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Capítulo 5

Las palabras de Rebecca me dejan paralizada. No voy a negar que el hombre me parece demasiado atractivo, pero nunca se me había cruzado por la cabeza acostarme con él.

Bueno, tal vez sí había fantaseado sobre eso alguna que otra vez en el pasado, cuando ni siquiera lo conocía. Ahora que es mi jefe no podría hacer algo así.

Sacudo mi cabeza cuando me encuentro pensando que igualmente sí me gustaría y vuelvo a hablar para sacarme la intriga.

—Por supuesto que no. Pero, ¿por qué lo dices?

—Dicen que el pene de Henri está maldito— suelta con total naturalidad.

Tengo que cubrir mi boca para que no se me escape una enorme carcajada ante su respuesta. Es oficial, esta chica está loca y yo recién me entero. A decir verdad, cada vez me cae mejor.

—¿A qué se debe esa acusación? —pregunto haciendo un gran esfuerzo por dejar de reírme.

—Veras, no existe una sola mujer que haya seguido trabajando en el restaurante luego de tener sexo con él. Así de simple.

—¿Con tantas mujeres ha estado?

—Ya perdimos la cuenta, eso debería ayudar a darte una idea del número— agrega bajando cada vez más la voz.

—Tal vez simplemente renunciaron para no tener que seguir cruzándose con él. Después de todo, es una actitud bastante poco profesional de su parte acostarse con sus empleadas— admito sintiéndome algo molesta.

Para ser un chef tan impresionante y tener fama de ser perfeccionista a un nivel casi enfermizo me asombra enterarme de que no se relaciona de manera apropiada con la gente con la que trabaja. El cocinero perfecto al parecer no lo es tanto. Y aunque su vida privada no cambia en nada mi admiración hacia su trabajo no puedo evitar sentirme un poco decepcionada.

—Puede ser que hayan renunciado, o puede ser que su miembro traiga mala suerte. Estás advertida—comenta aseverando su mirada—. No quiero perder a ninguna mujer más en esta cocina, ya somos pocas de por sí. Entiendo que es muy sexy, pero ponle candado a tu ropa interior. Y ahora vamos, es hora de trabajar.

Rebecca me arrastra de nuevo a la cocina aferrándose de mi brazo y me deja en mi estación de trabajo. La tarea que me asignaron para hoy es sencilla, algo lógico para ser mi primer día. Solo debo pelar papas, cebollas y zanahorias y cortarlas en pequeños cubos que luego serán utilizados para distintas preparaciones. En pocas palabras, debo ayudar con el mise en place, organizar y preparar los ingredientes que se van a usar para cocinar los platos del día.

—Los cubos deben ser iguales entre sí, Isla. Henri solo acepta cubos perfectos, hazme caso— recomienda Becca mientras se seca el sudor de su frente.

Lleva bastante tiempo siendo parte de Doux Paradis así que voy a tomar todos sus consejos. Ella no se encuentra trabajando cerca de mí ya que está con los chefs más experimentados encargándose de la cocción de los platos. Verla trabajar me hace sonreír por dos razones. La primera es que puedo notar a simple vista que es una chef habilidosa y dedicada, y la segunda es que estoy segura que algún día voy a estar ahí al lado de ella.

Conozco mis capacidades y voy a trabajar día y noche sin parar para demostrarle al chef Gautier que puede confiar en mí para tareas más importantes dentro de la cocina. Mi sueño está clavado en mi mente más claro y cercano que nunca, y juro que lo voy a conseguir.

Al cabo de un rato veo a Henri acercarse hacia mí, ya había visto que de vez en cuando aparece para revisar como está trabajando cada uno y vuelve a sus tareas, pero en esta ocasión su atención estaba puesta en mi persona.

—Los cubos de zanahoria te están quedando más grandes que los de papa, ¿ves? —señala acercando un pedazo de cada una a mi rostro.

—Sí, chef.

Su voz en esta ocasión es suave, aunque su rostro se aprecia severo. Me llama la atención que no me hubiera hablado de manera desagradable como ayer, en cambio se mantuvo tranquilo y mirándome con paciencia.

