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Capítulo 23

Henri

Isla se abalanza sobre mi sin previo aviso. Me encierra en un abrazo que no estaba esperando y que no me siento preparado para devolver, por alguna razón parece que no lo merezco. Pero mierda, sí que se siente bien. Su presencia representa una oleada de calidez en un océano helado formado por mis peores pesadillas.

No la he dejado subir por su insoportable e infantil insistencia sino para comprobar lo que ya vengo sospechando hace rato. Isla Quiroga tiene la habilidad de hacerme sentir bien. Donde sea y como sea.

Saber eso me lleva a sentir un miedo paralizante. Quiero levantar mis brazos, quiero rodear su cuerpo con ellos y devolverle el mismo calor que ella me da. Sin embargo, solo me limito a inhalar profundo apreciando todo su dulce y afrutado aroma. Ella refriega un poco su cara contra mi pecho y agradezco que tenga su cabeza escondida en mí para no ver la estúpida sonrisa que se dibuja en mi rostro ante su acción.

Justo cuando empiezo a levantar lentamente mis brazos decidido a envolverla más contra mí levanta su cabeza para clavar sus tiernos ojos color avellana en los míos.

—¿Nos vamos a quedar en el pasillo por mucho más tiempo? —pregunta con suavidad y sin contestarle la tomo de la mano y la llevo dentro del departamento.

Cierro con un portazo más fuerte del que pretendo e Isla da un pequeño respingo soltando mi mano en el acto. Le pido disculpas con la mirada y arrastrando los pies con pesadez me acerco a uno de los sillones de la sala de estar para dejar caer mi cuerpo ahí mismo.

La amargura que me invade desde que todas las noticias sobre mi pasado salieron a la luz no me abandona. La percibo latente en mi cerebro, repiqueteando, queriendo volverme loco.

Sabrina, mi asistente, ya tiene la orden de averiguar quién mierda filtró toda esa información. Cómo la consiguieron y por qué decidieron esparcirla justo ahora. Además, ya me puse en contacto con mi abogado para que tome medidas legales y se dejen de difundir estas estupideces.

Siento un nudo en la garganta y una patada en el pecho cada vez que las palabras que dijeron vuelven a mi cabeza. Me fui de Francia para dejar todas estas cosas atrás, lejos de mí. Que parezca fuerte no significa que nada me duela. Y esto duele como un infierno. Ejerzo presión a los lados de mi cabeza para alivianar un poco la molestia presente desde hace horas. Mientras inhalo y exhalo profundamente cierro los ojos con fuerza para empujar de nuevo para adentro las lágrimas que amenazan con salir.

Al cabo de un rato Isla rompe el silencio haciéndome notar que casi olvido que se encontraba en mi casa.

—Todos están preocupados en el restaurante—inicia—. Quisieron ponerse en contacto, pero no les atendías el teléfono ni contestabas los mensajes. Sobre todo, Ron, él cree que...

—Ese aparato del demonio no dejaba de sonar y lo apagué para que nadie moleste. Me parece una clara señal de que quiero estar solo.

—Me puedo ir si eso lo que...

—¡NO! —la vuelvo a interrumpir levantándome de un salto del sillón y arrepintiéndome en el acto porque dicho movimiento solo acentúa el dolor de cabeza.

Tomo asiento en el piso, sobre la alfombra azul marino que decora la sala. Sentir la suavidad de la misma contra las plantas de mis pies me da una falsa sensación de paz que acepto por el momento. Tener a Isla en mi casa también me da cierta tranquilidad por lo que no quiero que se retire, no aún.

—No te vayas—repito, esta vez con mayor delicadeza para no espantarla.

Isla asiente, aun así, se pone de pie y abro la boca alarmado hasta que veo que se dirige a la cocina. Al cabo de un rato regresa con dos vasos de agua y un plato con varios tipos de quesos.

