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Capítulo 32

El frío se cuela por cada centímetro de mi cuerpo, puedo notarme temblar un poco, pero no me detengo. La aguanieve que cae del cielo en esta noche sin una estrella me hace poner en duda mi decisión de volver caminando. Aun así, continúo poniendo un pie adelante del otro y moviéndome casi sin pensar, de manera automática.

Mi cabeza en este momento es un completo caos. La cantidad de ideas que van y vienen no me permiten concentrarme en lo que de verdad importa, aunque ¿qué es lo que importa al fin y al cabo?

De vez en cuando mi cerebro queda en blanco junto al ruido de alguna bocina o grupos de amigos que pasan gritando, probablemente dirigiéndose a alguna fiesta. Suspiro aliviada cada vez que eso ocurre, me gustaría poder estar más tiempo sin pensar.

Sin embargo, recordar el fino y alargado dedo de Dai Na con su enorme anillo dorado de piedra verde esmeralda apuntando hacia mi plato me trae de nuevo a la realidad, una realidad que debo afrontar lo antes posible.

¿Cómo puede haber cambiado tanto mi vida en tan solo una hora?

Todavía puedo sentir el abrazo de todos mis colegas cayendo sobre mí luego de que Dai Na dijera mi nombre en voz alta. Lo tuvo que hacer para que yo logre entender, porque al principio me quedé dura en el lugar con la mandíbula por el suelo y observando lo poco que quedaba de comida en el plato.

Lo hice, lo conseguí, Dominic tenía razón, mamá y papá tenían razón. Puedo ser la chef principal de un restaurante importante, crearé el menú, tendré gente a mi cargo, ¿por qué mierda caen lágrimas tan gordas de mis ojos entonces?

El nudo que se formó en mi garganta mientras sacaron copas para brindar con champagne y felicitarme todavía me acompaña. Me pidieron que diga unas palabras, pero yo solo logré articular un balbuceo extraño del cual se entendió poco y nada. Se lo adjudicaron a mis nervios y emoción y les di la razón, aunque en realidad lo que tenía y sigo teniendo es un terror invasivo y doloroso.

Desde que nacemos nos preparan para soñar en grande, nuestros familiares nos dicen que podemos lograr todo lo que nos propongamos y yo decidí vivir bajo esa idea. Siempre me creí capaz de todo. Estudié como una perra, me esforcé constantemente para mejorar, decidí llevarme el mundo por delante desde el día que puse un pie en mi primera clase de cocina.

Lo que nadie te dice es qué pasa una vez que lo consigues. Cuando llegas a cumplir tu sueño, ¿simplemente te inventas otro? No voy a negar que estoy orgullosa de mí. Ver el esfuerzo y la constancia de tantos años materializada en mi presente es abrumador e increíble en partes iguales. Quiero reír hasta llorar de emoción, quiero darme una palmada en mi propia espalda, necesito ir a ver a la Isla del pasado cuando decidió venir a Nueva York y gritarle que lo conseguimos.

Y aun así el miedo está presente, las dudas al cuestionarme si estaré lista para esto, si verdaderamente me siento capaz de liderar un restaurante y tener gente trabajando para mí o si terminaré decepcionando a todo el mundo.

Cuando el clima helado comienza a adormecer los dedos de mis pies decido tomar asiento en un banco del parque que estoy atravesando. Recostando mi espalda inclino mi cabeza hacia atrás y cierro los ojos. De pronto el recuerdo de la salida de hamburguesas con Henri vuelve a mí. No puedo evitar sonreír al rememorar su cara de placer al probar las papas fritas. Dicha sonrisa se borra a toda velocidad cuando esa imagen es reemplazada al imaginar el rostro de Henri al contarle la noticia.

Me pongo de pie de un salto furiosa conmigo misma y rechistando, cosa que mi cerebro con champagne no agradece. Mis pasos van y vienen de manera desequilibrada. No quiero tener estas dudas en mi cabeza. Casi sin darme cuenta vuelvo a caminar, esta vez con un paso más apresurado y sin rumbo fijo, o eso creo.

Cuando levanto la mirada me encuentro con el edificio del chef frente a mis ojos. Luego de un pesado suspiro niego con la cabeza rendida avanzando hacia la puerta.

El portero me ve aparecer y me reconoce al instante ya que lo veo levantar el teléfono antes de que pueda siquiera abrir la boca y me hace pasar sin más. Subir las escaleras se me hace pesado porque sé lo que significa llegar hasta arriba y me aterra.

Cuando por fin llego me espera un Henri despeinado y vestido de entre casa con la puerta abierta de par en par y una expresión preocupada. Estira su mano hacia mí y apenas apoyo la punta de mis dedos en los suyos me sujeta con fuerza atrayéndome de un tirón contra su pecho. Hundir mi rostro en el mismo se siente seguro. Inhalo su olor y él hace lo mismo contra mi cabello antes de dejar un beso en mi coronilla.