—Quiero todo exactamente de este tamaño— dice ubicándose a mi lado y tomando una zanahoria entre sus manos.

En solo segundos la pela y tomando prestada mi cuchilla corta la hortaliza anaranjada en varios cubos cada uno idéntico al siguiente. La velocidad en la que lo hizo me deja con la boca abierta. El muy fanfarrón lo nota e intenta esconder una sonrisa de lado sin éxito.

—De acuerdo, chef.

—Tranquila, estás haciendo un buen trabajo.

Levanto mis ojos a toda velocidad para clavarlos en los suyos con asombro. De verdad no podía creer que acabara de decir eso. Y al parecer todos lo que lo escucharon tampoco porque la cocina entera queda en completo silencio. No se escucha ni un cucharón, ni una cuchilla, ni una cacerola, ni murmullos, nada. Todos se limitan a observarnos paralizados.

Percibo como las mejillas de Henri se tornan coloradas y desviando su mirada de mí carraspea fuerte observando para todos lados. Los demás lo toman como señal de hacer que aquí no pasó nada y siguen con lo suyo, devolviendo la normalidad a la cocina. Yo no, yo solo me quedo parada ahí con una papa a medio cortar en la mano.

No todos los días uno de los mejores chefs del mundo te dice que estás haciendo un buen trabajo en su propia cocina. Y eso que solo estoy cortando vegetales, no puedo esperar a que pruebe mis verdaderos platos, ya que al parecer mi crème brûlée lo impresionó de verdad.

—Toma, que se te está cayendo la baba— bromea Becca agitando un trapo en mi cara.

—¿Lo escuchaste?

—Todos escuchamos y no lo podemos creer. Henri no suele darle halagos a nadie— admite con una gran sonrisa orgullosa logrando que yo sonría también—. Cuidado, a muchos nos dio gracia y hasta alegría, pero esas cosas pueden ganarte enemigos en un entorno así. La envidia abunda y los restaurantes de Nueva York son como una selva, gana el más fuerte.

—Que bueno, porque yo llegué para ganar.

—Me gusta esa actitud, me haces acordar a mí cuando llegué.

—Igual, ¿no crees que se le escapó?

—¿A quién le importa? Aunque no lo haya querido decir es obvio que lo piensa. Y yo no lo vi retractarse o algo por el estilo.

Asiento dándole la razón y se escabulle de nuevo sin hacer ruido.

El resto del día transcurre con total normalidad para todos, menos para mí. Sigo en mi tarea de pelar y cortar, mas no puedo evitar estar algo distraída con la mente llena de toda la información que recibí hoy.

Me pierdo en imágenes mentales del chef felicitándome por mi trabajo, hablando de mí en entrevistas, de personas famosas que vienen a comer al restaurante y piden pasar a la cocina a felicitarme por los excelentes platos que preparé, tal como pasa en las películas, y también pienso en Becca pidiéndome que le ponga candado a mi ropa interior, lo que me lleva a imaginar a Henri encima mío para...

—Buen trabajo chefs, nos vemos mañana.

La fuerte voz de Henri parado en el medio de la cocina dirigiéndose a todos me saca de mis pensamientos que ya estaban por irse a cualquier lado. Nunca me costó soñar despierta y hoy no fue la excepción.

La tarde llega sin siquiera darme cuenta, mi entusiasmo logró que el día me pasara volando. Nuestro turno terminó y tenemos que dejar el lugar libre para los chefs de la noche. Todos se lavan las manos, guardan lo que usaron y se quitan los delantales, sin dejar de tener una expresión extraña en sus rostros que llama mi atención. Hago lo mismo que los demás y me dirijo hacia la puerta de servicio, cruzándome con Rebecca cuando ambas agarramos nuestros abrigos antes de salir.

—Es por Henri— menciona de la nada.

—¿Qué?

—Te estás preguntando por qué todos lucimos extrañados, ¿no? Lo digo porque tienes la ceja enarcada hace como cinco minutos. Es por Henri, el chef nunca saluda a nadie antes de irse y menos diciendo "buen trabajo". Solo...nos dejó sorprendidos.

