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—¿Ahora lo entiende amo Inuyasha? —preguntó con sus manos metidas en sus mangas.

Inuyasha observaba profundamente al bebé dormido en una pequeña cuna improvisada con su almohada y futon. El bebé dormía tranquilamente, ya que sentía el ligero yōki que emanaba la parte demoníaca de Inuyasha.

Se jaló sus cabellos con agresividad.

No podía creer que lo que estaba pasando, jamás creyó que algo así le pasaría en su vida, es más, ni siquiera se imaginaba teniendo un hijo por todo lo que la vida le había enseñado.

No quería arrastrar a una criatura inocente a un mundo que era una completa mierda con quienes eran diferentes.

Myōga suspiró rendido, sin duda alguna tenía que ayudar a su amo para que no cometiera ningún error. Criar a una cría de Yōkai no era ningún juego, era algo que debía tomarse con toda la seriedad del mundo teniendo en cuenta la especie que era.

Saltó hacia el hombro del chico y dio pequeños saltos para poder llamar su atención, Inuyasha captó aquellos movimientos y volteó a verlo.

—Debe haber alguna manera Myōga, las cosas no pueden ser así.

—Amo Inuyasha, se lo repetiré las veces que sean necesarias para que lo entienda. Usted es ahora la madre de esta cría, por lo tanto debe hacerse responsable, lo que implica que la tiene que alimentar, bañar, cambiar, las necesidades básicas que una criatura como ella necesita —desvió su mirada hacia el bebé que dormitaba tranquilamente —. Bueno, él.

—No Myōga, ¿qué no lo entiendes? No puedo cuidarlo ni hacerme responsable, la mayoría del pueblo me tolera por la anciana Kaede, pero te aseguro que de ser por ellos ya me habrían hechado de aquí porque no les agrada que tenga la sangre de aquellos monstruos.

Myōga percibió dolor en aquellas palabras, pese a que su amo no fuera tan expresivo, sabía que cargaba con una enorme inseguridad al no saber a donde podía pertenecer, o tan siquiera encajar.

Comprendía el miedo que sentía en esos momentos, y es que tenía razón, muy apenas pudo sobrevivir siendo un niño cuando su querida madre falleció de una terrible enfermedad, dejándolo a merced de cualquiera que pudiera hacerle daño.

Y ahora tenía que cuidar de alguien más, si fuera tan fácil como lo hacía querer ver el chico de ropajes rojizos, se hubiera hecho desde el inicio. Sin embargo, sabía que no podía ser así.

Él más que nadie conocía a la especie Inu Yōkai, sabía sus costumbres y naturaleza. Tenía que hacer que su amo criara de buena manera a la cría antes de que el clan de los Inu Yōkai se diera cuenta de la ausencia de la cría.

Porque después de todo, actuaban como una manada protectora con su misma especie. Y si se era de conocimiento publico entre los Yōkai y monstruos, que una cría de Inu Yōkai andaba por ahí perdida.

Quien sabe lo que pasaría o quien iría en su búsqueda, de solo pensarlo le daba escalofríos.

—No está solo amo Inuyasha, me tiene a mi, puedo ayudarlo a criar a la cría, al menos hasta que pueda valerse por sí mismo, pero tiene que tener en cuenta que no podrá mantenerlo oculto por mucho tiempo. A medida que avance su curiosidad lo abordaba de maneras descomunales, así como también querrá saber sobre su origen. Por lo que tendrá que aprender a criarlo de forma solitaria, como si fuera una madre soltera.

Inuyasha gruñó ante lo último dicho, no le estaba agradando para nada que Myōga se estuviera refiriendo a él como madre.

—No me vea así amo Inuyasha, créame que la cría lo verá así y no es por ofenderlo, pero sus rasgos faciales son más delicados.

—Como sea, no puedo hacerlo.

—¡Amo Inuyasha!

Antes de que Inuyasha pudiera refutar algo, escuchó como alguien daba ligeros toques a la puerta de su cabaña, sus orejas se crisparon, ¿quien podía ser?

—Inuyasha, ¿estas en casa?

Reconoció la voz de Miroku al otro lado y si su olfato le fallaba, también pudo percibir el aroma de Sango. Rápidamente entró en pánico, ambos no podían saber que tenía a la cría de un demonio viviendo bajo su techo.

Confiaba en ellos, pero realmente no quería que nadie supiera lo que estaba haciendo. Quería mantenerlo como un secreto.

Sin embargo conocía a sus amigos, y sabía lo tercos y necios que podían llegar a ser con algo nuevo que descubrían. Y no sabía sobre lo que harían si se enteraban sobre la cría.

Creyó que si se mantenía en silencio se irían.

—Sabemos que estas ahí, te vimos entrar y no has salido ni por la ventana —comentó la chica.

Bueno, se cancelaba eso.