—Perdón el atrevimiento, pero es claro por tu apariencia que tu cuerpo necesita tomar y comer algo. Y sé que te gusta el queso. Además, estos lucían y olían increíble, no me voy a perder la oportunidad de probarlos porque yo jamás podría pagarlos. Eso creo al menos—no deja de parlotear llevándose un cubo a la boca sin saber lo tentadora que se ve con ese mínimo gesto.

—No tengo hambre.

—Comer cosas que te gustan hace que tu cerebro libere dopamina que es la hormona del placer, ¿sabías? Te va a ayudar a sentirte más relajado y satisfecho.

Extiende un pedazo de queso hacia mí ignorando por completo mi rechazo previo a ingerir alimentos. Como no lo tomo y su cabezota no la deja aceptar negativas se arrodilla y cruza la mitad superior de su cuerpo encima de la mesa ratona que nos divide para terminar metiendo el queso a la fuerza en mi boca. Pongo cara de asco, pero en realidad la situación me resulta muy divertida y me gustaría que lo hiciera de nuevo. Además, el queso sí está delicioso.

En menos tiempo del esperado nos terminamos la bandeja de queso completa, mientras mantenemos una charla amena. De verdad me siento mejor, mi mente ha tenido un respiro y por lo menos por un rato dejé de pensar en ciertas cosas. Hasta que Isla empieza a hablar de cómo estaban las cosas en el restaurante y la preocupación que notó en Baker. Entiendo hacia dónde quiere ir con su conversación y no la culpo.

—Las cosas que se dijeron, ¿son verdad? —inquiere al fin.

—¿Qué de todo?

—Todo.

—Estaríamos aquí un buen rato—le aclaro dejando saber que no es un tema del que se pueda hablar por encima ni quitando detalles.

—Tengo tiempo.

—¿Y si no tengo ganas de contártelo?

—Entonces nos quedaremos en silencio. Podemos ver una película o jugar algún juego de mesa. Pero yo creo que te haría bien sacar todo esto de tu sistema. Hablar de nuestros sentimientos no significa que seamos débiles. Se necesita fortaleza para afrontar la realidad.

Suspiro rendido aceptando la verdad en sus palabras. Es muy probable que me sienta mejor si descargo este peso que acarreo en mi espalda hace años y ayuda saber que siento cierta confianza con la mujer sentada frente a mí. Sin embargo, presenta un esfuerzo impresionante, una dificultad que no deseo. La de revivir un pasado que intenté por muchos años olvidar.

Tanteo en mi mente las palabras para comenzar, pienso y repienso hasta qué punto abrirme, si ser completamente honesto o no. Mis labios se abren y vuelven a cerrar en varias ocasiones hasta que finalmente decido empezar mi relato. Y lo hago, por supuesto, por el principio.

Comienzo hablando de mi ingreso en la universidad culinaria. Era joven, ingenuo y muy ambicioso. Tenía el mundo por delante y estaba seguro que podía comérmelo de un solo bocado. Tuve la suerte de pertenecer a una familia de mucho nivel que pudo pagarme el ingreso a un instituto privado de alto renombre en Europa. La vida marchaba bien, amaba lo que estudiaba, me visualizaba trabajando de esto en un futuro y eso me hacía feliz. Tenía buenos amigos, salíamos de fiesta, pero también estudiábamos duro porque la cocina no era un juego para ninguno, no lo hacíamos solo para pasar el rato, sentíamos verdadera pasión por este bellísimo rubro.

Uno de esos amigos era Piero Vitale. Noto como Isla se remueve en la alfombra algo incómoda cuando menciono al italiano. Nos llevamos bien de manera instantánea, teníamos ideas parecidas y siempre que estábamos juntos era diversión asegurada para nosotros dos y los demás. Hasta que un día Piero me presentó a Brigitte y mi vida cambió para siempre. En cuanto la vi mi mundo se detuvo, puedo recordarlo como si fuera hoy. Sus ojos verdes acompañaban perfecto su cabello rubio casi anaranjado y sus pecas me llamaron la atención al instante porque cubrían todo su cuello, pero no tenía ninguna en su rostro.