—Qué raro.

—Yo creo que lo hizo para compensar lo que te dijo a ti en la cocina. No debe querer que creamos que tiene favoritismos o algo así, y menos con alguien que recién comienza a trabajar con nosotros.

Caminamos por las calles cada vez más heladas y llenas de hojas caídas junto a Boris, un chef alemán muy simpático que se iba por el mismo camino que nosotras dos.

—¿Por qué creen que sea así? — consulto luego de un rato pensando al respecto.

—¿Henri? —pregunta Boris con un acento fuerte y bien marcado a lo que yo asiento—. Él es el mejor en lo que hace y todos lo admiramos y respetamos mucho. Solo no considera que nos deba nada, trabajamos todos en el mismo lugar y con el mismo objetivo. Lo único que exige es excelencia.

—Además, sabe que casi ninguno va a trabajar en el restaurante para siempre, pero es un paso importante para llegar a ganar reconocimiento, hacer contactos cruciales para nuestro futuro— agrega Rebecca—. Si lo piensan es bastante triste y debe ser algo solitario, casi como si lo usáramos a Henri o a Doux Paradis para llegar cada vez más lejos.

—Es solo el ciclo de la vida, Becca— la reconforta Boris chocando su hombro con el de ella.

Tiene razón, todos tenemos objetivos que cumplir y sueños que lograr y al menos yo sé que voy a hacer lo necesario para que eso ocurra. Después de todo, Henri no llegó a donde está por arte de magia, él ya pasó por todo lo que ahora estamos viviendo nosotros. Aunque si acepto que la sensación de soledad puede llegar a amargar a cualquiera.

Rebecca y Boris se van hacia el subterráneo, pero a mí la fresca brisa me da ganas de caminar así que me despido de ellos y continúo mi paseo de vuelta a casa. Quiero aprovechar para procesar todo lo que este día verdaderamente significó para mí ya que casi se sintió como un sueño. También pienso que en cuanto llegue a casa voy a llamar a mis padres para compartir mi felicidad con ellos a quienes les debo tanto.

Mientras camino me encuentro con un pequeño parque que no había visto nunca. A pesar que vivo en Nueva York hace cuatro años siempre descubro cosas nuevas y algo me dice que eso va a ser así siempre.

Hay una fuente de piedra al fondo con una escultura rarísima en el medio que desprende un chorro de agua que sube y baja, varios bancos, en su mayoría ocupados por personas leyendo o tomando un café al paso y arbustos que asumo en primavera se llenarán de flores.

Me acerco hacia la fuente y me siento en el borde observando a los coloridos y diminutos peces que nadan dentro de la misma, paso mi dedo despacio por el agua jugando con ellos hasta que una mano se apoya en mi hombro.

—Disculpa, ¿nos tomarías una foto? —inquiere una voz masculina que me resulta demasiado familiar, tan conocida que hace recorrer un escalofrío por mi espalda y logra hacerme girar al instante para encararlo.

—¿Luca?

—No lo puedo creer, Isla.

Parado frente a mí está mi exnovio, a quien dejé solo en Argentina para venir a trabajar acá. Su cabello negro sigue igual de despeinado, pero bastante más largo, sus ojos verdes brillan más que nunca y sus mejillas están algo rojas a causa del frío.

Al lado de él hay una chica muy bonita de su misma altura con cabello corto color rojo y ojos oscuros. Casi sin darme cuenta desvío mi mirada hacia sus manos entrelazadas y los veo, ambos llevan anillos de oro idénticos en sus dedos anulares.

Luca se casó.

Y yo solo puedo pensar en que le prometí ser una chef reconocida cuando lo volviera a ver. En cambio, recién era mi primer día en un trabajo que me acercaba a eso, pero en el que estuve pelando papas todo el día. Miro mis manos algo marcadas por todo lo que hicieron hoy y vuelvo a levantar la vista hacia él, sonriendo grande para frenar las lágrimas que se empezaban a formar en mis ojos.

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