—Isla, que sorpresa—su voz sale con algo de duda—. No esperaba verte por aquí. Y menos a esta hora, es bastante tarde.

—No esperaba venir, simplemente empecé a caminar y aparecí en tu casa, supongo que mi cabeza necesitaba verte.

—Ven, pasa, estás helada.

Sin soltarme me guía al interior del departamento y cierra la puerta. El calor acogedor me recibe como un abrazo reconfortante. Henri me quita el abrigo para colgarlo y yo mientras tanto me dirijo al sillón que se ubica frente al hogar encendido, explicando la elevada temperatura que hace en el lugar. El sonido crujiente de los leños y la danza de las llamas me distrae y atrapa unos segundos hasta que noto el peso del chef hundiendo el sillón al lado mío.

—¿Está todo bien? —consulta con el ceño fruncido y frotando su mano en mi espalda para darme calor.

—Sí, ¿por qué lo preguntas? —me remuevo un poco en el lugar, ¿tan fácil le resulta leerme?

—No lo sé, últimamente estás algo ida. Te veo, pero no siento que estés en verdad presente, ni en el restaurante ni en ningún otro lado.

Tiene toda la razón, miro hacia abajo risueña al darme cuenta lo rápido que ha llegado a conocerme.

—Tengo muchas cosas en la cabeza, eso es todo.

—Puedes contarme lo que sea, ¿lo sabes no? —pregunta y asiento dedicándole una amplia sonrisa.

La dulzura de su mirada me bloquea la garganta, quiero decirle y no me sale. Mis manos se aferran con fuerza del acolchonado sofá con inquietud. Estoy por abrir la boca cuando Henri me toma con dos dedos de la barbilla y levanta mi cabeza sin previo aviso pegando su boca a la mía.

—Se me ocurren una manera o dos de hacerte entrar en calor de forma instantánea—susurra contra mis labios robándome un jadeo.

La perversión brillando en sus ojos me hace olvidar de todo por un rato. Agradezco en silencio la manera en la que cambió de tema, sé que lo hizo intencionalmente por verme algo afectada.

—Ah, ¿sí? ¿Cómo cuáles? —redoblo la apuesta sin darme cuenta que mis piernas se abren de manera involuntaria y una de las manos del chef Gautier se desliza entre ellas.

—Me parece mejor mostrarte a que decirte, pero si sirve de algo en ninguna estás usando ropa—dice y su estúpido comentario me roba una risa sonora que retumba en toda la sala de estar.

—Qué raro, pensaba que tenía que estar vestida para no tener frío—respondo con ironía y ahora es él quien ríe.

—Es verdad, o también podemos hacer esto.

Con un ágil movimiento me recuesta contra el respaldo del sillón y comienza a besar mi cuello para luego ir bajando, abriendo uno por uno con intencional lentitud los botones de mi blusa. De pasada lame de manera superficial el comienzo de mis senos antes de dirigirse a su verdadero objetivo.

El ambiente se termina de caldear cuando con mirada demandante me exige que me quite el pantalón. Le obedezco sin decir ni una palabra, no hace falta hacerlo. Luego quita mis medias una después de la otra aprovechando para besarme los pies.

Me toma con fuerza de la cintura para arrimarme al borde del sillón de un tirón dejándome más acostada.

—Abre más las piernas, cielo.

Sonrío de lado con picardía al escucharlo llamarme así y hago lo que me pide.

—Sí, chef.

Verlo relamer sus labios me deja saber que se enciende cuando lo llamo de esa manera y respondo a sus demandas. Se arrodilla en el piso y corre mi ropa interior a un lado antes de hundir su rostro en mi centro sin dejar de mirarme ni un segundo. Es consciente de lo que sus ojos lascivos generan en mí ya que sonríe sin correr su boca cuando comienza a escuchar mis jadeos que pronto se transforman en gemidos.

Sus movimientos son precisos y deliciosos. Henri toma mis piernas y las ubica sobre sus hombros logrando tener más acceso a mi zona de placer. Sin poder controlarme tomo su cabello con ansias mientras él aumenta la velocidad de los húmedos besos que deja. Todo mi cuerpo se estremece con su lengua y lo sabe.

—Henri...más—pido con un hilo de voz.

Mi demanda le hace escapar un gruñido ronco. Sé lo mucho que le gusta escuchar su nombre entre mis labios en esta situación y también conozco cómo disfruta llevarme al extremo y lo logra en solo unos minutos más después de eso, dejándome temblando y con la mente en blanco.