Puedo confirmar sin problema que ese día sentí amor a primera vista. Brigitte era fresca y divertida y yo era joven, un idiota enamorado que estaba ciego y no pudo ver a tiempo las pequeñas señales que dejaban en claro que no era la mujer que creía. Solía hablar mal de cualquier persona que se cruzara en su camino, siempre traía mala cara y trataba de alejarme de todo mi entorno. Me iba dando cuenta poco a poco como me iba quedando solo, mas no me importaba porque estaba convencido que eso era el amor, ¿verdad? Hacer sacrificios por la otra persona y darle todo lo que quiere. Estaba muy equivocado.

La atención que Isla le presta a mi relato me llena de cierta calidez que contrasta enteramente con la tristeza que siento al recordar todo el dolor por el que pasé. Prosigo apurado para terminar con esto lo antes posible, aunque ya puedo percibir como exteriorizarlo me aliviana el pecho.

Piero abandonó la carrera, dejó el instituto adjudicando su falta de compromiso y ganas de vivir de fiesta y recorrer el mundo. Fue un golpe duro para mí ya que mi entorno de por sí ya se estaba reduciendo velozmente, a Brigitte nadie le caía bien, menos mis amigas del sexo opuesto.

Por suerte todavía tenía a Jaques, también compañero del instituto y parte de nuestro grupo. A pasos agigantados se convirtió en mi confidente y mejor amigo. Incluso tenía la ventaja de que se llevaba bien con Brigitte.

Unos años después Piero volvió al país y le comenté una idea que rondaba en mi inocente y juvenil cabeza perdidamente enamorada, pedirle casamiento a mi novia. Vitale se mostró entusiasmado e incluso me acompañó a elegir el anillo.

Cuando llegó el momento de pedirle casamiento, Brigitte también reaccionó feliz y aceptó sin ninguna duda. Llamó a su familia para contarles a todos con una sonrisa de oreja a oreja que se casaba. Creía que era el imbécil más afortunado del mundo, pero estaba cometiendo la peor equivocación de mi vida.

La boda que ella quería era totalmente lo opuesto a mi idea de casamiento ideal, aun así, le cumplí todos los deseos. Había como quinientos invitados, ni sé de dónde salieron, no conocía a casi nadie. Había ramos de las flores más caras dispersos por todo el lugar, Brigitte eligió un menú costoso y un vestido exagerado, parecido a los que usan en las bodas de la realeza. El problema fue que nunca llegó a usarlo. Bueno, sí lo usó, pero yo nunca llegué a verlo puesto en ella. Lo conocí semanas después cuando llegó a mi casa en un paquete junto al anillo.

Podría haber tenido al menos la decencia de tirarlo o quemarlo, mínimo devolverlo en persona. Nada de eso pasó. De igual manera, mirando hacia atrás agradezco no haber tenido que verla de nuevo.

El rostro de horror y desconcierto de Isla logra que se me escape una risa. También me hace cuestionar si no estaré compartiendo demasiado, pero ya es tarde para arrepentirme. Si estoy quedando como un imbécil entonces que así sea.

El día de la boda fue Piero quien me dio la noticia que más me sacudió hasta ahora. Me encontraba de pie en el altar con solo veintiún años usando un traje que ni siquiera me gustaba y no había elegido yo. La ansiedad e impaciencia me dominaban, los murmullos se empezaban a escuchar cada vez más altos. Todos ya se imaginaban que Brigitte no vendría, incluso yo, pero eso no significó que no doliera.

Las palabras que usó aún las recuerdo, "ella no vendrá, amigo. Brigitte y Jaques escaparon juntos". El nudo que se formó en mi garganta me imposibilitó contestarle. Trastabillé hacia atrás por el impacto de la noticia y fue mi padre quien me sostuvo de pie. Con las lágrimas recorriendo mis mejillas y sintiéndome como un completo estúpido tras la mayor humillación que experimenté en mi vida salí corriendo de la iglesia directo hacia nuestra casa. Como un tonto creí que la encontraría ahí, pero no quedaban ni su olor. Se había llevado todas sus pertenencias y con eso su esencia completa.

