su hermano con tono grave. Sus ojos fulguraban con tono dorado—. Tuve que enfrentarlo yo solo porque ustedes dos estaban fuera de combate.
—¡No pongas excusas tontas! Lo dejaste escapar, reconoce tu error. ¿Qué te sucede? ¿Es que tienes ganas de quedarte un tiempo más entre estos tontos humanos?
Leonardo rugió, parecía que en cualquier momento saltaría sobre su hermana y comenzarían a pelear.
—Dejen de comportarse como niños pequeños —Elías dio un salto de sorpresa al ver que el muchacho de cabellos rubios hablaba sin abrir siquiera los ojos—. ¿No podían esperar a que me levantara para discutir? Sus gritos me causan dolor de oídos.
Isaac se puso de pie y se acomodó la camiseta que parecía cubierta de tierra ahí donde su sangre la había empapado un rato antes. Helena se cruzó de brazos y se alejó hacia el galpón.
—Don Cosme... la cosa que lo poseía dijo que no podríamos salvar a alguien. Creo que... creo que se refiere a Mía —Mar se llevó las manos a la cabeza.
—Es cierto —su amigo la abrazó en un intento de calmarla—. Mía faltó a la escuela y ayer se fue de casa muy enojada porque tomamos su libro y realizamos la invocación.
Leonardo cerró los ojos y respiró profundo.
—Bien. Helena, tu regresa a casa y trata de rastrear a la entidad y al traidor. Isaac y yo iremos a casa de Mía junto con Elías y Mar. No podemos dejarlos solos, ya saben que están con nosotros y corren peligro —indicó recogiendo sus cosas en la mochila y acomodándosela en la espalda.
La menor de los hermanos salió de la casa sin despedirse siquiera. Para cuando el resto del grupo llegó a la puerta de entrada, no había rastro de ella.
En silencio y a paso tranquilo, los dos demonios y los amigos tomaron camino hacia la casa de la chica que todos trataban de bruja sin saber la verdad que escondía la acusación.
Mar y Elías caminaban tomados de la mano. Eran tantas las emociones y sentimientos que los envolvían que no eran capaces de procesarlo todo ni de reaccionar como correspondía. Pocos pasos más atrás, Leo e Isaac los seguían con sigilo. En el pueblo seguía libre una fuerza tan poderosa como antigua y debían detenerla cuanto antes.
Al llegar a la casa de Mía, el frente de piedra gris les dio la bienvenida mostrando una imagen muy dispar para el ambiente en que se ubicaba la cabaña. Se decía que la parte trasera del edificio se había remodelado ocupando casi toda la pared con enormes porciones de vidrio, que exponían el interior del lugar, pero nadie podía asegurarlo. La familia Gutiérrez no era muy querida en el pueblo y el hecho de que vivieran tan alejadas de la urbanización solo generaba rumores y sospechas.
Los dos amigos se situaron frente a la puerta mientras los demonios se acomodaban en los laterales. Elías pulsó el timbre y retrocedió, para abrazar a Mar por el costado.
Un hombre alto y de cabellos castaños atendió al llamado.
—¿Sí? ¿Qué desean?
—Ho... Hola. Nosotros somos compañeros de Mía. Queríamos pasar a saludarla. Nos preocupó que hoy no fuera a la escuela y... —la voz de Mar se apagó cuando el hombre fijó su mirada fría sobre ella.
—Mi hija está muy bien. No deberían haberse tomado tantas molestias ni venir hasta aquí.
—Pero...
—Retírense antes de que llame a la policía.
—¿Qué? ¿Cómo? —Mar reaccionó sin dudarlo—. Nadie puede garantizarme que usted sea quien dice ser. ¡Queremos ver a Mía o seremos nosotros quienes acudiremos a la policía y...!
Antes de que terminara de gritar, una cabeza de melena rubia y enrulada asomó por sobre la espalda del hombre.
—Chicos, gracias por preocuparse por mí. Por favor, váyanse —aunque la joven hablaba como Mía y se comportaba como ella, parecía una suerte de marioneta. La luz apagada en su mirada, la falta de expresión en el rostro, hizo estremecer a Elías.
—¿Estás bien? —Mar les dio palabras a las dudas del pecoso.
—Sí, de verdad. Solo quiero pasar tiempo con mi papá. Llevamos mucho tiempo sin vernos.
—No te molestaremos más. Disculpa la intromisión —se adelantó Leonardo tomando de los hombros a Mar.
Al mismo tiempo, Isaac empujó con suavidad a Elías. Los cuatro deshicieron el camino, dirigiéndose hacia sus hogares.
—Algo no va bien —murmuró Elías cuando abandonaron la arboleda del bosque.
—Nada va bien —replicó el muchacho de ojos azules palmeándole la espalda—. Pero no es lugar para hablar de eso.
El césped crecido se tragaba el sonido de sus pasos. Humanos y demonios revivían lo ocurrido en las últimas horas y trataban de sacar ideas en claro. Las reglas del juego habían cambiado. Los Pietro habían mostrado sus rostros y dado a conocer quiénes eran. Para peor, habían expuesto a los humanos que los habían convocado y el peligro iría tras sus pasos para sacarlos del medio a la primera oportunidad. Los hermanos no necesitaban decirlo en voz alta. Sabían lo que deberían hacer y una extraña emoción los recorría de solo pensarlo.
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