—No estoy de humor chicos, quiero descansar.

—No mientas, sabemos que haces de todo menos descansar. Queremos hablar contigo sobre algo que escuchamos por parte de unos mercaderes.

—Si no abres, entraremos por la fuerza.

Ahora más que nada sí que entró en pánico, volteó a ver al bebé que dormitaba tranquilamente. ¿¡Qué hacía!? No podía esconderlo, tampoco podía ponerle una sabana encima para que no lo vieran, no era tan inhumano.

Si lo hacía capaz y el bebé no recibiría el oxígeno, estaba bien que creyeran que era un grosero y altanero, pero hacerle eso a un bebé no estaba dentro de sus principios ni valores.

—¿¡Qué hago Myōga!?

—¿Cómo que qué amo? Debe proteger a la cría, por mucho que sean el joven Miroku y la señorita Sango, en esos momentos no puede confiar en nadie. No sabe las intenciones que pueden tener los demás con la cría.

Inuyasha gruñó con fastidio, lo viera por donde lo viera, de cualquier forma sus amigos sospecharían, si no hacía algo en ese mismo momento, no quería ni pensar en que es lo que podría pasar.

—Quédate con la alimaña Myōga —ordenó.

—¡Amo Inuyasha, sea más respetuoso!

—Obedece Myōga.

Solo por aquella mirada, la pulga entendió y se apresuró a saltar hacia donde el bebé dormía.

Inuyasha era consciente de que Myōga no haría mucho en caso de que sucediera algo, pero al menos sabía con quien desquitarse si es que las cosas salían mal.

Se acercó rápido a la puerta ante de que cualquiera de sus dos amigos la abriera por la fuerza.

Al hacerlo pudo ver como Sango ya estaba en posición para patear la puerta, no le sorprendía que fuese ella y no Miroku quien lo hiciera.

—No hay necesidad de ser tan agresivos.

—Mira quien lo dice.

—Tranquilos los dos, tenemos que hablar de algo muy serio Inuyasha, ¿podemos pasar?

—Realmente no estoy de humor para tratar con temas serios, hoy fue un día muy estresante y quiero descansar.

—Esto no puede esperar hasta mañana Inuyasha, hace poco llegaron unos mercaderes y fueron interceptados por unos exterminadores que aseguraban que una cría de Yōkai estaba por la zona, dicen que pertenece a un clan peligroso y que debe ser exterminado lo antes posible antes de que ocurra una tragedia —anunció la exterminadora.

Las orejas de Inuyasha se crisparon de manera muy, pero muy leve.

—¿Y qué tipo de tragedia puede causar un bebé? —formuló la pregunta desinteresado.

—No lo saben, pero prefieren intervenir que lamentar después —habló Miroku decepcionado.

—Alto, eso significa que-

Ambos chicos bajaron la cabeza avergonzados.

—¿Tu padre está de acuerdo Sango? —preguntó conmocionado.

—Ya sabes como es, por lo tanto, si lo llegamos a ver hay que traerlo aquí y llevarlo ante él.

—Pero-

—De no hacerlo, se acusara de traición.

Aquellas palabras causaron escalofríos en la espina dorsal de Inuyasha. ¿Realmente lo harían?, ¿matarían al bebé sin sentir ningún tipo de remordimiento?

No.

No podía ser así.

—Hablaremos con más calma mañana, pero ahora realmente necesito descansar.

Sango entrecerró sus ojos, observando a detalle la reacción que tuvo el de cabellos blancos ante lo que estaban hablando.

Se conocían desde niños, y sabía que el Hanyō estaba ocultando algo, no quería presionarlo para que le dijera lo que estaba pasando, pero lo descubriría.

—Bien, te esperamos en la torre de los exterminadores —finalizó Sango para que ambos empezaran a alejarse de la cabaña.

No sin que antes Sango mirara hacia atrás para ver como Inuyasha entraba con prisas a su cabaña. Nuevamente entrecerró los ojos extrañada con esa actitud, ya que no era para nada normal en el Hanyō.

Definitivamente descubriría que era lo que estaba pasando.

Mientras al otro lado de la puerta, Inuyasha se encontraba recargado en ella, las pupilas  de sus ojos temblaban por toda la información que había recibido. Ahí se dio cuenta que lo que había dicho el anciano Myōga era real.

Los exterminadores no se detendrían ni porque se trataba de una criatura inocente. Sus mismas palabras tuvieron peso en él.

Solo lo toleraban porque fue adoptado y criado por la anciana Kaede.

El quejido del bebé lo sacó de sus pensamientos y se apresuró a ir a su lado para que no llorara. Una vez que el bebé lo sintió con él, volvió a dormir pacíficamente.

Cuando sintió algo de peso extra en su hombro, supo que se trataba del anciano Myōga.

—Mierda. Estoy en problemas Myōga.

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