Piero apareció un rato más tarde mientras yo me bajaba una botella entera de alcohol tirado en el piso del baño. El hipócrita me brindó su apoyo como si fuera un verdadero amigo y le creí, sentí en ese momento que era la única persona cercana que quedaba en mi vida. Tiempo después me enteré que él mismo había ayudado a Brigitte y Jaques a huir y que incluso sabía del amorío que ambos mantenían a mis espaldas desde el principio y siempre me lo ocultó.

Al menos en ese entonces nadie me conocía, recién había comenzado a trabajar en una cocina de mala muerte de un bar bastante cuestionable. Pensé que esta historia moriría en Francia porque nadie sabía quién era yo cuando pasó todo.

Cuando termino de hablar la observo con detenimiento intentando descifrar sus emociones. Siento que mi relato ha durado largas horas.

—¿Estás mejor? —pregunta desviando la mirada y aleteando sus pestañeas para disimular las lágrimas que se han formado en sus ojos.

—A decir verdad, sí. Gracias por escucharme—confieso con una sonrisa de alivio.

—Lamento mucho que hayas tenido que pasar por todo eso.

—Ni siquiera fue lo peor, solo que desencadenó una avalancha de mierda en mi vida.

—¿Es por lo de las sustancias? ¿Eso que dijeron era verdad?

Trago grueso ante sus dudas. Siento como las palmas me empiezan a sudar. No quiero sentirme juzgado, y menos por ella. Además, el miedo a espantarla y que se vaya para siempre es demasiado real, pero sé que es peor sostener una mentira por lo que termino asintiendo con la cabeza gacha.

—¿Qué pasó? —inquiere apoyándose sobre sus rodillas. Sus codos se sostienen en la mesa y las palmas de sus manos se ubican debajo de su barbilla. Su expresión preocupada es suficiente para convencerme de hablar.

—Cuando todo esto ocurrió me di cuenta que Brigitte me había dejado sin nadie. Estaba solo y destrozado—freno para rememorar, aunque duela—. Digamos que busqué compañía en las personas equivocadas. En menos tiempo del que podía creer tenía ante mí cualquier droga que quisiera.

—Y las usaste—menciona con cautela.

—Sí. No todas por supuesto. Y aunque suene horrible sí funcionaban, no me enorgullezco de eso, pero sí dejaba de sentir dolor, dejaba de odiarme a mí mismo al menos por un rato. La humillación pública y el abandono se esfumaban. Solo que después llegaban el arrepentimiento, la culpa, me sentía asqueroso, desagradable y bueno para nada.

—Henri... —extiende su mano a través de la mesa ratona para apoyarla sobre las mías.

Que haga eso en vez de levantarse y salir corriendo supone para mí un alivio inmenso y no puedo evitar soltar un suspiro ahogado.

—Sabes, un día estaba tirado en mi habitación mirando el techo con más droga dando vueltas en mi sistema de la que me gusta admitirte y me di cuenta que no me servía. Nada ayudaba a calmar el dolor, nada era suficiente. Con la poca fuerza que me quedaba llamé a mi padre quien vino corriendo a buscarme como cuando era un niño. Me obligó a darme un baño y llorando de rodillas le imploré que usara sus contactos para conseguirme trabajo en una cocina. La pasión que había dejado tirada se veía como la única solución.

—¿Y te lo consiguió? —inquiere inocente.