El maldito tenía razón. Ya no queda nada del frío neoyorquino en mí. Me ha abandonado con ese primer orgasmo. Y comprendo que no será el último cuando se pone de pie y comienza a quitarse la ropa antes de ubicarse sobre mí.

Le remarco lo cliché que me parece que estemos a punto de tener sexo frente a una chimenea y, aunque le da gracia mi comentario, no le impide continuar.

En un momento me detengo a observarlo. Su cara de placer, su frente perlada por el sudor. Es casi inevitable para mí no recordar la noche en la que le conté a Luca que me iba a ir a Nueva York. Por un segundo se me revuelve el estómago ante la similitud de las dos situaciones, pero empujo con rapidez el pensamiento al fondo de mi cerebro.

Terminamos haciéndolo por lo que parecen largas horas. Perder la noción del tiempo es fácil entre las piernas de Henri Gautier.

Un rato después nos encontramos disfrutando nuestra compañía en silencio. Mi cabeza se encuentra recostada en el apoyabrazos del sofá y Henri se ubica en la otra punta del mismo dejando suaves caricias y besos en mis piernas.

El ambiente relajado me da el coraje para por fin abrir la boca y decir lo que vine a decir.

—Henri, ¿conoces a Dai Na Yuang? —inquiero y el chef niega de lado a lado sin dejar de masajear mis pies.

—Sólo la escuché nombrar un par de veces, pero nunca la he visto en persona.

Muerdo mi labio inferior y ansiosa por los nervios comienzo a remover los dedos de mis manos entre sí. Siento que mis palmas podrían empezar a sudar en cualquier instante.

—Ella es dueña de algunos restaurantes al igual que Ron—hablo de manera pausada, Henri mientras tanto no levanta la mirada—. Y está pensando en abrir uno nuevo.

—¿Si? —suelta dubitativo y es entonces cuando se digna a clavar sus ojos en los míos instándome a continuar hablando.

—Y yo...yo voy a ser la chef principal.

Decir esas palabras en voz alta me hace sentir ahogada y liviana a la vez. Henri suelta mis pies de forma abrupta y titubeo hasta que noto la sonrisa enorme que se despliega en su rostro. Se levanta para acercarse a mí y comienza a desparramar besos cortos por todo mi rostro.

—¡Isla! Eso es maravilloso. Por Dios, estoy tan orgulloso—su genuina felicidad me deja muda y con ganas de desaparecer, mi pecho se comprime doliendo como nunca—. No lo puedo creer. Bueno, en realidad sí lo puedo creer, si eres increíble y estás llena de talento.

Su entusiasmo me llena los ojos de lágrimas y me veo obligada a frenarlo antes que siga besándome. Tomándolo con gentileza por los hombros lo empujo suavemente hacia atrás, separándolo un poco de mí.

—Henri, espera un segundo.

—¿Qué pasa?

—Esa no es toda la noticia, hay algo más.

—Dime—me alienta aún luciendo fascinado.

—El restaurante—trago grueso antes de seguir hablando y percibo lo mucho que me cuesta pasar aire—, va a ser en París.

El rostro del chef cambia por completo luego de escucharme. Sus labios se fruncen y sus ojos se oscurecen en cuestión de segundos, generando una expresión que me resulta imposible descifrar. Sin decir nada se levanta y comienza a vestirse con velocidad. Mis labios tiemblan mientras lo veo ponerse los pantalones con torpeza y luego la remera, sin importarle que esté al revés.

—Detente, por favor—exclamo, pero no recibo respuesta—. Henri, tenemos que hablar de esto.

Continúa ignorándome por completo y termina agarrando el calzado en sus manos, aunque no se lo pone y comienza a dar grandes zancadas hasta la puerta. Me pongo de pie para seguirlo, sigo desnuda y me cubro como puedo con la manta que se encuentra en el sillón.

—¡Estamos en tu casa! ¿A dónde vas a ir? —grito ya que decide hacerse el sordo.

Llega hasta la puerta y apoya su mano en el pomo de la misma, pero se da vuelta antes de abrir. La mirada que me dedica me destruye y deja helada. Me limito a quedarme parada sin ropa en el medio de su pent-house, mis pies pesan, mi cabeza duele, mis ojos comienzan a escocer.

El llanto finalmente sale con libertad cuando escucho el portazo que acompaña su partida.

 🤩¡ Nuestra chef consiguió el puesto ! ¿Qué opinan?

😏Bonito capítulo encuentro yo para contarles que TENEMOS NOMBRE DEL SHIP de Isla y Henri y es ✨ HESLA  (gracias a mi bella Lismay que me puso a pensar en uno porque jamás se me había ocurrido hacerlo jaja) 💖

👀 Una disculpita por ese final, el capítulo que viene lo narra Henri.

Espero que les haya gustado el capítuloSus votos y comentarios calientan mi corazoncito :)

🍰🍰🍰

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