—¿Qué te parece? Soy el chef principal del Doux Paradis—ambos reímos ante mi broma—. Hablando en serio, sí lo hizo. Empecé a trabajar en la cocina de un pequeño hotel de mi ciudad. No tenía muchos huéspedes por lo que había poco trabajo, pero aprendí muchísimo del chef principal. Dejé de consumir todo lo que me hacía daño y me enfoqué en trabajar y amar cada día más la cocina. Cuando te dije que cocinar me sacó de una vida miserable no te estaba mintiendo. Pasó a ser mi nueva droga, una que en vez de matarme me salvó. Todo el día preparaba o inventaba platos. Iba a los mercados a conseguir ingredientes y los probaba todos. Tenía una excusa para ser mejor, para cambiar, una razón por la que levantarme por las mañanas, algo sano en lo que concentrarme.

—Me hubiera gustado verte aprender—acota sonriente, de esa forma que ilumina cualquier habitación en la que se encuentra.

—Al menos ahora puedo enseñarte lo que quieras.

—¿Y cómo llegaste a Nueva York? —cambia de tema algo ruborizada.

—A partir de ese hotel me fui abriendo paso solo por distintas cocinas, aprendiendo, ganando contactos valiosos y haciendo cada vez más conocido mi nombre. Un día un estadounidense apareció en el restaurante en el que estaba trabajando diciendo que iba a abrir uno en Nueva York y venía siguiendo mi carrera. Era Ron, quería que yo fuera el chef principal. Por alguna razón nos llevamos bien de inmediato y le dije que sí casi de forma instantánea. Alejarme del país donde conocí tanto dolor me parecía el cierre perfecto para mi sanación. Hice mis maletas, dije adiós y decidí nunca más volver a Francia.

Miento si digo que no me resulta aterrador revolver toda la mierda que pasé. Sin embargo, hacerlo con Isla al lado me ayuda, no sé cómo, pero lo hace. Aunque el miedo de que haya cambiado su forma de verme sigue presente. No puedo evitar fruncir los labios apenado por todo lo que acabo de contarle y sostenerle la mirada me cuesta.

—Debo parecer un cobarde—me lamento frotando las manos por mi cara.

—A mí me parece que tuviste actitudes muy valientes. Cobarde hubiera sido abandonar—esas palabras suenan tan sinceras que logran que enfrente de nuevo sus ojos. Isla no solo sonríe con la boca, lo hace con todo su rostro y me parece fascinante—, y eso no fue lo que hiciste. Decidiste superar tu pasado, mejorar, buscar soluciones para cambiar algo que no te gustaba y además dejaste tu propio país. Sé de primera mano que eso no es nada fácil. Incluso lo que hiciste hoy, contarme todo esto, eso fue muy valiente también.

Se pone de pie suavemente y se acerca hasta donde estoy para terminar tomando asiento al lado mío en el piso. Apoya su cabeza en mi hombro y me recuerda a la fiesta en mi casa, donde todo terminó tan mal, pero al menos pude besarla por primera vez.

El pánico vuelve a mí con ese pensamiento. Soy consciente de que la he dejado acercarse demasiado y eso no es bueno ni para ella ni para mí.

—Lo que dije de las relaciones— empiezo luego de un carraspeo que hace que separe su cabeza de mi cuerpo logrando sentirme vacío al instante—, era verdad. No quiero ni puedo estar con alguien de nuevo. No puedo darle a nadie la posibilidad de destruirme. Si vuelvo a salir lastimado y como un imbécil regreso a un mundo de adicciones sería mi fin, Isla.

—Yo nunca te destruiría.

—¡Eso no lo sabes! —bramo con la voz entrecortada y herida.

Nadie se cree capaz de lastimarte hasta que lo hacen. No es algo que se pueda predecir y yo no me veo en condiciones de correr ese riesgo.

—Por supuesto que lo sé. Y, además no es necesario estar en una relación para estar juntos.

En cuanto termina de hablar elimina la distancia que queda entre nosotros uniendo sus labios a los míos sin pensarlo dos veces.

Es un beso suave y pesado, cargado de todas las emociones que acabamos de intercambiar. El sabor de Isla siempre me resulta delicioso y sus labios hinchados me producen una sensación inexplicable, que empieza en mi boca, pero rápidamente se esparce por todo mi cuerpo.

Sus manos se desenvuelven ágiles por mi cabello y las mías recorren su espalda y muslos con la misma intensidad. Pronto eso ya no es suficiente, necesitamos sentirnos más todavía y lo sabemos. Isla se separa de mis labios para levantarse y volverse a acomodar a ahorcajadas sobre mí. Aprovecho el movimiento para quitarle el jersey color verde que la abriga. Las capas de tela en este momento parecen sobrar.

—Es tu turno—sentencia quitándome la camiseta blanca de un tirón, despeinándome en el proceso.

Retomamos el beso sin apartar las manos del cuerpo del otro, ella recorre sus dedos por mi torso, ejerciendo una leve presión con sus uñas en el camino. El contorneo de sus caderas contra mi pantalón me está matando y no solo lo sabe, sino que también lo disfruta. En cuanto me voy endureciendo la siento moverse con más soltura y picardía.

—Eres deliciosa, jodidamente perfecta—señalo desabrochando su sostén y luego mordiendo con delicadeza su labio inferior—. Tu piel es como el algodón.

Esconde su rostro ruborizado en el espacio entre mi hombro y mi cuello y no puedo evitar reír porque ya no queda lugar para la vergüenza. Levanto su cabeza ubicando dos dedos en su mentón obligándola a mirarme. Entonces comienzo a dejar un pequeño camino de besos que empieza en su mandíbula, baja por su cuello hasta sus clavículas y culmina en su pecho.

En cuanto mis labios húmedos se apoyan en uno de sus senos inclina su cabeza hacia atrás de manera involuntaria. Su movimiento me lleva a enredar mis dedos en su cabello largo y oscuro, ubicando la otra mano en su cintura de manera demandante.

Nuestras pesadas respiraciones invaden mi hogar y pronto deja de parecer que está por llegar el invierno. La piel de sus pechos es lo más suave que he conocido hasta ahora y, en cuanto encierro uno de sus pezones con mis labios, de ella escapa un jadeo de placer que me enciende al máximo. Sé que pronto esto no va a ser suficiente, pero mientras tanto aprovecho el momento. Quiero recordarlo todo, su aroma, sus sonidos, su exquisito sabor y su expresión de placer mientras muevo mi lengua en círculos sin soltarla.

—Más...—exige casi en un susurro y poniendo mi atención en su otro seno doy un mordisco en la protuberancia rosada de su punta que la hace reír sin abrir los ojos.

—Levántate—pido y lo hace.

Me pongo de pie y extiendo mi mano para ayudarla a levantarse. Sin soltarla camino hacia mi habitación donde siento estaremos más cómodos. En cuanto se apoya en la cama me dirijo al baño para buscar protección que luego dejo en la mesa de noche.

Isla se encuentra recostada en el medio de mi habitación y aún me parece surreal, pero perfecto. Con una sonrisa de lado que no tengo ganas de esconder me arrodillo en el colchón y me acerco a ella hasta quedar a la mitad.

Mis labios ahora van dejando rastros por sus costillas y su abdomen. Mi boca sonríe contra su piel al comprobar que hasta aquí es sedosa. Comienzo a descender más hasta que mis manos toman sus caderas y levantando la cabeza ubicada entre medio de sus rodillas la miro a los ojos.

—¿Puedo? —consulto excitado.

Verla asentir sin apartar la mirada me da el pase para terminar de bajar acomodando mi rostro entre sus piernas. La pruebo despacio y de inmediato se estremece ante mí.

—Henri—mi nombre escapa de sus labios en un suspiro de gozo y solo puedo concentrarme en lo exquisito que se oye.

Podría acostumbrarme a esto demasiado rápido. Puedo notar como escucharla gemir mi nombre me genera un éxtasis más grande que cualquier droga que haya pasado por mi organismo.

Sus manos en mi cabeza me incitan a continuar saboreándola con ímpetu, jamás me cansaría de esto. Ver como se aferra a las sábanas me lleva a un nuevo nivel de deseo que me tiene al borde y apurando los movimientos de mi lengua logra alcanzar el punto máximo de placer que la hace temblar involuntariamente. Al observarla sonriendo satisfecha y algo despeinada mi pecho se contrae ante lo mucho que disfruto esa imagen.

Siento que estoy por explotar así que sin perder tiempo me levanto para ponerme el condón y volver a la cama. En cuanto estoy por ubicarme sobre ella se levanta y negando con la cabeza me empuja acostándome sobre las almohadas. Me dejo llevar por sus impulsos cuando se sienta sobre mi pelvis, acomodando lentamente mi erección dentro de ella.

No puedo contener el gruñido que se me escapa al percibir la asfixiante calidez de su interior. Tomo su trasero con ambas manos y acompaño los movimientos que hace sobre mí. Me pregunto si comprenderá lo sensual que se ve, con sus apetitosos senos rebotando con gracia de arriba hacia abajo acompañando sus saltos.

—Mierda, vas a acabar conmigo—exclamo embriagado de su esencia.

—¿Podemos hacerlo toda la noche? Se siente demasiado bien.

Rio ante su divertida acotación y lo real que se escucha. Quiero verla y sentirla de todas las formas así que luego de un rato la tomo por los hombros remarcándole que se levante y la acuesto sobre la cama. Tomo uno de sus pies entre mis manos y lo beso con cuidado. Primero uno y luego el otro. Se ven delicados y al mismo tiempo fuertes. Me divierte entender que ella es así en su totalidad, una brillante y continua dicotomía que no hace más que atraparme. Luego hago lo mismo con sus piernas enteras.

—Date vuelta.

Obedece girando y apoyando sus rodillas y palmas sobre el colchón pegando la parte superior de su cuerpo contra el mismo. Su trasero en este ángulo se ve sublime, lo admiro acariciando sus nalgas repetidas veces para luego darles suaves golpes con mis manos que la hacen dar respingos efusivos antes de volverme a introducir en ella. El placer de tal conexión me obliga a cerrar los ojos y mi cabeza cae hacia atrás. Mis movimientos empiezan suaves, pero voy aumentando la velocidad de las embestidas a medida que afianzo el agarre a los lados de su cadera. La satisfacción que muestra con los sonidos que emite me motivan y me encuentro jadeando a la par de ella. No me quiero perder ni un segundo.

El sonido de nuestros cuerpos sudorosos y húmedos colisionando entre sí y los gemidos de ambos colman la habitación. Eso y la elevada temperatura hacen sentir al espacio cada vez más y más pequeño. También es la frescura y naturalidad de Isla que llenan todos los lugares en los que está. Es una personalidad avasallante que arrastra todo a su paso y tenerla entre mis brazos es un maldito privilegio.

Pierdo la noción del tiempo. No entiendo cuánto más seguimos disfrutando nuestros cuerpos, solo me dedico a gozar de su tacto, su aroma y sabor por lo que parece ser la noche entera. Hasta que finalmente nos dejamos caer rendidos por el agotamiento en un profundo y necesario sueño reparador. Lo último que percibo es su respiración contra mi pecho cuando se gira para recostar su cabeza sobre mí. La rodeo con mi brazo y mis labios se curvan hacia arriba al notar lo bien que encajan entre sí cada parte de lo que somos. 

🔥🔥🔥🔥 BUENO 🔥🔥🔥🔥 pasaron cosas 🥵

¿Adivinen quién se va a quedar sin trabajo? No, mentira  😛 se imaginan ?🤣

LOS LEO 

¿Qué piensan del pasado de Henri?

¿Y de Piero? ¿Se lo esperaban?

👀La noche estuvo muy bonita, pero, ¿qué pasará en la mañana que sigue?

Espero que les haya gustado el capítulo tanto como a mí (es uno de mis favoritos). No olviden que sus votos y comentarios son mega apreciados y ayudan mucho a los escritores ⭐🥺🥺

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